El corazón de Roma
Diálogo con Santiago Posteguillo, por Shubert Silveira
Número revista:
10
Santiago Posteguillo tiene formación en filología y lingüística; además, es profesor de lengua y literatura inglesa en la Universidad Jaume I de Castellón de la Plana. En su carrera como escritor se destaca su importante producción en la novela histórica.
En 2006 publicó su primera novela, Africanus: el hijo del cónsul, que daría lugar a su trilogía sobre Publio Cornelio Escipión, la cual se complementa con Las legiones malditas, en 2008, y La traición de Roma, un año más tarde. En 2011 comienza una segunda trilogía, esta vez sobre el emperador Trajano. Así publica Los asesinos del emperador, a la cual le seguirán Circo Máximo en 2013 y La legión perdida en 2016.
En 2018, su novela Yo, Juliagana el prestigioso Premio Planeta. En esta monumental novela el autor rescata la figura de Julia Domna, emperatriz romana que forjó la dinastía Severa a fines del segundo siglo de nuestra era. En 2020 Posteguillo da un desenlace a la biografía de la emperatriz con Y Julia retó a los dioses.
Asimismo, Posteguillo tiene una trilogía sobre la historia de la literatura conformada por los libros La noche en que Frankenstein leyó el Quijote, La sangre de los libros y El séptimo círculo del infierno.
Poco después de realizada esta entrevista se estrenó la miniserie El corazón del imperio, escrita y presentada por Posteguillo. En esta producción de Movistar Plus+ hallamos seis episodios sobre las mujeres de la Antigua Roma: Julia Mesa, Fulvia, Achilia, Aunia, Livia Drusila y Cleopatra, así como las gladiadoras, las vírgenes vestales e incluso Heliogábalo, el emperador que contrajo matrimonio con dos hombres. La miniserie fue rodada en latín y nos ofrece con un ritmo vertiginoso otra mirada sobre el mundo antiguo. Además, recientemente se ha publicado su última novela, Roma soy yo, que tiene al mismísimo Julio César como protagonista.
En esta entrevista Posteguillo nos habla de su concepción de la novela histórica, de Escipión, Trajano y Julia Domna, sobre lo que el mundo antiguo tiene para enseñarnos y lo que de él ha quedado oculto en la voz de los historiadores.
Shubert Silveira (SS): ¿Cuál es la diferencia entre la historia y la novela histórica? ¿O, para hacerlo más exacto, entre un entretenido y buen libro de historia y una novela histórica?
Santiago Posteguillo (SP): Esta es una pregunta tan clásica como clave. Está en el centro cuando hablamos de novela histórica. Creo que son varias cosas las que las diferencian. Desde un punto de vista conceptual, en la disciplina histórica el historiador se debe a los datos. Ese es su principio y su final. Además, debe contar con lo que se sabe y nunca contar lo que no se sabe; aunque puede hacer algún tipo de proyección o hipótesis sobre aquellos elementos que no se conocen, siempre marcará con claridad que eso que está diciendo es una conjetura.
Desde el punto de vista formal, la forma narrativa es diferente ya que la disciplina de la historia es totalmente académica, tiene un lenguaje que busca la precisión y la denotación, no la emoción. Mientras que en una novela histórica claramente tenemos un lenguaje que busca la emoción, que trabaja —como todo lenguaje literario— en la denotación y en lo que sugiere. Es decir que tanto desde el punto de vista conceptual como el formal o de expresión, son terrenos muy diferentes.
Pero ocurre que es muy difícil —por no decir imposible— que un novelista histórico pueda hacer una novela histórica si no existiera la disciplina historia. Y, sobre todo, si el nivel de historicidad de una novela histórica es muy alto. No es lo mismo una novela que busca una ambientación histórica de época, pero que se inventa la trama, que una novela histórica donde no solo la ambientación sino además los personajes principales son históricos. No digo que una novela sea mejor o peor por su nivel de historicidad, pero en cuanto a novelas son diferentes.
Una novela histórica, cuanto más sigue la historia, más necesita de la propia historia. Yo no puedo hacer mis novelas sin los libros de historia, pero he de tener claro que yo no estoy escribiendo un tratado de historia. Yo quiero emocionar y quiero entretener. Puedo resumir todo esto en una forma más literaria en una frase: la historia nos cuenta lo que ocurrió y la novela histórica tiene que hacernos vivir lo que ocurrió.
SS: Se suele decir que la novela histórica ante todo nos habla del presente. O que recurre al pasado para señalar, de forma clara o no, problemas de la actualidad. ¿Usted piensa que es así? ¿O es que, en todo caso, se trata de la condición humana y lo que se repite son los problemas que el ser humano ha tenido siempre?
