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Exilios sin retorno

Entrevista a Horacio Castellanos Moya por Shubert Silveira, Juan Romero Vinueza y Marx Hidalgo

Número revista:

7

El escritor Horacio Castellanos Moya nació en Tegucigalpa en 1957. Sin embargo, se mudó con su familia a El Salvador cuando tenía 4 años y allí estudió y comenzó a forjar su vocación literaria. En sus cuentos y novelas vemos una mirada lúcida y crítica sobre la violencia y los acontecimientos que han signado la vida de El Salvador y la región en las últimas décadas.

Su novela más conocida es El asco: Thomas Bernard en San Salvador, la cual le valió un reconocimiento a nivel internacional, pero también amenazas de muerte en su país y la decisión de exiliarse en México. El movimiento, entendido desde el traslado, la migración y el exilio, es característico de sus personajes pero también del propio escritor salvadoreño, quien ha vivido en Costa Rica, Honduras, Japón, México, Alemania y Canadá, y actualmente es profesor en la Universidad de Iowa en Estados Unidos.

En esta entrevista hablamos sobre su último libro, Roque Dalton: correspondencia clandestina y otros ensayos, publicado recientemente por Penguin Random House; allí aborda el enigmático final de la vida del poeta Roque Dalton y la realidad de El Salvador en la década de los 70. La obra compila, además, reflexiones acerca de sus influencias literarias (con orfandades y herencias), su contacto con la política y la literatura, los exilios, los regresos, el boom, Rulfo, Vargas Llosa, la ideología, la figura del escritor, el narcotráfico y la violencia, entre otros temas que nos interpelan directamente en tanto que latinoamericanos.

¿En qué momento la figura de Roque Dalton pasa a ser una obsesión para usted?


HCM: Me parece que la palabra obsesión es un poco excesiva. Es un tema que me ha interesado mucho, eso sí. ¿En qué momento comenzó ese interés? Tengo una suposición al respecto: en el momento en que me enteré de que había sido asesinado por sus propios camaradas. ¿Cuándo, cómo o a través de quién me enteré? No tengo recuerdo de ello, tal como digo en uno de los ensayos de mi libro recién publicado. Ya había sido yo deslumbrado por su poesía, pero no sabía que estaba muerto, que lo habían asesinado. En 1975 era yo un chico de 17 años que quería ser poeta; a esa edad las impresiones golpean con mayor fuerza. De igual manera me impresionó en esa época saber que César Vallejo había muerto prácticamente de inanición, tal como me enteré al leer la correspondencia entre el poeta y Pablo Abril. Pero Dalton pertenecía a mi tiempo y a mi espacio, a la identidad que entonces buscaba. Eso quizás explique la cosa.


¿De qué manera llegó a revisar los archivos de la familia Dalton?


HCM: Conozco a los hijos de Dalton (Juan José y Jorge) desde hace mucho tiempo. Con Juan José fuimos incluso compañeros de trabajo en el mismo periódico en San Salvador en 1994. Ellos me autorizaron. Lo demás fue tener un propósito, viajar y hacer la tarea.


¿Cuál es su noción de archivo? Pensamos, por ejemplo, en lo que sucede en la novela Insensatez, en la cual el archivo, el documento escrito, juega un papel fundamental en cómo el personaje reacciona y se relaciona frente a la violencia.


HCM: Ninguna noción fuera de lo común. El uso que hago de los documentos depende del proyecto en que estoy embarcado. Si se trata del ámbito de la ficción, los documentos solo tienen razón de ser en función de la historia que invento: la trama y los personajes determinan cómo los utilizo. No me interesa si los documentos expresan una verdad histórica o son cuestionables, lo que me importa es cómo encajan en la ficción, la verosimilitud de su utilización. Es el caso de Insensatez y de Moronga. Ahora bien, si se trata de un proyecto de no-ficción, como en el ensayo narrativo sobre Dalton, donde la veracidad es lo importante, la cuestión es radicalmente distinta: son los documentos los que permiten armar la historia.


