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Kafka el animal en fuga

Ensayo

Kafka: el animal en fuga

Fernando Albán

Número revista:

7

Tema dossier

Dos posibilidades: hacerse infinitamente pequeño o serlo. Lo primero es perfección, es decir, pasividad; lo segundo, inicio, es decir, acción.

Kafka, Aforismos.





1. Avanzar siguiendo el trazo ciego de pasos que van, sin saberlo, hacia el lugar del cual partieron. Ocio, inoperancia del movimiento que sume el deambular, el discurrir en un eterno círculo vicioso. La fatuidad es inherente a la prosecución de pasos que solo pueden encontrarse en la línea del comienzo; curvatura del deseo por la cual es posible encontrarse, pero sin buscarse. Reflexividad del paso —o del trazo— en el cual anida la posibilidad o la necesidad del tropiezo, pues únicamente en el súbito trastabilleo ir hacia adelante coincide con no haber dejado el punto de partida. «El camino verdadero pasa por una cuerda que no está tendida en lo alto, sino muy cerca del suelo. Parece hecha más para tropezar que para andar por ella» (Kafka, Aforismos).


2. Súbito tropiezo, caída en suerte. Caer, insistía Kierkegaard, es la inminencia de existir. Error que se ahonda en el secreto; decisión tramada en la impaciencia y en la negligencia que precipitan en el tormento de lo in-aparente: principio de la figuración. «Todos los errores humanos son fruto de la impaciencia, de la interrupción prematura de lo metódico, de un enquistamiento aparente de la cosa aparente» (Aforismos).


3. El desacierto —puerta del exilio— nos arroja en el desierto de la existencia; entonces, la errancia no tiene fin, pues no es más que la incesante aproximación a aquello que se sustrae a la vista. La precipitación avanza, sin pretenderlo, por el camino del error; confiada y testaruda, anhela agotar el infinito. «Hay dos pecados humanos principales de los que se derivan todos los demás: la impaciencia y la negligencia. Por la impaciencia los expulsaron del Paraíso, por la negligencia no vuelven a él. Aunque en realidad quizá solo hay un pecado principal: la impaciencia. Por la impaciencia los expulsaron, por la impaciencia no vuelven» (Aforismos).


4. Llevado por la impaciencia, señala Maurice Blanchot en De Kafka a Kafka, el hombre del exilio sustituye el término inaccesible por la proximidad de una figura intermedia. Sin embargo, el desacierto radica en no reconocer a lo intermediario como lo inmediato. La novela El Castillo está animada por la exigencia de un desenlace prematuro: «K. siempre quiere alcanzar la meta antes de alcanzarla» y en la precipitación se engendra la imagen, el ídolo, la idolatría. K. quiere alcanzar la unidad en la premura, donde solo encuentra la imagen, pero en ella la distancia se ahonda, privándolo de la unidad. Prendido por la imagen, esta se vela a sí misma, dándose como lo real: animal en fuga.

5. «La expulsión del Paraíso es, en gran medida, eterna: así, la expulsión del Paraíso es definitiva, y la vida en el mundo inevitable, pero la eternidad del proceso hace posible, sin embargo, no solo que hubiéramos podido quedarnos permanentemente en el Paraíso, sino que de hecho estamos siempre allí, lo sepamos o no» (Aforismos). Pero, ¿cómo saber si permanecemos o no allí? ¿No es este indecidible lo que anida en la fuerza inaparente, velatoria de la imagen? El secreto flota en la palabra sin más peso que el necesario para que ella sea seducida por la gravedad.


6. En Kafka la imagen oscila entre el silencio y la convención, entre la locura que la confina en la soledad y el error que busca la reconciliación con la palabra común. Sin alcanzar plenamente lo uno ni lo otro, las palabras encuentran el punto de fuga y devienen en seres fuera de uso. El precio a pagar es el tormento de la eternidad. Nada se realiza en lo ilimitado, solo subsiste un incesante des-obramiento que sustituye el mundo de la acción y del trabajo.


