diálogos - entrevistas
Contemplar el abismo
Diálogo con Ariana Harwicz, por Shubert Silveira
Número revista:
10
Ariana Harwicz estudió cine y teatro en Argentina y se radicó en Francia en 2007, donde comenzó su carrera literaria en la campiña francesa, cuyo paisaje le propició crear una de las voces más novedosas de las letras latinoamericanas contemporáneas.
Su primera novela, Matate, amor, fue publicada en 2012 y a ella le siguieron en un corto lapso La débil mental, de 2014, y Precoz, editada en 2015. Estas tres obras conforman una trilogía involuntaria que ha sido recientemente editada en Anagrama con el título Trilogía de la pasión. Estas ficciones indagan en una prosa vertiginosa el complejo vínculo entre madre e hijo, las pasiones, el deseo exacerbado y su falta. En 2019 Harwicz escribió la que es hasta el momento su última novela, Degenerado, un extenso y cínico monólogo de un hombre acusado de pedofilia.
En 2018, la traducción de Matate, amor al inglés (Die, My Love) permitió que fuese nominada al prestigioso premio Man Booker Internacional y recibiera un amplio reconocimiento por parte de la crítica y los lectores. Actualmente es una de las escritoras de lengua hispana más traducidas.
El estilo de Harwicz no deja al lector indiferente, con intensidad y crudeza su literatura explora el vértigo del deseo, la fascinación del crimen, la banalidad en los vínculos humanos y el potencial creador y destructivo de la maternidad, así como los tabúes de la sociedad contemporánea.
En esta entrevista la autora ofrece su punto de vista sobre la literatura y el arte, las dinámicas del diálogo, el cine, el estilo literario y la lengua.
Shubert Silveira (SS): Tu primera novela, Matate, amor, problematiza la relación entre madre e hijo. Muchas veces se habla de la existencia de un instinto materno; sin embargo, muchos estudios históricos —como los realizados por Elisabeth Badinter o Phillipe Ariès— muestran que no se puede hablar de tal instinto. En todo caso, existe un fuerte vínculo que es, ante todo, cultural. ¿Pensás que, de alguna manera, la novela problematiza esta cuestión?
Ariana Harwicz (AH): Claro. Cómo veo el vínculo madre e hijo en la vida, no sé. Es difícil. Pero me acuerdo que para escribir Matate, amor, que fue en 2011, hace una década, vi en ese momento muchos documentales y reportajes sobre madres en Francia, en las afueras y periferias de París, mujeres que tenían sus hijos y debían restablecer un vínculo, un contacto, porque no sentían nada. Me impactaba mucho y me parecía un terreno muy interesante para explorar desde la escritura. Madres no violadas ni forzadas a tener hijos —que también lo investigué para la novela: durante las guerras los soldados que violaban a toda una familia y todas las mujeres quedaban embarazadas. Pasaban las metralletas, los cosacos, los rusos, los alemanes o quienes fueran y quedaban todas embarazadas—. Pero me interesaba la maternidad que te agarra por sorpresa: parir un hijo y no sentir nada. En un momento, me despierto una mañana y no siento nada. Está todo el tiempo esa posibilidad de mirar un día al hijo y no sentir nada, levantarte un día y que ese amor esté cortado o impedido. Que no haya amor. Y también, porque hay tanta expectativa y tanta idealización, me interesaba jugar con esa idea de parir y que no haya emoción.
En todas mis novelas la maternidad incluye todo: el crimen, la posibilidad del infanticidio, la atracción sexual y erótica con el hijo o la hija. No quiero patologizar, pues podría incluir la simbiosis en La débil mental, pero no quiero utilizar categorías del psicoanálisis, la psiquiatría o la psicología, porque yo no psicopatologizo. Pero digamos que para mí la escritura es una madre y una hija o una hija y una madre, sus combinaciones posibles encerradas en un espacio vacío —muy a lo Peter Brook, Ingmar Bergman o Lars von Trier en Dogville— y preguntarse ¿qué puede pasar entre una madre y un hijo? Y la verdad es que puede pasar todo. Son dos misiles (ahora que en Europa estamos en guerra otra vez) enfrentados.
