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Seis u ocho ojos sobre el campo minado

Ensayo

Seis u ocho ojos sobre el campo minado

Juan Sebastián Martínez

Número revista:

5

Tema libre

Hay bombas bajo las ciudades alemanas —estos artefactos llovieron desde los aviones que peleaban la Segunda Guerra Mundial—. Por alguna falla no detonaron en su época, aunque aún podrían reventar. Nadie sabe bien dónde están tales explosivos… hasta que, por ejemplo, algún obrero topa inesperadamente una bomba con su pala. Al principio no sabe qué es, luego la desentierra lo suficiente como para darse cuenta. Si tiene suerte, su imprudencia no despierta a la vieja asesina. Pero el peligro sigue existiendo; él ya ha encontrado proyectiles similares, y sabe que probablemente los volverá a encontrar.


Es la primavera de 2014. Margarita Borja, sentada junto a su ventana, va a redactar una columna acerca de aquellas bombas. Normalmente escribe en Lepizig dos columnas mensuales para un periódico ecuatoriano[1]; muchas de estas hablan sobre su vida en aquella ciudad y en el país que la envuelve. Margarita busca nuevos temas todos los días: costumbres, singularidades, hechos cotidianos o insólitos… Ella observa, describe, opina, y lo hace con abundantes herramientas literarias.


Me cuenta que no se preocupa por exponer verdades últimas. La información con la que trabaja es verídica, pero su función en el texto es crear una atmósfera. Luego dice lo que piensa, y trata de hacerlo con la mayor libertad retórica. Este tipo de formato periodístico le da esa licencia.


Como introducción a su relato sobre la amenaza colectiva que suponen las bombas, Borja presenta un caso particular. El texto comienza así: «‘Hay una bomba americana oculta en su jardín, Herr Dietrich’, estalló la noticia en los oídos del alemán de 64 años, residente en la ciudad de Oranienburg, cerca de Berlín. Días más tarde, el 21 de noviembre de 2013, su jardín se había convertido en un cráter y la mitad de su casa había volado en pedazos».


Luego Margarita incluye más y peores casos para que la atrocidad se vaya develando hasta alcanzar su máxima dimensión: «se cree que acechando en el subsuelo alemán se ocultan todavía unas 100 mil bombas». Quince palabras abarcan un fenómeno que desborda. Ahora introduce un dato que alude a su condición de migrante: «Todo extranjero que aterriza en Alemania se enfrenta tarde o temprano al hecho de que las llamas de la guerra todavía no se han extinguido».


Finalmente, inserta un párrafo lapidario en medio del escrito: «La Administración Federal de Alemania asume exclusivamente los costos de desactivación o detonación controlada de bombas ‘alemanas’ o los daños causados por su explosión imprevista, en suelo alemán. Según la grotesca lógica de dicha legislación, las bombas americanas o inglesas no son responsabilidad suya. De más está decir que encontrar bombas alemanas en Alemania es una rareza».


El texto está terminado[2]. Lo hizo en una sola tarde. Ahora lo envía al correo del periódico y se queda varios días pensando en lo que escribió.


—¿Cómo decides sobre qué escribir?


—Esa es la tarea más difícil. Yo no hago ninguna columna que pueda perder interés en diez años. Por otro lado, suelo buscar hechos marginales. Un trabajo que me gusta, y que tomo de modelo, es el del columnista Harald Martenstein. Tiene un humor delicioso. Él resume sus temas y cómo los trata de la siguiente manera: «Yo escucho lo que todo el mundo está diciendo y digo lo contrario». ¡El tipo quiere que le tiren piedras!


Seis u ocho ojos


Avanzamos hasta el invierno de 2015. Un periódico reporta que en un supermercado de Düsseldorf una araña muy venenosa fue encontrada en una caja de bananas proveniente de Ecuador. Borja piensa que ese hecho es divertido, empieza a escribir sobre él, y mientras lo hace se da cuenta de que en realidad se está refiriendo nuevamente a su propia condición de extranjera (un tema que atraviesa todas sus columnas). En este caso, le atrae el contraste entre lo que puede simbolizar la presencia de una araña indeseable —migrante— y lo que una banana despierta en ese país.


—Los alemanes aman las bananas —me comenta apasionada—, mueren por las bananas. ¡Uno de los «peores» problemas que tuvieron los alemanes del Este era que no podían conseguir bananas! Que te den una banana en la Alemania de los años 70 era un gesto de amor…


Pero Margarita se identifica más con la araña que con las bananas. A ella le gustan las arañas, nunca le han dado asco ni miedo (me parece que a veces observa su entorno con sentido arácnido). Tejerá por tanto una columna ligeramente autobiográfica. Una vez más, se despreocupa del hecho científico de la noticia (Mi texto no se enfocará en cómo una especie introducida podría alterar el ecosistema). Entonces decide crear una historia significativa en el interior del supermercado, y lo hace en clave satírica.


