Ensayo
La cabaña y la música de Monsieur de Sainte Colombe
David Pinto
Número revista:
Tema dossier
Un límite se dibuja entre Sainte Colombe y el mundo exterior, en Tous les matins du monde[1], novela de Pascal Quignard, el músico utiliza la palabra «vorde[2]» para referirse a su cabaña, «vorde es una palabra vieja que designa el borde húmedo de una corriente de agua bajo los sauces»; la cabaña deviene frontera, un espacio en el que dos substancias se entrelazan, la imagen del agua que corre frente al estático suelo de la rivera. La cabaña se alza como emblema secreto del sentido de la música en la novela de Quignard. Sainte Colombe es el regazo del que emerge el silencio anudado con la música. Así, en las manos y en la viola da gamba del músico ermitaño se gestan largos periodos en los que se encierra en silencio, mientras prepara las obras que va a ejecutar, esperando el phasma de su esposa fallecida; la música, como decantación del mundo emocional del músico, anida en la espera solitaria del silencio.
Lo exterior se diferencia del espacio interior de la cabaña, el ambiente en el que Sainte Colombe compone, entona, improvisa y hace silencio. El espacio es austero, pocos objetos acompañan al músico: un taburete, una mesa, una copa, un vino, partituras y su viola da gamba. Quignard opone la cabaña al palacio de Versalles, Sainte Colombe se niega rotundamente a tocar frente al rey, su música está destinada a otros espacios, a abrirse en su vorde.
Al apartarse del mundo, el músico encuentra el silencio y la calma, como lo anuncia Pascal Quignard en su libro La haine de la musique[3] refiriéndose al libro Rêve dans le pavillon rouge [4] de Cao Xuequin:
«Para tocar este instrumento, era necesario elegir entre un gabinete aislado sobre una terraza elevada o a lo alto de un pabellón de varios pisos, o un lugar retirado en el bosque, en la cumbre de una montaña, o al borde de una vasta extensión de agua. Se debía aprovechar de una hora nocturna en la que el cielo y la tierra estén en perfecta armonía, el viento puro, la luna clara, sentarse, las piernas cruzadas, el corazón libre de toda opresión, el pulso calmado y lento».
Sainte Colombe se libera en el silencio de su cabaña —él y Cao Xuequin tañen sus instrumentos de siete cuerdas, alejados del mundo—. Los sentimientos del músico afloran en el espacio, suscitados por los movimientos de su mano izquierda sobre el diapasón y el golpe del arco sobre las cuerdas; tañido que brota como el tarabust, del que habla Quignard en La haine de la musique:
«Hay un verbo viejo en francés que habla de ese tamborileo de la obsesión. Que designa el grupo de sonidos asemánticos que tocan el pensamiento racional al interior del cráneo y que despiertan una memoria no lingüística. (…) La palabra tarabust, en sí misma, se disputa entre el grupo de aquello que machaca y el grupo de aquello que tamborilea. (…) el grupo tabustar (golpear, talabussare, tamburare, la familia de los resonadores, de los tambores)».
La música de Sainte Colombe resuena, golpea, tamborilea y sacude su mundo emocional. Así, el compositor abandona su hábito monacal, con el que reprime sus emociones; el Tombeau des regrets[5], fragmento musical que compone después de la muerte de su compañera, trastorna toda su realidad, llevándolo a enfrentar al fantasma de su esposa y tiembla mientras alarga su brazo con la intención de tocarla. Les Pleurs[6], Joye des Elizées[7], Le tombeau des regrets —piezas que se pueden escuchar gracias al arco de Jordi Savall, músico especialista en viola da gamba y en música antigua— llegaron a sobrevivir al silencio impuesto por el paso del tiempo. Parte de la obra del músico ermitaño estuvo oculta por mucho tiempo en la biblioteca de Tournous[8], en Francia, su vida pasa a la historia francesa cuando Titon Du Tillet —secretario de la corte que recopila información de los poetas, músicos y artistas en su obra Le Parnasse François— lo menciona como uno de los primeros maestros del joven Marin Marais. El enigma de Sainte Colombe crece, Titon Du Tillet relata la obsesión de Marin por la cabaña, por la vorde, por el Tombeau des regrets.
«Marais que amaba la viola con pasión, quiso aprovechar la sabiduría de su maestro para perfeccionarse en este instrumento; como tenía acceso a la casa, se tomó el tiempo en verano, cuando Sainte Colombe estaba en su jardín encerrado en su cabaña de madera, que había hecho bajo las ramas de una morera, con el fin de poder tocar mejor y más tranquilamente la viola. Marais se deslizaba bajo la cabaña para escuchar a su maestro y aprovechar de algunos pasajes y algunos golpes del arco particulares que los maestros del arte aman conservar».
