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El libro y sus metamorfosis

Ensayo

El libro y sus metamorfosis: apuntes para una crítica a los procesos de lectura dentro de la cultura digital

Rommel Aquieta Núñez

Número revista:

9

Tema libre

Me dijo que su libro se llamaba el Libro de Arena,

porque ni el libro ni la arena tienen ni principio ni fin.

Jorge Luis Borges



Introducción


Somos parte de una sociedad que sufre la arremetida de cambios rápidos en su entorno evolutivo. “Hoy el mundo es joven, urbano, conectado y caliente” (Mirzoeff, 2016, p. 14) y precisamente dentro de ese mundo tan conectado se ha combinado lo conocido y lo nuevo en diversos formatos audiovisuales que lo tornan todo más simple, moderno, digerible y a la vez efímero: estéticamente bello, inútil, prefabricado y digital.


Vivimos conectados a una red global en la que circulan en exceso millones de imágenes y videos como respuesta a nuestro intento de ver y representar el mundo y la sociedad en la que existimos. “Uno de los usos más destacados de la red global consiste en crear, enviar y ver imágenes de todo tipo, desde fotografías hasta videos, comics, arte y animación. Las cifras son asombrosas: cada minuto se suben a YouTube cien horas de videos. Cada mes se ven en ese sitio 6000 millones de horas de video, una hora por cada habitante del planeta” (Mirzoeff, 2016, p. 15).


Este ensayo busca reflexionar sobre el debate amplio que gira en torno a la vigencia del libro impreso en la actualidad y la mutación de su soporte original a la nueva tendencia dominada por las plataformas digitales en un contexto tecnológico y digital que arremete con nuestra realidad. Además, se plantea generar un análisis crítico sobre la relación que se establece actualmente entre el libro y la lectura dentro de un mundo fantasmal que nos somete a la mentira de la imagen y la dictadura de lo falso.


El libro dentro de la cultura digital: una mirada rápida sobre su presente


“A lo largo de los últimos doscientos años, las tecnologías de comunicación evolucionaron como parte de las prácticas sociales cotidianas” (Van Dijck, 2016, p. 13). Nuestros hábitos cotidianos, hasta los más simples, parecen haber sido absorbidos por la cultura digital, las tecnologías de la comunicación y el avance de las plataformas tecnológicas.


Dentro de ese marco, un libro ya no supone entonces, y como hace muchos años, “un punto de encuentro de la soledad individual del autor con la soledad individual del lector” (Gubern, 2010, p. 65). Tampoco leer supone hoy la misma actividad de décadas pasadas. Hoy leer es un hábito más de la vida que ha sido absorbido y traspasado por la tecnología, las redes sociales y la potencia de la conectividad. En estos tiempos leer un libro, más allá de ser un acto cotidiano común, se ha convertido en un acto permeado por la conectividad y las plataformas digitales. Sin duda alguna, uno de los inventos más importantes de la humanidad hoy más que nunca se lanza al espacio público y digital con efectos de alcance y vaciamiento inimaginables.


La interconexión a la que nos vemos sometidos diariamente a través de las plataformas digitales, especialmente de las redes sociales, ha configurado una nueva infraestructura, en la que tiene origen un ecosistema de medios moldeados en red. La cultura participativa en este espacio se ha transformado en la cultura de la conectividad, la que le otorgó al libro y a la lectura un valor distinto en la sociedad, unas dinámicas diferentes y modernas entre los lectores y una metamorfosis singular respecto a su soporte histórico.


Las nuevas plataformas interactivas –Blogger, Wikipedia, Facebook, YouTube– entraron en escena con la promesa de convertir la cultura en un ámbito más “participativo”, “basado en el usuario” y “de colaboración”. Entre 2000 y 2006, no escasearon los teóricos de los medios que afirmaron que las aplicaciones de la web 2.0 estimulaban al límite la natural necesidad humana de relacionarse y crear, y hasta llegaron a celebrar, con demasiada antelación, el virtual triunfo del usuario (Van Dijck, 2016, p. 17).


El periodista y profesor universitario José Miguel Tomasena, en una investigación realizada sobre los videoblogueros literarios (booktubers), analiza la cultura participativa y la cultura de la conectividad, precisamente en el contexto de aquellas nuevas plataformas interactivas a las que hace referencia Van Dijck.  Tal parece que asistimos entonces a un nuevo momento en el que la comunicación representa un conjunto de intercambios, hibridaciones y mediaciones al interior de un ambiente donde se juntan la tecnología y la cultura. Precisamente, en ese ambiente, es donde el libro y la lectura son hoy algo reinventado y en constante proceso de cambio.


