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Reseña libro

‘El amo’ de Victoria Lébedeva

Soledad Basante Herrera

Número revista:

6

La novela El amo de Victoria Lébedeva es la historia de un matrimonio joven de “intelectuales moscovitas” que, junto a su hija de 6 años, buscan su propio lugar para vivir. Katia y Sergéi atraviesan peripecias cotidianas, mínimas tragedias diarias que van cambiando sus ánimos y sus sinos.


El sueldo de profesores no les permite tomar decisiones con holgura y dependen de la madre de Katia, que abandona su dulce naturaleza materna para convertirse en suegra. Una suegra colmada de indignaciones, que lanza miradas y comentarios hirientes.


¿Qué peso es este que se siente, pero no se ve? Las fricciones y rechazos causan que Sergéi busque escapar de ese espacio compartido.


La desesperación los mueve. Entre los cariños propios de la joven pareja se van filtrando deudas e intranquilidades.


Cuando se piensa que nuestros personajes han superado algunas crisis aparecen otros nudos, como la vida misma que no da tregua.


Entre el tejido de la narración vamos odiando, comprendiendo y compadeciendo, sin un orden en particular, a la suegra. "… era como un rompecabezas de tres mil piezas con el que poco a poco se componía un paisaje difuso y carente de alegría, despacio, con largos recesos y sin ningún entusiasmo.”


Identificamos, fácilmente, ese extraño dejo de autocompasión que se disfruta. Algo muy similar al “yo pobre” de nuestras tías y abuelas latinas. “Lloraba, como no, y se quejaba con sus amigas, pero aguantaba. Así fue como la educaron, pensaba que el sufrimiento dignifica al hombre.”


Comprendemos que la vejez viene acompañada de relaciones sociales que la queja sostiene o que el ser mamá a veces incluye una artillería de preocupaciones. ¿Cuántos horrores proyecta el miedo sobre nuestros seres más queridos?


Las guerras familiares siempre son difíciles porque los límites son difusos.


Entre las angustias de Katia, las insolencias de la niña, los esfuerzos de Sergéi y las impertinencias de las viejas, el lector se puede situar en el sentir de cada personaje, como si uno audicionara para todos los papeles de la obra.


No, no voy a hablar del amo porque la experiencia inédita de conocerlo en persona debe ser vivida por cada uno. Eso es personal e intransferible.


Lébedeva, cerca del final, nos gira la cabeza: “Desde todo punto de vista, resultaba que la libertad real es la falta de comprensión.” Ya uno no sabe qué creer ni a quién darle la razón. La confusión va amainando hacia el desenlace con una frágil y helada esperanza.


“Lo toleraban en silencio, lo soportaban callados, tal y como lo pueden hacer solo los pedagogos muy jóvenes que se sienten más niños que adultos, pero la paciencia se fue agotando hasta que llegó a convertirse en una cuerda templada en exceso que se rompió aquella mañana...”


En esta danza de presencias estrepitosas y silentes, la obra nos lleva a preguntarnos: ¿Hasta cuándo se puede aguantar callando un grito?


“Y cuanto más permanecía en silencio, más fuerte se hacía el frío”

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