Ensayo
Tres escritoras versus la autor-idad
Guillermo Morán Cadena
Número revista:
Tema libre
Existe un hilo conductor entre tres experiencias de escritura que, en su devenir, entran en conflicto con la noción de autoría. Estas experiencias se materializan en textos producidos en geografías y épocas distintas. Además, obedecen a géneros disímiles: tenemos el relato autobiográfico de Hellen Keller, Story of my life (1903), que en uno de sus capítulos se enfoca en la experiencia de escribir ficción; un reciente relato ficcional, escrito por Ángela Arboleda, a modo de poética introductoria de su libro Tuétano (2021); y el ensayo paródico “Desapropiación para principiantes” (2017), escrito por Cristina Rivera Garza. Este eje común me permite abordar las distintas maneras en que estas escritoras lidian con las complejidades de la autoría, aspecto fundamental en la tradición escrita occidental desde hace más de dos mil años, en este caso manifestada a través de la angustia, la burla, o la crítica contundente.
A continuación, no me referiré a la vasta bibliografía existente sobre la muerte del autor. En este ejercicio de libre asociación me permito vincular a las escrituras mencionadas teniendo como compás únicamente una mirada lectora y caprichos de la memoria.
I
Helen Keller fue una escritora norteamericana nacida a finales del siglo XIX que, antes de aprender a hablar, perdió la visión y la capacidad de escucha. Antes de cumplir los siete años, gracias a la dedicación y al talento de Anne Sullivan, su maestra, logró descubrir las palabras. El proceso es maravilloso: la maestra le hace tocar objetos y luego recorre con su dedo la palma de la mano de su alumna de una determinada manera. Cada objeto viene con una secuencia distinta hasta que el patrón y la repetición constante desembocan en el milagro: hágase el signo. Este hecho, entre otros, es narrado en su libro autobiográfico Story of my life, cuya belleza se desprende de esa insólita capacidad de comunicar su bautizo en el lenguaje, con una familiaridad/extrañeza que difícilmente puede compararse.
En su libro, la autora cuenta que el primer texto de ficción que escribió se tituló “The Frost King”. Helen no da muchos detalles del argumento, como si temiera parafrasear la historia, y tiene razón en hacerlo, pues considera este recuerdo uno de los más penosos de su vida: «...the one cloud in my childhood’s bright sky» («…la única nube en el luminoso cielo de mi infancia»).
Luego de haber escrito el relato de un tirón, fue felicitada por las personas cercanas que lo escucharon. Una de ellas le preguntó si había leído o escuchado esa historia en otro lado, pero Helen dijo que no, que la escribió ella misma. Junto a Sullivan enviaron el cuento a Michael Anagnos, director del Perkins Institution for the Blind, por su cumpleaños, quien disfrutó tanto de la lectura que decidió publicarla.
Después de la publicación, el editor recibió una noticia donde le aclaraban que “The Frost King” era excesivamente similar a “The Frost Fairies”, relato publicado por Margaret Canby. Como consecuencia, la obra de Helen fue considerada un plagio. La autora tuvo que acudir a un tribunal (cuyos rostros nunca pudo ver, ni sus nombres escuchar), donde fue interrogada hasta la saciedad para tratar de encontrar una falla en su relato que permitiera evidenciar el plagio.
Anne Sullivan la apoyó todo el tiempo, según cuenta Helen Keller, pero de todas maneras este tribunal marcó su vida de escritora. Después de ese evento, siempre se aseguraba, de manera obsesiva, una y otra vez, de que cualquier cosa que escribiera no hubiera sido escrita anteriormente. Dice Helen Keller que cuando escribió el relato, a los doce años, absorbía lo que leía sin una conciencia de la autoría, «e incluso ahora no puedo estar segura del límite entre mis ideas y aquellas que encuentro en los libros».
La huella que le dejó esta experiencia fue tan marcada que vivió esta inseguridad incluso narrando su autobiografía, pues temía que lo que había vivido, o la forma de expresarlo, pudiera ser el pensamiento de alguien más. Helen Keller nos confiesa que, después de “The Frost King”, jamás volvió a escribir un texto de ficción.
II
En Tuétano, Ángela Arboleda engarza una serie de relatos-anécdotas difícilmente clasificables en un género literario, ligados por una narradora que puede ser una Yo, una Ella, entre otras formas de nombrarse y conjugarse según las necesidades del relato. El libro inicia con un texto escrito a modo de prólogo titulado “Antes de cruzar el espejo”, donde se esbozan líneas que podrían augurar una poética. La ficción, nos dice la narradora, es un juego de reflejos donde «no se sabe bien qué es real y qué lo reflejado». Aunque no sabemos cuál de las múltiples formas es la original, es decir, la matriz del resto de espejismos, sabemos que hay una entidad, un cuerpo femenino que performa y da voz a la narración, y cuya vitalidad se hace presente en el acto de la lectura.
