Narrativa
Complejo residencial
Karla Armas
Número revista:
7
Edificio blanco con jardín delantero, sin número
La revolución será azul o no será
Severino Alcázar
Primer piso: acto final
Por fin llegaste a matarme. Imagino tu cara de espanto al encontrarme sin vida. Llevo así mucho tiempo. ¿Te acuerdas que lo predije? Lo grité una noche mientras bailabas desnudo en la sala. Tuve que pararte en seco para vomitarlo todo. No me creíste. Pero eso no es raro.
Ahora sé que decidiste dejarme cuando te leí mi diario en el que lo había escrito desde los 13. Ese día te dije, también, que cada seis años en mi cabeza volvía a repetirse mi muerte incansablemente, siempre añadiendo elementos al final. Te conté que moriría como morí, con la fecha y hora señaladas. El mundo lo vería en pantalla desde sus casas, nadie se atrevería a levantar mi cadáver por tres días. Me llamaste profeta de tetas chuecas, me leíste el apocalipsis diciéndome que de ahí saqué todo. Quizás. Quién sabe ahora si no fui yo quien escribió ese libro.
Me prometiste entonces, viéndome a los ojos, matarme después de la fecha señalada por mí. Sonreí. No eras el primero que me prometía eso. Qué harás ahora con esta carta en tus manos y mi cadáver en el piso del baño. Soy contagiosa, ¿te dije eso? El nuevo virus entró en mí y me llevó de la mano por parajes infernales en los que vi tu muerte también. Fue el vecino quien filmó mientras sucedía. No pudo resistirse, el enfermo ese. Me alentaba a morir desnudándome. Yo convulsionaba en el piso y él hacía zoom. Se lo pasó a su amigo, quien se lo pasó a otro, y ahí estaba yo en las pantallas de todos muriendo lentamente.
Tú, en la montaña, por supuesto. Nunca supiste nada. No querías saberlo. Por eso has venido hoy.
Ándate, soy contagiosa aún. El virus ha hecho carne en mi cuerpo. El vecino está enfermo, también la novia y hasta el gato anda distraído. Sigues tú y serán todos. Acá les espero con festejo.
Siempre tuya,
Mariana