Muchas de las preguntas sobre el final de la vida de Dalton quedan abiertas y en muchos casos, en su último libro, usted realiza suposiciones de qué pudo haber pasado o qué pudieron haber sentido los involucrados. ¿Nunca pensó en llenar estos vacíos a través de la ficción y escribir una novela sobre Dalton?


HCM: De pensar, uno puede pensar muchas cosas, y hasta entusiasmarse mientras las piensa, pero que esos pensamientos generen la voluntad y la decisión para aventurarse en un proyecto narrativo no siempre sucede. No me interesa rellenar con ficción los vacíos que aún se tiene sobre los motivos reales que condujeron a la traición y asesinato del poeta, ni sobre cómo sucedieron los hechos, ni dónde escondieron su cadáver. Debe usted tomar en cuenta que las dos personas acusadas por la familia Dalton de haber perpetrado el crimen material están vivas. Es un hecho que, si bien sucedió hace 46 años, aún está muy cerca.


En su libro La metamorfosis del sabueso usted se refiere a algunas de sus lecturas y también habla con fervor de Dalton. Del mismo modo en su última novela, Moronga, su asesinato es uno de los ejes del libro. ¿Cree que en parte esa novela fue para exorcizar la muerte del poeta y guerrillero?


HCM: No. En esa novela, los documentos desclasificados existen en función de la trama y el personaje ficcionales. Lo importante en Moronga no es Dalton, sino la crisis que vive el personaje Erasmo Aragón; se trata de un proceso de derrumbamiento psíquico y emocional que culmina cuando es acusado de haber abusado de la niña guatemalteca que tiene el diablo adentro. Las referencias a Dalton en mi obra narrativa tienen lugar curiosamente en mi primera novela, La diáspora, y en la más reciente, Moronga –se le dedica también una página en El asco. Pero he publicado otras nueve novelas en las que Dalton no existe ni se le menciona, "ni huele ni hiede" como se dice en El Salvador.


El asesinato de Dalton, como también de monseñor Romero y los jesuitas, son crímenes abiertos que siguen impunes en El Salvador. ¿Cree que estos casos podrán ser cerrados alguna vez o permanecerán en la impunidad para siempre?


HCM: No tengo idea. No puedo predecir la historia.


Desde sus obras narrativas Insensatez, El asco: Thomas Bernhard en San Salvador, Moronga o Indolencia podemos observar temas persistentes y que también se reflejan en sus ensayos. ¿Cómo se relacionan la idea misma del asco con la impunidad, la violencia, el estado fallido, la deshumanización de la sociedad?


HCM: Ser testigo de una injusticia genera rechazo mental, anímico, en el ser humano. Cuando la injusticia se repite y se generaliza en la sociedad, no es extraño que se produzca la sensación de repulsión, de asco. Creo que es un mecanismo natural en el ser moral, digamos, y que se neutraliza en aquellos sujetos que cometen la injusticia. Ahora bien, en países en los que se viven conflictos políticos de alta intensidad, donde el uso de la violencia es la norma, la experiencia de la víctima y la experiencia del victimario con frecuencia pueden convivir dentro de la misma persona. La magia de la literatura es pelar esas capas, sacar a la luz las contradicciones esenciales del ser humano.


En la figura de Dalton está también la del poeta comprometido con la revolución de izquierda. Usted se posiciona desde otro lugar, el cual muchas veces genera odio por parte tanto de la izquierda como de la derecha. ¿Cómo considera que ha cambiado la figura del escritor en América Latina?


HCM: Son otros tiempos. Ahora las preocupaciones del escritor son distintas: la figuración, el mercado y el seguimiento de las pautas ideológicas implantadas con éxito por el puritanismo liberal estadounidense a través de las redes tecnológicas. Lo que prima es la cultura del relumbrón, ser correcto, el alineamiento, el revisionismo histórico que los evangelistas liberales imponen para sentirse buenos, participar del linchamiento colectivo contra aquellos señalados como transgresores de lo correcto, apoyar y justificar a la nueva inquisición. El sentido de rebeldía en el escritor latinoamericano pertenece al pasado; y el sentido de libertad es papel mojado. Siempre habrá excepciones, por supuesto.


