Cuento
Ubuntu
Claris Delgado
Cuenta la historia que, a finales del siglo XIX, una delegación de la empresa británica British Gold llega al Ecuador, para inmediatamente dirigirse al norte de la provincia de Esmeraldas, con el firme propósito de que le adjudiquen inconmensurables territorios para la explotación del oro y otras riquezas como contraprestación a la deuda externa que el Ecuador contrajo con los ingleses durante las Guerras de la Independencia.
Según muchos testimonios de la época, sobre las riberas de los ríos Cayapas y Santiago se podían encontrar pepitas y adarmes de oro sin necesidad de cavar tanto ni de hacer mucho esfuerzo para conseguirlo.
Esta delegación estuvo compuesta por un alto funcionario del gobierno del Ecuador, un intendente, tres delegados especiales pertenecientes a dicha empresa británica y un negro traído desde una isla del mar Caribe.
Siendo el año de 1884, esa delegación pisó una de las tierras con mayor biodiversidad en el Ecuador: la comunidad de San Juan. Es un espacio territorial que forma parte del ecosistema biogeográfico del Chocó y está justo en la confluencia de dos grandes y emblemáticos ríos: El Cayapas y El Santiago.
Charles Klinger era el empleado negro que fue traído desde Jamaica, como parte de la delegación para ser el interlocutor de la empresa British Gold, tomando en cuenta que iba tratar con gente de su mismo color. A él le asignaron la tarea de entablar conversaciones con la población negra del norte de Esmeraldas con el objetivo de llegar a acuerdos para la explotación del preciado metal.
Charles Klinger, al igual que los demás miembros de la delegación, arribaron al norte de Esmeraldas utilizando el sistema fluvial, con embarcaciones pequeñas adquiridas para ese efecto.
Por otra parte, los comuneros afroesmeraldeños, al notar la llegada de estos forasteros, se autoconvocaron urgentemente para su recibimiento.
En una plazoleta fueron atendidos.
—Señores, buenos días. Soy el representante del ministro de Gobierno. Venimos desde Quito, porque esta delegación que ustedes ven ha venido desde Europa, desde el gran Imperio Británico, para explotar el oro y otros minerales que hay en esta región. Hay una autorización del Gobierno Central para este efecto.
—Hello, people. Nosotros ayudar a ustedes a desarrollar esta comunidad, daremos trabajo a mucho gente —afirma Mr. Johnson, mientras fuma un cigarro.
Charles Klinger, el negro jamaiquino, también se dirige a ellos:
—British Gold, querer uno de ustede… colaborar con nosotros, habeg grandes riquezas minerales en esta región, pero solo con máquinas de ingleses se podrá explotar —expresaba con un tono de voz que difería abismalmente del acento local, pues como jamaiquino tenía la influencia directa del idioma y del acento inglés-británico.
Entre los líderes afroecuatorianos, empezaron a murmurar y refunfuñar entre ellos, mientras una mujer líder indígena chachi de mediana edad vociferó: “Nathaala, no dar confianza, blancos de ojos esmeralda son peligrosos. Ellos querer llevar oro de aquí a otro lado y nosotros quedar pobres aquí”.
—Ingleses han traído regalos pa´ el mejor de todos. Ha traído ropa, zapatos, perfumes para el comunero más fuerte, más rápido, para aquel que gane un concurso de velocidad de cien metros planos. Al ganador de esta competencia, nosotros le nombraremos como el jefe de todos los demás y será nuestro interlocutor —Klinger se dirige a ellos con tono didáctico—. Please, please, los veinte hombres más fuertes colocarse en esta línea de partida y a la cuenta de three, correr hacia esa gran roca que se encuentra en la rivera del río —explicaba mientras señalaba con el dedo hacia el punto de llegada.
¡Ubuuntu! ¡Ubuntu! ¡Ubuntu! ¡Ubuntu! —se escuchaba esta palabra mágica entre los pobladores, mientras caminaban inquietos de lado a lado. En ciertos momentos parecían un coro, en otros instantes se escuchaba la algarabía al son del 'ubuntu', 'ubuntu', pero lo decían con total ímpetu y convicción, como si la sangre africana retumbara en su corazón.
