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El Aleph Ese monstruo intertextual

Ensayo

El Aleph: Ese monstruo intertextual

Lucía Mestanza

Número revista:

4

Tema libre

Nadie puede articular una sílaba que no esté llena de ternuras y de

temores; que no sea en alguno de esos lenguajes el nombre poderoso

de un dios. Hablar es incurrir en tautologías. Esta epístola inútil y

palabrera ya existe en uno de los treinta volúmenes de los cinco

anaqueles de uno de los incontables hexágonos –y también su

refutación. (… pero biblioteca es «pan» o «pirámide» o cualquier

otra cosa, y las siete palabras que la definen tienen otro valor.

Tú, que me lees, ¿estás seguro de entender mi lenguaje?)

– J. L. Borges


… y así de sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,

comprenderás ya, qué los Alephs significan.

C. Cavafis



- El Aleph, la Biblioteca, está en el sótano del comedor. Alguien dijo que había un mundo en el sótano. Se refería, lo supe después, a la Biblioteca, pero yo entendí que había un monstruo. Caí. Al abrir los ojos, vi el Aleph, vi la Biblioteca.

- ¿La Biblioteca?

- Sí, el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe.

- Pero, ¿no es muy oscuro el sótano?

- Si todos los lugares de la tierra están en la Biblioteca, ahí estarán todas las luminarias, todas las lámparas, todos los veneros de luz.


En alguna de las páginas de Sobre literatura (2017), hay una explicación algo difusa acerca de la lectura y de los libros que no se leen y que, sin embargo, ya se han leído. Eco, haciendo una referencia a Borges, explica que aunque no se pretenda leer por completo un libro de nuestra biblioteca personal, a fuerza de mirarlo, de convivir con él o del roce de nuestros dedos por sus páginas, se consigue tal efecto. La benevolencia del libro abrazará eso y más. Es una idea que considera también Steiner (2002) para explicar el punto de vista de Borges del universo como una Biblioteca; ese pasar de las yemas de los dedos por el borde de las palabras le confiere al lector “el suave latido de una gran corriente que late desde un centro común” (pp. 42-43), la sensación de “la palabra final hecha con todas las letras y las combinaciones de letras de todas las lenguas” (p. 43). Llueve con furia y es como si la lluvia contribuyera a mi lectura, aunque no esté leyendo; alrededor me protege, inmóvil, una biblioteca y ese latir se extiende entre el sueño y la vigilia de una escritura por llegar sobre El Aleph . Eras de amor bañan las ideas acerca de libros.


Borges posee una “imagen cabalística del mundo, una metáfora maestra de la existencia” (Steiner, 2002, p. 41), en la cual “el Universo es un gran Libro” (p. 42) y en donde todo el paso del tiempo y todas las cosas que han sido creadas son “sílabas de un mensaje incesante” (p. 42) en el que es posible sentir el llamado “de una red ilimitada de significaciones, cada uno de cuyos hilos está relacionado con lo que Borges, en su intenso y enigmático cuento, denomina el Aleph” (p. 42). Ese gran libro es El Aleph, cuya condición intertextual abrupta sostiene y argumenta su ficción para llegar a prefigurar una Biblioteca universal.


La Biblioteca, que otros llaman universo –por “El universo que otros llaman la Biblioteca” – (Borges, 2012, p. 38), posee todos los libros del tiempo, los que han sido escritos y los que lo serán, pero además todos los que podrían ser escritos (Steiner, 2002, p. 42). ¿Cómo cabe una Biblioteca universal en El Aleph? Intento seguir una lectura de lo intertextual fuera de la teoría o el análisis del concepto para enumerar una pequeña parte de la erótica hedonista que deambula en el texto. Los sumerios llamaban a los catalogadores “ordenadores del universo”; Borges, como catalogador y enumerador excepcional, procura el placer del texto en una poética de lo intertextual que no se define forzosamente como “un campo de influencias”, sino más bien como “una música de figuras, de metáforas, de pensamientos-palabras; es el significante como sirena” (Barthes en Acosta, 1997, p. xiii). En este contexto, los cuentos borgeanos se parecen más a la descripción de “unmusical songs called songs” (Kerouac, p. 118). Páginas “adentro, el remo de Ulises se confunde con” (Steiner, 2011, p. 114) la pluma de Borges. La razón de la existencia está descrita en ese mar y solo hay que saber leer. Allí yace “aliviado, próximo al sueño, disolviendo bajo los soñolientos párpados el descanso de su mundo” (Rilke, 2015, p. 43) para configurarse en uno más amplio. “¿Quién impediría crecer en su interior el oleaje de su origen? Anudado en las crecientes fibras de su interno transcurso” y “enlazado por las lianas” (p. 43) de las palabras, ese lugar se puebla de humanos con “formas como de animales que” (p. 43) huyen, y de arroyos que queman, y de infames y de dioses. ¿Que hay líneas apócrifas allí? No, no lo son, simplemente relatan lo que está por suceder o lo que nuestras gastadas memorias ya han olvidado.


