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La Pequena Flor y el Grande Amarillo

Ensayo

La Pequeña Flor y el Grande Amarillo: canibalismos

Alejandra Vela Hidalgo

Número revista:

6

Ensayo tema

“A menor mulher do mundo” de Clarice Lispector relata el “descubrimiento” de la mujer más pequeña del mundo en la profundidad de la jungla africana: ¡acontecimiento sorprendente! El encuentro entre un colonizador francés (blanco), Marcel Pretre, y una mujer colonizada africana (negra), Pequeña Flor, se convierte en una alegoría de la posesión del cuerpo en los discursos de poder. Mientras que Pequeña Flor es el retrato de las formas de posesión de la mujer enmascaradas en discursos civilizatorios occidentales, la colonización y el explorador son una representación de la sociedad occidental que devora a sus propios miembros.


Marcel Pretre y los citadinos del relato, que ven la fotografía de la mujer africana en el periódico, usan varios discursos de dominación que les permiten poseer a Pequeña Flor, estrategias de Occidente para determinar su relación con pueblos de Oriente, África, América y Oceanía. Marcel Pretre, como buen explorador, hace uso de la ciencia para registrar su descubrimiento, pero las ciencias, como la antropología, han sido compañeras estratégicas de la colonización.


A imagem do explorador e etnólogo é muito importante, pois, como já observou Levi-Strauss, ‘a antropologia é a companheira do colonialismo’ e Edward Said... (1993) faz sobressair também a aliança natural e lógica entre a ciência ocidental e o poder político-econômico vigente nas colônias[1]. (Hoki Moniz, 1994, p. 55)


Las ciencias normalizan los procesos de colonización, pues se presentan como objetivas y lógicas; sin embargo, la promesa de objetividad es una ilusión, pues sirve para reforzar la superioridad de Occidente.


El acto de nombrar se encuentra en el génesis de la cultura occidental. Dios le otorga a Adán el don (poder) de nombrar objetos y seres a su alrededor. Paralelamente, los científicos (como también los colonizadores), cuando descubren algo, lo nombran. Nombrar es el acto de poseer porque solo se nombra lo propio. Para Climent-Espino (2009), “É por isso que o explorador dá nome à ‘menor mulher do mundo’; o olhar do explorador europeu é, nesse sentido, criador, porque como vamos ver quem nomeia possui”[2](p. 339). Es decir, Marcel Pretre asume que tiene el derecho de dar un nombre al Otro porque es “su” descubrimiento. Además, nombrar al otro marca diferencias y define al individuo. Así, Pretre le pone a esta mujer ‘Pequeña’, nombre que refleja su punto de vista: marca la diferencia física con respecto a su yo. Siguiendo la misma lógica, sería absurdo llamar al francés ‘Grande’ porque no es grande con respecto a su propio estándar; sería absurdo también que los otros miembros de la tribu de Pequeña Flor la llamen ‘pequeña’ cuando todos son pequeños.


El nombre de la mujer devela la visión de Pretre sobre el otro, junto a las descripciones que hace de ellos. La idea del Otro de Occidente se basa en lo que se considera salvaje, como en el relato, la práctica del canibalismo. En el relato, los Bantos comen a los Likoualas, lo que ‘evidencia’ su salvajismo. El cronista Ginés de Sepúlveda proponía que la conquista de los pueblos americanos era necesaria porque había que salvarlos de la condenación eterna por su canibalismo. Lispector, para cuestionar esta concepción, toma la idea del canibalismo y la traslada al mundo occidental. El canibalismo se vuelve simbólico y lo encontramos en el deseo de usar a Pequeña Flor como muñeca, empleada doméstica o mascota. El discurso científico y civilizatorio se muestran como práctica caníbal.


Las estrategias de Occidente cosifican a los sujetos Otros. Cuando Marcel Pretre ve a Pequeña Flor, piensa que su descubrimiento vale más que una esmeralda, es decir, le da un valor, un precio: “Seu coração bateu porque esmeralda nenhuma é tão rara. Nem os ensinamentos dos sábios da Índia são tão raros. Nem o homem mais rico do mundo já pôs olhos sobre tanta estranha graça”[3](Lispector, 2009, p. 70). Adicionalmente, se usa insistentemente la frase “cosa rara” para referirse a la protagonista: “-Você há de convir –disse a mãe inesperadamente ofendida –que se trata de uma coisa rara”[4](Lispector, 2009, p. 73). Otras formas de poseer a Pequeña Flor son la infantilización y animalización. Su lenguaje se describe simple y casi nulo, como el de un niño pequeño. Además, se la compara con animales: “O nariz chato, a cara preta, os olhos fundos, os pés espalmados. Parecia um cachorro”[5](Lispector, 2009, p. 70). Los personajes quieren poseerla como a un niño o una mascota.


