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Los anos

Ensayo

Los años

Daniel Ramos

Número revista:

1

El sol es el regente del tiempo. El vaivén entre luz y oscuridad es el metrónomo que vuelve visible el implacable paso de las horas. El sol es quien marca las estaciones, cuyo desarrollo cíclico nos recuerda que el reloj nunca dejó de avanzar. El tiempo atmosférico es para Virginia Woolf la carta de presentación de un nuevo año, de un capítulo más. De esta manera, su novela titulada Los años (1937), la última que publicaría en vida, recorre el período comprendido entre “una primavera vacilante” de 1880 y aquel verano de los primeros años de la década de 1930. Durante todo este lapso, se nos permite frecuentar a los miembros de la familia Pargiter, gente burguesa en la Gran Bretaña de cambio de siglo. Empezando por el coronel Abel Pargiter, vamos conociendo a su descendencia, la casa en la que habitan, sus relaciones sociales, sus preocupaciones vitales, sus objetivos y aspiraciones. Es así como, a lo largo de cincuenta años, se nos relata la transición del día hacia la noche de una serie de personajes, en donde la feminidad rebosa y varias veces expresa una crítica, aunque esta sea velada o entre líneas.


La casa, entendida como símbolo del cuerpo y representación de los cuartos ocultos o visibles de nuestra consciencia, nos puede llevar a comprender un poco más la mente de algunos miembros de la familia y la situación inicial de los Pargiter. En primer lugar, destaca el cuarto de la madre, una especie de ataúd que aún no puede ser enterrado, pero que, sin duda, ya alberga a un muerto. Ingresar a aquella habitación supone enfrentarse al dolor y a la tristeza que emanan la condición de la madre y el esfuerzo que conlleva el cuidarla y el tratarla. Por otra parte, resalta también el gran sillón de la sala, aquel que le pertenece al coronel y que materializa al patriarcado. Así, a través de los espacios: el primero comunicando los lacerantes problemas del ámbito de lo privado y el segundo definiendo una posición de poder dentro de la casa; la autora deja establecida la dinámica familiar en la que nos adentraremos y se esboza uno de los primeros conflictos de la narración: “Cualquier día —ese era el eufemismo con que el coronel se refería al día en que su esposa muriese— abandonaría Londres, pensó, y se iría a vivir al campo. Pero tenía que pensar en la casa, tenía que pensar en los hijos […]” (1937, p. 8).


En estrecha relación con los espacios, podemos encontrar algunos objetos representativos de la casa, mismos que también experimentarán el paso del tiempo. Están, por ejemplo, el sucio retrato de la madre y el hervidor que nunca funcionó correctamente. Ya en el año 1910, cuando Rose visita a Maggie en su deteriorado departamento, ella reconoce el antiguo espejo italiano que solía colgar en el dormitorio de la madre y que ahora se ubica entre dos ventanas del edificio. Junto con este también identifica al sillón rojo, mueble que, en otra época, perteneció al vestíbulo de la casa. En este punto, nos damos cuenta de que, al igual que los enseres domésticos, los miembros de la familia se diseminan y cambian, llenándose quizá de manchas como aquel opaco reflejo que nacía del viejo espejo. En cuanto al sillón rojo, este vuelve a aparecer en 1917, año en que los padecimientos de la Primera Guerra Mundial agobiaban a la familia: “Los colores comenzaron a palidecer. Había estado mirando el sillón rojo. El sillón perdió su esplendor mientras Eleanor lo miraba, como si su luz se hubiera apagado” (ibidem, p.311).


De la misma manera, conforme avanzan las páginas, la luz experimenta un proceso de atenuación que se extiende hasta la oscuridad, no solo en lo referente a la pérdida del resplandor de los muebles, sino también a la incesante marcha de los personajes hacia la vejez. Así, cincuenta años han transcurrido sobre Eleanor. Todo partió desde la vida de una joven de veinte años que regresaba de una visita de caridad; todo llegó hasta su ancianidad a los setenta años. En el desenlace, durante una reunión familiar en casa de Delia, una vez que todas las parejas se han despedido y salen por la puerta, Eleanor plantea la pregunta final: “Y ahora qué”. Para ellos, el último tramo hasta encontrarse con la muerte; para el tiempo, la perpetua acumulación de ciclos y de años que estarán ahí aun después de que no permanezca nadie más.


En conclusión, Virginia Woolf, en su novela Los años, trata la transición de la luz hacia la oscuridad, marcada siempre por el transcurrir de las estaciones. Esto parte desde una casa burguesa cuyos miembros sufren por el conflicto en torno a la situación fatal de la madre. Los espacios que allí aparecen nos ayudan a entender los roles dentro de la familia Pargiter. Junto con ellos están los muebles y enseres, los cuales se dispersan y se deterioran al igual que sus dueños. De esta manera, una vez ha transcurrido alrededor de medio siglo, queda latente la cuestión sobre qué vendrá ulteriormente, pues, aunque los mortales desaparezcan, el tiempo dentro del cual se desarrollaron continúa su marcha implacable.

Bibliografía
Woolf, V. (1937). Los años [pdf]. (Titivillus, Ed., & A. Bosch, Trans.)

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