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el miedo como protector del sueno y creador de mascaras

Ensayo

‘Juntacadáveres’: el miedo como protector del sueño y creador de máscaras

Aitana Samaniego

Número revista:

6

Tema libre

“El día que yo nací, mi madre parió dos gemelos; yo y mi miedo”

Hobbes



La forma en la que los sueños son interceptados por el miedo determina, en varias ocasiones, el comportamiento de nuestros deseos e ilusiones al entrar en contacto con la realidad.  El temor por los peligros pasados y futuros termina por romper, de a poco, la frágil burbuja de la esperanza y da paso a la dilución de aquello que nos alejaba de la terrible verdad. Así, la probabilidad del encuentro con aquello que por naturaleza o norma se establece como objeto de rechazo, es decir, con aquello que denominamos como impuro o abyecto, produce un intenso sentimiento de miedo y desconfianza (Pinheiro, 2006). El miedo no se limita a situaciones o a personas; puede ir tranquilamente de la mano de aspiraciones, decisiones, sentimientos, apegos, entre otros. En la novela Juntacadáveres (1964) del escritor Juan Carlos Onetti la fuente de este constante sentimiento —experimentado por cada uno de los personajes— se establece en el encuentro con la visión de la atrocidad cotidiana, la posible  ruptura del sueño y la creación de máscaras que solapan la identidad de los habitantes de Santa María.


Larsen: el miedo entre la ilusión y el fracaso


La conciencia del fatalismo en las obras onettianas nos ha brindado desde siempre una visión del mundo separada de lo objetivo, captando con un particular sesgo —el propio desacomodamiento y actitud de evasión ante la realidad— el modo en que los personajes se ciegan a sí mismos en sus sueños y emociones (Aínsa, s.f). Así, encontramos a Larsen —protagonista de la historia— mejor conocido como Juntacadáveres o Junta, un hombre hundido en engaños y ensoñaciones que, ligados al miedo, trastocan su existencia y la empresa que lo acomete en Santa María.


“Vivimos entre el recuerdo y la imaginación, entre fantasmas del pasado y fantasmas del futuro, reavivando peligros viejos e inventando amenazas nuevas, confundiendo realidad e irrealidad, es decir, hechos un lío” (Marina, 2006, p. 9). Larsen se configura, desde el inicio de la narración, como un personaje que trata de mantenerse al margen, alejado de toda situación o personaje que comprometa su cometido. Así, vuelve cada una de sus apariciones una perpetua desvinculación con el entorno que lo rodea y consigo mismo. Para Junta, la creación de un mundo más pequeño y manejable, de una realidad alterna, donde puede disponer de sus cadáveres —las tres prostitutas: María Bonita, Nelly e Irene— y del prostíbulo conocido como la casita azul, resulta en una evasión del entorno disfrazada de una falsa eficacia. Por esta razón, no logra solucionar su constante temor a la pérdida del sueño, al desenlace de la ficción, sino que apenas consigue disminuir, en cierto grado, la falta de control sobre su contexto. Esto origina una barrera entre el personaje y la decisión que este debe tomar para lidiar con el miedo y las situaciones que provocan su angustia.


El protagonista vive, entonces, entre una reiterada tribulación y una especie de apego al objeto temido —en este caso, la pérdida del prostíbulo y el regreso a su vida antigua—. De esta manera, se comienzan a gestar en el personaje la necesidad de respuesta ante la inquietud desmesurada por parte de los pobladores de Santa María y su condición de ser abyecto —alejado de los quehaceres de una vida normal—. En su estado de sujeto innoble, deja evidenciar el fracaso de su proyecto y la censura a la que es sometido al personificar la imagen del mal social. Larsen maneja, pues, gran parte de la narración intentando que este supuesto dominio sobre sus acciones y existencia sirva como un mecanismo de escape ante el temor y sus repercusiones.