Uno de los empresarios ingleses con inquietud manifestó: “¿Qué significar ubuntu?!”
Muchos de los comuneros presentes se sonreían mientras se miraban sigilosamente entre ellos, en señal de complicidad.
Mientras tanto, una joven muy simpática de aproximadamente unos quince años de edad llamada Obdulia Mina, se puso al lado del empresario inglés más alto, y mientras reposaba su mano en su hombro le dijo:
—Mííííííster, Míííííster, ubuntu significa “ánimo”. A esta palabra la necesitamos para este reto. Para la competencia que ustedes tanto hablan. Necesitamos por supuesto de ánimo, coraje, de valentía, mi querido Míster. ¿Entender mí?
—Ohhh, yes, yes.
Fue así que dieciocho hombres y dos mujeres se fueron a cambiar de ropa por otra más acorde para la competencia.
Los ingleses dijeron: “En media hora arrancar esta competencia atlética”.
Cuando llegó el momento y todos los competidores estaban en la línea de partida, el inglés más bajito y narizón, quien lucía un traje formal muy elegante, con sombrero de copa pese a las duras condiciones climáticas de la zona, desenfundó un revólver y disparó al aire, en señal de que iniciaba la inusitada competencia entre atletas.
Lo que sorprendió a los forasteros es que los competidores, en vez de arrancar desplegando largas zancadas y agotando el máximo de sus fuerzas, con el fin de ser los merecedores de esos “codiciados” obsequios, avanzaban a paso extremadamente lento mientras se tomaban las manos demostrando un espectáculo de compañerismo tan sólido que no permitiría fragmentaciones suicidas.
El británico, el del revólver, apuntó nuevamente al cielo y volvió a disparar.
—Ayyy Diog mío, que una bala de esas no vaya a matá un cristiano —exclamó una veterana del público.
Y así… detonó el tercer y cuarto disparo, con sus ojos llenos de rabia. Posteriormente, harto de no ser entendido, lanzó el revólver a un lado y sacó de una gran maleta una carabina, la cual disparó atronadoramente. No obstante, los “corredores” se mantenían impávidos. Estaba claro que no competían para ganar sino para demostrarse a sí mismos quién era el más feliz durante el camino. Iban con toooooda la pana del mundo, inmutables y sin alterar en lo más mínimo sus cálidas y espontáneas sonrisas.
Después de unos desesperantes ocho minutos de supuesta competencia, finalmente llegaron todos juntos a la meta, abrazaron a la gran roca, recogieron esos regalos y se los repartieron entre todos, mientras se reían a carcajadas.
La señorita Obdulia, con paso largo y firme, se acercó a los forasteros y con una expresión un tanto burlesca y pendenciera se dirigió a los tres británicos:
—Escuchen, caritas de leche: con sus regalos no nos van a dividir a nosotros. No permitiremos que ustedes creen conflictos en nuestras comunidades, y les digo de una buena vez, que ubuntu no significa “ánimo”; ubuntu significa “minga”, y minga es una práctica en la que todos colaboramos, cooperamos, arrimamos el hombro alegres para el bien de todos y no de uno solo. Hay una frase muy hermosa que decía mi agüelo: “¿Cómo puede uno de nosotros ser feliz, si todos los demás están tristes?”. Estas palabras seguramente son conceptos que ustedes, caras de leche, no comprenderán. Algo que aprendí de mi agüelo Domitilo, es que, nojotros no necesitamos sacar este oro en grandes cantidades, para que el forastero quede rico y el comunero pobre. Cuando la gente ama el trabajo, cuando la gente produce con sus manos, no es necesario del oro para el intercambio, sino del trueque entre gente verdaderamente trabajadora.
