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Libertad en condena

Ensayo

Papé Satán, papé Satán, aleppe[1] : Libertad en condena

Alejandra Vela Hidalgo

Número revista:

5

Tema dossier

[1] “Oh, Satán, príncipe de los infiernos, ¿qué es esto que veo?” Con esta frase inicia el séptimo canto del “Infierno” de la Divina Comedia.


El encierro, tan cotidiano en nuestros tiempos, casi siempre ha sido considerado indeseable. En la historia y la literatura (que son casi lo mismo) encontramos varios casos, algunos de pesadilla. Hay encierros terribles como el que relata Domitila Barrios en su testimonio sobre cómo fue torturada en una cárcel boliviana en plena labor de parto; o, en otra ocasión, cuando la encerraron con una hija de meses sin agua ni comida. La niña casi muere de hambre. O aquella mujer de un cuento de García Márquez a quien la confunden con una paciente de manicomio y se queda toda la vida encerrada sufriendo abusos por un absurdo malentendido. Sin embargo, el encierro es la condición indispensable para que ocurra la liberación, pues el sujeto libre no puede liberarse de la libertad. Quiero mostrar que en el encierro late necesariamente la posibilidad de emancipación. Solo la cárcel y las ataduras, de cualquier tipo, permiten encontrar la liberación, aunque sea momentáneamente; y, muchas veces, el mismo encierro es el camino. Hay casos literarios que demuestran esta tesis; aquí comentaré tres. El primero es la Divina comedia: el encierro en el infierno le permite a Dante no solo escribir una de las grandes obras de la literatura occidental, sino encontrar el infinito en el encierro. El segundo caso es el de Sor Juana Inés de la Cruz, quien escogió el encierro del convento como única posibilidad, siendo mujer, de dedicarse a las letras. Y el último es el de las protagonistas de Clarice Lispector, que experimentan epifanías mientras viven atadas a su cotidianidad.


Primer caso: Beatriz o el infierno de Dante


Dante es uno de los pocos vivos que tiene el privilegio de entrar en el ámbito de la muerte. En la puerta al Infierno, encuentra escritas las siguientes frases:


POR MÍ SE VA A LA CIUDAD DOLIENTE,

POR MÍ SE VA AL ETERNAL DOLOR,

POR MÍ SE VA CON LA PERDIDA GENTE.

FUE LA JUSTICIA QUIEN MOVIÓ A MI AUTOR.

EL DIVINO PODER SE UNIÓ AL CREARME

CON EL SUMO SABER Y EL PRIMO AMOR.

EN EDAD SÓLO PUEDE AVENTAJARME

LO ENTERNO, MAS ETERNAMENTE DURO.

PERDED TODA ESPERANZA AL TRASPASARME.

(Alighieri, 1983, p. 17).


El infierno es el eterno dolor; no hay aflicción más intensa ni más larga. Los condenados sufren infinitamente sus castigos sin posibilidad de perdón ni fin. Con quejas y llantos inconsolables, unos van atormentados de avispas, moscos y gusanos; otros ahogan la cara en lodo; hay los que hierven en agua; uno, Ugolino, muerde incesantemente la nuca de su traidor. El infierno es el inmenso odio de Dios, es el encierro por excelencia: imposibilidad de escapar a la eternidad, pues los condenados sufren infinitamente su condena. Hay en el infierno dantesco un mundo incontable de almas, de seres humanos que han pecado, han vivido. Los castigados surgen como infinitas voces que cantan los cantos de todos. Este encierro infernal le concedió a Dante la creación de la historia de las historias. Como se lee en la puerta: el infierno es un lugar infinito.


Dante imagina a Beatriz, su amor inalcanzable en vida, en el paraíso, que debía ser como otorgarle la libertad total. Aquí quisiera citar a Borges, con quien la Divina comedia es más hermosa. Borges (2014) sospecha que “Dante edificó el mejor libro que la literatura ha alcanzado para intercalar algunos encuentros con la irrecuperable Beatriz” (p. 605). La obra de tres tomos habría sido escrita con el único propósito de imaginar su encuentro con la imposible amada. En el canto XXXI del “Paraíso”, al despedirse de Dante, Beatriz sube a la morada de Dios, hecha de luz, y le da una última sonrisa. Los versos dantescos dicen: “Así recé; y aquella que lejana / parecía, riéndose miróme; / y se volvió hacia la eterna fontana” (Alighieri, 1983, p. 509). La interpretación tradicional dice que la despedida de Beatriz es una promesa del paraíso, pero Borges, leyendo entre líneas, ve en estos versos el desprecio de Beatriz y su pérdida eterna. Ve en realidad la verdadera pesadilla dantesca: “la desaparición de Beatriz, el anciano que toma su lugar, su brusca elevación a la Rosa, la fugacidad de la sonrisa y de la mirada, el desvío eterno del rostro. En las palabras se trasluce el horror: come parea se refiere a lontanapero contamina a sorrise” (Borges, 2014, p. 606). La interpretación borgeana dice que parecía que Beatriz se reía lejana y le viraba la cara para siempre. Entonces, el paraíso se convierte en el encierro de Dante, en su infierno eterno que es la vida sin Beatriz.