En cuanto a este sentimiento y su presencia en la interacción entre Larsen y los demás personajes, es necesario mencionar la siguiente cita de la novela: “Ya tienen miedo de saludarme, de que los vean conmigo. Hasta tienen miedo de venderme los gringos. No me asusto, tenemos una concesión legal, no nos pueden echar. Pero me doy cuenta” (Onetti, 2013, p. 102). Como se observa, Juntacadáveres es visto como un personaje indeseable cuya vida discurre como amenaza para el modo de vida de los demás. Se proyecta como un hombre inmoral, agresivo y terco que busca salir ileso de la inminente derrota —el prostíbulo malogrado—, tratando de imponer ante el pavor de los demás la imagen soñada de su prostíbulo perfecto. En este punto se presenta, tal como lo menciona Marina (2006), el miedo como una emoción que corrompe las relaciones, situaciones, y la integridad del Yo en su espacio. En consecuencia, dicha emoción se convierte en una forma de percibir y habitar el mundo de Santa María, dando paso a la falta de comunicación entre el sujeto que lo siente y aquellos que lo perciben como peligroso.


Nelly e Irene: el miedo como evasión de la ciudad


Nelly e Irene —habitantes de la casa de persianas celestes— recorren Santa María, cada lunes por la tarde, sin mirar a sus habitantes —tratando de obviar cualquier rastro de humanidad en la ciudad— por miedo a los persistentes ataques hacia ellas. Dicha emoción se presenta como un manto transparente que, al igual que a Larsen, las protege de la realidad y les advierte del peligro del sueño frustrado. Al ser parte del prostíbulo, terminan por representar el cambio del ambiente cotidiano de la ciudad onettiana —aletargada en una especie de estancamiento físico-temporal—, por un espacio que revela cómo los verdaderos deseos de sus habitantes se encuentran ligados a la caravana de Junta y sus cadáveres.


Bauman (2006) explica que las nociones de miedo y de mal yacen unidas por las relaciones de alteridad. Los «otros» —en este caso, los habitantes de Santa María— se establecen como fuentes de las que se desprende una amenaza para las prostitutas. Ahora bien, el miedo se presenta como una emoción que cambia rápidamente de lo individual a lo colectivo. Esto debido a que el temor de los habitantes de la ciudad comparte un desencadenante: la exposición de sus pecados al público y la relación de estos con la identificación de las prostitutas como problema moral. Entonces, las respuestas ante este miedo se convierten en señales de alarma frente a las cuales se espera una reacción de repudio a la fuente de dicho malestar. Es decir, la preocupación infundida por el recelo de los moradores impulsa la toma de medidas defensivas y convierte la presencia de las mujeres en una amenaza real y tangible.


Como menciona Marina (2006), lo que denominamos «mundo» es la forma en la que la realidad aparece ante un individuo; es decir, se constituye en una hibridación entre lo general como espacio en el que todos los sujetos conviven —Santa María— y lo individual donde cada ser habita por separado —la realidad de las prostitutas—. De esta suerte, al primer síntoma del mal, empieza enseguida la planificación y estudio de una ruta de evasión capaz de disimular los efectos del pánico. En el caso de Nelly e Irene este proceso se produce cada lunes en la tarde, al realizar su paseo por la ciudad, en el cual, las interacciones entre las dos mujeres y el resto de personajes son evitadas, creando una «zona gris» en la que los papeles asignados: prostituta (mal social) y ciudadano (individuo amenazado) pueden ser fácilmente intercambiados. “En el fondo —lo sentían a veces durante el paseo, como el olor de los perfumes y del talco con que habían completado el baño después de la siesta— lo que arrastraban por el pueblo era el miedo, la sensación de no tener derecho a pisar aquellas veredas, a hundir las manos en las pilas de seda y lana de los mostradores. Lo sabían sin saberlo bien y por eso nunca lo nombraban” (Onetti, 2013, p. 58). Esta amenaza incesante, por parte del entorno, se convierte en la fuente principal de la constante angustia y preocupación. Esto, debido a las demostraciones de rechazo e increpaciones de los moradores de la ciudad. En este punto, las posibilidades de control y de prevención —en este caso, omitir la existencia de los pobladores de Santa María— se instauran como dos formas de escapatoria de las circunstancias. No obstante, al poco tiempo, es evidente que actuar o no actuar termina por producir el mismo resultado: inseguridad y hostilidad. La presencia y relaciones sociales de ambas mujeres terminan por enfrentar la normalidad del medio, impidiendo que la barrera de miedos se desvanezca.


