Ensayo
Ovni + pinol
Juan Sebastián Martínez
Número revista:
Tema dossier
Abducción
Las vidas de Claudio Ptolomeo y Nicolás Copérnico, astrónomos europeos —el primero de la Antigüedad y el segundo del Renacimiento— tienen un diminuto parecido con las de dos jóvenes andinos poco talentosos pero con gran deseo de escudriñar los secretos del universo. Ellos son Tolomeo y Copérnico Peláez, hermanos de sangre que han nacido a mediados del siglo XX en Chinguilamaca, un pueblo del sur del Ecuador, y que, en el extremo de la vocación, desean ser abducidos por seres de otros mundos para poder viajar en sus naves hasta un planeta lejano. Estos acontecimientos pertenecen a la novela Dioses, semidioses y astronautas, escrita por Nicolás Kingman entre 1978 y 1981.
Frías es el nombre con el que Tolomeo y Copérnico bautizaron al planeta al que quieren llegar. Ellos dicen que gracias a un catalejo[1] que heredaron de su padre, han sido los primeros humanos en observar —y, claro, en nominar— aquel astro. En el pueblo se rumora que además de esta hazaña, y a pesar de las limitaciones del instrumento, los hermanos Peláez han logrado observar fenómenos maravillosos. Por ejemplo, el hecho de que la Vía Láctea está poblada por “espíritus errantes que esperan su turno para entrar al cielo o al infierno”. Se dice también que una noche aseguraron haber visto a los habitantes de Venus: seres alados de patas largas que vuelan alrededor de su mundo como si fueran grandes zancudos; aunque luego ambos se habrían dado cuenta de que el catalejo no estaba apuntando al firmamento, sino al farol que ilumina una de las torres de la iglesia.
[1] Catalejo: “Aparecido entre el siglo XVI y el XVII, su invención es atribuida a Juan Roget. En sus primeros tiempos, fue utilizado principalmente por marinos y naturalistas; aunque también sirve para la observación ornitológica y, hasta cierto punto, para las observaciones astronómicas” (texto tomado de: https://es.wikipedia.org/wiki/Catalejo).
Ni los tropiezos en sus observaciones ni los vacíos de la ciencia terrestre distraen a los hermanos Peláez de su intención de viajar a Frías. Entonces su tío Tadeo, que ha estado experimentando con la química del cuerpo humano para darle inmortalidad[2] o para hacerlo capaz de modificar el clima y atraer las lluvias, decide premiar la candidez de Tolomeo y Copérnico regalándoles obleas que convertirán momentáneamente su carne y sus huesos en emisores de ondas electromagnéticas capaces de llamar naves extraterrestres para que los lleven a su anhelado astro. Ellos, en un acto de fe, creen que el método que les ha propuesto Tadeo funciona, y siguen con rigor sus instrucciones: cada uno toma tres obleas, una por noche, durante tres noches seguidas; las ingieren con trago (licor destilado) en cantidades ad libitum, tal como ha prescrito el sabio.
[2] Kingman creó el personaje de Tadeo Peláez inspirado en su amigo Remo Dávila. La película Abuelos, de la directora Carla Valencia Dávila, presenta las huellas que Remo dejó al transitar el atolladero físico y mental que le significó su obsesiva búsqueda de la inmortalidad.
Los astrónomos Peláez esperan convertirse en astronautas, pero no por viajar en las torpes naves terrestres (a las cuales ni siquiera tendrían acceso), sino por dejarse llevar en algún transporte de otro mundo, es decir, mediante un proceso de abducción. Abducir: ‘Dicho de una supuesta criatura extraterrestre: Apoderarse de alguien’. Con esas palabras, la Real Academia Española (RAE) habla de una acción que probablemente nunca se haya llevado a cabo en el mundo físico[3].
[3] Otro hecho llamativo es que el verbo abducir se conjuga, según el diccionario, en los modos indicativo, subjuntivo, condicional e imperativo, o sea que el doblaje al español de una hipotética película hollywoodense de bajo presupuesto no violaría las reglas de la lengua de Castilla cuando, por ejemplo, la jefa de una misión de venusinas ordenara a las subalternas: “Eh, vosotras, abducid al terrícola”.
