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‘El paisaje para mí es una pérdida, la pérdida del paisaje original’

Entrevista a Yolanda Pantin, por Pamela Rahn Sánchez

Número revista:

8

Mi primer encuentro con la poesía de Yolanda Pantin surgió de un taller que tomé en 2016 con otro poeta y profesor venezolano, Samuel Gonzales Sejias. En él, nos sentábamos a discutir los poemas de Yolanda con una paciencia y un cariño muy bonitos. Este taller me dio la oportunidad de realmente adentrarme en su poesía, de escuchar sus imágenes leídas por otros poetas, estudiantes, profesores, amas de casa, cantantes, etc. Todos intentando descifrar o, más bien, apropiarse del misterio que hacía la poesía de Yolanda tan maravillosa, de todo lo que no decía, de la ausencia de la que hablaban sus imágenes y de cómo ella construía a distintas mujeres que eran ella, pero a la vez no. Disfrutaba de cómo, a veces, se burlaba de lo doméstico y cómo reivindicaba esa tristeza tan propia de la esencia femenina, llenándola de un cierto sin sentido que me hace sentir libre al leerla. Para estudiarla me compré uno de los tomos más grandes que tengo en mi biblioteca, su antología sacada por Pre-textos, titulada País. La vida de Yolanda y su familia fue una historia de ruina familiar, de dolor y de caballos muertos, que se fue transformando. Sus primeros libros tienen esa tradición fundacional de la construcción/destrucción de la casa, que es tan poderosa —resonó, además, con la historia familiar de mi padre y me conmovió profundamente—, así como la historia detrás del encuentro del letrero de Calicanto, la casa donde muchos de los grandes poetas venezolanos se reunían junto a Antonia Palacios a leer. Yolanda y yo nos hemos encontrado un par de veces, y siempre me sorprenden su humildad y sus descubrimientos. Es de esas poetas que no pierden la curiosidad y continúan creando porque encuentran cierta belleza —a veces pura, otras veces amarga— en lo mínimo. Creo que es algo que se nota en esta entrevista y en sus poemas. Espero que la disfruten.

Pamela Rahn Sánchez (PRS): Un poema tuyo que siempre genera mucho fervor y comentarios es Vitral de una mujer sola. Es casi un poema himno, como podría ser "Derrota", de Rafael Cadenas. ¿Te has llegado a hartar de ese poema? ¿Crees en los poemas himno o tus favoritos son esos poemas ocultos, que congelan un momento vital?


Yolanda Pantin (YP): Ese poema surgió de una manera espontánea, a partir de la imagen de una mujer que vi en la mente caminando por una calle de Berlín. Eran los años 80’ y la capital alemana era una encrucijada difícil. Yo no lo veo tanto, o nunca lo vi, como un poema himno, pero sí entendí que al leerlo en público movía a las mujeres presentes. Y pienso que la razón de esa conexión es la honestidad con que la fue escrito, siguiendo un impulso verbal, una cadencia, o una concatenación de hechos o de imágenes, detrás de esa mujer que iba sola caminando por una calle de Berlín. No me gusta tanto leerlo porque es muy largo y pierdo la inspiración o el aliento que hace falta para sostenerlo, pero entiendo que es importante para algunas mujeres por lo que resuena en ellas como espejo.


PRS:¿Qué piensas de la juventud poética venezolana y latinoamericana en general? ¿Qué tenemos nosotros, ahora, que no tenía tu generación y viceversa? Pienso, sobre todo, en tu época de Trafico, esa época mágica de la poesía venezolana en donde todos se reunían en casa de la mítica Antonia Palacios, que ahora releo y encuentro muy similar en su misterio a Clarice Lispector. Si te apetece, háblame de tu relación con Antonia como escritora.


YP: La poesía es una pasión de la juventud. Solo los jóvenes pueden vivir esa pasión y beberla de un trago, a fondo blanco. Ese primer impulso que te mueve y no te suelta, es un impulso adolescente y al que le debemos todo: lo más importante, la entrega ciega e irracional a algo que no se sabe… Nosotros tuvimos ‘aquello’ pero ustedes tienen ‘esto’, que es amplio y diverso y parece, en sus posibilidades, no tener límites. Hablo de la posibilidad ahora de hacer poesía no solo escrita, sino abrirla y explorar el campo visual, teatral, musical. No hay límites para ustedes.


PRS: Una vez te escuché decir que, en realidad, una de tus grandes tristezas había sido no quedar en la Academia de diseño de Caracas. Sé que en tu juventud pintabas. Muchas personas, en broma, me han dicho que los poetas somos músicos frustrados. Al menos en mi caso, es completamente cierto. ¿Crees que también podrían ser pintores frustrados? O será que, en general, “escribir significa conocer el ser en el fracaso”, robándote una cita de Joseph Conrad, con la que empieza tu poemario Épica del padre.