En sus novelas hay personajes centroamericanos (no solamente salvadoreños) que están en el exilio —o se exilian— y a su vez tienen una relación con la escritura. Asimismo, muchos de los escritores salvadoreños, entre los que se encuentran tanto usted como Dalton, han debido emigrar o exiliarse. ¿Piensa que es posible que un escritor logre llevar una vida literaria sin salir de El Salvador?


HCM: Con dificultad. En países muy pobres y con vida literaria muy limitada, el escritor debe hacer un esfuerzo sobrehumano para escribir su obra, y si es joven y aún no es conocido, vivirá con la incertidumbre de si su obra será publicada o podrá salir de las estrechas fronteras nacionales. Se necesita mucha resistencia, coraje, convicción en lo que se escribe. Puedo mencionar a importantes escritores de mi generación –como Jacinta Escudos, Miguel Huezo Mixco y Róger Lindo, por ejemplo– que han escrito su obra dentro del país. Y no olvide que Rodrigo Rey Rosa vive en Guatemala y Sergio Ramírez en Nicaragua, un país que en este momento es más pobre y asfixiante que El Salvador.


¿Mira a Centroamérica como un espejo del futuro de toda la región Sur? Recordemos las matanzas en las cárceles de Ecuador o la expansión del modo de accionar de los carteles mexicanos a otros países. ¿El brazo del narcotráfico está extendiéndose y, con ello, la violencia que genera a otras latitudes?


HCM: Vea usted, soy un hombre muy pesimista. Y si Latinoamérica ya estaba descascarándose, la pandemia ha venido a darle un remezón horrible. El narcotráfico es uno de los problemas, pero la corrupción de las élites, la carencia de instituciones confiables y la tremebunda concentración de la riqueza, han existido casi desde siempre. Lo nuevo quizá sea las roturas en el tejido social que sirve como red de protección ante la debilidad del Estado. Somos un continente sin brújula, como un borracho que trastabilla, a punto de rodar en el precipicio.


Usted ha vivido por muchos años fuera de El Salvador. Actualmente reside en Estados Unidos. ¿Piensa regresar a El Salvador? ¿Hay un sueño del retorno?


HCM: Del sueño como sinónimo de ilusión, carezco. Me quedan los sueños nocturnos, que a veces alivian y a veces asustan. Con frecuencia pienso en el futuro, pero lo único que se me aparece es la muerte. Quizá sea a causa de los tiempos oscuros que vivimos, y del envejecimiento que todo lo tamiza. Yo he retornado en varias ocasiones a El Salvador con la decisión de quedarme, tal como relato en un ensayo del libro recién publicado. Quiero creer que ya estoy curado de ese sueño del retorno.


Sus personajes son masturbadores o folladores, pero por lo general se trata de un erotismo desgastado, infecundo, en el sentido de que denota más bien un cuerpo social enfermo que drena a través del deseo, el horror y la violencia. ¿Cuáles son las lecturas que usted tiene del deseo a través de sus obras?


HCM: Eros y Tánatos van tomados de la mano. La búsqueda del placer se acentúa ante la cercanía o inminencia de la muerte. El placer del sexo, de la embriaguez y de la sangre conforman el mito dionisiaco. Mis personajes viven el sexo con desesperación, padecen lo que usted llama "erotismo infecundo". Su sexualidad, su búsqueda del placer, es fruto de una angustia existencial y no del amor. Y viven el sexo como una ansiedad que los conduce solo al equívoco: su mente convulsa les impide disfrutar el momento del placer. Y quizá, como usted dice, expresan a un cuerpo social enfermo.

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