SP: Sí que hay una apelación directa del pasado en el presente o, por lo menos, es muy frecuente en la novela histórica. El novelista va a intentar siempre conectar con el lector, a través de universales de sentimiento o universales de naturaleza humana que permanecen invariables a lo largo del tiempo. Cambian los conceptos pero no los sentimientos universales, es decir, amamos, odiamos, somos leales o desleales, ahora como hace dos mil años. Y si el lector se ve identificado en esos universales de sentimiento, en sensaciones de amor, odio, lealtad o traición —por poner algunos ejemplos— vas a conectar más fácilmente con el lector.
Adicionalmente, sí que es cierto —y por eso se dice tanto— que la historia tiende a repetirse de forma cíclica. La disciplina de la historia nos lo demuestra: hay ciclos históricos que de alguna forma parecen ir repitiéndose o ensamblándose unos detrás de otros. Es muy fácil que escribiendo del pasado tú estés hablando de cuestiones del presente. De hecho, existe la estrategia de utilizar el pasado para poder criticar tu presente con una cierta distancia, de forma que los propios lectores puedan percibir que te alejas de lo que estás juzgando y puedan percibir tu relato como más objetivo, y, a la vez, te salvas de la crítica brutal de aquellos a quienes criticas o cuestionas. Me explico: Plauto —lo pongo en la trilogía de Escipión— criticaba a los senadores de su época, pero tenía la habilidad de situar sus obras de teatro en Grecia 200 años antes; aun así, algunas cosas eran muy evidentes y tenía ciertos problemas con la clase senatorial romana, porque había indirectas que se captaban y podían molestar. Yo suelo hacer la broma, que no lo es tanto, de que para criticar el presente en el que vivo soy más precavido que Plauto y me voy a dos mil años antes, para intentar salvaguardar mi tranquilidad personal. Pero, evidentemente, estoy siempre cuestionando aquellas cosas que me parecen malas de mi entorno presente a través de mis novelas, aunque hable del pasado.
Fíjate que en una novela como Y Julia retó a los dioses hablo de cuestiones como una mujer en un mundo de hombres que consigue, con su inteligencia y astucia, sus objetivos personales y políticos en un mundo masculino, lo cual es trasladable a hoy día. Hablo de la lucha por el poder, luchas dinásticas; incluso —y esto no lo sabía cuando lo escribía, en 2019— de una pandemia mundial como la de la viruela, que ellos llamaban “peste antonina”, y lo introduje porque me parecía muy interesante cómo el médico Galeno se las ingeniaba para luchar contra ese virus. Hasta eso, que ni siquiera había buscado de forma directa, resulta luego que estaba relacionado con mi presente.
Entonces se da el hecho adicional de que en Roma, como es nuestro origen sociocultural, es aún más fácil que incluso sin buscarlos surjan estos paralelismos entre pasado y presente. Muchos son buscados intencionadamente por mí; otros, prácticamente nacen solos.
SS: Se suele decir que la historia la escriben los ganadores, pero la narran los perdedores. Esto, por ejemplo, explica que a partir del siglo XIX cuando nos referimos a las guerras púnicas se suele romantizar o rescatar la figura del cartaginés Aníbal, pero quien lo derrotó en Zama suele ser muy poco valorado. Sin embargo, usted eligió recurrir a la figura de Escipión el Africano, que, si bien su carrera política no terminó bien, ha pasado a la historia por las guerras púnicas. ¿Qué motivó esa decisión?
SP: Me interesaba mucho Escipión. Siempre empiezo mis novelas pensando qué personaje voy a retratar y quiero que sea uno que yo admire, porque me voy a pasar muchos años con ese personaje (hasta ahora, entre cuatro y siete años). Escipión era, desde el punto de vista militar, un personaje invicto y hay muy pocos de ellos en la historia. Más allá de eso, que es un hecho histórico relevante, me interesaba aún más que, si bien políticamente es derrotado, socioculturalmente no. Escipión y su entorno, su círculo cultural, se imponen sobre Catón el Viejo y su perspectiva de que todo lo extranjero es desechable, y ahí incorporan, incluso, la tradición de la cultura griega. A Escipión no le parecían desechables Sófocles, Aristóteles, Aristófanes ni Platón.
Entonces, el que Escipión se impusiera desde el punto de vista sociocultural, aunque fuera derrotado políticamente, hace que tú y yo pensemos hoy de la forma en que pensamos. Porque cambió la forma en la que Roma decidió asimilar la Antigua Grecia y su cultura y, de esa manera, nos llegó el pensamiento de los filósofos y escritores griegos con mucha más potencia, y eso ha hecho que seamos como somos, para bien o para mal. Yo creo que para mejor, gran parte de lo que se nos dice en la Grecia Clásica es muy relevante.
