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El Aleph La poetica de la derrota

Ensayo

'El Aleph': La poética de la derrota

Lucía Mestanza

Número revista:

6

Tema libre

I can give you my loneliness, my darkness,

the hunger of my heart; I am trying to bribe

you with uncertainty, with danger, with defeat.

– J. L. Borges



En ese espacio que se abre entre los mortales y los dioses, los actantes cardinales de El Aleph (2014) de Jorge Luis Borges gravitan en una condición de abatimiento, en un territorio de consternación, para ser narrados en una poética que describe el sentido de la derrota. Ello, puesto que la heroicidad es cuestionada a lo largo del compendio, para desarrollar, en un claro ejemplo de posmodernidad, la evidencia de lo que no pretende despertar admiración ante sus hechos y personajes sino más bien contradicción para acercar al lector al mundo de lo sensible que esos personajes son capaces de transmitir en el dolor de la fractura, de la frustración y de la duda existencial; conmoción de una representación en la que seres desahuciados se ven “enfrentados a un destino que no pueden evitar y que ellos mismos han provocado en su audacia” (García, 2020, p. 183). Es decir, figuras que son dilapidadas con el transcurrir del texto.


Puesto que vemos al héroe tradicional como un personaje cuyos actos y valores excepcionales fluctúan en la moral del entusiasmo (Cauvin, en García, 2020, p. 16), a quien las generaciones admiran y desean emular, los actantes principales de El Aleph no pueden ser considerados propiamente héroes sino sus antónimos. En la obra es posible apreciar, desde sus exordios, la anticipación de una inminente deriva que se aboca, con el desarrollo de esas experiencias infaustas, hacia el fracaso. Viaje, búsqueda o misión, el estado de ánimo consagrado a la nostalgia y a la evocación del abandono relata la pérdida y la sensación de acudir a ella con fe en el dolor. Así, estos relatos pueden ser calificados en la poética de la derrota.


Mientras el “paradigma heroico se refleja en el trasfondo del elogio” (García, 2020, p. 25), la poética de la derrota se funda en la representación de la reprobación que se construye en: el ser error, la narración del error, y el modo de narrar ese error. Así, esta poética estriba en tres cuestiones: el antihéroe en el estado melancólico del debate de sus pensamientos, estados de ánimo y proceder; los sucesos que consagran las batallas perdidas, es decir, lo que se narra; y, el lenguaje de la narración, su estilo, tono y atmósfera. A partir de allí se construye una alegoría que se sustenta en metáforas sucesivas que encarnan un gran equívoco. En la confluencia de estos tres elementos, la poética de la derrota cobra absoluto sentido.


Dehiscencia del héroe. El antihéroe. Es el cuerpo que sabe que se atiene a una derrota, que se deshace en el sigilo de la huida o que espera su redención en la rendición; tan solo, para rehacerse en ese no-héroe que deambula a la deriva a lo largo del compendio. Cuerpos desvaídos o abandonados a su pasividad, rodeados de nada; o por el contrario, tensos, en contorsión, diluyéndose en la contingencia que desarticula y fracciona. Personajes que caminan bordeando desfiladeros de soledad, que habitan el silencio y cuyo hogar es el abismo. Testimonios de carne y hueso que acuden prestos a su destino, cual es su misión de derrota. Dotados de un alma que es casi inexistente en el héroe tradicional, encarnan la humanidad en su pérdida. En el antihéroe, es la derrota la que se cubre del valor del que habla Borges cuando sostiene que “La derrota tiene una dignidad que la victoria no conoce” (Borges, 2014b, p. 535).


En el cuento “El inmortal”, por ejemplo, esta poética se aprecia en el comentario, sobre la Ciudad de los Inmortales, de “que toda empresa es vana” (Borges, 2014a, p. 22); una ciudad (personaje) derribada y asolada que surge como un símbolo final que sentencia haberse erigido “con las reliquias de su ruina” (p. 22). En este cuento, la muerte que “hace preciosos y patéticos a los hombres” (p. 25) representa también la derrota porque “Todo, entre los mortales, tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso” (p. 25).


En “La otra muerte”, Pedro Damián anhela una nueva batalla, que afirma sabrá merecerla, para revocar su pasado de cobardía por valentía: “Durante cuarenta años la aguardó con oscura esperanza, el destino al fin se la trajo, en la hora de su muerte.” (Borges, 2014a, p. 97) Así mismo, en “La espera”, el falso Villari es alcanzado en su estancia por el verdadero Villari y un desconocido, a quienes les pide que aguarden para darse “vuelta contra la pared” (p. 177) en espera de la muerte.