Quingard, en La leçon de musique, obra en la que escribe sobre la vida de Marin Marais, cita a Titon Du Tillet y ahonda aún más en la fijación de Marais por la cabaña de Sainte Colombe, lo describe reconstruyendo una cabaña idéntica a la de su maestro, años después de su muerte, tratando de desentrañar un secreto, un atisbo del silencio que yace en la música de Sainte Colombe:
«En la calle Oursine, se hizo acomodar una cabaña de música que daba al jardín y que causaba sorpresa a sus amigos músicos y a sus alumnos, debido a su pequeño tamaño (…) Era una réplica de la cabaña de Sainte-Colombe, cincuenta años más temprano, de madera de morera».
La preocupación por la vida de los dos músicos obsesiona a la ficción de Quignard y esta preocupación remonta no solo al libro Tous les matins du monde, atraviesa su obra, se transforman en una suerte de alegoría que busca dar un sentido a la música de estos dos compositores. No solo Sainte Colombe, Marin Marais o Cao Xuequin buscan espacios que se separan del mundo cotidiano, en el último capítulo de La leçon de musique Quignard reescribe una leyenda china: «Extiendo una leyenda china. (…) Invento los diálogos, los recuerdos. Pero la escena final es la de la leyenda. Me fascina la última clase de Tch’eng Lien». El maestro conduce al discípulo al pie de una montaña, en el mar del este y lo abandona, con la promesa de que ahí encontrará la música. Po Ya se enfrenta a la soledad por 10 días consecutivos, no abandona el espacio, hasta que toma su guitarra y la toca mientras canta y llora, solo en ese momento vuelve su maestro. Para Marin Marais la cabaña es un vientre materno, es el espacio propicio para que su música se dilate; espacio que antecede al mundo. Po Ya y Marin Marais se presentan frente a sus maestros con una técnica excepcional y con un alto nivel como instrumentistas, pero ni Tch’eng Lien, ni Sainte Colombe encuentran rastro de música en sus interpretaciones, son sus voces quebradas, sus llantos, sus gritos los que, según los mentores, rozan el secreto sentido de la música: el silencio.
El sosiego que antecede a la composición es un silencio que no aspira a ser completo, Pascal Quignard, cuando se refiere al libro Le Rêve dans le pavillon rouge, habla de una rivera, en la que se escucha el ir y venir del agua, también menciona el viento que toca la cabaña. En otro fragmento de La haine de la musique, Quignard define el silencio como la atención que tiende un puente en dirección del otro: «El silencio no define la carencia sonora: define el estado en el que la oreja está más alerta». Sainte Colombe afina su oído, permanece largos períodos en silencio, con la esperanza de captar la benevolencia de la música que brota de la existencia misma que lo rodea, Sainte Colombe no vive un silencio ensordecedor, su cabaña emite sonidos, el viento mueve la morera, el agua corre en la orilla. El silencio es un estado anterior que convoca la música, las emociones, aquello que escapa al lenguaje: «un petit abreuvoir pour ceux que le langage a désertés[9]».
Monsieur de Sainte Colombe se refugia en su cabaña; el espacio y el silencio preparan la «música tan profundamente oída que no se la oye en absoluto, sino que eres música, mientras la música dura»[10]; el resquebrajamiento, el tarabust y el temblor se develan. Saint-Amand, contemporáneo de Sainte Colombe escribe el poema La Solitude[11]—que Purcell musicalizará—:
« O ! que j'aime la Solitude,
C'est l'Elément des bons esprits
C’est par elle que j’ai compris,
L'art d'Apollon sans nulle étude[12] »
O como lo escribe Quignard: «La vibración de la cuerda del arco canta una tonada de muerte. Si Apolo es el arquero por excelencia, su arco es musical». El arco sume a la música en el silencio.
[1] Todas las mañanas del mundo.
[2] Regionalismo de la lengua francesa según: Le XVIIIe siècle français au quotidien, Textes tirés de Mémoires, des Journaux et des Correspondances de l’époque. (Mortier, 2002).
[3] El odio a la música.
[4] Sueño en el pabellón rojo.
[5] Tumba de los arrepentimientos.
[6] Los Llantos.
[7] La Alegría de los Elíseos.
[8] Introducción del libro recopilatorio de partituras: Sainte-Colombe Pour la Basse, editado por Günter y Leonore von Zadow (2013).
[9] Un pequeño abrevadero para aquellos a los que el lenguaje abandonó.
[10] T. S Eliot citado por David Steindl-Rast en su libro La música del silencio.
[11] La Soledad.
[12] «¡Oh! cuánto amo la Soledad / el Elemento de los buenos espíritus / con ella comprendí, / el arte de Apolo sin ningún estudio».
Notas:
Le tombeau des regrets — Monsieur de Sainte Colombe https://youtu.be/mV523hff8Lc
Les Pleurs — Monsieur de Sainte Colombe https://youtu.be/_vdjlqZdNdg
Birds on a wire — Ô solitude (Purcell) https://youtu.be/iwdGXntu_KI