La idea de que Occidente, representado en Marcel Pretre y los personajes urbanos, quiere poseer a Pequeña Flor es evidente, como se ha demostrado, y muchos críticos están de acuerdo con esto. Sin embargo, la idea de poseer al Otro en el texto es bastante compleja porque también Pequeña Flor quiere poseer al otro. Hay un juego de espejos y reflejos que espero desenmarañar.


Climent-Espino (2009) propone que el deseo de poseer al Otro se presenta como un sentimiento universal porque está tanto en el explorador, como en los habitantes de Río de Janeiro y la protagonista. A esto es importante agregar que el deseo de poseer en el texto está relacionado a la idea de “amor”. Lispector reduce el sentimiento de amar a su mínima expresión: poseer al otro. Lo interesante es que, para los occidentales, el deseo de poseer está disfrazado con discursos civilizatorios como la ciencia, la servidumbre y la economía. Pequeña Flor, como construcción occidental, les muestra a los otros personajes cómo son poseídos y que su deseo de poseer, relacionado al canibalismo, está en las formas “civilizadas” de su cultura.


Los reflejos se encuentran en el juego de perspectivas, pues los puntos de vista de los personajes se sobreponen los unos a los otros confundiéndolos. Colvin (2005) dice que el cuento se entiende desde la estructura de las cajas chinas y de la serpiente Ouroborus, en la que una perspectiva come a la otra. Un ejemplo es el siguiente: “O explorador tentou sorrir-lhe de volta, sem saber exatamente a que abismo seu sorriso respondia, e então perturbou-se como só homem de tamanho grande se perturba”[6](Lispector, 2009, p. 75). En la cita, se empieza con la mirada del explorador porque él es el que intenta sonreír, pero la referencia a su tamaño al final de la frase solo puede venir de Pequeña Flor. Se produce una ambigüedad porque no se sabe quién mira a quién. Colvin, para ilustrar este juego de perspectivas, toma la última historia, en la que una mujer cierra el periódico. El autor dice que la historia final que coincide con el fin del cuento es la caja china más pequeña. Sin embargo, como es la última, contiene a todas las otras porque cierra la historia principal: el artículo del periódico sobre la mujer más pequeña del mundo. El juego de perspectivas descrito por Colvin permite que haya también un juego de reflejos.


Al final del cuento, cuando la perspectiva se transfiere a Pequeña Flor, ella claramente dice que quiere poseer al explorador, que lo ama como ama sus botas y su anillo. El amor es poseer. Esta idea sobre el amor, tan característica de Lispector, se presenta a través de Pequeña Flor como si fuese una idea básica, de un ser prehumano. Sin embargo, la idea de poseer en esta forma está también en los cariocas que, al ver a Pequeña Flor, descubren este sentimiento en ellos mismos, lo que les causa náusea o malestar.


Colvin (2005) afirma que “The mother focuses on her child's missing front teeth and his capacity for ferocity. His evolution yields to violent tendencies and latent cannibalistic urges associated with biting”[7] (p. 91). La idea del disfraz para cubrir el aspecto “salvaje” del ser humano es obvia en la siguiente cita, en la que la madre quiere ocultar esta característica de su hijo:


Assim olhou ela, com muita atenção e um orgulho inconfortável, aquele menino que já estava sem dois dentes da frente, a evolução, a evolução se fazendo, dente  caindo para nascer o que melhor morde. ‘Vou comprar um terno novo para ele’, resolveu olhando-o absorta. Obstinadamente enfeitava o filho desdentado com  roupas finas, obstinadamente queria-o bem limpo.[8](Lispector, 2009, p. 72)


En un primer momento, la madre descubre los dientes del niño, símbolos de la capacidad humana de comer como parte de la evolución. Este pensamiento dispara otro que es el de la vestimenta. La ropa oculta la naturaleza del cuerpo humano. Vestir es ser civilizado según Occidente; en contraste, pueblos que andan desnudos como los americanos o africanos son salvajes. Por eso, cuando la madre descubre los dientes siente la necesidad de vestir y limpiar al niño para alejarlo de esos sentimientos primitivos.


Para Branche (2006), el Otro no es solo una creación europea, sino que es además un reflejo distorsionado (una antítesis) del ‘yo’ blanco. Así pues, la selva africana, salvaje, es un reflejo de la ciudad. En el primero, los Bantos comen a los Likoualas; en el segundo, la ciudad, todos están dispuestos a comerse simbólicamente a Pequeña Flor y a comerse entre ellos.