En la actualidad, es posible leer un libro en una computadora, una tablet o hasta en el teléfono móvil, y desde ese acto tan viable, es que las redes sociales han ocupado un lugar central como catapulta de acceso a la información y localización de libros. Las nuevas redes de comunicación parecen posibilitar de esta manera que muchas personas puedan participar de un acto tan habitual como la búsqueda de un libro, el debate y el comentario sobre su contenido, su compra y sus propias lecturas e impresiones de una u otra obra.


En un artículo de El Comercio de marzo de 2021, se señala que “el mundo editorial ha sido uno de los sectores culturales más golpeados durante el primer año de pandemia. Según datos de la Cámara Ecuatoriana del Libro, en el 2020 se registraron en total 4349 títulos, un 13,17% menos que en el 2019” (Tendencias, 2021, p. 1). La producción de libros físicos —no solo en el Ecuador, sino a nivel mundial— poco a poco parece sucumbir ante la realidad digital y su avance sin límites que lo desborda todo.


Los nuevos y conectados lectores, junto a la industria editorial moderna, apuestan por esta nueva producción, mientras los libros en papel van transformándose de a poco en apreciados regalos o hasta en artículos reservados para coleccionistas. Según el informe anual de Libranda —principal distribuidora de contenido digital editorial en lengua española en todo el mundo—, en el año 2020 tras los efectos que marcó la pandemia por COVID-19, en un contexto particular de confinamientos y restricciones, “la lectura digital registró datos muy positivos: un crecimiento excepcional de las ventas de libros digitales, del préstamo bibliotecario digital y del tiempo que los lectores destinaron a la lectura en las plataformas de suscripción” (2021, p. 8). Libranda agrega:


En 2020, el crecimiento del libro digital en unidades vendidas a través del canal librerías y bibliotecas en todos los territorios es de un 48 % y de un 37 % en valor en euros. […] Este crecimiento es un dato muy positivo, pues implica que 2020 es el undécimo año consecutivo de crecimiento del libro digital en lengua española en todo el mundo. Es, además, un crecimiento extraordinario, el más importante de los últimos tiempos. Esta evolución, tan favorable a nivel global, es fruto de grandes crecimientos en todos los territorios: en España, en todos los países de Latinoamérica y en Estados Unidos (2021, p. 11)


Lo cierto es que en medio de esta nueva realidad dominada por booktubers, producción digital de textos y redes sociales como espacio —casi único— del compartir y la participación, la lectura y el libro no han dejado de ser para el ser humano una actividad y un producto de consumo constante y necesario. Mucho más incluso luego de afrontar una pandemia a nivel mundial que obligó a las personas a buscar tranquilidad, refugio y una desconexión con la terrible realidad que nos marcó y nos va dejando esta etapa.


Vale la pena cuestionarnos aquí sobre lo que estamos consumiendo y produciendo al mismo tiempo, desde un contexto tecnológico y digital en el que la vigencia del libro impreso y la mutación de su soporte histórico marcan una nueva relación entre el libro y la lectura en un escenario donde la imagen, las partes, el consumo y el vaciamiento de contenidos relevantes integran el espacio digital, comunicacional y cultural al que en todo momento estamos conectados.


Los Talk show de finales del siglo XX han dado paso hoy a grotescos programas de “entretenimiento” en los que vemos orquestadas las cloacas de nuestras sociedades, es una mirar a la intimidad que nada tiene de mirada ni de íntima, se trata de espectáculos creados para dar ese efecto. Esta es pues la miseria de nuestro tiempo, recrearlo todo, hasta la mierda. Adormecidos en el fondo inasible del caos, somos ya incapaces de comprometernos con nada, no hablo del compromiso político, ni tan siquiera del compromiso humano con el amor o la vida, me refiero tan solo a la capacidad de disfrute: ¿cuándo fue la última vez que vimos una película sin mirar el celular, ¿cuál fue el último libro que leímos de corrido?, ¿cuál fue la última persona con la que compartimos un café sin la interrupción del smartphone? (Llerena Borja, 2020, p. 25)