En este sentido, el verbo abducir queda, por lo pronto[4], limitado a las historias ficticias y a la reflexión teórica, es decir, a la especulación. Especular también es ‘hacer conjeturas sobre algo sin conocimiento suficiente’. Conjeturar puede referirse a ‘formar juicio de algo por indicios u observaciones’. Por indicio es aceptado hablar de un ‘fenómeno que permite conocer o inferir la existencia de otro no percibido’. Inferir se acepta como ‘deducir algo o sacarlo como conclusión de otra cosa’. Y deducir, en filosofía, es ‘extraer una verdad particular a partir de un principio general’[5](todas estas definiciones están en el diccionario de la RAE).
[4]También hay quienes consideran que es muy probable que jamás lleguen naves de otros mundos a la Tierra. Una de las explicaciones que el físico Enrico Fermi ensayó a mediados del siglo XX respecto de esta y otras contingencias y hechos relacionados al nulo contacto entre humanos y seres extraterrestres, fue que las civilizaciones tenderían a destruirse a sí mismas antes de alcanzar la tecnología que les permitiera viajar hasta nuestro planeta. Esta premisa podría mantenerse durante el siglo XXI, incluso si se tuvieran indicios de que las señales que durante estos últimos años han captado los radiotelescopios hubieran sido generadas por tecnologías alienígenas, pues el desarrollo técnico-científico de estas inteligencias podría ser igual o menor que el que hasta hoy ha alcanzado la humanidad. Dicho esto, y llevándonos al colmo de la especulación –ya que especular, como adjetivo, es aquello ‘perteneciente o relativo a un espejo’ (RAE)– podríamos imaginar que alguna de esas señales fue emitida por un dúo de astrónomos parecidos a Tolomeo y Copérnico Peláez, quienes, ante el deseo e imposibilidad de llegar hasta aquí, estarían pidiendo, por medio de la manipulación de campos electromagnéticos, que seres amables y hospitalarios decidan ir a traerlos.
[5] La deducción es una de las posibles formas de razonar que describió Aristóteles en el siglo III a. C.
Ahora veamos un ejemplo de razonamiento deductivo en la trama de Dioses, semidioses y astronautas, pero antes consideremos que, a la tercera noche, Tolomeo y Copérnico esperaban ya sobre la colina más alta de las que rodean Chinguilamaca. Estaban listos para ser abducidos, cuando una nave brillante que a ratos parecía un platillo y a momentos una nube de fuego, “como la visión de Yahvé que tuvo Ezequiel”, sobrevoló el pueblo.
Durante aquel trance, y por cómo se desarrollaron los acontecimientos, podemos inferir que la población chinguilamaquense realizó a gran velocidad la siguiente operación mental. a) Regla general, según la población: todas las naves brillantes que parecen platillos o nubes de fuego matan o secuestran seres humanos. b) Caso: en el cielo de Chinguilamaca hay una nave brillante que a ratos parece un platillo y a momentos una nube de fuego. c) Conclusión: esa nave nos matará o, por lo menos, nos secuestrará.
Entonces la gente fue atrapada por el miedo. “Se oían ayes, sollozos y gemidos (…) los que no huían quedaban abismados, boquiabiertos, contemplando el platillo. Estaban enteleridos. Gentes buenas, humildes, honradas, se escondían como ladrones tras los chaparros, o en sus casas, debajo de las camas. Un sujeto hubo que del susto perdió la cabeza y jamás logró recuperarla. De un corral se escapó una manada de reses enfurecidas y en estampida sembró en las calles mayor terror y confusión. Una piara de cerdos hambrientos, aprovechándose del pánico, devoró a un recién nacido, del que no quedaron ni los huesos. Y hasta ocurrió el caso insólito de un gallo que enloqueció: penosamente quebró sus espolones al atacar su propia sombra proyectada en un muro. Ciudadanos respetables —se dice— mancillaron su honor en los calzones.”[6]
[6] Kingman, Nicolás. 1987. Dioses, semidioses y astronautas. Quito. Editorial El Conejo. p. 152. [texto original publicado en 1981].