En “Deutsches Requiem”, zur Linde asegura en repetidas ocasiones que le “satisfice la derrota” (Borges, 2014a, p. 109) y entrega sus razones en el ensayo de sus fracasos que aunados proyectan como un don “orbicular y perfecto” (p. 110) su labor de destrucción, pues sostiene que muchas “cosas hay que destruir para edificar ese nuevo orden; ahora sabemos que Alemania era una de esas cosas” (p. 110). Este comportamiento, de fusión de la destrucción con la autodestrucción, y de la agresión con la autoagresión, es característico, según Enzensberger (2009), del ‘perdedor radical’ (p. 16). Zur Linde adquiere en su derrota valentía ante la muerte porque cree fervientemente en su causa.


“La casa de Asterión” es enteramente el relato de la derrota del Minotauro, un ser monstruoso pero humanizado, cuya misión es la esperanza de su fin, para obtener la redención. ¿Qué otra cosa es la derrota en el punto más alto de la poesía si no un Minotauro que desborda de soberbia y de locura, de quietud y de soledad, pero también y paradójicamente, de ternura? La derrota se eleva épicamente hacia la poética en la convicción que el Minotauro guarda sobre la profecía de su redención, en la que cree y a la que idealiza: “¿Cómo será mi redentor?” (Borges, 2014a, p. 87), en el augurio de la certeza de la muerte tan esperada: “Desde entonces no me duele la soledad” (p. 87), porque “alguna vez llegará mi redentor” (p. 87). El sol de la mañana reverbera en la espada de bronce (p. 88) y el Minotauro se deja vencer, en la poética de su derrota.


En “La busca de Averroes”, el fracaso se visibiliza en la imposibilidad de Averroes para “entender las palabras ‘comedia’ y ‘tragedia’, sin equivalente en árabe” (Olaso, 1999, p. 37), en el diálogo sostenido entre Abulcásim y Averroes sobre la poética de Aristóteles, la cual a este último le es imposible interpretar con exactitud. “Averroes era incapaz, según el relato, de reconocer una acción teatral que unos niños bajo su ventana estaban realizando” (Eco, 2012, p. 50). Así, a pesar de tener el códice aristotélico, catorce siglos entre oriente y occidente no reconcilian la comprensión de Averroes acerca del teatro.


En “La escritura del Dios”, la poética de la derrota se configura desde el encierro de quien logra entender el universo en las manchas de un jaguar y se resigna a que lo “olviden los días, acostado en la oscuridad” (Borges, 2014a, p. 150) porque quien ha entrevisto el universo no puede pensar en un solo hombre, aunque ese hombre sea él (p. 150).


Lo que se narra. El fracaso. En el texto “Hacer, la poesía”, Nancy (2013) sostiene que “lo difícil es lo que no se deja hacer”, y que además es eso “propiamente lo que hace la poesía” (p. 121). Esa dificultad, que eventualmente deviene poética, en El Aleph radica en un debate inasible que se deja ver en la construcción de cada relato. La ambigüedad crea la descripción de una y otra derrota donde la dicotomía ‘Dios es tan solo una figura poética’ vs. ‘una sola línea del libro sagrado puede aniquilar bibliotecas enteras’ se torna una batalla insalvable puesto que la prioridad en Borges es estética; porque es la literatura la que hace uso de la teología (a veces deformada) y no al revés. El diluvio de derrotas que narra El Alpeh se sostiene en la ambigüedad de proposiciones que aguardan hasta un último fragmento la cobardía al igual que la maravilla, tan solo para deshacerse como una nación que abdica sin saber bien el por qué.


Así, en “La otra muerte”, Pedro Damián desea una batalla que al fin le traiga la muerte para poder reivindicarse. La derrota de Masoller construye la poética en el regocijo del acto valiente de acudir hacia la muerte: “consiguió lo que anhelaba su corazón, y tardó mucho en conseguirlo, y acaso no hay mayores felicidades” (Borges, 2014a, 98). “La espera” describe la capitulación de Villari como un encanto: “En esa magia” –la de la poética de la derrota– “estaba cuando lo borró la descarga” (p. 177). Hay derrota en el giro en dirección contraria –hacia la pared–, que hace Villari cuando se sabe perdido en espera del fin. En “Deutsches Requiem”, zur Linde se dice: “Ignoro si (David) Jerusalem comprendió que si yo lo destruí, fue para destruir mi piedad” (p. 108); esa destrucción y autodestrucción de la ternura construyen poesía.


En “La casa de Asterión”, la poética de la derrota pende de las ‘azoteas desde las que el Minotauro se deja caer, hasta ensangrentarse’ (Borges, 2014a, p. 86) ya que el sujeto del laberinto borgeano “no está afuera, preguntándose por el sendero que lleva a su centro, sino adentro, desde siempre, resignado a no poder salir: el laberinto es ‘la casa’ de Asterión” (Olea, 1999, p. 43), cuyo significante es ese caos que proyecta destrucción.