7. Odradek, personaje del relato «Preocupaciones de un jefe de familia» de Kafka, es un ser que evoca a un carrete de hilo; sin embargo, es siempre otro. Inclasificable, no se le puede apresar, así como su domicilio es desconocido. La soledad es, por lo tanto, la condición natural de este ser excepcional, sin par. ¿Puede ocurrir que se muera? Se pregunta el personaje narrador —el jefe de familia— y la respuesta no se hace esperar: «Todo lo que se muere tiene que haber tenido una especie de intención, alguna especie de actividad, que lo haya gastado; pero esto no puede decirse de Odradek». La disfuncionalidad de los objetos los lleva a existir fuera del orden de la temporalidad, del acabamiento, de la finitud y, con ello, el límite se les escapa. La temporalidad es recuperada una vez que el escritor produce la obra, que, no obstante, le sobrevivirá.


8. En «Informe para una academia» Pedro el Rojo anuncia a los puristas, desde el inicio, que no podrá complacerlos, pues no le es posible hablar de su pasada vida simiesca. En su relato discurre sobre el pasaje, tránsito o metamorfosis que le arrojó a la humanidad. Pero el simio nunca llegó a ser verdaderamente humano, como tampoco le fue dado preservar íntegro, en él, al animal. El relato, entonces, intensifica el espacio del umbral en tanto límite; pasaje en el que en una cuerda tendida, dos extremidades se pierden, no se alcanzan ni se conectan o se metamorfosean constantemente la una en la otra. El informe discurre sobre el devenir humano del animal; pasaje impracticable, pues insta a permanecer en él: pierde el límite pero recupera lo ilimitado.


9. Pedro el Rojo no es propiamente humano como tampoco animal, y la imposibilidad de ser algo estable, fijo, uniforme, hacia lo cual retornar o avanzar, determina que él mismo emita un gesto, un mensaje, un comunicado cuyo único fin es el de desplegar una distancia y despertar el deseo de recorrerla. El relato no consiste en la restitución de hechos localizados en el pasado o en el futuro; es, más bien, el movimiento por el cual el acontecimiento escritural se engendra. Mensaje en el que nace la palabra que narra, en tanto apertura a un movimiento infinito, que es el del relato de sí misma.


10. En medio de su cautiverio, Pedro el Rojo busca una salida y, ante el imposible retorno hacia sí mismo, la encuentra en un pequeño agujero por el que una corriente de aire le refresca los talones. «Sin embargo, le cosquillea los talones a todo aquél que pisó sobre la tierra; tanto al pequeño chimpancé como al gran Aquiles». La salida es la radical asunción de la finitud, que comunica con el inacabamiento y con la incompletitud. Ahora bien, Pedro encontró la salida en el instante en que, con voz humana, rompió a gritar: «¡Hola!». Aquel grito precipitó al simio en la comunidad de los hombres. La posibilidad de lo humano se sostiene en una efímera interjección, en el leve signo de salutación dirigido al otro, a cualquier otro. Sin embargo, en el instante en que la salutación encontró la posibilidad de un eco, los humanos, vueltos los unos en dirección de los otros, exclamaron: «¡Escuchen, habla!».


11. En la interjección «hola» se encierra la posibilidad de la relación con el otro; relación que debe quedar rota, des-articulada, sin respuesta. La salutación que Pedro dirige a los humanos no debe ni puede desencadenar en ellos un gesto de reciprocidad que implique un retorno o una devolución del signo recibido. Así, el saludo es lanzado al absoluto de una relación que no une, que mantiene viva la distancia, la separación, la des-articulación en el corazón mismo del término que está destinado a mantener en común, a reunir, a unir. En toda salutación hay un a-dios, pues se trata de un gesto lanzado al infinito de la separación.