En eso, la madre de Obdulia corrió vertiginosamente donde su hija y le tapó la boca, acto seguido, le tomó a la fuerza de su brazo izquierdo para finalmente a empellones conducirla hacia otro lado. Al rato intervino el representante del gobierno del Ecuador, quien increpó:
—A ver, a ver. ¡¡Bestias!! nosotros hemos venido aquí en son de paz con gente extranjera, que quiere invertir en esta zona y darles trabajo a ustedes. ¡Burros ignorantes! Nosotros como país debemos estar muy agradecidos del decidido apoyo del Imperio Británico, para que blancos, negros, indios y mestizos de América, hayamos podido liberarnos hace 60 años de las cadenas del yugo español, pero al ver que ustedes no entienden razones, regresaremos a más tardar en cincuenta días, con tres piquetes de soldados, para acabar con ustedes, y repoblaremos esta zona, con nuevos negros dóciles y bien formados traídos desde Jamaica, negros que sí serán bien agradecidos de las oportunidades que se les brinda.
Fue así que el grupo de forasteros emprendió la retirada, tomó una pequeña embarcación hasta el río Esmeraldas, para después hacer un trasbordo a un navío más grande con destino al puerto de Guayaquil.
Por otra parte, los habitantes del norte de Esmeraldas se quedaron sumamente preocupados.
—Los ingleses quieren el oro y vendrán por él —una señora de mediana edad comentaba en voz alta.
Obdulia era la heredera de la sabiduría del gran líder de su época, su abuelo Domitilo; era la nieta predilecta, quien le acompañaba desde muy pequeña en múltiples misiones sin importar lo fatigosas ni peligrosas que fueran.
Ella se ubicó en un montículo de tierra y a gritos llamó a la gente con el fin de que le escucharan. Como si fuese una oradora experimentada, expresó desde lo más hondo de su consciencia y de su ser:
—Escuchen, mis negros. ¡¡Pongan oído a lo que les voy a decir!! Ante estas circunstancias, los hombres se tendrán que preparar para guerrear y las mujeres que quieran también lo harán. Los dioses del agua, del aire y de la selva nos darán poderes para ser invisibles cuando ellos lleguen, y… Cuando precisamente ellos lleguen con el propósito de sembrar la muerte, pues ¡¡encontrarán su parte!! No estamos preparados para la guerra, pero somos más astutos y tenemos como ventaja que conocemos el territorio y podemos tenderles muchas trampas. Si la vida es algo sagrado, la libertad y la dignidad lo son mucho más.
Muchos de los presentes se quedaron absortos al escuchar a Obdulia, pues siempre se le conocía como a una chica rebelde, temeraria y muy inteligente, pero no asumiendo semejantes responsabilidades de liderazgo.
—Escuchen, compañeros —en eso Adalberto, el hermano mayor de Obdulia también tomó la palabra—, si San Juan tiene que desaparecer, tons que sea así, pero guerreando, sin acobardarnos, sin ¡a-co-bar-dar-nos! Los hombres conseguiremos escopetas, mientras que las mujeres, espero, puedan recoger sus bateas y playar lo más que se pueda en las riveras del Cayapas y el Santiago.
—¿Con qué fin? —increpa un anciano.
—Yo les voy a hablar más claro —interviene Obdulia—. Aunque ustedes no lo crean… y eso me dijo mi agüelito antes de que lo asesinen, que por aquí hay mucho más oro del que todos ustedes se imaginan.
Obdulia recuerda con coraje y temple la muerte de su agüelito por parte de unos bandidos traficantes de oro. Suceso del que fue testigo presencial y tuvo que regresar sola, a los nueve años, durante tres días por medio de los manglares. Ahí consolidó su carácter, de la auténtica e indómita cimarrona.
—Por la misma razón —interviene Adalberto nuevamente—, en pocas semanas obtendremos varios quintales, miles de adarmes de oro. Ese oro nos servirá para comprar armas en Colombia y así podremos defendernos. Ese oro también nos servirá para comprar a funcionarios del gobierno y, así, ¡que nos dejen en paz!