La nave aterrizó en la colina a la que habían subido Tolomeo y Copérnico. Hay testigos que aseguran haber visto cómo en ese momento los hermanos Peláez entraron al transporte, que luego retomó el vuelo para perderse en el cielo nocturno. Al siguiente día, una patrulla militar trepó hasta la cima. Los hermanos Peláez ya no estaban allí, y tampoco habían regresado al pueblo. Lo único que encontraron fue algo de vegetación quemada y una funda con salchichas, conservas y pinol[7]. El jefe de la patrulla hizo entonces una operación lógica que también lleva el nombre de abducción. La RAE la define como el ‘silogismo cuya premisa mayor es evidente y la menor menos evidente o solo probable, lo que hace que la conclusión sea poco probable’[8]. Analicemos el caso. a) Hecho asombroso: una patrulla militar encuentra salchichas, conservas y pinol junto a las huellas que acaba de dejar el platillo volador en el que se han ido Tolomeo y Copérnico. b) Hipótesis del jefe de la patrulla: todos los viajeros llevan comida para el trayecto —provisión que en el Ecuador se llama cucayo—. c) Motivo del hecho, según el razonamiento del jefe de la patrulla: el cucayo fue transportado hasta el lugar por Tolomeo y Copérnico con la intención de subirlo al platillo en el que resultarían abducidos y devorarlo durante el viaje, pero las criaturas extraterrestres no aceptaron, por motivos de higiene, que esas raciones de conserva, salchicha y pinol fueran llevadas al interior de su nave.
[7] El pinol es harina de cebada (que en el Ecuador lleva el nombre de máchica) con algún endulzante, generalmente panela.
[8] Este tipo de operación también fue descrita por Aristóteles.
Desplazamiento
La escena del objeto que vuela sobre Chinguilamaca en Dioses, semidioses y astronautas puede ser interpretada como una parodia al tratamiento que diversas obras, tanto escritas como fílmicas, dan a ciertos temas relacionados con el fenómeno ovni: avistamientos, ataques, secuestros u otro tipo de intercambios entre humanos y extraterrestres, o entre humanos y objetos inclasificables —luminosos o no— que cruzan el firmamento[9].
[9] Como parte de esta lectura, vamos a descartar que la escena del ovni en Dioses, semidioses y astronautas pueda ser calificada como un pasaje de ciencia ficción o como un ejemplo de realismo mágico. Incluimos este apunte porque algunos de los comentarios que se han publicado acerca de la novela la han situado ya sea en aquel género o bien en el mencionado movimiento literario. Sobre lo primero, argumentaremos que la escena no posee las características de las obras de ciencia ficción, pues lo que dice Tadeo Peláez acerca del efecto de sus obleas no se sustenta en proyecciones científicas existentes fuera del texto. Es más bien una hipótesis pseudocientífica que llama sutilmente al humor. Por ello podría calzar, si se quiere, en el subgénero de ciencia ficción humorística –el humor hace innecesaria la verosimilitud basada en las posibilidades de la ciencia–. Por otra parte podemos decir que la nave que surca los cielos chinguilamaqueños no es percibida como un elemento asimilable a la normalidad del pueblo, como sí son percibidos, por ejemplo, los discos anaranjados que suelen cruzar el cielo de Macondo –una serie de discos de color naranja son avistados en varias escenas de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez. Tales apariciones funcionan como presagios nefastos, sin que ningún personaje se muestre sorprendido. Esta manera de incorporar elementos fantásticos a la narración es, como se ha dicho innumerables veces, una de las características del movimiento literario del realismo mágico–.
Para observar la dimensión humorística de este episodio, pensemos nuevamente en el proceso de razonamiento abductivo que se describe en esas páginas[10]: aquella operación lógica que llevó al jefe de la patrulla a suponer que Tolomeo y Copérnico pretendían meter una funda con cucayo en la nave alienígena[11]. Si el personaje del militar atina, no es porque su lógica sea infalible —la abducción, como anotamos antes, es un tipo de silogismo que arroja resultados poco fiables—; el acierto del personaje se da entonces porque en el universo de esta novela tal comportamiento es posible. Ciertamente, antes de que el militar empiece a hacer su reporte, la voz narrativa ya nos había hecho saber que la intención de los astronautas Peláez era llevar esa comida al plato espacial.
[10] Capítulo XXIV de Dioses, semidioses y astronautas.