En contraste, Borges habla del caso del infierno de Francesca y Paolo, condenados por lujuria. Le llama la atención que Dante sienta compasión por ellos y no los juzgue por pecadores, sino que quiera “saber cómo supieron que estaban enamorados” (2014, p. 360). Tanto Dante como Borges se encantan con su historia de amor. Borges dice: “Dante nos refiere el destino de los dos amantes y sentimos que él envidia ese destino. Paolo y Francesca están en el Infierno, él se salvará, pero ellos se han querido y él no ha logrado el amor de la mujer que ama, Beatriz” (p. 361). El infierno y el encierro de los amantes son en realidad el paraíso y su liberación: estar con el ser amado para la eternidad.


Segundo caso: Sor Juana o la resistencia desde el encierro


Sor Juana Inés de la Cruz vivió en el siglo XVII en México. Creo que su mayor genialidad fue convertirse en monja para poder estudiar porque, con esta acción, convirtió lo que podría haber sido considerado una institución represora de la mujer, el convento, en la oportunidad de dedicarse al estudio y la escritura. Entrando en un convento, se liberó de lo que para ella hubiera sido un impedimento: el matrimonio y los hijos. Usó el encierro como resistencia y logró, en la medida de lo posible, dedicar su vida al conocimiento, excepto en sus últimos años que se entregó exclusivamente a la espiritualidad.


Si bien pudo librarse de ser esposa y madre, lo que hubiera sido un estorbo para su propósito, no se salvó de las responsabilidades de la vida mundana en el convento y los prejuicios de la época, que fueron también su encierro. Cuando Sor Filotea (tal vez un seudónimo de su confesor) le recrimina el estudio de las ciencias, pues las religiosas solo debían leer las Sagradas Escrituras, Sor Juana le responde con una lista de preguntas retóricas: “¿cómo entenderá el estilo de la Reina de las Ciencias quien aún no sabe el de las ancilas? ¿Cómo sin Lógica sabría yo los métodos generales y particulares con que está escrita la Sagrada Escritura? ¿Cómo sin Retórica entendería sus figuras, tropos y locuciones? ¿Cómo sin Física, tantas cuestiones naturales de las naturalezas de los animales de los sacrificios, donde se simbolizan tantas cosas ya declaradas, y otras muchas que hay? […] ¿Cómo sin Aritmética se podrán entender tantos cómputos de años, de días, de meses, de horas, de hebdómadas tan misteriosas como las de Daniel, y otras para cuya inteligencia es necesario saber las naturalezas, concordancias y propiedades de los números?” (de la Cruz, 1968, p. 497-98). La respuesta a Sor Filotea sirve como un despliegue retórico para defender su derecho a estudiar, pues su encierro no debía ser en vano. En esta carta, también defiende el derecho de las mujeres de estudiar y leer. Gracias al reclamo de Sor Filotea y a los prejuicios de la época en contra de las mujeres que querían escribir y estudiar, Sor Juana escribe esta carta de liberación, probablemente uno de los primeros manifiestos feministas y uno de los ensayos más hermosos de la Latinoamérica colonial.


La vida conventual es para Sor Juana su encierro que, si bien, por un lado, le permite acceder a las letras, por otro, le sigue quitando tiempo de lo importante. Reclama: “estar yo leyendo y antojárseles en la celda vecina tocar y cantar; estar yo estudiando y pelear dos criadas y venirme a constituir juez de su pendencia; estar yo escribiendo y venir una amiga a visitarme, haciéndome muy mala obra con muy buena voluntad, donde es preciso no sólo admitir el embarazo, pero quedar agradecida del perjuicio” (de la Cruz, 1968, p. 501). La ironía de Sor Juana indica que la vida cotidiana, las necesidades diarias y sociales, no le permite alcanzar el conocimiento. Mientras el convento es encierro que le abre un espacio, su vida en el convento y su propio cuerpo son un encierro con el que lucha constantemente.


