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Pizarnik o el Absoluto

Ensayo

Pizarnik o el Absoluto

Lucía Mestanza

Número revista:

2

Tema dossier "Poema"

…porque lo bello no es sino el inicio

de lo terrible que aún podemos soportar.

— Rilke



Cuando la polifonía en uno y en todos los poemas no alcanza, cuando la escritura que ha cobrado un carácter multi-dialógico entre pensamientos, corrientes y referentes no basta, y cuando el nivel metatextual en esa escritura que adquiere la plasticidad de lo performático[1] arte-vida no es suficiente, el Yo – poético y físico–, solo puede aspirar a lo inmaterial.


La obra de Alejandra Pizarnik (Avellaneda, 1936 – Buenos Aires, 1972) plantea –sobre todo su diarística y su poesía–, el tema de su vida desde la literatura, es decir, desde una perspectiva metaliteraria. Con un proyecto que se expresa en la fusión literatura-vida y que se hace posible gracias a la disposición coherente de sus elementos en el contexto de la época, la construcción de la idea de su suicidio –a causa de sus imposibilidades– volcada sobre el papel, la ubica como un referente estético en la consigna metafórica del Absoluto.


Morada


Alejandra Pizarnik (2013) adopta para sus escritos una visión desde el concepto de morada: “No, yo quiero un refugio. El refugio es una obra en forma de morada.” (p. 678). Su escritura es el único lugar donde logra subsistir por casi dos décadas a falta de un lugar en el mundo, por inconformidad y dificultades de adaptación al real; y para ello, se crea uno propio hecho con palabras, una morada poética:


Escribes poemas

porque necesitas

un lugar

en donde sea lo que no es. (Pizarnik, 2014, p. 318)


Ese lugar que la autora recrea con poética discursiva y con el uso poliédrico de su voz literaria se construye en una actitud de defensa ante lo agreste del mundo prosaico que para ella es todo aquello que no nombra la literatura; son parte de esa recreación elementos como el de lo metaliterario, la referencialidad, la performatividad y la propia autoconfiguración del personaje alejandrino, que dispuestos bajo el gran tema que forjó en la idea de su desenlace, develan una obra desbordante de retórica que comulga con el sentido de la fragmentariedad, en la imposibilidad del lenguaje –que se traduce en la imposibilidad de vida–, y con la meta fija en el Absoluto.


Fragmentación


Pero hay moradas que no alcanzan, lugares que se convierten en asideros de perfección insoportable, espacios en los que las ideas declinan ante lo inabarcable del lenguaje, sitios con tristes pasadizos oscuros que trasmutan poética en locura, zonas de sensaciones fragmentadas ondeando obsesivas en sus emblemas narrativos –viento, jardín, espejos, silencio, noche–, que lo único que hacen es reproducir incesantemente esa fragmentación. Hay en la construcción de la morada pizarnikiana dolores expansivos que descubren la imposibilidad de su subsistencia –que es la de su vida–, y que proyectan el sacrificio como un todo estético que se devela en un acto performático a lo largo de toda su obra.


Una obra que se aprecia como un artefacto cuyos signos se emiten desde el lenguaje y el cuerpo para crear el personaje que es “Alejandra”; una noción creada conscientemente en la teatralidad de sus percepciones, que expone su vida al límite de la existencia en la representación de una visión que se nutre de fragmentos y que se mantiene únicamente en la idea larga pero agónica del ideal poético: la prefiguración de una imagen que ha de cobrar la perfección únicamente en lo fatal trágico que sellará esa fusión vida-literatura.