Luego, su figura tiene elementos novelescos magníficos, como el enfrentamiento contra su gran oponente, Aníbal. Un héroe se forja o crece como tal en la medida en que su oponente sea de magna envergadura. Y más magno que Aníbal, pocos.
Entonces, entre lo sociocultural y lo político-militar y el hecho de que novelísticamente daba mucho juego es que decidí decantarme por ese personaje.
Que la historia la narran siempre los perdedores es una frase que se dice, pero en este caso es una frase muy cuestionable. De hecho, suele ser más bien al contrario: la historia la va escribiendo el que gana. Otra cosa es que, cuando el que gana vaya luego perdiendo en el relato histórico, en el devenir histórico, se vuelva a reescribir la historia. Pero, por ejemplo, en el caso de Roma habitualmente la historia nos ha llegado a través de los propios romanos. Y por eso a veces es difícil encontrar una fuente equilibrada. La conquista de las Galias la conocemos sobre todo a través de Julio César, no tenemos muchos relatos de los galos. Sería interesante; Astérix y Obélix es solamente una recreación a posteriori muy divertida y con mucho encanto, pero sin duda alguna no muy histórica.
Entonces, la historia la suele escribir quien gana.
SS: Al comienzo de la tercera entrega de la trilogía de Escipión, La traición a Roma, leemos:
Según la tradición egipcia, una mujer embarazada podía conocer con anticipación el sexo de su futuro hijo o hija al introducir unas semillas de cebada en un saco y otras semillas de trigo en otro saco y orinar sobre los mismos a diario a la espera de ver si entre la arena y dátiles que debía contener cada saco germinaban primero las semillas de cebada o las de trigo. En el primer caso significaría que el bebé sería un varón y en el caso de que germinara primero el trigo eso sería señal inequívoca de que la nueva vida sería una niña. Si no germinaba ninguna de las semillas en ninguno de los dos sacos era señal de que el bebé nacería muerto. De ahí la congoja de la joven muchacha egipcia.
¿Hay algo de cierto en esta tradición egipcia?
SP: Hay. Y por eso lo incorporé, porque me quedé muy sorprendido cuando me enteré.
Me parecía simpático introducirlo como elemento de ambientación, en la medida en que se podía presentar como "eso era lo que ellos pensaban", y ya está. Pero sería muy raro que todo eso lo pensaran tanto tiempo si nunca hubiera algún tipo de correlación entre hacer eso y que luego no les salieran las cosas como toca.
Lo que me llamó la atención es que había una universidad norteamericana que precisamente se planteó lo que tú estás pensando, e hicieron una investigación con tres grupos de control, uno de mujeres embarazadas, otro de mujeres no embarazadas y un tercer grupo (por ser científicos) de caballeros. A los tres grupos le pidieron que durante la mañana, preceptivamente antes del desayuno, orinaran en los saquitos correspondientes con sus semillas y su arena, y lo que se dieron cuenta en este estudio universitario hecho en el siglo XX es que de aquellos saquitos de los hombres no germinó nada, de las mujeres no embarazadas no germinó nada, pero más de un 70% de los saquitos de las mujeres embarazadas germinaban. Es decir que, si germinaban, había embarazo. ¿Cómo los egipcios se dieron cuenta de eso? Pues no lo sé. De los egipcios no sabemos tantas cosas. Hay mucho misterio y mucho desconocimiento en ese mundo.
Pero es cierto que existía esa correlación. El test detectaba embarazos. Podía pasársele una mujer embarazada y no detectarlo, pero tú vas a la farmacia y coges un test de embarazo y puede pasar, con menos porcentaje, pero todavía dan fallos. Lo que sí descubrió el estudio norteamericano es que lo del sexo no cuadraba. No conseguían identificar de forma estadísticamente relevante el sexo. Detectaban el embarazo, pero no el sexo.
SS: Luego de Escipión, usted elige la vida de otro gran personaje, el emperador Trajano. ¿Por qué Trajano? ¿Es por el vínculo con Hispania?
