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Kynodontas o la podredumbre de la lengua

Ensayo

Kynódontas o la podredumbre de la lengua

Gabriel Avecilla Camargo

Número revista:

8

Tema libre

De todas las herencias de la carne, la lengua es la única que implora salvación a través de su podredumbre (la poesía), o de un exceso salival que se traduce al aglutinamiento de las palabras en las llanuras de la boca (el silencio). Kynódontas (2009), película del director griego Yorgos Lanthimos, provocó en mi lengua una amargura indeleble que engendró una sequedad marchita; me hizo repudiar, una vez más, mi lengua. La historia de Caninos es una distopía, pero es una analogía del mundo. Es la historia de las tres lenguas, y cómo estas intervienen en las formas de poder: la alienante (porque no parece un mundo con una forma distinta de nombrar las cosas, sino un mundo en el que se prescribe la asignación entre las palabras y las cosas); la inexpresiva (porque nadie se atreve a romantizarla, tan inmuta que parece ser el verbo de Bresson)[1]; y la perversa (porque es la lengua el detonante del deseo y la impulsión sexual, tanto literal como figurativamente). Es la lengua alienadora la que conmueve con su proliferación: en la película son una madre y una casetera lo que distorsiona el significado de las palabras, mientras que, en nuestra mundanidad, sabemos que aquel demiurgo lingüístico es el cerco mediático y la colonización, inevitable sinergia o paralelos productores que operan a través de la ‘retrodesnutrición’.[2] Y es que, citando a Oswald Wiener, «las palabras y su uso, están inseparablemente ligados a la organización política y social»[3]. Hace mucho, las clínicas de maternidad deberían haber introducido como priorización médica cortar no solo el cordón umbilical que nos une a nuestra madre, sino el cordón lingual que nos incrusta al orden colonial; o, como menciona Adan Kovacsics, «la lengua nos obliga a ‘cargar con un sinnúmero de cadáveres del pasado’, de modo que mientras el mundo progresa, avanza y se desarrolla, ella lo sigue a duras penas, cojeando».[4]


Por otra parte, la lengua inexpresiva incomoda, pues esta representa la programación aberrante de nuestras acciones desindividualizadas: no habrá expresividad en una repetición ciega de las palabras; así que, en una realidad acostumbrada a los mismos gestos y palabras, no podrá evadir la deshumanización engendrada por la repetitividad. Pier Paolo Pasolini escribía en sus Escritos Corsarios: «El canon lingüístico que rige dentro de la fábrica, tiende luego a extenderse también afuera: es obvio que aquellos que producen quieren tener con los que consumen una relación de negocios absolutamente clara».[5] La exacerbación lamentable de esta reflexión es evidente: hablamos el lenguaje de las fábricas, del marketing, del capitalismo. Su lenguaje de la generalidad ha contaminado nuestras lenguas y, por ello, solemos asumir que las camisetas Polo son un tipo de prenda, en lugar de una marca; o, de manera más crítica, que América es aquella porción de tierra capital estadounidense y no un continente.


Por último, está la lengua perversa, la lengua que pronuncia y que actúa, la lengua sanguínea; es aquella la causante de la fuga del mundo; la carne que escinde aquella programación cíclica promotora de la desindividualización. Es esta lengua la condenada a pudrirse. Sin embargo, ¿la podredumbre no es acaso el advenimiento de la muerte? ¿O es que la sensualidad de la carne lingual y de sus roces placenteros se convierten en un atisbo a la descomposición? ¿Por qué a este órgano se le asigna una infección tan maliciosa? El hecho es que en esta carne se deposita, no una profecía de muerte, sino un síntoma: una infección benévola. En la viticultura, existe la producción de vino botrificado, que no es nada más que un cultivo de uvas infectado intencionalmente con un hongo gris (llamado botrytis). Esto se debe a que, con el tiempo de podredumbre idóneo, la cosecha producirá un vino dulce y fino; pero, si el tiempo no repara en la satisfacción de los cultivadores, es probable que la cosecha infectada resulte descompuesta, ofreciendo un líquido amargo e indigerible (e incluso capaz de propagar esta malicia). En el caso de que la infección causal y controlada produzca un vino exquisito, se le asigna el nombre de «podredumbre noble», mientras que, si, al contrario, la cosecha produce un vino amargo y dañino, se le conocerá como «podredumbre gris». Este prolegómeno sobre las distinciones de podredumbre es necesario al pensar en las posibilidades de la lengua y cómo estas pueden articularse a esta práctica de la viticultura. Y es que esa es la labor de la lengua, infectarse el tiempo preciso para provocar un malestar en las condiciones totalizadoras del cotidiano en las que la lengua subsiste eslabonada e inamovible. La lengua tiene que infectarse de la palabra para producir poesía o un gemido (ambas con la misma fuerza fugaz). Tiene que insertarse en la podredumbre del lenguaje para, desde allí, exhortarse y lamer libremente. Como Kafka: escribir con esa lengua dominante que infecta, pero lo justo para no ser descompuesto. O como la hija menor en Kynódontas: sentir el placer del sexo oral con su lengua las ocasiones suficientes para tener el impulso necesario y despegarse el canino de su dentadura («ser libre» en el idioma del filme). Quizá Hugo von Hofmannsthal sintió también esa infección cuando escribía en la Carta de Lord Chandos que: «las palabras abstractas que de forma natural debía usar la lengua para emitir cualquier juicio se me deshacían en la lengua como hongos podridos».[6]



Referencias

Kovacsics, A. (2007) “Crisis del lenguaje”. Guerra y lenguaje. Acantilado.



[1] Los diálogos y la actuación en las películas de Robert Bresson se han caracterizado por esa neutralidad expresiva. En Notas sobre el cinematógrafo, él denomina a las actrices y actores como “modelos”, pues según él: “lo importante no es lo que muestran, sino lo que me esconden”.

[2] Término que le asigno a la oposición del concepto “retroalimentación”.

[3] Citado por Kovacsics en Guerra y lenguaje, p. 22

[4] Kovacsics, Adan, Guerra y lenguaje, “Crisis del lenguaje”, Acantilado, Barcelona, 2007, p. 22

[5] Pasolini, Pier Paolo, Escritos Corsarios, “Análisis lingüístico de un slogan”, Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, Madrid, 2009, p. 19

[6] Citado por Kovacsics en Guerra y lenguaje, p. 11

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