YP: Esa pregunta tiene que ver con la anterior. No sé por qué razón, en aquel momento, tuve que escoger entre el arte y la literatura. Mi cabeza adolescente se vio obligada a escoger; pero también es cierto que el no haber pasado el examen de admisión del prestigioso Instituto de Diseño de Caracas fue un golpe muy duro, porque era muy joven cuando lo recibí. El segundo golpe en esa dirección fue cuando, trabajando en el taller privado de un pintor mediano en Caracas, me frustró no poder seguir su camino. No podía con los bodegones, no sabía resolverlos. Entonces, como compensación, me inscribí en la Escuela de Letras de la UCAB y seguí un camino —el de la poesía escrita—, cuando pude haber seguido varios caminos. Ese llamado a elegir en nombre de una vocación que se impone en algún momento de tu vida es completamente innecesario. Quien percibe ‘la poesía’ es un artista y dispone de las herramientas que le hagan falta para hacerla ver. Lo importante es explorar.


PRS: Al igual que tu enfrentamiento con el paisaje —que para mí es el rasgo definitivo de tu obra, siendo el paisaje siempre un hábitat melancólico—, La figura de la mujer es otra constante, desde un sentido crítico/irónico, sobre todo al comienzo de tu obra, doméstica y misteriosa al pasar de los años. Estamos en una época en donde los derechos de la mujer se han resaltado y reevaluado para crecer como sociedad y eso ha llevado a enfrentamientos dolorosos e, incluso, a suicidios. ¿Cual es tu opinión al respecto? ¿Sigue siendo la mujer una figura importante en tu obra?


YP: El paisaje para mí es una pérdida, la pérdida del paisaje original, de allí su llamado melancólico. Sin embargo, hay en mis últimos libros una suerte de conciliación o, mejor, un duelo por la pérdida de ese paisaje. Con respecto a los reclamos, las conquistas y retos de la mujer, ahora no puedo sino apoyarlas incondicionalmente. Esta ola del feminismo es muy poderosa, hay mayor conciencia y, por lo mismo, hay mucha rabia, lo que traerá con dolor los cambios inevitables. Estaremos, entonces, al fin, ante otro paisaje.


PRS: Para terminar, y evitando preguntar sobre cómo es ser escritora en un país tan complejo como Venezuela, quisiera que me hablaras libremente sobre cómo habitas en ese país interior, Turmero; sobre tu nieta y las orquídeas, en esta época tan difícil de pandemia.


YP: Hay un texto de Casa o Lobo que habla de ello: “Mi padre dibuja un lugar, habla de paisaje, de jardín, de un alto muro que lo defienda”. Todo lo que importa está dentro de cada quien.





Yolanda Pantin (Caracas, Venezuela, 1954)

Estudió Letras en la Universidad Católica Andrés Bello de esa ciudad. Es autora de los libros de poesía: Casa o Lobo (1981), Correo del Corazón (1985), La Canción Fría (1989), Poemas del Escritor (1989), El Cielo de París (1989), Los Bajos Sentimientos (1993), La Quietud (1998), El Hueso Pélvico (2002), Poemas Huérfanos (2002), La Épica del Padre (2002), País (2007), 21 caballos (2011), Bellas Ficciones (2016), y Lo que hace el tiempo (2017). En 2014, Pre-textos publicó País, poesía reunida 1981-2011. En 1989 recibió en Caracas el Premio Fundarte de Poesía. Fue becaria de la Fundación Rockefeller en Bellagio Study Center. En 2004 recibió la Beca Guggenheim. Por el conjunto de su trabajo recibió en 2015, en Aguascalientes, México, el premio Poetas del Mundo Latino “Víctor Sandoval”; y en 2017, en Madrid, obtuvo el XVII Premio Casa de América de Poesía Americana.


Pamela Rahn Sánchez (Caracas, Venezuela, 1994)

Realizadora cinematográfica, mención guion en la Escuela Nacional de Cine de Caracas. Es ganadora del premio Gloria Fuertes de Poesía Joven (2018) con su libro Breves poemas para entender la ausencia (Editorial Torremozas, 2019). Autora del poemario El peligro de encender la luz (Hanan Harawi Editores y Todos tus crímenes quedaran impunes, 2016), de la plaquette Flores muertas en jarrones sin agua (Difusión Alterna Ediciones, 2017) y del poemario La luz entre las cosas (Sion Editorial, 2020). Combina la poesía con el collage, sus creaciones pueden encontrarse en Instagram y Facebook, en el espacio Papeles Renacidos.

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