SP: El vínculo con Hispania o con España sí que me interesó mucho, porque soy de los que piensan que, en gran medida, en mi país somos muy dados a no apreciar las cosas o los personajes de los que podemos estar orgullosos. Tengo la sensación de que en España —y no sé hasta qué punto en América Latina esto también es cierto, eso vosotros podréis ponderarlo— muchas veces no valoramos a los personajes de los que nos podemos sentir orgullosos. Por ejemplo, para que me entienda todo el mundo, el tenista español Rafael Nadal. A mí me parece que Nadal es incuestionablemente inconmensurable en su disciplina. Sé que es una cosa que no voy a volver a ver en mi vida y es algo poco frecuente, que deberíamos valorar en la medida en que no solamente es un gran tenista y muy victorioso en el tenis, sino que en su vida privada se conduce de una forma poco ostentosa y bastante ejemplar. Pero en mi país Nadal sale más en la prensa cuando pierde que cuando gana... y claro, podemos hacer la broma "es que es más noticia cuando pierde". No, es que nuestro país es así. Somos así. A Nadal lo han enterrado un montón de veces, cada vez que se ha lesionado dicen "ya se ha acabado Nadal", pero luego este hombre se reconstruye y vuelve a ganar. Pero es que España, en vez de sentir admiración hacia el que triunfa, está esperándolo en una esquina para darle en cuanto caiga. Es muy diferente el mundo anglosajón, que me precio de conocer razonablemente en la medida en que he estudiado en el Reino Unido y en Estados Unidos. Mi sensación es que en el mundo anglosajón se admira a quien de ellos triunfa en el mundo profesional.
En ese sentido, el español no sabe apreciar aquello de lo que puede estar orgulloso y Trajano es de esos personajes de la historia de España del que un español se puede sentir orgulloso. Yo no solo escribo sobre Trajano porque sea hispano; me interesa ese vínculo, pero hay otros emperadores hispanos que no me gustan tanto. En cambio, Trajano reunía las virtudes de un gobernante ejemplar. Gobierna dando el ejemplo: si hay guerra, va a la guerra; si hay una batalla, va a la batalla y se presenta en la primera línea de combate; si hay que andar cuarenta kilómetros, él baja del caballo y los anda con los legionarios; lucha contra la corrupción activamente, obliga a que los senadores corruptos devuelvan todo el dinero que han sustraído y luego los destierra; si falta agua en Roma en el barrio más pobre, hace un acueducto para que los pobres tengan agua, etc.
Era alguien que podemos admirar y conviene escribir sobre alguien del cual podemos aprender. Pero, adicionalmente, está el vínculo con Hispania: es nuestro, valorémoslo en su justa medida porque, además, no va a haber ningún británico que escriba sobre Trajano, pero si Trajano hubiera nacido en Londinium (Londres) a estas alturas podríamos estar debatiendo sobre la cuarta o la quinta versión que Hollywood hace, de que si una fue con Charlton Heston de Trajano, de que si ahora es Russell Crown, o Brad Pitt, o quien sea. Esa es, culturalmente, la diferencia que tenemos.
Aparte, Trajano tenía otro estigma en España y es que era homosexual. La homosexualidad ha sido un estigma en España durante muchísimo tiempo hasta hace muy poco, y me consta que sigue siéndolo en gran medida en algunos países de América Latina. Todo en evolución, pero todavía...
Pero imagínate una España franquista, ¿cómo va a novelar a alguien homosexual? Entonces ahí se le acumulaban estigmas a Trajano.
Pero yo creía que en el siglo XXI, con la homosexualidad no ya desestigmatizada, sino asimilada culturalmente y en una España donde estábamos metidos en unos casos de corrupción bastante grandes, novelar a Trajano me venía muy bien para hablar del presente.
SS: En la segunda novela de la trilogía sobre Trajano, Circo Máximo, en las campañas en la Dacia, parecería que la lluvia es un personaje más. ¿Qué importancia tiene el estudio ya no solo de la historia, sino del espacio y de la meteorología para sus obras?
SP: La climatología en general es un cuestión muy relevante en las campañas militares del mundo antiguo, y, como ya veías en las novelas sobre Escipión y Aníbal —el propio Aníbal podía tener en cuenta la dirección del viento— era muy habitual que tanto el uno como el otro tuvieran en cuenta la orografía, o la posición de los ríos: no es lo mismo luchar con un río delante que con uno en la retaguardia. Y el hecho de si iba a llover o no era un tema a tener en cuenta.
En el caso de la Dacia, no solamente lo investigué desde el punto de vista teórico, sino que me desplacé a las regiones de la actual Rumania, en la Europa del Este, donde pude comprobar in situ qué climatología se daba en aquellos emplazamientos donde tuvieron lugar algunas de las batallas más importantes.
Es cierto que el clima ha ido evolucionando, pero, precisamente, algunas de estas batallas tienen lugar en unos valles del Parque Nacional de Orastie, que en gran medida se han mantenido: al prácticamente no haber habido actividad humana y al ser zonas boscosas, es más probable que la climatología de esas zonas montañosas sea relativamente similar a la que podíamos encontrar en la época de Trajano.
Anecdóticamente, sí me ocurrieron cosas que las fuentes clásicas decían: al estar en esos valles, viendo esas lluvias que en seguida se constituían en tormentas de granizo, llegué a entender por qué antes esas tormentas Trajano ya elegía replegar las tropas. Allí lo entendí, en esos valles.
