El oficio de la mano viene del llamado de la mirada del animal que, presto a posarse en la suya, mira desde la caricia del pincel. Intérprete de las muchas emociones de los personajes que impregnan su casa en San Marcos, es leal al gesto. Ni la mirada de quien se entrega a la mano del pintor, ni el ángulo plegado, perturban la tensión superficial que hay en los cuerpos que lentamente se acarician en las fibras que forman las capas con las que Ilowasky viste a sus retratos. Dialogan entre sí, colgados en la pared de su estudio frente a un espejo donde el niño los mira. Los ojos apuntan en todas las direcciones. En los cruces, la sonrisa del niño pintor juega con ellos. 

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Ilowasky vive en San Marcos, en su taller que también es su casa —Casa Coraje—, como el artista vecino y contemplador. Casa Coraje está hecha de adobe, material noble que preserva los cuadros.  

Ilowasky se entrega a ellos —personajes de un mundo casi extinto— antes de sellarlos con la pátina final: el brillo de su pupila.