Leemos más libros digitales —ninguno de corrido— y visitamos canales de los booktubers más famosos: ¿sentimos acaso desde esta nueva realidad un compartir verdadero de ideas sobre un texto mientras nos lanzan booktags, o es que acaso tenemos en frente la miseria de nuestro tiempo y nos hemos tan solo acostumbrado a verla sin intentar cambiarla? Compartimos únicamente la cita de un autor que nos gusta porque viene acompañada de una foto suya que nos gusta más; seguimos reseñas en video de obras maestras de la literatura y nos dejamos seducir por la lectura que alguien más hizo del libro que buscamos o que nos interesa. Ya no indagamos nosotros directamente en el pensamiento y la voz del autor, sino que hemos aprendido sobre sus ideas a través de lo que alguien en la red nos cuenta u opina de una de sus obras.


Para qué leer y comprar libros físicos en búsqueda de esa “extensión de la memoria y de la imaginación” a la que se refería Borges (1979), cuando definió al libro como el instrumento más asombroso del hombre, si en la actualidad tenemos el emoji Booktag que, según Tomasena (2016), permite a los usuarios “revisar su teléfono móvil, registrar cuáles son los diez emoticonos que más usan en WhatsApp y después grabar un video relacionando cada uno de ellos con un libro” ( p. 5).


Para qué leer y querer sostener un libro impreso en papel entre las manos si existen booktubers con 20 millones de suscriptores que te lo cuentan todo sobre el mismo en versión digital con tan solo dar un clic en uno de sus videos.


El nuestro es un mundo vaciado de sentido, un mundo leve, que ya no puede, ni quiere pensar. Nuestra mirada ha sido troquelada para ser inconstante, para pasar de una cosa a otra, para ver y no para mirar, para olvidar casi todo. Los formatos audiovisuales que triunfan hoy son: fáciles de digerir, rápidos, insustanciales, mucho brillo y nada más. Vivimos en un burdo Tik Tok. En un mundo así la cultura, ese sistema de ideas que salva del naufragio, ha dejado de tener vigencia: ¿para qué leer a Homero si puedo ver a Brad Pitt personificando a Aquiles?, ¿por qué leer a Marx si puedo ver en YouTube o valerme de un resumen anónimo de fácil acceso en internet?. La bellísima letra del texto antiguo nada puede contra las secuencias imposibles de esgrima y el rostro del actor. La fuerza del pensamiento de Marx se somete a la fácil digestión del resumen o a la plasticidad falsificadora de las imágenes (Llerena Borja, 2020, pp. 25–26).


La lectura como ejercicio crítico: apuntes sobre lo que hemos perdido

“El libro siempre será protagonista del aprendizaje, aún con la implementación y necesidad inminente de la tecnología y de las herramientas digitales, no hay mejor herramienta de aprendizaje que el libro, además aquel libro que se pueda subrayar, que está usado, que está comprendido, que está interiorizado” (Crespo, 2020, p. 16). Sigamos pues esta idea de Crespo, repensemos el sentido que los libros tienen en nuestra vida todavía. Escarbemos en esas tachaduras y anotaciones al margen que guardan algunos de nuestros libros físicos más preciados y consideremos en su materialidad palpable aquello que los convierte en testimonios irrefutables de una época.


Si bien la lectura en línea registra datos muy interesantes y positivos en tanto al crecimiento de las ventas de libros digitales, no olvidemos el contacto significativo que aún conserva la lectura de los libros físicos.


En los actuales momentos, la educación universitaria prescinde, cada vez más, de los libros. Hasta el punto de que, para obtener un título, no es preciso que los estudiantes hayan leído libros enteros, sino unos cuantos extractos, unos cuantos resúmenes, unos cuantos artículos que se pueden obtener en internet. En la misma condición que los estudiantes están muchos profesores. Antes un libro abierto o cerrado, simbolizaba el conocimiento y el camino que una persona debe seguir para alcanzarlo. Ahora, esa función la desempeña la imagen de una pantalla y un teclado. Un universitario no tendrá ningún problema en aceptar esta imagen como símbolo de la vida académica. Los libros tienen un papel marginal en su formación, y no solo porque en la universidad no se leen libros, sino porque tampoco hay interés en ellos. (López Milán, 2020, p. 35)


Superemos la recolección automatizada de la información de los libros fragmentados en la red, vayamos más allá y seamos críticos del contenido fotográfico y audiovisual que se volvió instrumento fundamental de aquella recolección de información. La actualidad digital y su relación con el libro impulsan la necesidad de hacernos muchas preguntas sobre su futuro, pero no nos limitemos a las mismas respuestas que encontraremos en línea.


