Ensayo
Las sombras en la poesía de Aurora Estrada i Ayala
Jairo Rosero
Número revista:
Tema libre
El diccionario de la RAE define a la palabra “sombra”, así: “Oscuridad, falta de luz, más o menos completa”, y también: “Imagen oscura que sobre una superficie cualquiera proyecta un cuerpo opaco, interceptando los rayos directos de la luz”. Si bien en la poesía de Aurora estos significados se mantienen, la “falta de luz” y esa “imagen oscura” llegan a hiperbolizarse o antropomorfosearse y se matizan con un espacio-tiempo que complementan, enfatizan o describen las vivencias angustiantes del yo lírico. Justamente, en este trabajo pretendo analizar el significado simbólico de “las sombras” de la escritora ecuatoriana Aurora Estrada i Ayala (Puebloviejo 1903-Guayaquil 1961).
Por una parte, las simbolizaciones de las sombras en Estrada tienen ecos de tópicos literarios tradicionales que posteriormente ejemplificaré; aunque también tienen originalidad, como el ejemplo que explico a continuación.
En el poema “Las sombras”, estas se convierten en una presencia, a la cual el yo lírico de Aurora interpela. Esta adquiere características de omnipresencia; una especie de dios destructor que acompaña al yo lírico:
«Pesadilla negra, pesadilla amarga,
mal sueño que dura lo que va de vida;
visión agorera, fantasma dolida
sentada a la vera de mi senda larga.
Tal como de niebla compañera mía
te adentras en mi alma sin saber por dónde;
ni muros ni celdas habrá que no ronde
tu silueta sola, desolada i fría.
Me sigue fielmente tu amor extrahumano:
cansancio de muerte, hiel en mis nectarios;
mis albos collares tornas en rosarios
de cuentas obscuras: dones de tu mano.
Vibrando de angustia estás en mi llanto,
impalpable te hundes en la boca que amo,
rodeas de silencio mi voz cuando llamo
clamante al Amado en la honda del Canto.
Pasas con tus lutos eternos i tristes,
símbolo enigmático en mi vida incierta.
Tu rostro no he visto, tal vez estás muerta,
fantasma doliente, quizá ni tu existes.
¡Sombra indefinible, visión angustiada
que está a todas horas en la senda mía,
rostro que te ocultas a la luz del día,
mirada de crimen que siento clavada!»
(Estrada, 2017: 53)
En el poema el yo de Aurora manifiesta cómo esta presencia –las sombras– crea un espacio deprimente donde habita el yo. Ella incide negativamente en todos los ámbitos vitales: su pasado, su presente, su futuro, su realidad corpórea y sus emociones.
El poema empieza con la palabra “pesadilla” a la que adjetiva con los epítetos “negra” y “amarga”, porque estas se caracterizan por ser momentos oníricos espeluznantes. Esta imagen pretende ejemplificar el nivel de horror experimentado por el yo lírico ante el ente, cuya presencia que se ha enquistado en su vida: “mal sueño que dura lo que va de vida”. También la estrofa cierra con el verso: “sentada a la vera de mi senda larga”, lo que convierte a “la sombra” en una especie de amiga permanentemente.
La segunda y la tercera estrofas amplían la idea del verso con la que termina la primera. El yo de Aurora siente tan cercana a “la sombra” que la denomina “compañera mía”. Esta presencia −las sombras− no solo la acompaña físicamente, sino también emocionalmente cuando dice: “te adentras en mi alma sin saber por dónde”. A pesar de la estrecha relación, las sombras lastiman al yo lírico.
En la cuarta estrofa hay referencia al hombre amado, pues “la presencia” también ha invadido el ámbito afectivo romántico del yo. Es tal la fuerza de “la sombra” que el yo la identifica en la boca del ser amado: “impalpable te hundes en la boca que amo”, confiesa. Pero, como quedó dicho, es una presencia negativa que solamente le provoca dolor. Así se perciben “las sombras” en este verso: “rodeas de silencio mi voz cuando llamo/ clamante al Amado en la honda de Canto.” La presencia intenta sofocar la voz del yo lírico de Aurora para que su amado no la libere de su compañía.