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En la obra pizarnikiana, el arte se desarrolla como un todo interactivo que sucede en la progresión de lo recurrente, la experiencia literaria hace una alianza con la experiencia emocional disponiendo su Yo desde la poesía pura que expresan sus obras (llámense poemas o no). La escritura se reconfigura una y otra vez en un acto que es performático, es decir, que posibilita la realidad de lo que convoca: “Estoy anómalamente fragmentada” (2013, p. 663) diría la autora hacia 1964, traduciendo sus imposibilidades en esa obra de pinceladas impresionistas, yuxtapuestas, que emite reflejos auto-referenciales, cuyo dolor insiste obsesivamente en el perfeccionamiento de las formas de su escritura. Ahora bien, su fragmentariedad no es únicamente literaria, su cuerpo fragmentado también replica lo franqueable de su escritura y esa mixtura entre la dificultad del ser desde su cuerpo y la dificultad del lenguaje en la escritura derraman este carácter errático en sus escritos para formar en el trayecto un géiser interrogante a modo de taller existencial donde sus obras dialogan entre sí, haciendo el cuerpo del poema con su propio cuerpo. (Pizarnik, 2014, p. 269).


Lenguaje


En Pizarnik (2013) el proceso de escritura se problematiza entre el cuestionamiento y la imposibilidad de su realización: “Mi método de corregir desemboca en la seca y árida poesía pura” (p. 746), sus intentos de perfección lingüística con el pasar del tiempo se acrecientan y se deforman; su trabajo se torna asfixiante, sus correcciones interminables, su reescritura llega a lo tortuoso; en definitiva, sus signos lingüísticos rebasan la distorsión, su léxico se trastoca en un escoger incansable de palabras, sobre todo en su poesía, que es cada vez más breve. En el intento casi sobrehumano por aprehender la esencia, el método se torna extenuante, el lenguaje se descoloca trasmutando hacia la desfiguración, fuga permanente hacia el abandono de lo claro para instalarse en el abismo, en lo malsano de la devastación mental. Ya en los últimos meses de vida, las palabras y las ideas abandonan para siempre el sentido de la coherencia. Su escritura es arrebatada poco a poco por el silencio que decanta su tragedia.


La imposibilidad de vivir se reitera con las escenas de su cotidianidad a través de la palabra. Desde el cuerpo, retrata la imposibilidad de un lenguaje que asegura no dominar, que dice desconocer. La obra y la vida en fusión se suceden en un desorden que se repite incesante en la convivencia agónica que subsiste todavía en aquello que la autora con palabras, a su modo de ver, no ha podido nombrar pero que insatisfecha sigue tratando de configurar, lo cual convida el producto central de su arte.


Absoluto


En Pizarnik, el Absoluto es un lugar al que se arriba en progresión, que parte de la tenue idea de un no estar, hasta llegar a la realidad fáctica de su abrupto desvanecimiento. Con su final, consigue evocar la consagración del ideal surrealista de una vida poética. Su insistencia en Ser Poema a través de su obra, declina la idea de ser humana en la vida. Su obra, tanto en la poesía como en la diarística, refracta un proyecto estético que se sustenta en lo ético.


Pizarnik habitó en un mundo de abstracción que le permitió actuar y reflexionar tan solo en el sentido de esa progresión literaria instaurada en ella; su escritura es muestra expresa de su acontecer poético, que junto a su estilo musical, lejano y ajeno, la llevan hacia su objetivo tácito:


Dejar de existir: lo que hago y lo que hice ha sido para entretenerme mientras espero que la espera se acabe… Pero sigues siendo trágica y quisieras –una sola vez– cometer un acto puro, realizar el absoluto que te prometiste… Al menos sabes que no sabes a qué atenerte salvo a este deseo de cesar de vivir. (Pizarnik, 2013, p. 507)


Hay un momento en Pizarnik, en el cual la tarea de perfeccionamiento de su lenguaje y la angustiosa necesidad de desprenderse del dolor llegan a un punto de no retorno y su idea de poesía total se cubre con el silencio. Agrafía metafórica a la que llega cuando nombra su imposibilidad, cada vez más real, pero también literal cuando se hacen evidentes los vacíos en su escritura, los poemas ausentes y los días de las entradas de su diario que son solo silencio a causa de la razón de su asfixia.


El zenit de su obra, que se ha fusionado con su vida, es ese punto final que decide escribir un 26 de septiembre de 1972 para morar en El Poema tal como ella lo soñó, tal como jamás lo escribirá y tal como nadie lo escribió (Pizarnik, 2013, p. 555). Ese es el encuentro con el Infinito, cara a cara con el Absoluto (Badiou, 2016, pp. 146).