Su gran poema barroco “Primero sueño” habla justamente de la necesidad de ascender al conocimiento. El único momento en que el alma se libera de las demandas del cuerpo es durante el sueño. La corporalidad es el encierro para la voz poética: “juzgándose casi divida / de aquella que impedida / siempre la tiene, corporal cadena / que grosera embaraza y torpe impide / el vuelo intelectual” (de la Cruz, 1968, p. 272). En aquella hora de la noche cuando salen los animales nocturnos y todo queda en silencio, en el conticinio, el cuerpo entra en el mundo de los sueños y se libera de las ataduras terrenales. Dice Sor Juana que en ese momento se suspenden los sentidos y se experimenta una pequeña muerte: “el cuerpo siendo, en sosegada calma, / un cadáver con alma, / muerto a la vida y a la muerte vivo” (p. 270). El alma entonces queda libre de sus cadenas, viva, para divagar hacia el conocimiento, aunque su cuerpo parezca muerto. Solo bajo estas condiciones, el alma humana asciende a la esfera de lo infinito: “como sube piramidal punta / al Cielo la ambiciosa llama ardiente / así la humana mente / su figura trasunta, / y a la causa primera siempre aspira, / céntrico punto donde recta tira / la línea, si ya no circunferencia / que contiene, infinita, toda esencia” (p. 274-75). El alma así puede experimentar la paradoja de lo eterno: la esfera de Pascal borgeana que tiene el centro en todas partes y la circunferencia en ninguna. Cuando llega el día, la libertad se acaba porque el cuerpo se hace presente: siente hambre. Las ataduras corporales necesariamente vuelven mientras vivamos, pues la liberación es momentánea, tal vez cíclica. La libertad total solo ocurre con la muerte.


Tercer caso: La cucaracha, las rosas y el ciego que masticaba chicle, entre otras formas de liberarse


Clarice Lispector, en los cuentos de Lazos de familia y también en sus novelas como La pasión según G. H., utiliza un recurso recurrente: las protagonistas experimentan epifanías que las conducen a estados de la mente en los que la realidad se deconstruye. No es coincidencia que la mayoría de estos personajes sean mujeres amas de casa de clase media que viven aparentemente satisfechas. El encierro en este caso, al igual que en el de Sor Juana, es la cotidianidad de la vida. La diferencia es que estas mujeres no se cuestionan las limitaciones, sino que algún elemento, siempre inesperado, desencadena en ellas un vuelo mental que les permite atravesar la realidad. Acceden así a conocimientos complejos que el lector debe descifrar.


G. H. es una mujer citadina que vive en un departamento acomodado. La visión de una cucaracha en el cuarto de la empleada hace que G. H. se interne en una alucinación y llegue a lo más básico de la existencia: a la pura materia. En ese estado primitivo y abyecto, el personaje se come la cucaracha y luego la vomita como si diera a luz o abortara. Es una deconstrucción total que le permite sentir la materia orgánica en su forma más básica y despojarse de toda realidad social.


En el cuento “La imitación de la rosa”, Laura espera que su marido vuelva para ir a casa de una pareja de amigos. Laura quiere ser la esposa y ama de casa perfecta, pero hay algo, un pasado tal vez de locura, que la atrae y que muestra el presente como falsedad. Nuevamente, lo cotidiano es una construcción de la que se puede uno despojar. Laura lucha por mantenerse dentro de la realidad; no se puede dejar llevar porque eso sería su perdición: su regreso a... Hace lo que el médico le dice: toma su vaso de leche y se sienta “‘con mucha naturalidad’, fingiendo falta de interés, ‘sin esforzarse’” (Lispector, 2013, párr. 7). Lo bueno para Laura es estar cansada, pues así demuestra que es útil, que ha participado del sistema de los adultos. En este contexto, aparecen unas bellas rosas que disparan el vuelo mental y la liberan de su estado de “normalidad”. La belleza tentadora de las rosas la llevan a ese lugar que ha tratado de evitar durante la narración, donde no es Laura esposa de Armando y amiga de Carlota. Allí, simplemente es; es como las rosas. La liberación de la mente, la vuelta a la locura, en este caso, no tiene retorno.


Algo parecido sucede en el relato “Amor”. La protagonista experimenta la epifanía cuando ve a un ciego masticando chicle desde un autobús. La realidad para Ana se deshace como los huevos que se le rompen en la bolsa de compras y se escurren por la malla. Descubre en este trance el amor; mas no el amor romántico, sino el amor a la vida, que es el amor a la muerte. En el jardín botánico, Ana ve la podredumbre de la naturaleza y entiende que la descomposición es vida. A diferencia de Laura, Ana vuelve a su cotidianidad: llega a la casa con las compras y ve a sus hijos; sigue con su vida. En las narraciones clariceanas, las protagonistas se liberan del encierro de la realidad, de su papel de mujeres (madres, esposas, amas de casa). La realidad se abre e ingresan en un campo de percepción complejo y abstracto.


El sueño de Dante que abre ese espacio infernal abierto y cerrado a la vez, el sueño del conocimiento infinito de Sor Juana y las epifanías clariceanas en las que la mente encuentra las más inesperadas e incontables conexiones semánticas, son todos paréntesis temporales y espaciales de realidades o percepciones infinitas, que liberan la existencia de aquellos que habitan su propio encierro.

Referencias

Alighieri, D. (1983). Divina comedia. Oveja Negra.
Borges, L. J. (2014). Obras completas. Tomo III. Emecé.
De la Cruz, J. I. (1968). Obras escogidas. Bruguera.
Lispector, C. (2013). La imitación de la rosa. https://estoespurocuento.wordpress.com/2013/09/06/clarice-lispector-la-imitacion-de-la-rosa-cuento/

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