Siempre que puedo viajo a los emplazamientos que voy a retratar en mis novelas. A veces no es posible y a veces estos han cambiado mucho.
SS: Usted arremete contra el mito de Roma como el único imperio y el más grande e importante. Por ejemplo, nos encontramos con el imperio chino y la dinastía Han. ¿Cómo llegó hasta China? ¿Y cómo se informó acerca de China?
SP: La construcción de la tercera novela de Trajano [La legión perdida] me planteaba un problema que sé que los investigadores lo tienen claro, pero ¿cómo transmitirlo a los lectores? Me explico: el hecho de que Trajano intentara conquistar Partia es un elemento de una envergadura político-militar absolutamente descomunal. Los investigadores de la época lo tenían claro y yo también lo podía entender, pero cómo transmitir al lector que aquello era tan difícil.
Entonces, para que los lectores pudieran comprender la magnitud de lo que intentaba hacer Trajano, me pareció interesante narrar uno de esos intentos previos, fracasados, como fue el de Craso unos doscientos años antes. Pero, aparte, tenía que explicar que Trajano no hacía esa invasión por una cuestión puramente de ambición personal, sino que había una serie de motivaciones económicas —como siempre suele haber detrás de las grandes guerras— y una de las principales era el control de parte de la ruta de la seda, que traía tantos productos de Oriente.
Entonces, tenía que abrir la perspectiva: no podía plantear, a mi entender, la guerra entre Roma y Partia como la guerra y punto, sino en el contexto de que Roma y Partia estaban unidas por un cordón umbilical que era la ruta de la seda, que seguía por el norte de la India y llegaba hasta el corazón de la China Han.
Eso me planteaba otro problema, porque tenía que contar una novela en dos tiempos —el de Craso y el de Trajano— y en cuatro escenarios.
Empecé a pensar que eso podía no ser factible o manejable y me acordé de la novela Creación, de Gore Vidal. En esa novela Vidal recrea los cuatro imperios del mundo antiguo: Roma, Partia, India y China, unos siglos antes de lo que yo iba a recrear, en la época de Buda y Confucio. Y en este caso el foco no estaba puesto en Occidente. Roma en ese momento no era importante, sino Grecia, pero el foco estaba puesto en Partia. Esa novela es muy interesante porque el protagonista persa se ríe mucho de los griegos, a los que considera unos brutos. Creo que solo salvaba a Anaxágoras y a alguno más, porque eran matemáticos y los consideraba precisos. Es interesante, porque para los occidentales es una forma de reírnos de nosotros mismos. Ese ejemplo de novela me ayudó para ver que se podía narrar en varios escenarios.
Sin duda alguna, La legión perdida es la novela más compleja en cuanto a documentación, porque de Roma y territorios fronterizos como Partia podía tener un cierto conocimiento, pero para India y China tuve que ampliar mucho. Tuve fortuna en algunos momentos de la investigación: recuerdo que cuando quería incorporar cuestiones de textos que solo estaban en chino clásico —que viene a ser al chino actual lo que el latín es al español— no bastaba dar con alguien que supiera chino, tenía que ser alguien que supiera chino clásico. Y tuve la fortuna de que cuando estaba haciendo todo esto buscaba por Valencia, en los ambientes universitarios, y resulta que en el departamento junto al mío, en la Universidad de Valencia, estaba impartiendo clases de chino una profesora que, además, sabía chino clásico. Aquello fue muy cómodo y pude cotejar muchas de las dudas que tenía con esta persona, me vino francamente bien.
Luego, desde el punto de vista histórico, conocer una cultura —más allá de poder viajar— esencialmente es leer mucho sobre ella. Entonces dediqué un tiempo específico a leer mucho de la cultura kushan, del imperio Kushan de la India y de la cultura han, de la primera parte del imperio Han de la China.
Creo que el resultado fue una novela muy épica. Estoy muy orgulloso de esa obra, pero creo que solo yo soy consciente de lo que me costó documentarme.
SS: Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, es una de mis novelas preferidas. Sin embargo, en La legión perdida Adriano no es un personaje simpático. ¿Cuál es su visión del sucesor de Trajano?
SP: Mi imagen de Adriano es precisamente la que recreo en La legión perdida; si no lo pensara así, no lo habría hecho de esa forma. Comparto contigo que Memorias de Adriano es una gran novela, pero yo no le pondría el apelativo de histórica. Es una novela, a mi entender, sustantivamente psicológica y evocadora; desde ese punto de vista, es un gran relato literario y muy encomiable. Adicionalmente, y no cuestiono la capacidad redactora de Marguerite Yourcenar, pero creo que su recepción en el ámbito de la lengua española se benefició de un traductor como Julio Cortázar. Tuvo la fortuna de garantizarse una muy buena traducción. Porque puede haber autores que escriben en sus propios idiomas magníficas novelas, pero que la traducción no está a la altura. Yo diría que la traducción de Cortázar está a la altura del original, sino más, porque es Cortázar.