Es interesante el hecho de que la mayoría de los lectores del diario sean mujeres. Estos personajes femeninos se identifican con Pequeña Flor porque su reflejo les revela que ellas también son objeto del canibalismo. El ejemplo más claro es la niña pequeña que cuando ve la fotografía “levou a menina a sentir –com uma vaguidão que só anos depois, por motivos bem diferentes, havia de se concretizar em pensamento– levou-a a sentir, numa primeira sabedoria, que ‘a desgraça não tem limites’”[9](Lispector, 2009, p. 71). La niña es igualmente la más pequeña en su familia, por eso, se siente identificada, y este descubrimiento le revela la desgracia de ser devorada.


Otra mujer se ve en el espejo mientras su hijo le cuenta que quiere usar a Pequeña Flor para asustar a su hermano. La historia de la mujer africana le recuerda (o le refleja) una historia en el orfanato donde unas niñas cuidaban del cadáver de una amiguita como si fuese una muñeca para satisfacer su instinto maternal: “Considerou a malignidade de nosso desejo de ser feliz. Considerou a ferocidade com que queremos brincar. E o número de vezes em que mataremos por amor”[10](Lispector, 2009, 72). La señora descubre que el amor es un sentimiento de posesión caníbal, y el descubrimiento le hace entrar en crisis. Por eso, recurre a lo que le da su civilización: la vestimenta y la afirmación de la distancia y la diferencia:


Então, olhando para o espelho do banheiro, a mãe sorriu intencionalmente fina e polida, colocando, entre aquele seu rosto de linhas abstratas e a cara crua de Pequena Flor, a distância insuperável de milênios. Mas, com anos de prática, sabia que seria um domingo em que teria de disfarçar de si mesma a ansiedade, o sonho, e milênios perdidos.[11](Lispector, 2009, p. 72)


Confirma la distancia entre las dos, pero sabe que es un disfraz. Las niñas huérfanas, jugando con el cadáver para satisfacer su necesidad de amar, son un paralelo de lo que ella hace con su hijo y lo que la sociedad hace con Pequeña Flor.


Si bien los personajes quieren poseerse los unos a los otros, no se puede negar que Pequeña Flor es la más vulnerable. Lispector para cuestionar esta situación usa el elemento de la extrañeza. En el encuentro entre Pequeña Flor y Marcel Pretre, ella se ríe. Él no espera esta reacción, pues la risa es un elemento humano, que le produce un malestar que se puede relacionar a un momento de epifanía parecido al de otros personajes. “Foi neste instante que o explorador, pela primeira vez desde que a conhecera, em vez de sentir curiosidade ou exaltação ou vitória ou espírito científico, o explorador sentiu mal-estar”[12](Lispector, 2009, p. 73). Por lo tanto, la risa desarma sus pretensiones colonizadoras porque hay una identificación que él no esperaba. Además, Pequeña Flor se rasca en donde una mujer no debe hacerlo, lo que rompe la romantización del descubrimiento.


El hecho de que Pequeña Flor tenga una perspectiva es un intento de romper la mirada unilateral. La última escena en que ella finalmente muestra su punto de vista es, según Colvin (2005), una inversión/reflejo de la primera escena. Así como Pretre comparó a Pequeña Flor con una fruta madura; ahora, ella lo compara con un limón sin madurar. Es interesante el efecto de esta inversión porque lo que al principio pareció una comparación ilustrativa en la voz del francés, en la boca de Pequeña Flor, adquiere relación con el canibalismo. Esto devela que el discurso científico de Pretre era tan caníbal como el de la protagonista. Igualmente, cuando Pequeña Flor dice que lo ama como ama sus botas o su anillo, está diciendo que quiere poseerlo como a cualquier objeto. La idea en boca de Pequeña Flor parece simple y básica, pero Pretre dijo lo mismo cuando la comparó con una esmeralda. En él, las palabras parecían lógicas. Climent-Espino (2009) también señala que en la última escena Pequeña Flor le da un color (amarillo) y un tamaño (grande), poniendo así en evidencia el acto de nombrar como un hecho que refleja el punto de vista de quien nombra.


Climent-Espino (2009) afirma: “A seguinte premissa, apesar de simples, faz com que o jogo de olhares no conto se torne complexo: se eu sou o outro para você, você é o outro para mim. Ou seja, se para o ocidental Pequena Flor é o outro, para Pequena Flor o outro é o ocidental: o explorador. O olhar fica, pois, invertido”[13](p. 343). La inversión no es solamente para ver que Pequeña Flor también ve y crea al Otro, pero para develar que la mirada del francés, que la ha juzgado como cosa rara y salvaje, contiene los mismos elementos que la mirada de ella. Entonces, la mirada occidental, presentada como superior y objetiva, es desenmascarada. Los reflejos descubren al occidental tan ‘salvaje’ como el Otro. Lispector, con el juego de reflejos y la inversión de perspectivas, desfamiliariza el discurso de dominación.