Mestizaje, independencia y microficción
Diálogo con Fernando Iwasaki, por Marialuz Albuja Bayas
Número revista:
10
Fernando Iwasaki (Lima, 1961), narrador, ensayista, crítico e historiador, visitó Quito en mayo de 2022, como ponente en el congreso que organizó la Universidad Andina Simón Bolívar sobre el tema de las independencias de nuestra América, con motivo del Bicentenario. Fue un placer conversar con él en esta entrevista exclusiva para Elipsis.
Caracterizado por su erudición, humor y agudeza, Fernando nos entrega ciertas claves de su pensamiento respecto de la historia, la cultura y la literatura hispanoamericanas, así como de la riqueza del mestizaje que hace de Latinoamérica un continente tan singular.
Aunque ha vivido en Sevilla desde finales de los 80 (después de otras idas y venidas entre el viejo continente y el Perú), su escritura, tanto ensayística como de ficción, es un diálogo constante entre los cuatro países que constituyen su origen, debido a la confluencia ancestral de un bisabuelo materno italiano, un abuelo paterno japonés, una abuela materna ecuatoriana y su Perú natal.
Ha publicado una enorme lista de obras que actualmente circulan por América Latina y Europa. Su ensayo RePublicanos: cuando dejamos de ser realistas recibió el premio Algaba de ensayo en 2008 pero su obra ensayística resulta casi innumerable, destacándose algunos títulos como Mi poncho es un kimono flamenco, El descubrimiento de España, Mínimo común literario y Brevetes de la historia universal del Perú, entre otros. En 2014 obtuvo el premio Don Quijote de Periodismo por su ensayo La mancha extraterritorial, “la patria de los narradores que vienen de las afueras del español”, en palabras del autor.
Su obra de ficción, no menos nutrida, pasa por el género novelístico (Libro de mal amor, Neguijón, Mírame cuando me ames), varios libros de cuentos (entre ellos, Tres noches de corbata y Helarte de amar), además de sus famosos microrrelatos en un volumen titulado Ajuar funerario. Esto sin contar con innumerables artículos publicados en diario El País y en otros medios de España, Latinoamérica y el mundo.
Sea cual sea el registro en que Fernando Iwasaki aborde la escritura, su pluma nos sorprenderá con su habilidad de encontrar una salida distinta para tratar aquello que nos concierne en tanto hispanoamericanos: el lenguaje, la identidad y esa mezcla increíble que somos.
Nuestro encuentro fue en el estudio de audiovisuales de la PUCE, y creo que habríamos charlado toda la tarde si no hubiera sido porque las baterías de los equipos terminaron por sucumbir…
Marialuz Albuja Bayas (MAB): Fernando, qué alegría tenerte otra vez en Quito, después de tres años de tu última visita, cuando viniste a presentar tu libro de cuentos publicado por Editorial El Conejo, El Cóndor de Père-Lachaise.
Fernando Iwasaki Cauti (FIC): Y yo encantadísimo de venir a Ecuador, porque es uno de mis países. Mi abuela materna era ecuatoriana, y yo la reivindico cada vez que vengo.
MAB: Quisiera que me saques de una curiosidad, ¿por qué eres miembro de la Academia de la Lengua de Puerto Rico?, considerando tu nacionalidad y tu lugar de residencia.
FIC: En realidad, no es curioso porque Puerto Rico es un país de la frontera del español; un país (aunque haya gente que diga que no es un país) que se encuentra entre el español y el inglés, y lo que hacen ellos es maravilloso: defender la lengua española. Por eso me siento honrado de ser miembro correspondiente de la Academia de Puerto Rico. Ahí están Sergio Ramírez, Mario Vargas Llosa, y estuvo también Antonio Skármeta, de modo que me he sentido en muy buena compañía.
El lenguaje como provocación de la memoria
Diálogo con Siomara España, por Juan Carlos Astudillo
Número revista:
10
Siomara España (Manabí, 1976) es poeta, narradora, crítica y docente universitaria, y uno de los nombres más representativos de la poesía ecuatoriana actual. Su obra, conformada por seis poemarios, ha ganado el Primer Premio Juegos Florales (Casa de la Cultura Ambato), en 2012 y el Primer Premio Poesía Universitaria Universidad de Guayaquil, en 2008, entre otros reconocimientos.