Pese a estas palabras de efusividad y entusiasmo, el clima de incertidumbre comenzó a helar la sangre de los pobladores. Se percibía una sensación como si de los manglares salieran silbidos que anuncian la muerte. El sol comenzaba a caer y entre las estelas de la pesadumbre, ocultas entre las sombras de los árboles, se encontraban unas ancianas que comenzaban a llorar del terror, ellas presagiaban que el fin de todo había comenzado, pues se tomaron muy a pecho las palabras de las autoridades de Quito.
Un pánico entusiasta se sentía entre los más jóvenes. Estas comunidades eran de una generación que nunca había entrado en guerra, en el fondo eran pacíficos. La mala noticia se regó como pólvora en toda la comunidad de San Juan. Al rato, el presidente de dicha comunidad, don Claudio, ordenó dar aviso a las dieciséis comunidades restantes de la zona, para que se acerquen los principales líderes y sus familias y así, poder realizar una gran asamblea, entre las comunidades cercanas, de carácter urgente.
El manto de la noche, con sus estrellas y la luna, comenzó a cobijar la zona. Los sonidos de los grillos, ranas, chicharras, monos aulladores y otros seres vivos, entonaban la magnífica sinfonía de una noche selvática. Concierto de animales que se iluminaban con cocuyos destellantes. No obstante, para aquellos que se ubicaron en el muelle, a eso de las ocho y media de la noche, podían avizorar a la distancia, entre las siluetas sombrías de los ríos Cayapas y Santiago, a varias caravanas de canoas y potros que, pese a la penumbra de la noche, lucían espectaculares por las grandes antorchas que habían encendido, que como luciérnagas fogosas proyectaban una escena mágica. Poco a poco, mientras se acercaban al muelle de San Juan, se escuchaba con más fuerza el jolgorio y la bullanguería de las tropas improvisadas sobre las embarcaciones. Hombres, mujeres y niños que al son de bombos, cununos y guasá entonaban cantos que serpentean entre lo divino y lo humano.
Se supo que una señora llamada Ángela, de la comunidad de Timbiré, se inventó en un instante unas arengas de guerra, para hacerlas canción. Y muchos en las canoas comenzaron a removerse al ritmo del bambuqueado con una energía y dramatismo tan vibrante que parecería que estuvieran en un trance, viviendo el conflicto bélico al frente de sus ojos.
Esa procesión de luces centelleantes llegó a San Juan, eran ciento quince personas, que llegaron en veintidós embarcaciones de todo tamaño, y si sumamos con la gente de la comunidad anfitriona se agrupaba un número que superaba las trescientas personas. Todos se ubicaron en una explanada empedrada a orillas del muelle, y el líder de la comunidad, Claudo Perlaza, tomó la palabra.
—Compañeros, como ya se habrán enterado, han venido afuereños, gente extraña a querer explotar a nuestra gente mientras pretenden llevarse el oro de nuestros territorios y con la anuencia del gobierno. —Claudio se dirige a todos con tono de solemnidad—. En vista de esta situación, nosotros tenemos que defendernos, y para esto, tenemos que conseguir la mayor cantidad de oro. Es urgente ponernos manos a la obra. Una buena parte será para comprar armas y la otra parte, para intentar comprar nuestros propios territorios a las autoridades de Quito.
—Las mujeres playaremos tanto el Santiago como el Cayapas —aseveró Obdulia con entusiasmo y fervor, aunque algunos veteranos la veían con ternura.