En la actualidad, los lectores no son muy bien vistos y su actividad esencial, la lectura, es percibida por los no lectores como pasatiempo o tiempo malgastado. […] Tampoco es muy bien visto llenar la casa de libros. Los no lectores más osados, parapetados tras un discutible sentido práctico, llegan incluso, a sugerir al lector que venda o regale los libros que ya ha leído, sin entender que los libros, los buenos libros, no se agotan y que el lector ha establecido vínculos afectivos con ellos, de suerte que, si se diera el caso, preferiría que los ladrones se lleven su cama matrimonial a que se lleven los libros que compró con el mismo cuidado con el que algunas personas compran un pantalón o una camisa. (López Milán, 2020, p. 40)


Entendamos pues a la lectura como una labor transformadora, planteemos siempre que estemos frente a un nuevo libro, parafraseando lo que alguna vez dijo Borges, estar orgullosos de las páginas que hemos leído, y de las que vamos a leer, dejando que sean otros los que se jacten por las páginas que han escrito. Superemos nuestros propios procesos de lectura en los que nos convertimos en personajes que únicamente suben fotos de libros o de frases resaltadas de sus páginas a Instagram. Reflexionemos sobre la realidad actual que conlleva el acto de leer, adentrémonos en su dimensión social y cultural. Entendamos de una vez por todas que acceder a una referencia o un video en la web no es lo mismo que generar un proceso de discusión propio con el autor y su obra.


A manera de conclusión, bien podríamos sugerir que, ante la situación actual que vive el libro en medio de la emergencia de nuevas prácticas de lectura y formas de consumo ligadas a las plataformas digitales, el futuro del libro físico es una interrogante de nuestra realidad actual. Hoy quizás la respuesta a esa pregunta es clave y podríamos esbozar una contestación posible únicamente pensando en cómo los procesos de comunicación digital lograron transformar de forma drástica los cimientos de la lectura y la producción y edición de libros.


Lo cierto es que en este momento el libro, en su versión física o digital, debería servirnos como herramienta para poder construir —por medio de una lectura crítica, un debate y una reflexión rigurosa a partir de lo leído— algo que vaya mucho más allá de aquellas actividades que la cotidianidad contemporánea incita en los lectores modernos. Sin duda el libro seguirá existiendo, en sus formas actuales y futuras. Pensar la humanidad sin libros resulta casi imposible. El futuro de ellos es incierto, pero su desaparición total es lejana y, por lo menos en el aquí y el ahora, es necesario retomar aquellos vínculos no solo intelectuales, sino también afectivos que alguna vez establecimos con ellos y con la lectura.




Bibliografía


Crespo, A. (2020). El protagonismo del libro en la academia. La Revista | Lecturas-reflexiones-asombros, 7–18.

Gubern, R. (2010). Metamorfosis de la lectura (Primera). Editorial Anagrama.

Libranda. (2021). Informe Anual del Libro Digital 2020 (p. 112). Libranda A de Marque Group company. https://libranda.com/informe_anual_libro_digital_2020/

Llerena Borja, Ó. (2020). ¿Puede existir humanidad sin lectura? La Revista | Lecturas-reflexiones-asombros, 19–28.

López Milán, F. (2020). Los libros en la universidad. La Revista | Lecturas-reflexiones-asombros, 31–42.

Mirzoeff, N. (2016). Cómo ver el mundo (P. Hermida Lascano, Trad.). Ediciones Paidós.

Tendencias. (2021, marzo 22). La producción de libros físicos vivió su peor año; la digital va en alza. El Comercio. https://www.elcomercio.com/actualidad/cultura/libros-fisicos-peor-ano-digital.html

Tomasena, J. M. (2016). Los videoblogueros literarios (booktubers): Entre la cultura participativa y la cultura de la conectividad. http://repositori.upf.edu/handle/10230/27963

Van Dijck, J. (2016). La cultura de la conectividad: Una historia crítica de las redes sociales (H. Salas, Trad.; Primera). Siglo XXI Editores.




Rommel Aquieta Núñez (Quito, 1989). Papá y lector de tiempo completo. Comunicador social, periodista e investigador independiente en temas de memoria política. Magíster en comunicación mención en visualidad y diversidades.

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