Pero más allá de la técnica literaria y del lenguaje, ella misma, Yourcenar, ha reconocido en entrevistas que del personaje de Adriano solo cogió lo que le interesaba. A ella le interesaba la cuestión psicológica, la evocación de esa historia de amor en el pasado, una historia de amor tormentosa entre dos hombres, le interesaba que en esa historia de amor uno de los personajes, en este caso Adriano, fuera una persona inteligente, culta, sensible, elementos que todos son ciertos y que yo no contradigo en la versión del Adriano que yo sitúo en La legión perdida. Mi Adriano es inteligente, es culto y tiene una sensibilidad para las artes. Lo que pasa es que, adicionalmente, era un tío —y disculpa el lenguaje de ir por casa— con el que yo no me iría a cenar. Porque si decías una cosa que le parecía mal te podía acabar matando y eso es un poco incómodo. Un personaje muy temperamental, muy irascible, muy caprichoso. Al contrario de Trajano, que usaba el dinero público para cuestiones públicas, Adriano lo utilizaba para cuestiones privadas, para construirse una magnífica mansión, la Villa Adriana, que es magnífica ahora para que nosotros la visitemos, pero que fue construida con dinero público. Con ese mismo dinero le construyó templos a Antínoo. Además, Adriano maltrataba a su amante y a su esposa. Trajano también era homosexual y el matrimonio con Plotina era un matrimonio político, pero había un respeto en el trato hacia la persona; en Adriano, no. Adriano era homosexual, tenía un matrimonio político pero, encima, maltrataba psicologicamente a su esposa. Entonces, es un personaje que se me hace muy agrio. Y el hecho de que Adriano ordene la ejecución del mejor arquitecto del mundo antiguo ya me lo remata[1].
Adriano es un personaje muy complejo que a mí, en su conjunto, no me gusta. Y yo decidí tratarlo completamente en su conjunto, porque, de lo contrario, ¿por qué Trajano no querría nombrarlo heredero? Algo tenía que haber, Trajano no era estúpido y Adriano era un posible heredero natural. Probablemente, Trajano veía el conjunto del personaje y no le ofrecía garantías. Más allá de eso, volviendo a Yourcenar, la novela me parece magnífica, pero como novela y no como novela histórica.
SS: A lo largo de sus obras, va tomando cada vez más relevancia el lugar de las mujeres en la historia, tanto así que la protagonista de sus dos últimas novelas es una mujer. ¿Cómo llega a Julia Domna?
SP: Me parecía interesante situar en el centro del relato a una mujer en la medida en que, si bien con menos frecuencia en el imperio romano, por ser un mundo patriarcal, también hubo mujeres de mucha relevancia. Y me parecía que el relato histórico y la disciplina histórica —en la que, hasta hace muy poco tiempo, no había historiadoras— están contadas por hombres, y es casi siempre una historia de hombres. No tenemos una historia realmente de la humanidad, sino una historia de los hombres. Esto está siendo modificado en la medida en que cada vez más historiadores hombres y más historiadoras mujeres están completando el relato histórico, y eso me parece interesante.
Muchas veces no se trata de cambiar lo que se ha escrito, sino de añadir cosas. El personaje de Julia me parecía muy épico, muy admirable. En un mundo completamente de hombres y siendo prácticamente una ciudadana extranjera a ojos de lo romanos, pues provenía del oriente del imperio, esa mujer joven e inteligente —y, según todas las fuentes, también muy atractiva— tenía todos los elementos para conseguir forjar una dinastía, que es lo que llega a hacer.
Me parecía una historia muy interesante de recuperar y, a la vez, era completamente de actualidad. Por eso hablábamos, al principio de nuestra conversación, de cómo desde el pasado muchas veces puedes hablar del presente. Novelar a Julia era una forma de hablar del presente.
Lo intenté hacer solo como una novela, en la que quería contar su ascenso. Pero es la novela con la que me presenté al premio Planeta, y cuando obtiene el galardón y tiene una gran proyección nacional e internacional, muchísimos lectores y lectoras me piden que acabe la historia de Julia. Y decidí hacerlo en una segunda novela, porque pensé que era bonito cerrar el guiño que había hecho a Robert Graves en el título. Yo, Julia era un guiño al título de la gran novela de Graves sobre el emperador Claudio, Yo, Claudio, y recordé cómo Graves nos cuenta la historia de Claudio en dos novelas: Yo, Claudio y Claudio, el dios, y su esposa Mesalina. Pensé en terminar el paralelismo e hice esa segunda parte, Y Julia retó a los dioses, que tuve la habilidad de publicar diez días antes del confinamiento estricto en España por la pandemia. Pero fíjate que yo digo que no es por mí, sino que es por Julia, que está acostumbrada siempre a luchar contra todo y contra todos, que esta ha sido una de las novelas más leídas durante este año tan complicado que hemos pasado, al menos en España. Me consta, luego, que en América Latina también ha funcionado muy bien.
