Narrativa
Huacos familiares
Disección
Daysi Sánchez
Número revista:
Huacos
Mi cuerpo partido, mi cuerpo en disección. Aprendí a nombrar tardíamente las cosas que sentía. Al cuerpo lo entendí durante largo tiempo como un lugar sucio del que no se habla.
Lávate el culo le decía una amiga de mi madre a su hija y verificaba oliendo su cuerpo, a mi corta edad solo la miraba y pensaba qué tanto jabón se pondría, porque hasta yo, que estaba sentada a distancia prudente de la conversación de los mayores, podía olerlo. Lavar antes de dormir, no entendía para qué; ahora entiendo que es para estar lista para el sexo con el marido. No era para ella, era para otro. De esa práctica aún quedan rastros, una lavacara en el baño que siempre debe ser usada para no ser cochina y ser una buena mujer.
La lengua de la mujer que arrendaba el cuarto de tierra en el que vivíamos mi abuela y yo le contó que me vio haciendo cosas impropias con otra niña, una más pequeña, justamente en la lavandería, en el lugar donde se lavan las cosas, no se las ensucia, y se sintió profundamente ofendida y procuró en mi abuela una rabia que la pagué con una paliza de la cual hay un registro subconsciente, solo sé que la sufrí porque la mujer gorda que era mi refugio decía: mijita pobrecita, se quedó dormida de tanto pegarle. La culpa le duraba instantes y desaparecía, creo que me desmayé, no me dormí. Supongo que ella fue golpeada con tanta violencia que era natural que los golpes me formaran, me enderezaran; yo creo que ella no era del todo recta en sus procederes, porque sedujo a un joven de 15 años teniendo ella 30. Ahora, en medio de una sala de mujeres que vuelan, cuentan, curan, me atrevo a decir que seguro era un escándalo en la cama y creo que luego de mucho eso me autoriza para serlo sin vergüenza. Siendo adulta como soy y teniendo una hija entiendo que un cuerpo tan pequeño en las manos de la violencia puede ser como una tela volando por los aires para ser despercudida como la ropa cuando se golpea sobre las piedras de lavar, el amor que te procuran te deja limpia, inocente, buena, heredera del cielo.
Diré que ahora que he decidido contarme mi historia de otro modo y con mis propias palabras, por lo tanto corriendo el riesgo de exponer mis miedos, descubro que mis mujeres no eran tan buenas. Mi bisabuela escapó dos veces de sus maridos y quizás incluso volvió a ellos luego de procurar cumplir lo que su cuerpo le pedía. Ahora que me cuento la historia de mis mujeres, aparece una mujer a la que he nombrado la Negra, borrada porque era vergüenza en el Infiernillo, un pequeño poblado en Nieblí de Monjas, en la parroquia de Calacalí. Ser Negra y aspirar a casarse y tener hijos con uno de otro color. Me declaro un territorio cuerpo desconocido, en plena exploración, en plena reconstrucción.
Fea, gorda, muy grande, muy flaca, muy muchas cosas, así también me he sentido yo, y me pregunto cómo se han sentido mis mujeres. La que me parió siendo niña confesó que se bañaba con calzón puesto aunque estuviera sola, porque sentía vergüenza. Y debe ser porque nos bañaron muchas veces en agua fría y cantándole al sol que saliera, implorándole que calentara el agua de la tina para no sentir tanto frío. Por eso no me gustaba bañarme y siendo ya grande cuando lo hacía dejaba el agua oscura y sentía un alivio tremendo, debe ser porque como jugaba con libertad y me revolcaba como los perros en la tierra y saltaba como los saltamontes y trepaba a los árboles me llevaba parte de ese mundo que amaba en mi cuerpo, machona me decían. De esos días recuerdo la boca de mi padrastro diciendo no te da vergüenza, mira el color del agua. Me avergüenza. Pero ahora sé que el que debía sentir vergüenza es él por darle a una niña de 10 años un beso francés como una clase magistral de cómo se besa, ahora puedo distinguir y desear que no se acerque a mi hija porque quizás se sienta con el mismo derecho.
Mi cuerpo ha sido propiedad de otros y otras, nacer y aceptar que te críen como quieran, no decidir nada porque eres incapaz porque eres pequeña, crecer y recibir prohibiciones para que no pierdas tu virginidad, ser amenazada el día de tus 18 porque estabas en riesgo de convertirte en una puta y llorar sin entender por qué en lugar de darte un abrazo te trataban como una delincuente. Crecer y casarte porque la madre así lo quiso y obedecer para no ser abandonada nuevamente, y finalmente encontrar un hombre con el que te miras y te reconoces en la ingenuidad no porque no sepan de sexo, solo saben de amarse sin miedo y reconocer el cuerpo del otro como una gran extensión territorial que se puede besar, tocar, amar y amar y amar y guardar ese amor o como se llame eso que sienten hasta el próximo encuentro.
*Texto resultado del “Taller de escrituras familiares” de Gabriela Wiener, llevado a cabo en el Centro Cultural Benjamín Carrión, en Quito, marzo de 2022.
Daysi Sánchez (Quito, Ecuador, 1976)
Actriz con 25 años de trayectoria. “Escribo como un ejercicio de pregunta constante, ejercicio sin respuesta que me procura placer, que es una de las búsquedas sobre la que trabajo en estos tiempos. Dirijo obras de teatro y procuro no olvidarme de jugar, en ese trabajo mi hija es la maestra. Vivo en una ciudad lluviosa llena de conventos y campanas”.