Por último, en el que quizá sea el relato más insigne de esta poética –“La busca de Averroes”–, el narrador explica en el párrafo final que el propósito de la historia contada fue el de “narrar el proceso de una derrota” (Borges, 2014a, p. 126); y reflexiona en el mismo párrafo, que “más poético es el caso de un hombre –Averroes– que se propone un fin que no está vedado a los otros, pero sí a él” (p. 126), configurando así el hermoso fracaso.


El lenguaje de la narración. La alegoría. Nancy (2013) comenta: “Si accedemos de una manera o de otra a una linde de sentido, es poéticamente” (p. 119). El tejido verbal que se levanta a partir de la fe en el fracaso que abrigan los personajes de El Aleph, que se saben dueños de su destino desesperanzado y se apegan con tanto amor al abandono, construye la poética de la derrota en el plano del lenguaje que nombra lo sensible y doloroso; es el verbo que cae en cascada hacia el abismo donde “un pájaro detiene el silencio y la noche gastada se ha quedado en los ojos de los ciegos” (Borges, 2014b, p. 41).


Así mismo, en la posdata de “El inmortal”, se menciona la posibilidad de que toda la historia sea apócrifa, en una suerte de derrota lingüística que navega entre la ambigüedad de signos y referencias, y en la que todo se reduce a la capitulación concluyente que se sostiene en la sentencia de Cartaphilus que dice que “Cuando se acerca el fin” (Borges, 2014a, p. 29), lo único que queda es un puñado de “palabras desplazadas y mutiladas” (p. 29). Derrota del lenguaje.


En “La espera”, el texto describe una derrota que se sabe consumada incluso antes de que el narrador ha empezado el cuento: en el título. Y en “Deutsches Requiem”, “todo fracaso” es la sentencia de “una misteriosa victoria” (Borges, 2014a, 106). En “La casa de Asterión”, el lenguaje se lamenta cuestionando si existe otra cosa que pueda nombrar la poesía más que “el desvalido llanto de un niño” (Borges, 2014a, p. 85).


En “La busca de Averroes”, el juego lingüístico de esta poética refracta el fracaso del personaje en el del narrador: “Sentí que la obra se burlaba de mí. Sentí que Averroes, queriendo imaginar lo que es un drama sin haber sospechado lo que es un teatro, no era más absurdo que yo” (Borges, 2014a, p. 126).


La derrota narrada en la retórica abre el camino de lo sensible para llegar a una forma de comprensión que humaniza y que a través de la identificación trasciende, en forma de interrogante, hacia el lector. Dialéctica, diálogo de la belleza que reside en la poética que hay en la destrucción de un alma deshabitada y abandonada en el vacío. En tales circunstancias, lo que se ha devastado guarda la memoria de lo que ha sido bello aunque se haya extinguido. Es la derrota la que desborda humanidad y poética porque ha mudado del esplendor hacia la ruina; virtud de crear con el dolor el placer en la lectura.


Como un canto de redención, la poética de la derrota recupera la ternura en los actos resignados de los personajes-hombres cuya humanidad se desploma hacia ese lugar del retorno o del final de un viaje fallido donde el silencio se agolpa con furia invadiendo su memoria en un acto atroz que mira “este querido mundo que se deforma y que se apaga en una pálida ceniza vaga” (Borges, 2014b, p. 112). Es la derrota –no la victoria–, la que cuestiona poéticamente al personaje, al narrador y al lector.


Fuera de todo acto heroico, la narración de la derrota en la literatura borgeana configura el trayecto de un camino ruinoso que nos es familiar porque recrea la cotidianidad de lo mortal con la “que tropezamos en el laberinto de la intimidad”, que nos habla “del Minotauro que está en el centro del amor” (Steiner, 2017, p. 147) y que deletrea la palabra poética en el camino de ese encuentro con lo adverso: el desamparo. Si algo hemos aprendido de Borges, es que no es la victoria la que cubre con dádivas la poesía, sino la derrota, y que “el arte es esa Ítaca de verde eternidad, no de prodigios” (Borges, 2014b, 150). Capacidad que solo el desabrigo cubre y que tempranas glorias no alcanzan; las delirantes no logran retener la poesía que solo se mece en las ternuras del fracaso. Un animal herido se revuelca de dolor y solo con el dolor, honra; poética, en la derrota.

REFERENCIAS

Borges, J. (2014a). El Aleph. Penguin Random House.
________. (2014b). Poesía completa. Penguin Random House.
Eco, U. (1988). De los espejos y otros ensayos. Lumen.
Enzensberger, H. (2009). El perdedor radical. Ensayo sobre los hombres del terror. La Página.
García, G. (2020). La deriva de los héroes en la literatura griega. Siruela.
Nancy, J. (2013). La partición de las artes. Pre-Textos.
Olaso de, E. (1999). Jugar en serio. Aventuras de Borges. Paidós.
Olea, R. (1999). Borges: Desesperaciones aparentes y consuelos secretos, Colegio de México.
Steiner, G. (2017). Presencias reales. Siruela.
Weil, S. (2005). La fuente griega. Trotta.

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