SS: En esta última novela, Y Julia retó a los dioses, hay elementos que yo llamaría homéricos, en tanto que hay un diálogo entre los mortales y los dioses. ¿Cuál es su vínculo con el mundo griego?
SP: He de reconocer que mi vínculo con el mundo griego llega intentando entender mejor a Roma. Pero, así como explicaba hablando de porqué había novelado a Escipión, ya ves que en principio me interesaba mucho esa parte griega, pues entiendo que nuestra forma occidental de conceptualizar el mundo tiene que ver con los aciertos —y quizás también con los errores— que podamos encontrar en Sócrates, Platón o Aristóteles. Y luego, también, en nuestra tradición en la literatura occidental, que empieza probablemente con Homero.
En el caso de Julia, yo necesitaba algo para un final épico. Los finales de los personajes son siempre complicados porque llegamos a un momento anticlimático: desaparece el personaje principal y es un momento triste para los lectores. Con Escipión, añado al final un episodio sobre su hijo para que se vea que, más allá de la muerte del personaje, sus ideas perviven. En el caso de Trajano, en esa multitud de historias secundarias de varios imperios puedo proporcionar al lector elementos de justicia poética que compensen el dramático final del personaje central. Pero ¿cómo explicar la victoria de Julia, que es post mortem? Que es conseguir que su dinastía siga, más allá de su muerte.
Podía tomar la forma fácil: muere Julia y yo sigo 150 páginas. Entonces ves los acontecimientos históricos que siguen, en gran medida, un plan trazado por Julia. Eso para un historiador es correcto, pero para un novelista es narrativamente un desastre, porque yo sé que en esas 150 páginas adicionales el lector va a echar de menos a la protagonista. Por intentar luchar contra el elemento anticlimático de la desaparición del personaje, estoy creando otro elemento anticlimático que es seguir hablando del personaje sin el personaje. Eso es muy complicado.
La solución era continuar con el personaje a la vez que cuento lo que pasa después de su muerte. Pero tenía que hacerlo de una forma congruente, narrar aquello que los romanos de la época pensaban respecto al más allá. Más allá es el Hades, el otro mundo, son los dioses, el Olimpo, la laguna Estigia, Caronte, etc.
Recordé, además, que en Las legiones malditas una vez lo hice, en un pequeño episodio al final de la batalla de Zama, y gustó a los lectores. Se trataba de hacer eso, pero mucho más elaborado. Además pensé —bien traído por tí el adjetivo homérico— que, a fin de cuentas, no haría nada más que lo que hacía el propio Homero en la Ilíada o la Odisea, donde los dioses aparecen como personajes intervinientes en la acción.
Todo esto encaja no en la realidad del mundo romano, sino en la realidad que ellos sentían como suya. Entonces, entiendo que los lectores comprenderán que lo que hable del Hades y los dioses es algo que yo me invento, pero que voy a seguir siendo histórico en lo que pasa, en los hechos históricos en la Tierra. Y eso me daba la posibilidad de seguir hablando de la victoria de Julia más allá de su muerte, con la propia Julia apareciendo intermitentemente.
SS: Parte de la novela, por fragmentos, está narrada por Galeno. ¿La idea de incluirlo estaba desde el comienzo, o fue una forma de dar otra perspectiva a la historia de Julia?
SP: Galeno es un personaje en sí mismo de una entidad tal que he llegado a considerar el hacer una novela específicamente sobre él, porque es un personaje clave en la evolución de la ciencia y de la medicina en particular.
Pero me parecía importante que la gente comprendiera la gran dimensión de Julia. Al igual que con Trajano, que, para que se entendiera lo importante que era conquistar Partia, hice todo el esquema de los cuatro imperios. Yo creo que, si de una mujer de esa época te habla como narrador interpuesto un gran médico, y ese médico —como de hecho pasaba— admiraba a esa mujer, probablemente todo el mundo, incluso inconscientemente, empieza a mirarla con más interés, pues no lo está contando una persona de poca envergadura cultural o científica, sino uno de los grandes de la ciencia del mundo.