—Escuchen, tenemos que hacer eco del UBUNTU —Claudio explica de modo didáctico—, como parte de la sabiduría de nuestros ancestros. Hoy más que nunca, es indispensable que todos estemos unidos para enfrentar estas amenazas y no dejarnos aplastar. Esta gran lucha exige el apoyo decidido de todos y de manera inmediata. En quince días, debemos acumular el oro suficiente para que una delegación nuestra vaya a volver de Colombia con las armas que adquiriremos. Esperamos que en esa misión no se demoren. Ojalá en diez días puedan regresar con el armamento. Por las mismas, de aquí en un mes máximo, una comisión debe salir con cinco quintales de oro y con la protección de un grupo de los nuestros para custodiarlo en su trayecto a Quito. ¡Escuchen! Ese viaje será bordeando las estribaciones de la cordillera de los Andes. Primero llegaremos a Timbiré, después pasaremos por Apuela, y por caminos ya recorridos últimamente por los Yumbos y nosotros llegaremos al noroccidente de Pichincha. Esperamos llegar al destino en la Plaza Central de Quito antes de que salgan los piquetes de soldados a atacar a nuestras comunidades.
Y fue así que muchos jóvenes entusiastas se sumaron como voluntarios para las diferentes actividades.
Por las fuertes lluvias y la creciente de los ríos se dificultó playar el oro. No obstante, en el día quince tuvieron la suficiente cantidad para adquirir la dotación de armas de por lo menos ochenta defensores de la comuna.
Ocho negros, los más fuertes y atléticos, salieron en dirección a Tumaco en dos canoas, para cumplir con esa misión. Entre ellos se embarcó Adalberto Mina, el hermano de Obdulia.
Obdulia, otras muchachas y varios jóvenes se quedaron consiguiendo más oro, para recoger por lo menos unos cinco quintales, y colocarlos en costales de veinticinco libras con el fin de llevarlos a Quito.
La idea era, con esas riquezas, adquirir miles de hectáreas de tierras bajo la modalidad de compra venta, con el Estado ecuatoriano.
Pasaron los días y no había noticias de la delegación que se fue para Colombia. Obdulia, por si acaso, ya tenía organizado un grupo de comuneros para ir a Quito, con las provisiones necesarias. Se consideró que debían ser muy jóvenes para no levantar sospechas y por su agilidad en el paso.
Dieciséis hombres y cuatro mujeres fueron los escogidos para sacar adelante el gran objetivo de la comunidad, la de negociar la compra de 100.000 hectáreas de terreno.
—Con tristeza les digo —Obdulia se dirige a varios pobladores en señal de despedida—, no sabemos nada de la comisión que se fue pa´ Colombia, pero la otra parte de la estrategia, la de ir a la gran Capital, no puede esperar. He conversado con Claudio y las otras autoridades y todos están de acuerdo en que yo dirija la ruta hacia a Quito, porque ya he tenido la oportunidad de viajar tres veces a esa ciudad cuando mi agüelo todavía vivía. En medio camino nos toparemos con los Yumbos, y ellos nos apoyarán a cargar el oro en el tramo final. A ellos les pagaremos con oro mismo.
Fue así que con la incertidumbre de no saber nada de la delegación que se fue a Colombia, emprendieron la travesía hacia Quito.
Se internaron río arriba hasta Telembí. En total fueron ocho días de caminar y caminar, entre más caminaban más andaban. Doce horas diarias a través de la selva profunda, entre acantilados, niebla, lluvias torrenciales y lodazales por doquier, bajo el acecho de jaguares, boas e insectos venenosos, pero con el apoyo logístico y de guía de los indios yumbos, arribaron a Nono, muy cerca de la capital, con los cinco quintales de oro.
En una cascada, atrás del Pichincha, descansaron un día, se bañaron y se cambiaron para estar lo más presentables al momento de llegar ante las autoridades. Los mismos indios yumbos les prestaron unas mulas y unos pocos caballos.
Al llegar a la Plaza Grande, Obdulia galopando uno de los caballos demostraba su semblante de lideresa. Con su rostro de dureza y dulzura al mismo tiempo, embelesaba a cuanto caballero se le cruzaba por el camino. Así fue que ingresó a Quito y se dirigió inmediatamente a la Plaza Grande. Ahí fue capaz de presentarse antes los guardias del palacio de gobierno y les dijo: “Tengo cinco quintales de oro para regalarle al Presidente".