Como libro contenedor de todos los libros, El Aleph resguarda volúmenes capitales: allí duermen la Divina Comedia que incluye el viejo comentario de Andreoli, el Alcorán con todos sus murmullos reverenciales (Borges, 2014, p. 120) y sus azoras, el libro tercero de La Retórica de Aristóteles, o el duodécimo de la Civitas Dei (porque en las letras de rosa está la rosa y todo el Nilo en la palabra Nilo) (Borges, 1984, p. 885); pero también todas las versiones y volúmenes existentes y no existentes de esos libros. El Aleph, ese monstruo intertextual, discurre con casualidad entre la epopeya troyana y los monjes benedictinos del siglo XI, pasando por la profanación de “los cálices y las aras” (Borges, 2014, p. 43) de una biblioteca monástica donde se debaten códices griegos narradores del eterno retorno y llega hasta curiosas armas blancas del Indostán tan solo para propiciar un relato entre sikhs y musulmanes que convoca el refrán que dice que la India es más grande que el mundo, y todo, para significar que ese país también cabe en el libro.


En el relato final del monumental compendio se revela que el Aleph es una pequeña esfera (igual que la Biblioteca total) de espacio cósmico donde convergen todos los espacios y tiempos de la eternidad (Borges, 2014, pp. 202-05). Al final del cuento, el narrador –Borges– deduce que ese Aleph que le fue revelado en el escalón 19 de un sótano de Buenos Aires es en realidad un falso Aleph; sostiene que, al igual que otros Alephs, son todos “meros instrumentos de óptica” (p. 209), ya que el real, como signo del universo, se encuentra en el interior de una de las columnas de piedra que rodean el patio central de una mezquita en El Cairo. Nos dice además que esto lo saben muy bien todos los fieles del lugar y que Nadie puede verlo, pero que quienes acercan el oído a la superficie declaran percibir, al poco tiempo, su atareado rumor (p. 209). Nadie, por supuesto, puede inferir a ‘Outis’, ese personaje de “El inmortal” que parece ser el mismo del noveno canto de La Odisea y que en realidad sí es alguien, y –por lo tanto, en el lenguaje de Borges– todos los personajes a un tiempo, lo que configuraría la lógica de un libro total, refugio de una multiplicidad de significados, tal tarea es la de la Biblioteca. Esto me lleva a pensar, siguiendo la misma lógica borgeana, que los Alephs verdaderos deben ser aquellos que nos aguarden pasión –esto es fidelidad– verdadera; que las Bibliotecas son personales; que mi Aleph reproducirá, como un algo espectral, ante todo mis más intensas ideas y hasta mis obsesiones, así como la intertextualidad que puedo sembrar; porque ¡todo es espejo! y se regresa de uno mismo a uno mismo, como soledad multiplicada (Paz, 2004, p. 88) tan solo para repetir nuestro rostro en otro que hará lo propio, para alumbrar los ojos del perfecto lector que refleja la mirada absorta de Ser, porque nadie tiene más sed de tierra, de sangre y de sexualidad feroz como la criatura que habita el espejo (Pizarnik, 2014, p. 33).


Eco (1988) explica que el “de Borges es un universo en que mentes distintas no pueden sino pensar mediante las leyes expresadas por la Biblioteca”, pero aclara que “esa Biblioteca es la de Babel” y que “sus leyes son paradójicas”, que la “lógica de la Mente y la del Mundo son ambas una ilógica férrea”, que solo “con esa condición puede Pierre Menard reescribir 'el mismo' Don Quijote. Pero, ay, sólo con esa condición el mismo Don Quijote será un Don Quijote diferente” (p. 183) y cuestiona: “¿Qué es lo que tiene de rigurosamente ilógico el universo de Borges?”, pues que “funciona según las leyes de la ficción” (p. 183). Hay que estar inmerso en el universo Borges para leer a Borges, porque en su narrativa no se está “nunca ante el azar, o el hado, estamos siempre dentro de una trama (cósmica o situacional) pensada por otra Mente según una lógica fantástica que es la lógica de la Biblioteca” (p. 183).


¿Y qué hace de esa lógica de la Biblioteca una poética? Entre otras performativas, el juego lector, la erudición y los emblemas.


El juego lector hace que la trama alcance el plano de lo extradiegético; manuscritos, códices o cartas desvaídas en el tiempo que son entregadas al narrador –que además se llama Borges–, o procesos que comprometen el texto hasta provocar verosimilitud e interés. La obra de Borges “impone la lectura como metáfora fundamental de la historia: desde ella la realidad quedará cautiva en una biblioteca y los seres humanos, su condición, pueden ser pensados como lectores leídos” (Villalobos, 2004, p. 16). ¿Puede la metaliteratura, en tanto escritura sobre la escritura, fragmentarse en este punto para crear una metalectura que alcance al autor, al lector, al narrador y a los personajes para que en la fábula se pregunten si se puede leer acerca de lo que se lee? Empecé a leer El Aleph hace 20 años, no acabaré nunca.


