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Cuento

Un tal Don Eloy

Danny Israel Carchi Guamán

La tarde pinta el cielo con las últimas pinceladas del tiempo. El aire desprende un singular aroma a historia y revolución. Los niños corren en medio del parque central de Montecristi, en donde el calor es tan arrullador como el abrazo de una madre primeriza.


La rutina de la gente del pueblo es salir a caminar un poco y enamorarse nuevamente. Es común ver en una banca de cemento a un hombre pequeño, con su pelo tan blanco como la nieve, un bigote desorganizado y una pequeña barba blanca que es el complemento señorial que adorna a este singular personaje.


Su mirada siempre está perdida en el horizonte. De cuando en cuando, podemos escuchar el balbuceo de frases que para muchos serían sin sentido:


Ser montubio es ser señor.


Montoneros, adelante, en lucha contra el caudillo.


El ferrocarril de mi pueblo que lleva los sueños de mi gente.


La gente le lleva comida, se queda a escuchar sus historias que parecen de fantasía y él habla con tal seguridad que muchos vecinos han llegado a pensar que todo lo que cuenta es algo real y no solo el fruto de la imaginación de un loco trovador…


Algunas personas comentan que tiene un tesoro escondido en algún lugar del país. Su espada, como él mismo la nombra, es su compañera infaltable. Dentro de sus relatos ha sido siempre el personaje principal, la describe como si la espada tuviera vida propia, dice que ayudó a liberar pueblos de tiranías y, sobre todo, ayudó a dar igualdad de condiciones a las mujeres.


Nadie nunca lo ha visto moverse de su lugar; está ahí día y noche, como que estuviera detenido en el tiempo.


La noche empieza a cubrir con su manto negro todo. Su blanca cabellera va desapareciendo en la eternidad. La gente va de regreso a sus casas y él se queda ahí sentado balbuceando, a veces riendo para sí, para sus adentros.


En las noches de bohemia, dicen los trasnochadores que lo ven ponerse en pie y caminar por todo el parque. Enciende un cigarrillo que él mismo enrolla con la hoja más fina de tabaco ecuatoriano, meticuloso como solo él puede ser; mientras enrolla su tabaco la concentración se apodera de este digno personaje. Una vez terminado lo sella y lo enciende. Se dice que lo hace siempre a la misma hora de la noche, cuando el silencio se mezcla con el sabor salado de la brisa marina; el único sonido que se escucha es el de un fósforo al encenderse, al cual deja consumir durante algunos segundos sin quitarle la mirada ni un solo momento.


Enciende su cigarro, toma una bocanada muy extensa y solo se le alcanza a escuchar entre dientes:


La hoguera bárbara.


Algunos trasnochados manabitas, con esa característica labia y audacia que los caracteriza, se atreven a decir que en varias ocasiones le han acercado un vaso de aguardiente de caña, de ese que llaman currincho, y él, muy educado y ceremonial, lo acepta, como dicen ellos:


El del estribo.


Y que basta un sorbo para poder escuchar sus grandes historias: muchas de ellas fantásticas, otras tristes y algunas trágicas… Les habla de guerras civiles, conflictos con la iglesia, revoluciones..., de cosas sin sentido y tan fuera de lugar que en lugar de estorbar o causar molestia a los oyentes los embruja y los entretiene hasta que llega el amanecer.


Luego, con el último sorbo de aguardiente y entrados ya en la inconsciencia por los efectos del alcohol, cuentan que se despide apretando su mano. Este selecto grupo de bohemios lo bautizó con un sobrenombre muy particular: ‘El Viejo Luchador’.


Estas son solo historias de borrachines sin sentido, ya que todo el mundo sabe que cada mañana está en el lugar de siempre, en su banca de cemento, que sus cabellos blancos de plata alumbran la mañana junto con los rayos de oro del sol. Siempre tan pulcro y altivo, con su mirada perdida y penetrante en el horizonte, pensando para sus adentros, riendo de cuando en cuando y divagando en sus pensamientos…


Las nuevas generaciones preguntan:


¿Quién es este personaje tan enigmático, mágico e inusual?


Nadie lo conoce, pero todos le respetan, admiran y es del que todos hablan…


Los abuelos mayores del pueblo comentan a las nuevas generaciones:


¡Él es un tal don Eloy!


*Relato ganador del concurso intercolegial “Cuéntame un cuento”, de la ONG Grupo de Pensamiento Afrodescendiente, ausipiciado por la Facultad de Comunicación, Lingüística y Literatura de la PUCE.

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