12. La salida, para Pedro el Rojo, no requiere más que de un ínfimo espacio por el que sea posible deslizarse, «a derecha, a izquierda, a donde fuera». Solamente una mínima salida, una línea de fuga como afirmación de la vida. «No tenía salida, pero tenía que procurarme una: sin ella no podía vivir». La salida sujeta al individuo a la existencia con la locura del animal que no ha sido perturbado por el poder del amaestramiento.


13. El animal en Kafka retorna incesantemente para mostrar la salida. En «Un cruzamiento» se trata de un ser que es «mitad gato, mitad cordero», participa de las dos naturalezas por igual. Todo en este personaje es metamorfosis; desplazamiento inmovil que lo lleva a franquear incesantemente, en él mismo, el umbral de las transformaciones. Esta condición priva al animal de la posibilidad de ser nombrado, pues, como dice Platón en el Cratilo, los híbridos, al no participar de ninguna esencia, pervierten el régimen de la clasificación. La absoluta soledad es el tributo que paga este ser sin par, que se disemina por los ojos de los niños, aun cuando él no tiene retoño. Fuga hacia lo innombrable, desconocido paraje.


14. La figura más extrema, más radical, más enigmática del bestiario de Kafka es, posiblemente, la del ayunador. En «Un artista del hambre» son los ojos asombrados de los niños que boquiabiertos recogen el gesto del hombre pálido con costillas salientes. Mirada infantil, inocente, desprovista de juicio, nunca atravesada por una sombra de duda. Para los adultos, por el contrario, el espectáculo no era más que una broma y debía estar provisto de un complejo sistema de vigilancia para cerciorarse de la autenticidad del gesto; lo que ellos no saben es que el artista del hambre ayuna por gozo propio, pues no puede no ayunar. El arte, que se cristaliza en el cuerpo del artista, ocurre en el tiempo de la exposición; exhibición desnuda, performática, en la cual una pasividad se pone en juego disuadiendo todo un mecanismo fundado en la sospecha: «nadie, por tanto, podía saber por experiencia propia si realmente había ayunado sin interrupción y sin falta; solo el ayunador podía saberlo, ya que él era, al mismo tiempo, un espectador de su hambre completamente satisfecho». Solo el artista puede estar cierto de la autenticidad de su obra; no obstante, la posibilidad del relato radica en el no saber que envuelve al universo de espectadores. Resta simplemente creer y asistir al espectáculo con los ojos ávidos de los niños; fuga de la mirada que precipita al voyeur al interior de la jaula.


15. «Creer significa: liberar lo que hay de indestructible en uno mismo; o más exactamente: liberarse; o más exactamente: ser indestructible; o más exactamente: ser» (Aforismos).


16. La fe brota del mero hecho de existir, pues no se puede no vivir.


17. Con el paso de los años, el espíritu de los tiempos olvidó al ayunador. La jaula fue trasladada cerca de las cuadras donde yacen los animales; entonces, quedó decretada su sentencia de muerte. Nadie contaba ya el tiempo del ayuno; nadie sabía qué número de días habían transcurrido. Sin contar con testigos que lo salven, el gesto del artista se sume en el absurdo. Un lenguaje —rico o pobre—, afirma Deleuze a propósito de Kafka, implica forzosamente una desterritorialización de la boca, de la lengua y de los dientes. De estos, la territorialidad primitiva son los alimentos. Por el contrario, el vaciamiento de la boca que se suscita en el ayuno abre la posibilidad de ser llenada por los sonidos. Comer y hablar siguen líneas de fuga que van en direcciones opuestas y la tensión de los contrarios se agrava cuando la escritura es la que está en juego: «Hablar, y sobre todo escribir, es ayunar».


18. El deseo es una línea suspendida a ras del piso que, al seguir su curso, no es posible no tropezar. Trastabilleo, caída en suerte, comienzo del relato. Al final los pasos se encuentran en el umbral de inicio. Ocio que fuga en las huellas del animal imposible.

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