Me interesaba esa perspectiva de Galeno y me parecía muy admirable en sí mismo que entre los amigos de la emperatriz hubiera gente como él. ¡Caramba! ¡Cómo sería esta mujer, para que gente de esta envergadura la admirara! Me parecía que como narrador interpuesto podía dar mucho juego, como creo que en efecto es el caso durante las dos novelas.
SS: Su prosa tiene una gran agilidad, pero también un gran aspecto visual. Es muy fácil imaginar la situación que usted describe en sus novelas. ¿Hay proyectos para adaptarlas cinematográficamente?
SP: Sí que intento que todas mis novelas sean muy visuales y muy cinematográficas.
El escritor español Juan Eslava Galán decía que durante la primera mitad del siglo XX, el cine miraba a la literatura para aprender a contar historias, pero que desde la segunda mitad del siglo XX en adelante, cada vez más los novelistas miramos el cine para seguir aprendiendo a contar historias. Y yo añadiría, también, a las series de televisión.
No se trata de transformar nuestra literatura en una serie para televisión, pero sí de entender que la forma narrativa visual está en la mente de nuestros lectores, porque un lector puede acercarse a una novela mía habiendo leído más o menos novelas, pero es seguro que ha visto muchas series de televisión y mucho cine.
Además, el intentar hacerlo de forma audiovisual normalmente hace el relato muy dinámico. Vas cortando escenas, cruzando una imágenes con otras; estas son escenas recreadas con palabras, pero que vas cortando unas con otras y generan ese efecto dinámico que le da la apariencia de una película donde va plano contra plano.
Eso ha hecho que, en efecto, haya habido intentos de hacer adaptaciones de mis novelas. Estos intentos de adaptación chocan con dos problemas. Uno, con el coste económico: recrear el mundo de la Antigua Roma suele ser muy costoso. Dos, con el hecho de que yo intento que, si se hace una adaptación cinematográfica o una serie televisiva, el guion tenga al menos una relación razonable con las novelas, entendiendo que por supuesto habrá cambios, pero dentro de un orden. Entonces, ha habido algún proyecto que he parado porque yo tenía un disenso muy grande con los guionistas.
Hay otro intento en marcha, con el director Israel del Santo. Vamos a ver cómo se desarrollan los guiones. Hay que hacer una coproducción por el coste económico; ya tenemos productores en España, Italia (en Italia mis novelas suelen funcionar bien y Escipión es un personaje muy admirado allá), pero necesitaríamos que los norteamericanos —con su potencial económico— se incorporen al proyecto. Estamos en esa fase.
En una dimensión más modesta, pero en un producto que yo pienso que puede ser interesante, estoy terminando una serie docu-ficción de seis episodios titulada El corazón del imperio, en la cual voy a seguir hablando de mujeres en la Antigua Roma. Para recuperar personajes femeninos de Roma, como el caso de Julia —no sale Julia, pero salen otras julias—, o, incluso, mujeres que sí conocemos como Cleopatra o Livia, pero cuya imagen nos ha llegado distorsionada.
Esto funciona conmigo como presentador, luego salen historiadoras que van completando las opiniones que yo puedo ir vertiendo sobre estos personajes, y luego con imágenes de actrices y actores que recrean la Antigua Roma de estas mujeres. Estoy muy contento por cómo está quedando. Hemos puesto un elemento original y es que hemos rodado en latín. Nuestros personajes hablan en latín. Creo que será muy interesante, el latín le da un toque de autenticidad muy grande. Esto ha sido un poco conflictivo con la productora, pero al final han entendido que, en su audacia, puede ser un elemento que haga la serie aún más atractiva. Espero que se pueda estrenar en la plataforma Movistar+ —yo supongo que luego se podrá extender a otras— en noviembre de 2021. Esos son, de momento, mis proyectos televisivos y cinematográficos.
[1] Adriano ordenó la ejecución del arquitecto Apolodoro de Damasco en el año 133. El historiador griego Dión Casio escribe que dicha sentencia se debió a que el arquitecto se había burlado de las pretensiones arquitectónicas del entonces emperador.
Santiago Posteguillo (Valencia, España, 1967)
Estudió Lingüística en el Reino Unido y Literatura Creativa en Estados Unidos. Es uno de los máximos exponentes de la novela histórica, abocándose principalmente al período de la Antigua Roma.
Yo, Julia, la novela con la que obtuvo el Premio Planeta, rescata del olvido la vida y la memoria de la emperatriz más poderosa de Roma. Con su última novela, Roma soy yo, publicada en abril de 2022, Posteguillo comienza otro ciclo histórico, esta vez con Julio César como protagonista.
Shubert Silveira (Paysandú, Uruguay, 1991)
Estudió filosofía en Montevideo, Psicología en Varsovia y Filología en París. Colabora con Elipsis como traductor y entrevistador