Lo poético, que en Pizarnik surge en el ejercicio de la belleza y crueldad continente de la perfección imposible, es esa morada que con el pasar del tiempo se ha desgastado al punto de la devastación donde solo puede instituirse el acto sublime de lo fatal. Si la poesía es eternidad como sostuvo Bataille (2010, p. 30), esa eternidad en la autora se dibuja en el desafío de lo sensible que se configura con palabras imaginadas a partir del propio éxtasis que éstas ya no logran configurar, y que se quedan, a medio camino, para erigir en el estertor de su propio lenguaje, la idea imposible soñada. Es la mirada perdida en el horizonte, que reclama como en un acto de regresión al origen, el Absoluto. La belleza total, como cualidad etérea se traduce en el hecho terrible y poético que encarna su desintegración, es su escritura la que se expande al infinito –al Absoluto–, en la propuesta del acto sacrificial que la configura a ella, Alejandra, como un bello poema final.


“¿Es necesario llegar a decir la atrocidad de que la muerte de un genio libera la incompletitud de sus piezas? Sí, el teatro es cruel” (Badiou, 2016, p. 91). La belleza y la juventud que Pizarnik buscó preservar se traducen en su deseo obsesivo por recrear lo bello, como una estatua de la nostalgia que perdure a través del tiempo; paradójicamente, lo alcanza con la larga agonía de la que están hechos sus escritos y con un punto final que es la muerte, que la libera de la incompletitud.


En la consigna de una vida absolutamente poética Pizarnik crea a Pizarnik; un personaje suspendido en la idea del Absoluto como algo realizable después del límite de lo finito. Ha salido de la diégesis para instalarse en ese constante vagar de lo incorpóreo que evoca su memoria desde los eternos emblemas de una vida teatral.


Conclusión


En Pizarnik, tanto las entradas de su obra diarística, como sus poemas, Despedida, Escrito en el crepúsculo, En un lugar para huirse, Fiesta en el vacío; solo por nombrar unos cuantos, son espejos del desastre que profetizan un adiós inminente de manera recurrente y dolorosa. Rilke y su sed de ruinas la harán contemplar ávida cada signo de destrucción y de muerte(2013, p. 1092) para ponerlo por escrito y entregarse por entero al único método posible de subsistencia en el arte, la radicalidad de la vida poética a través del lenguaje en un estado de desfallecimiento que la conduce enfáticamente hacia el límite y que le abre, paradójicamente, la puerta de lo sin límite.


Kantianamente, ese límite entre lo finito y lo infinito es atravesado por Pizarnik para redirigir la mirada del lector hacia una poética que presintió el más allá de la belleza rilkeana, aquella que ha sobrepasado el inicio de lo terrible, el momento en que le fue imposible seguir soportando para finalmente arribar a lo inmaterial.


La hermosa como el suicidio que no hace más que autoconfigurarse, la que en extrañas cosas mora para hacer de una jaula un ave, la infusa de muerteque errante deambula como enamorada del viento, aquella que ha querido sacrificar sus días en las ceremonias del poema, la invitada a ir nada más que hasta el fondo, una vez en el fondo, alcanza el Absoluto.



[1] Bajo la descripción de “Conducta verbal real”, la palabra “performance” alude a la acepción de lo “performático”, término que inaugurara el lingüista Noam “Chomsky para designar la actividad de hablar y distinguirla del saber que está en la base de esa actividad” y que desarrolla el concepto de aquello que en realidad sucede o se ejecuta al hablar; de aquello que puede ser entendido como “ejecución” (O’Sullivan, Hartley, Saunders, Montgomery y Fiske, 1995, p. 264).

REFERENCIAS
Badiou, A. (2016). Rapsodia para el teatro. Adriana Hidalgo.
Bataille, G. (2014). El Erotismo. Tusquets.
Pizarnik, A. (2013). Diarios. Lumen.
_________. (2014). Poesía completa. Lumen.
_________. (2016). Prosa completa. Lumen.

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