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Formas variadas de la fuga

Ensayo

Formas variadas de la fuga

Eduardo Varas C.

Número revista:

7

Tema dossier

La meta siempre es la misma: salir del lugar en el que se está y habitar otro espacio. No es necesariamente una acción física. En ocasiones sucede en la cabeza, en ese paréntesis que se crea para recorrer otro terreno. Huir, para que lo demás sea resistible.


Escapar para dejarse llevar y aceptar otras posibilidades. Para resolver algo o perder el tiempo.


En mi época de colegio hacía rayones de colores en el cuaderno mientras escuchaba las clases, mientras anotaba lo que había que anotar siguiendo el dictado, como máquina de eco. Salían las palabras y aparecían los garabatos. Todo en un mismo plano, como parte de un mismo sintagma.


Como si tuviera una necesidad de interrumpir mi obligación adolescente de estudiar para ser alguien en la vida. La fuga como reacción en cadena.


Me acuerdo del colegio y pienso en lo que era el ocio para los griegos, cuando nos explicaron que dejar de lado lo pragmático del trabajo era un requisito imprescindible para el desarrollo de las ideas y de la sabiduría. El ocio como un terreno de privilegio para que los pensamientos se vuelvan carne.


Había algo hermoso en eso. Y sí, estoy simplificando el concepto; ahí hay otra fuga, ya que no quiero hablar de eso, sino de la conclusión obvia: la simplificación es una fuga.


Aristóteles dijo que la ciencia y la filosofía nacían del ocio, de ese tiempo libre.


Yo garabateaba en mi libreta. Anotaba “Aristóteles” y luego un rayón en forma de estrella. O en forma de ojos.


También recuerdo que me impactó que esta premisa griega se sostuviera bajo un sentido de ciudadanía por el cual solo un grupo de personas podía dejar de trabajar para ponerse a pensar, porque los esclavos estaban ahí, trabajando. Igual con la democracia: los ciudadanos votaban y la gente, por debajo, solo observaba, sin capacidad de voto.


El ocio es una fuga llamativa. Se asienta en la posibilidad de que alguien no pueda fugarse para que otro sí. Lo sabemos desde la Grecia clásica.


También se podría decir que es una acción de resistencia propia del sistema, para aguantarlo y seguir en él. Porque una persona trabaja mientras la otra permanece en ese paréntesis, hasta que se cumple el tiempo y se cambian los papeles.


Una fuga que es más interrupción, para que la forma no se altere. Para que las cabezas no exploten como en una película de David Cronenberg o de Brian de Palma.


El ocio, más que ser un camino de sabiduría, es un tubo de escape que permite la salida de los gases de la combustión interna. Una función mecánica, nada interesante. Un garabato más, a manera de esmog o de música ligera, lo que llegue primero.


Huir, a veces, es tedioso. Es más de lo mismo. Dar toda una vuelta por el tablero de Monopolio, pasar por “Go” y reclamar los 200.


A veces ese escape consiste en pensar varias cosas, una encima de la otra, para conseguir una conclusión. No, la conclusión no importa, solo el ejercicio. Es el hipervínculo, estar en un edificio, ir de un cuarto a otro hasta habitar un cuadro de M. C. Escher. En esos saltos se genera la conexión necesaria.


Aquella que, eventualmente, tendrá sentido. Si es que llega a tener sentido. No importa la recompensa, sino lo que sucede durante la experiencia.


Ese salto constante de plataforma a plataforma. Un acto de liberación.

La fuga es, también, dejar las cosas inconclusas o terminarlas al andar. Porque de las fugas también se escapa. Esas pestañas abiertas en el ordenador, esos textos que se quieren leer y videos que se buscan ver, eventualmente. Y que no se leen ni se ven. La fuga es un campo minado de eventualidades. Deja rastros, eso sí.


Hay personas que siguen esos rastros para entender las fracturas que se producen cuando la fuga es un hecho.


En su cuento “Un pez en el hielo”, Ricardo Piglia pone a Emilio Renzi detrás de Cesare Pavese y su suicidio. Renzi está en Italia por una beca y recupera los pasos del italiano, para entender o estudiar su decisión de interrumpir su vida y, por ende, su obra. La fuga mayor, sin duda. Piglia escribió el cuento en 1970 y lo incluyó, luego de una reescritura considerable, en la edición de 2006 de su libro La invasión, publicado originalmente en 1967.


