Cuenta Heródoto la historia de Psamético, rey de Egipto, quien luego de ser vencido y apresado por Cambises, monarca de Persia, vio pasar frente suyo a su hija convertida en esclava y sirvienta. Mientras alrededor suyo amigos y familiares lloraban, Psamético permaneció callado, con los ojos clavados en el suelo. Hay tristezas que aturden el alma y conducen al silencio, pues como decía Montaigne «toda pasión que se pueda gustar y digerir es solo mediocre». La muerte de un hombre sordo, quizá Beethoven, Fauré, Smetana o Vaughan Williams, ha de acompañarse por la música del patafísico Allais, quien recitaba: «las grandes penas son mudas».
Escúchalo aquí: https://www.youtube.com/watch?v=kjk5bXd8pA0
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