Narrativa
Armario
Jorge Luis Cáceres
Número revista:
7
El auditorio de la Universidad Católica estaba a reventar, incluso las gradas de acceso habían sido ocupadas por los estudiantes, quienes ansiosos esperaban la conferencia del novelista y profesor Carlos Lujan, a propósito de los diez años de la publicación de su primera novela, Las horas ausentes, con la cual ganó el premio Biblioteca Breve en 1999. Aunque en varias entrevistas realizadas al escritor se aclaraba que la novela en mención fue escrita en la ciudad de Barcelona, mientras el autor estudiaba un doctorado en Teoría de la Literatura en la Universidad Pompeu Fabra, había estudiosos y críticos que argumentaban que dicha novela únicamente pudo haber sido escrita en Quito, debido a la atmósfera planteada en los cuatro capítulos de la obra. El colosal volumen que comprendía Las horas ausentes estaba compuesto de cuatro libros que fueron agrupados por la editorial en un solo tomo, por cuestiones de comercialización.
El primer capítulo o el primer libro, llamado Cráneo y fuego, según el crítico Alberto Cisneros de la Universidad Andina Simón Bolívar, es una reconstrucción mítica de la ciudad de Quito, sobre todo, de la arquitectura barroca y gótica del Centro de la ciudad. En este libro Lujan centra su mayor ambición, no existen protagonistas y los personajes carecen de sensibilidad, siendo una especie de seres invisibles, carentes de toda humanidad, como si en verdad Lujan ⎯con maestría⎯ hubiera utilizado todos sus recursos literarios para hacer de la ciudad un personaje de carne y hueso, de cráneo y fuego.
En el segundo libro, El pez espada, aparece por primera vez un misterioso tatuador norteamericano, de mediana edad, que tiene su estudio en la población de Capelo, en el Valle de los Chillos, y que fuma durante una hora, tiempo en el cual reflexiona sobre una mujer que aparecerá en el cuarto libro, revelando el secreto del tatuador. Lucia Sinclair, crítica del diario El Telégrafo, ha definido a este libro como innovador y postmodernista, con influencia clara de escritores del crack y de la generación posterior al McOndo; incluso ha llegado a decir que este libro de forma individual pudo ser precursor de la generación de David Foster Wallace y Jonathan Franzen (una opinión ligera si se toma en cuenta que La escoba del sistema de Foster Wallace fue publicada en 1987 y Ciudad veintisiete en 1988). Aunque la crítica de Sinclair es ambiciosa, quizá sobrepasa el espíritu del libro; el propio Lujan ha dicho que este libro o capítulo no se corresponde a ninguna generación y que su escritura fue un acto espontáneo, sin estructura, sin una guía literaria, casi como navegar a ciegas en un mar embravecido.
Lo cierto es que Lujan escribió los libros por separado y en varias ciudades donde estuvo de visita o por estudios. El día de la premiación, Lujan llevó a las oficinas de Seix Barral en Madrid catorce libretas tamaño A4 de color rojo donde ⎯supuestamente⎯ había escrito el libro ganador. Nadie nunca alcanzó a revisar realmente los encuadernados, pero eso engrandeció el mito de que Lujan escribía como lo hicieron los autores de Boom, a mano y luego mecanografiando sus textos para no perder los originales. El mito es propio de los escritores; a muchos los engrandece, a otros los condena a una sola vía de ingenio. Nadie pensaría que un autor escriba sus obras encerrado o confinado a un oscuro armario donde utiliza una mesita de madera ya casi desmantelada que cojea de una de sus patas. Ahí apretado, con las ideas bullendo en el cerebro y con los dedos pícaros saltando de una letra a otra, incontrolables.
Quizá Lujan no contó esta historia, la del armario; quizás es mejor pensar que los escritores escriben sus mejores obras en hoteles viejos y melancólicos, en lobbies a media luz y escuchando música ligera como jazz, blues o de cabaret. Sería mejor pensar que un autor escribe mientras espera el abordaje en un aeropuerto que lo llevará a una Feria del Libro donde hablará del mismo proceso de escritura que lo trajo hacia ese preciso lugar. Eso sería sencillo, no habría trama en el engaño del escritor, que finge en cada momento. A Lujan le vino bien el premio, pudo ⎯con un solo libro⎯ dar el salto a gran escritor de su país, que se precia de tener una literatura menor. También le dieron una plaza como profesor en el Departamento de Literatura de la Facultad de Comunicación de la Universidad Católica, la misma en donde diez años más tarde dictaría una charla sobre Las horas ausentes.