La erudición en Borges está atravesada por el Geist de lo fantástico; esto es que la historia universal es tamizada por una memoria prodigiosa y por las tergiversaciones, versiones y perversiones que esa mente ha urdido después de innumerables lecturas que van desde las sagas islandesas hasta las vanguardias posmodernas que nos habitan. Como el agua, el texto fluye entre posibilidades, preámbulos y condicionales: “En la página 278 del libro La poesía, Croce, abreviando un texto latino del historiador…” (Borges, 2014, p. 57).


Los emblemas borgeanos más intertextuales son la Biblioteca –el Libro–, los Espejos y la Metáfora. Escribir Borges es otra forma de escribir Biblioteca. El lugar sosegado que en sus párrafos cede “las albas a su afán” (Borges, 1984, p. 809) es el lugar que, paradójico, abriga formas de comprensión hacia el ‘otro’ entre preguntas ilimitadas e iluminadoras dispersas entre sus páginas. Los espejos, como refractarios de la imposibilidad de distinción entre falsos y verdaderos argumentos (idea cratiliana), extienden el juego intertextual ambiguo entre realidad, ficción y ficción de la ficción que debate postulados filosóficos y teorías retóricas. La metáfora, que riega un contexto de referencia y de relectura amplio, abriga el principio de intertextualidad (Eco, 2016, pp. 217-18) y vuelve múltiples las lecturas borgeanas. Metatextos y paratextos, repartidos entre citas, alusiones, epígrafes, notas ficticias al pie y postdatas fechadas, prefiguran el monstruo que es El Aleph.


Allí un poniente en Querétaro refleja el color de una rosa bengalí (Borges, 2014, p. 206) y el pasado es la sustancia de la que el tiempo está hecho (p. 175), allí los pavos reales de papel carmesí (p. 176) descubren todas las cosas perdidas y olvidadas (p. 21) y todo es más poético (p. 126) que lo que ya es poético, allí las palabras de Tennyson evocan el entendimiento del mundo a través del acto sencillo e imposible de comprender una flor (p. 140). La historia de la literatura sánscrita, todavía por escribir, allí ya se ha escrito. En este libro, “el Aleph” de Beatriz Viterbo sugiere ser “el Paraíso” de Beatriz Portinari, y Beatriz Viterbo sugiere, en el mismo relato, ser Delia Elena San Marco y, a su vez, Elena de Troya.


Así, el compendio empieza y termina remarcando la idea de la pluralidad, no simplemente porque nombre referentes, sino porque los usa para comunicar lo intertextual del mundo; el epígrafe liminar lo comprueba: “There is no new thing upon the earth. So that as Plato had an imagination, that all knowledge was but remembrance; so Solomon giveth his sentence, that all novelty is but oblivion” (Borges, 2014, p. 9).


“Biografía de Tadeo Isidoro Cruz 1829 - 1874” usa un texto base –hipotexto–, para desarrollar un hipertexto que –solo en el final del cuento lo sabremos– pretende ser parte de la misma historia base. Lo confirman los indicios (como los sintagmas “perro gregario” o “gritó un chajá”) que el narrador nos da para encontrar en el epílogo que el cuento es una glosa de la fundacional Martín Fierro.


“La casa de Asterión” subvierte el mito minoico en una versión posmoderna sobre la fragilidad humana encarnada en lo monstruoso de Asterión. El monstruo cretense, que aparece en Metamorfosis de Ovidio o en Biblioteca de Apolodoro, ¿no tiende un puente posible entre los 1200 años antes de nuestra era y nuestros días? El cuento, desde el elíptico epígrafe, nos advierte que deberemos reconstruir el mito para deconstruirlo en la versión resemantizada de un tierno y humanizado minotauro.


El universo intertextual de El Aleph nos da las claves para armar tiempos y contextos y poder con ello configurar el subtexto en cada cuento, en el que yace una enorme Biblioteca Aleph, ese surtidor “mosaico de citas” (Kristeva en Acosta, 1997, p. 3) que permite lecturas más amplias del mundo; libera al lenguaje de cualquier sentido que amenace univocidad; propone un diálogo socrático, reflexivo, en la dialéctica del reflejo habitado. Lo sincrético diluye toda verdad absoluta y evoluciona el texto hacia lo universal que sensibiliza y sana. Afuera sigue lloviendo, desde mi Aleph puedo ver el reflejo de las lámparas en los veneros de luz y ya puedo sumar un libro más a los que he leído.

Referencias:

Acosta, R. (Ed.). (1996). Intertextualité. Criterios.
Borges, J. (2014). El Aleph. Penguin Random House.
_______. (2012). Ficciones. Penguin Random House.
_______. (1984). Obras completas. Emecé.
Eco, U. (1988). De los espejos y otros ensayos. Lumen.
_____. (2016). Los límites de la interpretación. Penguin Random House.
_____. (2017). Sobre literatura. Debolsillo.
Kerouac, J. (1995). Book of blues. Penguin Books.
Paz, O. (2004). Dossier I. Del Sur.
Pizarnik, A. (2014). La condesa sangrienta. Zorro rojo.
Steiner, G. (2002). Extraterritorial. Siruela.
_______. (2011). Errata. Random House Mondadori.
Rilke, R. (2015). Elegías de Duino. Sexto piso.
Villalobos, C. (2004). Borges: la lectura como experiencia primordial. U. de Chile.

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