[11] El humor aparece cuando se pone en ridículo la capacidad del jefe militar para explicar la realidad por medio de la lógica. Es una escena que en cierta medida converge con la crítica que hace Friedrich Nietzsche en Die fröhliche Wissenschaft (obra que cuestiona el entusiasmo de los filósofos occidentales por la lógica en detrimento de la posibilidad de contemplar las estrechas relaciones que existen entre lo lógico y lo ilógico. Nietzsche apunta: “la tendencia predominante a considerar la semejanza como lo idéntico –tendencia ilógica, pues no hay nada que sea idéntico en sí–, esa tendencia, digo, creó el fundamento mismo de la lógica”).
Por medio del humor, Kingman contiende con las obras de ficción que tratan el plagio perpetrado por extraterrestres como un fenómeno que se sitúa a medio camino entre la alucinación de los personajes secuestrados y la realidad física de su universo narrativo.
Llevar una funda plástica con pinol, conservas y salchichas —¿comprados en una tienda de abarrotes?— a una nave de otro mundo es un acto que tiene la capacidad de provocar risa por lo pedestre que resulta cuando lo contrastamos con las formas en las que se puede narrar un episodio de abducción si se considera que todo secuestro o apoderamiento consumado por alienígenas es una experiencia casi onírica, en la que la evidente participación del psiquismo de las personas abducidas impide que su testimonio sea considerado como una prueba del supuesto fenómeno[12] físico[13]. La humilde ración de comida fue capaz restarle gran parte —o todo— el carácter extático que se le podía haber conferido a esta escena de abducción[14]. Es posible soñar que cenamos manjares, pero normalmente no es muy práctico ir a la cama con algún platillo que hayamos preparado antes de dormir con el plan de ingerirlo dentro del sueño.
[12] Hecho que, de aceptarse como cierto desde un punto de vista físico, supondría la existencia de uno o más seres que de manera furtiva, y tal vez temporalmente, se han alojado en el planeta Tierra.
[13] Aunque no por esto la fisicidad del fenómeno testimoniado deba quedar descartada; pues el acontecimiento puede considerarse inexplicable dentro de la propia historia.
[14] La cantidad de masa/energía que otorga la presente lectura a la funda de alimentos, convierte a esta última en una pequeña región capaz de curvar el espacio/tiempo del universo narrativo de Dioses, semidioses y astronautas. Tal fenómeno, que guarda similitud con los de la física astral, hace que el cucayo logre suficiente gravedad para atraer a los objetos o personajes, en especial a los que se le acercan demasiado –como el platillo volador, sus ocupantes extraterrestres, los terrícolas abducidos o el jefe de la patrulla militar–. Ellos se desplazan hacia la funda, se acercan a su horizonte de sucesos y empiezan a girar alrededor suyo de manera elíptica, mientras el cuerpo significante de cada uno de estos personajes y objetos se achata, se aquieta internamente, pierde poder para transmutarse –cambiar de sentido–. Ahora bien, no habría lectura capaz de conferir masa o energía a esas conservas, salchichas y porción de pinol si estos bocadillos no tuviesen una cualidad sobrenatural para recibirlas, hecho que se produce gracias a la magia que detentan todos los objetos y personajes que aparecen en un texto (cada cual la posee a su manera). Finalmente, diremos que se puede establecer cierta adyacencia entre esta visión y el ensayo Seis propuestas para el próximo milenio (1985) cuando su autor, Ítalo Calvino, sostiene que en toda narración “un objeto es siempre un objeto mágico”.
El acto de Tolomeo y Copérnico evidencia lo inestable que resulta considerar únicamente la dimensión física del secuestro alienígena en una obra de ficción; y al evidenciarlo, consigue que el contrapunto kingmaniano a las narraciones que sí aluden a posibles visiones de origen mental como elemento inseparable de las escenas de abducción, se convierta, paradójicamente, en un tributo a esas mismas historias[15].
[15] Para cerrar esta lectura, tuvimos que omitir el hecho de que aquella división entre dos tipos de narraciones –las que aluden a visiones de origen mental como elemento inseparable de las escenas de abducción y las que no lo hacen– es bastante arbitraria, pues, entre otras cosas, también se puede aludir a algo sin nombrarlo; entonces, y como ejemplo, podemos suponer que donde unos creen captar ciertas alusiones a fenómenos de origen mental, otros posiblemente no las vean.