El tercer personaje más importante de los cuatro libros es Marina Kox, protagonista de Miel y gusanos, la tercera parte de Las horas ausentes y la mujer con la que sueña el misterioso tatuador del segundo libro mientras fuma marihuana en su estudio. Marina Kox es la encargada de llevar cinco fotografías a la casa del profesor Oliver Cadena. Durante los cincuenta subcapítulos que contiene el libro, Marina camina rumbo a la casa del profesor, atravesando las calles Amazonas, Mariscal Foch y Juan León Mera, hasta dar con una casa de ladrillo visto y verjas de hierro con incrustaciones de ángeles dorados en la Lizardo García. Toda la obra transcurre en el lapso de una hora, desde que Marina Kox sale de un estudio fotográfico en la calle Amazonas y Jorge Washington hasta que llega a la casa del profesor, toca a su puerta y este sale y la recibe con cariño. Sobre este libro, la crítica sostiene por unanimidad que se trata de una auténtica obra maestra, insuperable según el New York Times, que lo premió como mejor libro en lengua extranjera publicado en el 2000. Morthy Harris, crítico literario del semanario de arte y cultura New Yorker, dijo de este libro: “majestuoso, ambicioso, como leer Rayuela pero remasterizado”. Una crítica que dejó muchos réditos para Lujan en cuanto a regalías y, también, prestigio. Precisamente sería en el 2000 cuando Lujan dio inicio a una gira por Latinoamérica y por varios estados de los Estados Unidos, dando conferencias respecto a su monumental obra, calificada como una de las más grandes novelas latinoamericanas, capaz de trascender fronteras.
Diez años después, frente a un auditorio aún lleno, Lujan prepara el primer capítulo de su tan esperada segunda novela, todavía intitulada. Un silencio de diez años durante los cuales el hecho de que Lujan ya no publicara más llevó a pensar a los críticos y estudiosos en un fraude, incluso en una tomadura de pelo. Sus amigos íntimos dirían sobre este suceso —que oscureció en parte la figura del escritor— que Lujan seguía escribiendo y que su producción era descomunal a pesar de la falta de publicaciones. La excusa que daba el autor cuando le preguntaban sobre este punto era que su nueva novela tenía que ser una obra superior en todo sentido a Las horas ausentes, o una anti-Las horas ausentes. Lujan no podía darse el lujo de repetirse y, agotados todos los temas, los recursos, las formas y demás, se sentía atormentado hasta volverse un ser hermético que apenas salía de su casa para dictar sus cátedras de Teoría Literaria y Novela Latinoamericana. En esos años, Lujan se excusó de dictar conferencias, no acudió a ninguna Feria del Libro ni otorgó entrevistas. Apenas si cruzo unas líneas con Morthy Harris, quien lo visitó para sacarlo de su oscuridad y publicar un largo artículo que salió el 9 de diciembre del 2006, bajo el título El oscuro armario de Carlos Lujan, el brillante novelista latinoamericano, publicado originalmente en inglés y traducido por Concha Martínez para el suplemento cultural Babelia del diario El País del 14 de diciembre del mismo año. Más tarde, en el año 2007, dicho artículo daría pie a una tesis de maestría, la primera ⎯a pesar de la importancia de Lujan en las letras ecuatorianas⎯ que analizaba a profundidad sus juegos narrativos en La esfinge y el armario, el cuarto y último libro de Las horas ausentes. Luisa Frey, una profesora de colegio que más tarde sería considerada como una de las autoridades en la novelística de Lujan, sería quien, bajo el título El hermetismo como recurso narrativo: el caso de La esfinge y el armario, daría pie a un nuevo mito sobre el autor y la escritura de su famosa novela. El armario nuevamente aparece como figura de opresión que, en lugar de ejercer su potencia negativa sobre el autor, la termina por amplificar al reducir el espacio de trabajo del escritor; en el caso de Lujan, se dice que escribió su monumental obra encerrado en un armario que fungía de estudio durante cuatro meses, en plan asceta. Esta teoría derivó en otro mito, donde sería un escritor fantasma quien realmente escribió las obras firmadas por Lujan. Muchos reporteros intentaron ingresar en el antiguo departamento de la Av. 6 de Diciembre y Granados (donde, según la leyenda, Lujan escribió su famosa novela) para verificar el armario y quizás encontrar al escritor fantasma, pero todos los intentos fueron en vano, pues el celo de Lujan hacia su privacidad era estricto y su círculo de amistades reducido. Pero algo de verdad habría en este mito, pues Lujan solo podía escribir en su antiguo departamento; era una especie de ritual, algo muy de escritores que necesitan sus cábalas a la hora de escribir. Su exesposa calificaba esta actitud de ridícula. “Escribir en un departamento vacío es una locura”, decía, “habiendo un precioso estudio con vista a Guápulo y a Cumbayá”. Otros amigos de su círculo decían que más de una vez intentaron presionar al autor de Las horas ausentes para que los llevase a su lugar especial, pero nunca pudieron doblegar su voluntad, solo lograron que se enfureciera y se pusiera aún más raro. Si en verdad escondía a un escritor fantasma, lo hacía bien y con celo.
Lo cierto de esta historia es que el armario sí existe. Lujan en persona lo confirmó en una entrevista que Radio Televisión Española le hiciera en Madrid, en el año 2010, a propósito de los diez años de la publicación de su novela y de la concesión del premio. Lo único no confirmado es si el autor escribió encerrado o no en la estrechez de su armario. En esa misma entrevista, dijo que estaba escribiendo una nueva novela y que su primer capítulo estaba terminado, aunque sin título aparente, y lo sabré yo, que con las piernas recogidas y presionadas contra la tabla de la vieja mesita escribo el segundo capítulo de la novela, mientras el famoso novelista lee las primeras páginas, se regodea en su recuperado éxito y conversa con el público (en su mayoría joven) sobre entretenidas anécdotas de sus numerosos viajes por el mundo, sobre sus entrevistas y ⎯sobre todo y a pesar de todo⎯ sobre el mítico armario de fondo blanco y puerta de metal.