Y los guardias sorprendidos ante tal ofrecimiento, pasaron la voz a sus superiores para que venga la máxima autoridad. Al poco tiempo los funcionarios de la presidencia estaban totalmente enterados del asunto y hasta cientos de vecinos comenzaron a reunirse para atestiguar la entrega insólita del cargamento en oro puro. Transcurrieron cuarenta minutos y el presidente Placido Caamaño salió a la Plaza Grande, escoltado por un piquete de guardias.
—Qué hacéis vosotros por aquí —les interpela a todo el grupo con tono de solemnidad, escondiendo estar boquiabierto ante tal hecho.
—Usted sabe perfectamente, señor Presidente —Obdulia toma decididamente la palabra—. Usted está autorizando a que empresas inglesas, con el respaldo del ejército ecuatoriano, invadan nuestro territorio, y yo no creo que a usted le convenga un baño de sangre de tal magnitud. Acepte esta cantidad de oro, cinco quintales de oro, para que nos asignen de por vida las 100.000 hectáreas de tierra, o en el caso contrario, un ejército de incuantificables "cimarrones", llegarán con armas de fuego traídas desde el vecino país de Colombia, para hacer frente a cualquier amenaza.
En eso, Obdulia riega a propósito en el piso todo un costal de veinticinco libras de oro, en medio de la conversación. Mientras tanto, la gente de los alrededores miraba con codicia ese espectáculo. Parecían buitres listos para lanzarse a la carroña.
Entre tanto, un asesor se acercó al oído del Presidente y le dijo: “Estos negros también han sido asesorados por un licenciado y han traído un documento listo para que usted firme. Lo que ellos no saben es que los piquetes de soldados ya salieron ayer de noche desde Guayaquil en dirección a San Juan para cumplir las expresas órdenes en contra de aquellos que han desobedecido a las máximas autoridades del gobierno. Lo político es que reciba con cordialidad, la generosidad de estos dignos visitantes. Cuando ellos regresen a sus tierras ya no encontrarán sus caseríos y nosotros habremos obtenido sin esfuerzo alguno este gran regalo, ¡ja!”.
Por su parte, el Presidente, le hizo un gesto expresando gratitud por esa información valiosa.
—Estimados visitantes del norte de Esmeraldas —habla el Presidente, con el tono de un discurso público—. La Constitución y las Leyes de la República del Ecuador tiene estipulado en su marco jurídico el apoyo a todos los habitantes del Ecuador, por lo que se puede otorgar autonomía en el uso de sus tierras. Estos territorios autónomos se llaman comunas. Pasen, por favor, a dejar vuestro oro dentro del Palacio, al tiempo que ordenaré les preparen unos alimentos porque deben estar muy cansados y con mucha hambre.
Los curiosos presentes en la Plaza Grande se quedaron con la intriga al ver la rapidez de la negociación.
Epílogo
A San Juan, con seis días de anticipación, llegaron tres piquetes de soldados desde Guayaquil, para sorprender en la noche a los pobladores de San Juan. No obstante, unos 200 defensores de su territorio estratégicamente camuflados y armados hasta los dientes, los estaban esperando.
En Quito se rumoraba que ningún soldado enviado desde Guayaquil pudo regresar. Las autoridades del gobierno manifestaron que dichos soldados se habían perdido en la selva y que seguramente fueron devorados por animales salvajes.
Después, la historia reporta que la Comuna Río Santiago-Río Cayapas es un territorio de 62.000 hectáreas, y que fue fundada el 5 de junio de 1885. A Obdulia se la recuerda como una mujer con rostro de niña que proyectaba la fuerza suficiente para lograr una negociación con autoridades de alta jerarquía. Cosa que no se ve comúnmente.
Con el espíritu de Ubuntu, los pobladores de esas mágicas tierras no se doblegaron frente a las autoridades, ni regalaron sus riquezas al poder transnacional.
*Relato ganador del concurso intercolegial “Cuéntame un cuento”, de la ONG Grupo de Pensamiento Afrodescendiente, ausipiciado por la Facultad de Comunicación, Lingüística y Literatura de la PUCE.