La escena necesita personajes (empleados, clientes, entre otros) y estos deben hablar, moverse, reaccionar ante la intrusa. Tales detalles no constaban en las notas periodísticas que leyó. Margarita decide por tanto inventar lo que falta para dar vida a la escena. Para un lector inteligente, en mis artículos está claro qué es inventado y qué no… o eso creo…, piensa, y luego se ríe para sí misma.


—Cada personaje de la escena del supermercado es paródico —me explica—. Tú ves ahí la mirada del migrante, mi mirada. Suelo observar mucho lo que hace la gente en los supermercados, especialmente lo que compra.


El texto describe a una mujer que había escogido «dos paquetes de jamón, tres de cigarrillos Pall Mall, cinco panecillos y una barra de mantequilla, por supuesto su Leberwurst (paté de hígado), una lata de gajos de mandarina en conserva y una botella de aguardiente de centeno».


—Esta mujer es la suma de muchas personas que he observado. A veces, en mis columnas invento situaciones o personajes que nacen después de haber visto comportamientos generales. Ella es una especie de compradora promedio.


Margarita incluye en el texto la supuesta declaración que esta mujer haría a la prensa: «Uno ya no puede ni disfrutar del soleado placer de comerse una banana importada (…) sin que se cuele por ahí un bicho miserable que aprovecha las circunstancias para venirse acá, instalarse en nuestro país en donde obviamente tendrá enormes dificultades de adaptación por lo cual terminará dedicándose a la delincuencia».


Esta vez el humor le sirve a Borja para no caer en un discurso de exagerada rectitud, algo que constantemente quiere evitar, aunque, según ella, no siempre lo logra, pues, dice, es muy fácil caer en ese tipo de comentarios. Esta columna es la oportunidad perfecta para hablar sin moralina sobre el consumismo y la migración. Muchos aquí piensan que lo extranjero está bien si lo pueden consumir y utilizar, siempre que sea bueno y barato, «Quiero la banana, pero no quiero la araña», critica Margarita para sus adentros y sonríe mientras sigue escribiendo. Se da cuenta además de que el nombre de este tipo de arácnido, wanderspinne, significa «araña errante», que también podría traducirse como «araña migrante». No comparte este último dato con sus lectores, pero lo disfruta, pues le recuerda que a veces la poesía está en los propios hechos.


Una vez más, el texto está listo en pocas horas. Se convertirá en uno de sus trabajos más memorables[3]. Lo envía al mail de la editora de sección en Guayaquil. En unos días será publicado.


Años más tarde, en abril de 2021, vuelvo a conversar con ella.


—Escribí la columna del supermercado cuando Alemania estaba empezando a recibir mucha migración debido a la guerra civil siria —me cuenta—. Ya se sentía muy presente la xenofobia, y aquí en el Este siempre fue más fuerte, porque es gente que estuvo acostumbrada a vivir en una monocultura. A mí nunca me han insultado en la calle por ser migrante, pero he visto cómo insultan a otras personas extranjeras. Lo que sí he tenido que soportar permanentemente es que me pregunten por qué estoy aquí; es un cuestionamiento que me hacen tanto alemanes como ecuatorianos. Ser migrante es tener que justificar por qué vives donde vives. A ti nadie te pregunta por qué vives en Quito. A nadie le preguntan por qué vive en su casa. Ser migrante es que te recuerden todo el tiempo que el lugar al que has convertido en tu casa no lo es.


—¿Y qué sueles responder? ¿Cómo te justificas?


Margarita me observa desde la pantalla; sueño que me mira con tres o cuatro pares de ojos. Parece que no le gustó mi pregunta, pues sonríe y se queda en silencio.



[1] Desde 2012, Margarita Borja mantiene este espacio de opinión. Una treintena de sus columnas fueron publicadas en formato libro a finales de 2015. La obra se titula Una latina en Alemania. Historias de dos mundos (editorial El Universo).

[2] Este artículo completo se puede leer en el siguiente enlace: https://www.eluniverso.com/opinion/2014/04/25/nota/2835946/mundos-invisibles-bombas/

[3] Este artículo se puede leer en el siguiente enlace: https://www.eluniverso.com/opinion/2015/02/20/nota/4569081/intrusa-bananas/

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