La fuga de Renzi es la fuga de Pavese. Es fuga porque Renzi se ha ido de Argentina para abandonar su historia. Pero en el cuento, lo de Renzi es respuesta a una obsesión, que se está revelando en su viaje: ve a gente que ha dejado de lado, caras de las que ha fugado, en otro país. La obsesión es la realidad, es no poder romper el orden establecido de las acciones y personas. Por eso Renzi insiste con seguir con la fuga de Pavese. Se esfuerza.


La fuga como escape.


También, como abertura ante otro tipo de fuga. Una de las más importantes. Cesare Pavese tomó somníferos el 27 de agosto de 1950 y se acostó, vestido de manera adecuada. Solo se sacó los zapatos, porque la muerte únicamente tiene ojos. El escape final, sobre lo cual no hay mucho que decir o insinuar.


“No escribiré más”, fue una certeza en Pavese, que unificó fuga con decisión. A veces hay conciencia detrás de los escapes.


Kafka no quiso escribir más y pidió que se quemara toda su obra. Otro sistema de fuga. Flannery O’Connor vivió hasta los 39 años porque el lupus no le dio más tiempo. La fuga principal, la que más se teme, es sobre la que menos poder existe. Quizá la muerte no sea fuga, solo interrupción. ¿Es fuga si no hay deseo?


Esa es la fuga que no se puede controlar, se la busque o no. Es una condición para la vida.


Virginia Woolf y las piedras en los bolsillos antes de entrar al agua, Cobain disparándose en la cabeza, Foster Wallace ordenando las páginas que había escrito para luego colgarse, Sylvia Plath y la puerta del horno abierta mientras el gas salía, con todo el cuidado para que la fuga sea solo para ella, no para sus hijos pequeños. Sí, los escapes son intransferibles.


Anne Sexton se puso el abrigo de su madre y se encerró en el garaje de su casa, bebió vodka y encendió el motor del auto, con todas las puertas cerradas. Pasar de un estado a otro, como pasar de un verso al que le sigue.


Cambiar de página o saltarse líneas. Fugar de un lugar y aparecer en otro. El arte como proceso de tensiones; desde quien lo hace hasta quien lo festeja.


Hacer arte es fugarse del mundo. Introducirse en una obra para contemplarla y desenhebrarla es interrumpir todo lo demás. El ocio es requisito para disfrutar de algo bello.


La persona que hace arte y muere hace una doble fuga, aunque sea interrupción. El punto final puede caer donde sea. Y se dibuja otro garabato. Quien experimenta el arte y muere, también ha escapado. Cuando se trata de fugas, no hay diferencia entre quien crea y quien disfruta de la obra.


Se detiene el pensamiento y se arrugan las hojas. El punto de orden es un mecanismo para que la realidad haga su aparición, para que cualquier reflexión tenga uso. Para que las ideas tengan sentido y abandonen el ámbito del caos. No se trata solo de fugar.


Tiene que existir una certeza para revelar algo profundo.


La fuga es posible como una transacción en la que Anne Sexton y Cesare Pavese asumieron el gesto suicida como propio. Cerrar toda vida y posibilidad de generar pensamiento depende de un sentido individual y de una obligación moral con uno mismo.


Sí, cada fuga es propia, insisto; no se puede trasladar de una persona a otra.


David Hume dijo que la muerte por mano propia no es un error, ni una afrenta a la voluntad divina. Es un acto que incluso ayuda a la comunidad. El suicidio no destruye ningún orden previamente establecido y no es un crimen en contra de Dios.


Para Hume, si matarse es un pecado mortal, curarse de una enfermedad o evitar algún peligro también lo es, porque también se va en contra de la voluntad divina.


Imagino a Hume teniendo esas ideas. Interrumpiendo su día a día para contemplar algún punto en el aire de Edimburgo y pensar, abrir posibilidades, escribir oraciones en su cabeza, tacharlas, divagar y abrir cajones mentales. Hasta escribir las palabras y divagar una vez más, borrar, ajustar, revisar, contraponer a reflexiones de otros. Tuvieron que pasar algunos años después de su muerte, en 1776, para que se publique lo que Hume reflexionó acerca del suicidio.


Una nueva fuga, que las palabras aparezcan en otro momento.


Y un garabato más, con una base y un pedestal que parecen imitar al tronco de un árbol. Luego se cruza otra tabla en la parte superior. Una cruz triste. De ahí, una persona hecha de palitos cuelga de su cabeza redonda.


Todo en nombre del ocio.

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