Es interesante notar en la quinta estrofa que el yo lírico se halla identificado o representado simbólicamente en la sombra. Dice: “Pasas con tus lutos eternos i tristes, /símbolo enigmático de mi vida incierta”. Existe entre el yo lírico de Aurora y “la presencia” una imbricación que parecerían formar un solo ser triste y melancólico. Es habitual en la poesía de Aurora Estrada que el yo lírico exprese imprecaciones; por ejemplo, en el poema “Mi ruego”, dice: “Haz duro el pan que coma, más negra la negrura/ de mi incierto destino; dame el vasto dolor” (Estrada, 2017, p. 61). Estos deseos se sintonizan con el sentir de los versos citados de la quinta estrofa, porque el yo lírico es consciente del dolor que engendra “la sombra”; no obstante, mira en ella a una compañera que no se anima a abandonar.
El poema termina con una estrofa entre signos de exclamación, lo que permite subrayar y exaltar las emociones del yo. Además, esta estrofa es síntesis del poema; la sombra es la causa permanente de angustia en el yo. Es una omnipresencia que compara con la mirada de un criminal al acecho de su víctima: “rostro que te ocultas a la luz del día, / mirada de crimen que siento clavada!”
Otra simbolización de las sombras está asociada con lo espectral o fantasmagórico, aunque las sombras consideradas como fantasmas no son una representación exclusiva de la voz de Aurora, pues es un tópico literario universal, explorado por poetas románticos y modernistas. En el poema “El intruso”, dice: “Amor la noche estaba trágica i sollozante/ cuando tu llave de oro cantó en tu cerradura/ luego, la puerta abierta sobre la sombra helante,/ tu forma fue una sombra de luz y de blancura” (Estrada, 2017, p. 187). En este fragmento, la existencia corpórea del hombre amado se pone en duda, pues parece solo una presencia que se difumina en la penumbra. Es interesante resaltar el oxímoron que se produce en el verso “sombra de luz y de blancura” porque lo común en la enunciación lírica de Aurora es que las sombras tengan significados melancólicos y dolorosos; sin embargo, aquí el yo lírico usa la palabra “sombra” privada de su sema de carencia de luz, y la resignifica otorgándole una cualidad positiva y luminosa, pues su amado le ofrece no dolor, sino felicidad.
En el libro De Tiniebla −Veinte trenos i una canción de cuna− (1943) emerge la figura de la madre personificada en las sombras. El yo visita “la blanca ciudad” y observa a la sombra de su madre vagar allí: “¡Ai! La ciudad de blancos minaretes donde vives, / la arboleda de pinos oscuros donde pasea tu sombra”. (2017, p. 98). Las sombras son ánimas o almas que la tradición popular identifica con los fantasmas y que, en este caso, no tienen la capacidad de comunicarse o interactuar.
Otra representación de las sombras, asociada con la anterior, aunque con un matiz diferente, es la creación de una imagen, en la cual el yo lírico se convierte en sombra. Cito un fragmento del poema “Cuando vuelvas sin mi…”:
«Ah, yo estaré bajo la tierra sola
i fría e inmóvil en mi sombra sin fin…
De repente,
quedarás silencioso
i casi triste sin saber por qué.
Mi sombra leve,
Pálida y delicada como un sueño, envuelta entre la seda de mis velos,
se acercará en la noche…
I mis ojos,
tristes de amor i trágicos de angustia
alumbrarán tu olvido,
un sollozo… una lágrima…
¡Acaso nada!
Nuevamente quedarás silencioso…
I ella entonces
te besará en la frente como un niño».
(Estrada, 2017, p. 65)
Aquí se observa un yo lírico que emerge de su sepultura, como se evidencia en los primeros versos de la cita. Posteriormente, el yo que ha sido despojado de su corporeidad y convertido en una sombra busca a su amado. Sin embargo, en esta indagación experimenta frustración y dolor, pues confirma el presentimiento de que está en compañía de otra mujer. “La nueva Amada cantará a tu oído/ la canción inmortal. /Tus manos/ como dos barcas de marfil y rosa/ o bien como dos lirios que desmayan/ suavizarán su cabellera ondeante”.