La narradora de Tuétano utiliza un recurso particular, un juego metatextual, para indagar sobre la voz y sus ecos, es decir, sobre el tema de la autoría. En varias ocasiones se aventura a citar textos para elaborar determinadas ideas. Lo particular del caso es que siempre hay un guiño, una violación a la norma. Pongamos como ejemplo la alusión a Marc Augé en el capítulo “Ella, carne, ciudad”. La narradora comenta que alguien le habló del concepto de no lugar del antropólogo francés, y quedó tan interesada que decidió investigar más. Ella, es decir, uno de los alter ego de la narradora, nunca cita la obra del autor, sino que copia un texto de Internet. Nunca existe una atribución ortodoxa a la fuente y en el transcurso del relato tampoco se evidencia que la narradora confronte el texto original de Augé para abordar sus ideas, sino que reflexiona sobre ellas a partir de una fuente secundaria que nunca se atribuye.
Esta desviación a la norma no tendría cabida en un ensayo académico, pero estamos en el reino de la ficción, por lo tanto, hay que leer el texto en esa clave. Eso me lleva a pensar en este gesto como una forma de desacato. Ella desbarata el argumento de Augé, le da la razón, lo contradice, sin haberlo leído.
Además de ser un recurso humorístico, la autora nos remite a la advertencia inicial, al juego de los espejos del prólogo. Allí, Arboleda no para de romper las reglas de la atribución de fuentes. En este apartado, cita en el formato (autor, año) a Hélène Cixous, pero nunca respeta la convención de la cita, pues no coloca una lista de referencias al final del texto, aunque en el pie de página menciona una de las obras de la autora.
Nuevamente, esta desprolijidad es significante, pues busca romper la necesidad de una atribución correcta. Esta idea es desarrollada posteriormente, cuando la autora juega con la forma en la que cita, inventando reglas propias, y es previamente justificada en una nota al pie en el mismo texto introductorio. Gracias a esta advertencia nos aproximamos a esta intención de desacato, pues allí menciona la importancia de la citación y describe, a modo de reseña histórica, la necesidad de crear varios sistemas que permitan atribuir las ideas de manera adecuada. La narradora, de aquí en adelante, imagina que el sistema de citación actual también llega a ser insuficiente:
Llegó una época en que eran tantos los citadores y citados que hubo que organizarlo todo en chips inteligentes que venían anexos al texto virtual. Se coloca el chip de citas y mientras se lee automáticamente se es llevado a la fuente anterior y si así se lo desea de esa fuente se puede ir infinitamente a otras fuentes primarias. Aún se trabaja en encontrar la fuente original, madre de todas las citas.
III
Como cuando utilizaba el compás en la secundaria para encontrar puntos y líneas imaginarias, el cruce textual entre Ángela Arboleda y Helen Keller en mi experiencia lectora desembocó en otro vértice: Cristina Rivera Garza y su noción de desapropiación. A través de este concepto, la escritora mexicana cuestiona la jerarquía que establece la voz autoral y cómo ella se apropia de «experiencias y voces de otros en beneficio de ella misma y sus propias jerarquías de influencia».
El lenguaje es fundamentalmente colectivo, no puede existir de otra manera. La desapropiación nos invita a recordar esto de manera «crítica y festiva», a cuestionar la idea de genio o autoría cuando los textos necesariamente se producen gracias a otros textos, a otros cuerpos. Las historias que narramos también son ajenas. «Más que denunciar la apropiación desde un discurso adyacente (fincado, a menudo, en una misma lógica apropiativa), la desapropiación la anuncia, es decir, la pone de manifiesto de maneras estéticamente relevantes», dice Cristina Rivera Garza.
Como lectores de Helen Keller y de Ángela Arboleda, tenemos al menos dos posiciones desde las cuales podemos leer su obra. Podemos situarnos desde la lógica del autor-padre-lector que las censura por no obedecer las normas de escritura convencionales, cuya razón de ser es permitir valorar a los autores por su obra y su trabajo. Así lo hizo, por ejemplo, Michael Anagnos, quien publicó “The Frost King”. Después de este incidente, jamás volvió a tener la misma relación de amistad con Helen Keller.
O podemos ser cómplices y evidenciar en estos procesos creativos síntomas de un malestar que se llama autoría, es decir, un modo de apropiarse del lenguaje que finalmente legitima este mecanismo de jerarquización de voces. Es importante recordar que, en nuestra larga historia de contadores de historias, la atribución de autoría es una idea relativamente joven. Cada palabra que usamos, todas las palabras que estoy escribiendo en este momento, ya fueron pronunciadas, escritas, publicadas. También hay que tener en cuenta que tanto Hellen Keller como Ángela Arboleda publicaron sus obras con su nombre, estableciendo la necesidad de ser consideradas autoras. Quizás debemos conformarnos con aprender a convivir con esta incomodidad y, si es posible, jugar con ella.
Guillermo Morán (Guayaquil, Ecuador, 1987)
Periodista, narrador e investigador cultural. Ha colaborado para diversos medios de comunicación. Máster en Estudios de la Cultura en la Universidad Andina. Es autor del blog de entrevistas a narradores Inmersiones, del relato Aventura para emplumarse la cabeza (Caja Oblonga, 2019) y del libro de cuentos Extremidad fantasma (Manzana bomb!, 2020).