[1] La imagen del explorador y etnólogo es muy importante, pues, como ha observado Levis-Strauss, “la antropología es la compañera del colonialismo” y Edward Said… (1993) resalta la alianza natural y lógica entre la ciencia occidental y el poder político-económico vigente en las colonias. (Hoki Moniz, 1994, p. 55)

[2] Es por eso que el explorador da nombre a la “mujer más pequeña del mundo”; la mirada del explorador europeo es, en ese sentido, creadora, porque como vamos a ver quien nombra posee (Climent-Espino, 2009, p. 339)

[3] Su corazón latió porque ninguna esmeralda era tan rara. Ni las enseñanzas de los sabios de la India son tan raras. Ni el hombre más rico del mundo puso los ojos sobre gracia tan extraña (Lispector, 2009, p. 70).

[4] Usted estará de acuerdo –dice la madre inesperadamente ofendida– que se trata de una cosa rara. (Lispector, 2009, p. 73)

[5] La nariz chata, la cara negra, los ojos hondos, los pies aplanados. Parecía un perro. (Lispector, 2009, p. 70)

[6] El explorador intentó sonreírle de vuelta, sin saber exactamente a qué abismo respondía su sonrisa, y entonces se perturbó como solo un hombre de tamaño grande puede perturbarse. (Lispector, 2009, p. 75)

[7] La madre se fija en el diente frontal que le falta al niño y su capacidad para la ferocidad. Su evolución da paso a violentas tendencias y latentes deseos caníbales asociados a morder. (Colvin, 2005, p. 91)

[8] Así miró ella, con mucha atención y un orgullo incómodo, a aquel niño que estaba sin los dos dientes frontales, la evolución, la evolución produciéndose, un diente cayéndose para que nazca uno que muerda mejor. “Voy a comprarle un traje nuevo”, decidió mirando absorta. Arreglaba obstinadamente al hijo desdentado con ropas finas, obstinadamente lo quería limpio. (Lispector, 2009, p. 72)

[9] llevó a la niña a sentir –como una vaguedad que solo años después, por motivos muy diferentes, se concretaría en pensamiento– la llevó a sentir, en una primera sabiduría, que “la desgracia no tiene límites”. (Lispector, 2009, p. 71)

[10] Consideró la maldad de nuestro deseo de ser felices. Consideró la ferocidad con la que queremos jugar. Y el número de veces en que mataremos por amor. (Lispector, 2009, 72)

[11] Entonces, mirando el espejo del baño, la madre sonrió intencionalmente fina y cortés, poniendo, entre su rostro de líneas abstractas y la cara cruda de Pequeña Flor, la distancia insuperable de milenios. Sin embargo, con los años de práctica, sabía que sería un domingo en el que tendría que disfrazar, de ella misma, la ansiedad, el sueño y los milenios perdidos. (Lispector, 2009, p. 72)

[12] Fue en ese instante que el explorador, por primera vez desde que la conociera, en vez de sentir curiosidad o exaltación o victoria o espíritu científico, el explorador sintió malestar. (Lispector, 2009, p. 73)

[13] La siguiente premisa, aunque es simple, hace que el juego de miradas en el cuento se vuelva complejo: si yo soy el otro para ti, tú eres el otro para mí. O sea, si para el occidental Pequeña Flor es el otro, para Pequeña Flor el otro es el occidental: el explorador. (Climent-Espino, 2009, p. 343)

Referencias:

Branche, J. C. (2006). Colonialism and Race in Luso-Hispanic Literature. University of Missouri Press.
Climent-Espino, R. (2009). Jogos de alteridade em “A menor mulher do mundo” de Clarice Lispector. Romance Notes 49(3), pp. 339-346.
Colvin, M. (2005). Cannibalistic Perspectives: Paradoxical Duplication and the “Mise en Abyme” in Clarice Lispector's “A menor mulher do mundo". Luso-Brazilian Review 41(2), pp. 84-95.
Ginés de Sepúlveda, J. (2013). Demócrates segundo o De las justas causas de la guerra contra los indios. En M. Menéndez y Pelayo (Trad. y Ed.). Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/12593394228031524198624/p0000001.htm#I_0_.
Hoki Moniz, N. (1994). A menor mulher do mundo: O ovo ou a maçã no escuro. Revista de Crítica Literaria Latinoamericana 20(40), pp. 53-60.
Lispector, C. (2009). A menor mulher do mundo. En Laços de família. 1960. Rocco, pp. 68-75.

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