La pérdida de la corporeidad que manifiesta el yo lírico de Aurora va en gradación; así pues, se describe como un ser opaco y melancólico. Cito versos de diferentes poemas con el fin de argumentar lo expuesto:
«Yo, tan pálida i débil sobre el musgo tendida,
(Estrada, “El hombre que pasa”, 2017: 35)
me siento más aislada de todos cada día,
(Estrada, “Con mis raras teorías”, 2017: 39)
Mi frente triste, pálida, bajo el cielo nocturno.
(Estrada, “Los causes eternos”, 2017: 55)
es pálido mi rostro, como las viejas ceras».
(Estrada, “Yo soi”, 2017: 69)
Predomina en estos versos la palabra “pálido'', cuyo significado es rostro que ha perdido color y vitalidad. Si se hace un campo semántico, “pálido “se asemeja a lo sombrío, porque las dos palabras expresan carencia de algo: la atenuación del color en el primer caso, y en lo segundo la difuminación del ser.
También, en la poesía de Aurora Estrada, las sombras simbolizan un espacio lírico doloroso. Así se lo percibe en el poema “Llora sobre mi vida”:
«Llora sobre mi pena tus lágrimas más puras
−tiembla en mis manos débiles el cáliz de la vida−
Esta noche, Adorado, escuché las obscuras
voces que desde ha tiempo me llaman de Ultra-Vida.
I fue cuando tu labio que encendiera mi nieve
tradujo dolorido tu pensamiento extraño
i hablabas… No sabías que entre la sombra aleve
sus manos me tendían tus amadas de antaño.
I eran tus novias muertas las que tenían la clave
divina de tu enigma. Solo la Muerte sabe
poner en nuestras manos el goce del anhelo.
En mis frescos jardines se abatió la tormenta.
Llora sobre mi vida que a la sombra orienta:
ya soi bajo tus ojos con la fiebre del vuelo».
(Estrada, 2017, p. 79)
La sombra alude a un espacio intangible. Un detalle a considerar es la referencia a las voces que proceden de la ultra-vida, que pertenecen a seres inmateriales que viven en las sombras. Reconoce el yo lírico que el llamado de las voces no es reciente, sino que las siente familiares, pues las ha escuchado hace tiempo.
El yo ansía habitar la ultra-vida cuando dice “fiebre de vuelo”. Su deseo por estar en este espacio es porque allí lo ocupará con el ser amado. George Bataille expresa: “La posesión del ser amado no significa la muerte, antes, al contrario; pero la muerte se halla en la búsqueda de esa posesión” (1997, p. 25). Esta cita se corresponde con: “Sólo la muerte sabe/ poner en nuestras manos el goce del anhelo”, versos en los que el deseo por el otro se diluye en el oxímoron vida-muerte.
Este espacio no solo es representado como un lugar intangible, sino también como espacio físico. Cito una estrofa del poema: “Cuando llueve”: “¡I sufro por los muertos que sienten bajo tierra/ -ese lecho sombrío, que a nuestra Nada aterra- / filtrarse hasta sus huesos la lluvia inevitable!” (Estrada, 2017, p. 30). La tumba es vista como un espacio-sombra en donde moran los vestigios tangibles de los seres humanos, que, en el poema “Dance Blanche”, los llama “señores de la sombra”.
Las sombras en esta voz poética simbolizan “una presencia” que genera angustia en el yo lírico, también son “sombras fantasmagóricas” de un ser amado y espacios simbólicos desoladores físicos o de la ultra-vita.
Referencias
(2006). Diccionario Esencial la Real Academia de la Lengua Española. Madrid. Espasa Calpe.
Bataille, G. (1997). El Erotismo. Barcelona: Tusquets.
Estrada i Ayala. A. (2017). Aurora Estrada i Ayala: El hombre que pasa. Quito: Centro de Publicaciones PUCE.