En el contexto del XIV Encuentro sobre Literatura Ecuatoriana y Latinoamericana Alfonso Carrasco Vintimilla, de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Cuenca, en el que fue parte del homenaje póstumo a Eliécer Cárdenas, platicamos sobre su vida, su poesía y aquello que se teje entre ambas.
Juan Carlos Astudillo (JCA): Quiero partir de una idea que encontré en una entrevista que te hicieron hace algunos años, y te quiero pedir que la continúes. Decías que tu relación con la poesía te viene desde la primera infancia…
Siomara España (SE): Muy sencillo. El caso es que, en mi casa, mi papá toca la guitarra y mi madre canta. Lo que escuchaba en casa eran pasillos. Tú sabes, las letras de los pasillos son poemas modernistas; entonces, me quedaba siempre en la música de la guitarra y de la voz de mi madre. Luego, también, por las revistas que había en la casa, herencia del abuelo paterno. Y paralelo a esto, el tema de los cuentos: mi padre es un gran contador de cuentos. En el invierno, sobre todo, la época de lluvias que nos tenía a todos atemorizados por los rayos y las tormentas. En el campo, en donde viví, la zona rural de Manabí, era muy tenebroso el tema del invierno. Entonces mi padre nos consolaba o nos alegraba la vida contándonos cuentos. Cuentos que jamás he encontrado en ningún libro de texto —y los he buscado— y que él contaba y los dejaba en continuación para la noche siguiente; era una algarabía y una necesidad el estar a las siete de la noche al pie de la hamaca de mi padre, todos congregados para escuchar el resto de la historia. Esa infancia la recuerdo con muchas carencias económicas, pero nunca carencias afectivas o de imaginación, porque mi padre nos ayudaba a tener esa relación tan rica y fértil. Eso nutrió mi vida futura: la música de los pasillos y la poesía modernista y, luego, esos cuentos de mi padre que hicieron un todo para que yo me dedicara a la literatura.
Éxodo X: Amor y odio entre “el yo y el otro” en la ciencia ficción
Diálogo con Luis Carlos Barragán, por Mario Morera
Número revista:
10
Durante el verano y otoño de 2021, al realizar la investigación para preparar un curso de postgrado de ciencia ficción en América Latina para Stephen F Austin State University, Texas, tuve la grata sorpresa de leer el cuento Éxodo X, del colombiano Luis Carlos Barragán. Un texto en el que el autor explora, según sus propias palabras, su obsesión por navegar las dinámicas de comprensión recíproca entre “el yo y el otro”, en una realidad alternativa en que cada criatura, humana o animal, vive con la latente posibilidad de transformarse un “algo/alguien” diferente al que/quien se era antes.
El Tercer Mundo después del Sol, antología de la que toma “Éxodo X”, es, como lo indica su contraportada, una vitrina en la que se propone la idea de que: Latinoamérica no es el tercer mundo, no es posibilidad de desarrollo, es una realidad en la que se amalgaman los saberes ancestrales, la ciencia, el realismo y la fantasía.[...] Cada cuento descubre que los cóndores, los jaguares, la ayahuasca, los indígenas, el chamanismo, los videojuegos, las inteligencias artificiales y el ciberespacio tienen su lugar en la ciencia ficción.
Mario Morera (MM): Luis, hemos leído tu cuento Éxodo X en nuestro curso de posgrado de ciencia ficción hispanoamericana. Lo leímos luego de obras de Borges y Cortázar, y los estudiantes fueron muy productivos al leerte usando los mismos parámetros aplicados con estos escritores. Para escribir un cuento, hay que considerar que se escribe como preparación para la última línea. En el caso de Éxodo X, esto funciona.
Luis Carlos Barragán (LCB): Yo escribo de una forma muy intuitiva. Más o menos sé cómo va a terminar la historia. Yo sé dónde quiero llegar, pero no sé exactamente qué palabras voy a usar. Sabía que quería terminar con el personaje aceptando su transformación, y convertir el ‘mantener su identidad’ en el enemigo. Aceptar que el sistema tiene que continuar.