Jorge y Julita: el miedo como teatro de máscaras


Otra perspectiva del miedo nos la ofrece la pareja de Jorge y Julita. El primero —personaje que vive a la sombra de su difunto hermano— llega a identificarse y a vivir en el odio y el temor instalados en la mirada y actitudes de la mujer. A su vez, para Julita este sentimiento se instaura en medio de su locura por la muerte de Federico y la forma en que se presenta ante Jorge. El miedo termina por crear un teatro de máscaras que posibilita la convivencia y desarrollo de los personajes.

El miedo, en cuestión, se presenta en la pareja mediante la noción de «temor referencial», término explicado por Marina (2006) como la construcción de la «autoridad» en calidad de instrumento de poder que exige obediencia. En este tipo de relaciones se produce una permanente búsqueda de seguridad y, a la vez, se desarrolla el deseo de imposición hacia los demás mediante el temor. Es posible identificar a la figura de Julita con esta imagen de autoridad y a Jorge como el personaje subyugado. “Reconocí mi miedo y, aunque ella pueda sentirlo y respirarlo, aunque se mezcle con los miedos de todos los otros que están en el mundo, sé que es mío, que es el más doloroso de sufrir, el único en que puedo realmente creer y soportar” (Onetti, 2013, p. 39). Por esta razón, como se ha podido observar en estos personajes, la proyección del Yo en el mundo exterior varía dependiendo de lo que el sujeto busque, recreando la realidad en función de dicho deseo. Esta situación, aparte de generar problemas con la percepción del espacio-tiempo, también desemboca en el desdoblamiento y fragmentación de la identidad. En este aspecto, se vuelve primordial el vínculo que se establece en la creación de máscaras, a través de las cuales, tanto Julita como Jorge pueden escapar constantemente de sí mismos. Esto con el objetivo de concebir un refugio mediante la locura y fantasía como mecanismos de defensa. No obstante, como menciona Marina (2006), las máscaras pueden ser armas de doble filo al utilizarlas para evadir el miedo: “el uso de máscaras tiene que ver con el miedo, aunque por caminos enrevesados, porque, según Roger Caillois, «máscara y miedo, máscara y pánico, están constantemente juntos, inextricablemente apareados. El hombre ha albergado detrás de esa cara segunda su éxtasis y sus vértigos, y sobre todo el rasgo que tiene en común con todo lo que vive y quiere vivir: el miedo. La máscara es, al mismo tiempo, traducción del miedo, defensa contra el miedo y medio de difundir el miedo»” (p. 37). Asimismo, este quebranto de la identidad se basa en una interacción caótica entre el Yo y «el otro yo». En el caso de Julita y Jorge, ambos presentan una doble personalidad, aquella que muestran a las personas del exterior y la que comparten por medio del temor en la intimidad de la habitación, testigo de sus encuentros. Por esta razón, la mujer es percibida como una típica viuda por las personas fuera de su entorno, y como una loca por quienes llegan a conocerla. De la misma forma, Jorge se muestra como un joven que busca conocerse y crecer, pero puertas adentro toma la figura de su hermano. Este rasgo en común, a lo largo de la narración, lleva a los personajes a apartarse y a reconocer su destino —la muerte en el caso de la mujer y el escape fallido de Santa María por parte del muchacho— aceptando que no se puede amar a quien se teme.


El miedo se presenta como un elemento transversal y dominante dentro de la novela del uruguayo; pues le permite mostrar de una forma vívida el proceso de evasión, identificación y deterioro, que experimentan los moradores de Santa María —cuyo único final se ve ligado al olvido y a la muerte—. De este modo, el miedo, bajo la pesimista mirada onettiana, engloba la ciudad, la existencia y las relaciones abyectas de personajes como Larsen, Nelly, Irene, Jorge y Julita. Así, se confirma lo que Díaz Grey diría en una de sus intervenciones: “Un hombre es disipación y el miedo a la disipación”.

Referencias:

Aínsa, F. (s.f). Las trampas de Onetti. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/las-trampas-de-onetti-0/html/ff554140-82b1-11df-acc7-002185ce6064_5.html
Bauman, Z. (2006). Miedo Líquido: La sociedad contemporánea y sus temores. Anagrama.
Marina, J. (2006). Anatomía del miedo: Un tratado sobre la valentía. Anagrama.
Pinheiro, R. (2006). Juntacadáveres: Absurdo y abstracción en la obra de Juan Carlos Onetti. Taller de Letras, (38), 55-73.
Onetti, J. (2013). Juntacadáveres. Alfaguara.

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