Fragmento de la novela
Purgatorio Country Club
John Rodríguez Saavedra
Número revista:
5
“Listo, ya lo perdonó, Gloria, ahora aguante”. Eso le dijo, y colgó. Estaba sentada en un banquito de plástico en la calle once entre las carreras cuarta y quinta atendiendo un puesto de venta de dulces y cigarros. Yo pasaba por ahí buscando un sitio en dónde desayunar y apenas escuché la frase me detuve en la esquina para ver a la señora sin que ella se diera cuenta. Su rostro era de preocupación, de angustia. Apenas cortó la llamada, guardó su Nokia Lumia 710 en el bolsillo de su chaqueta impermeable verde, se sirvió un tinto del termo que tenía a sus pies y empezó a tomárselo despacio. Parecía que cada sorbo de café la iba despreocupando lento, de a poco, y cuando se tomó el último ya estaba algo más tranquila. O por lo menos eso me pareció. Yo seguí mi camino. Avancé dos cuadras sin recordar qué tenía que hacer, con la frase de la señora zumbándome como una mosca sobre la cabeza: “ya lo perdonó, Gloria, ahora aguante”, “ya lo perdonó, Gloria, ahora aguante”, “ya lo perdonó, Gloria, ahora aguante”. Esperé el cambio del semáforo, crucé la calle, llegué a la carrera séptima y sin pensarlo los ojos se me fueron directo a las placas del asesinato de Gaitán. Jorge Eliécer Gaitán; ya lo perdonó, Gloria, ahora aguante; los buñuelos están frescos, venga y los prueba; ya lo perdonó, Gloria, ahora aguante; solo un cigarro me acompaña cuando tú tardas en llegar; Pastor López ha muerto; ya lo perdonó, Gloria, ahora aguante; Alberto Cortés también ha muerto. Gracias por tanto, por la música, por la poesía, por alentar las almas latinoamericanas; ya lo perdonó, Gloria, ahora aguante. La cuadra es un collage de rostros, ruidos, frases, fríos. Y además está el piso, la humedad del piso, y los zapatos salpicados, y las tiendas. No sé por qué en ese momento pensé en la tristeza que me va a causar abandonar Bogotá algún día y entonces, al collage se le sumó mi nostalgia, mi melancolía, mis zapatos salpicados y la imagen del edificio de El Tiempo alumbrado por un sol corto y débil.
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Para llegar al Claustro de San Agustín me tocó dar una vuelta larga y caminar dos cuadras al oriente, tres al sur y luego subir otras tres hacia el occidente. En la entrada vi la promoción de Testigo, la exposición fotográfica de Jesús Abad Colorado. La chica de la vigilancia me indicó la ruta y después de anotar mis datos en el libro de registro seguí hasta el segundo piso. Respiré un poco, puse el teléfono móvil en silencio y entré a la primera sala. La fotografía de un perro vivo en una acera marcado en su pelaje con las siglas AUC de las Autodefensas Unidas de Colombia fue la primera que vi. Después, muchas otras, muchísimas: rostros, paisajes, huesos, cuadernos, hojas escritas a mano, manos vivas y muertas, pueblos destruidos, cruces, antropólogos forenses en pleno trabajo de exhumaciones de cadáveres, rosarios en medio de la tierra. Minutos después, escuché la voz de Jesús Abad en la sala contigua y para allá me fui. Estaba con un pantalón azul, zapatillas deportivas, camisa a rayas y gafas de marco delgado, hablándoles a los visitantes con su voz dulce. Aunque las fotos de Abad Colorado son impactantes por sí mismas, cuando él cuenta la historia de alguna de ellas el panorama se amplía notablemente. Intenté grabar el audio de una de las historias que estaba contando, pero segundos después de empezar a grabarlo, se me acercó una profesora y me dijo que el mismo Abad Colorado les había pedido que no lo grabaran, ni en audio ni en video, y suspendí la grabación. Los estudiantes de colegio que estaban en la charla, lo escuchaban atentamente y parecían preguntarse mentalmente: ¿esta es Colombia? ¿Todo esto ha pasado en mi Colombia? Y la respuesta a esas preguntas la tenía el mismo autor: estaba en las fotografías, en la documentación que ha reunido Abad Colorado en más de treinta años de trabajo registrando las tragedias de la guerra en Colombia, incluso en los lugares más recónditos.
Entre todas las fotos de esa sala, recuerdo especialmente la de Dora Emilse García, hija Jairo García, un campesino que, en marzo de 2005, bajó con ella desde la vereda Palmichal hasta el municipio de San Carlos, en Antioquia, a una cita médica. Los paramilitares le quitaron a su padre de las manos y ella se quedó con el carné de Jairo. Desde ese día, Dora Emilse y su madre no saben nada de su padre y esposo. Jesús Abad Colorado, en un audio sobre el caso particular de Dora Emilse publicado por la revista Arcadia, cuenta que un día trabajando con el grupo de Memoria, él fue hasta la vereda Palmichal y le preguntó a la profesora sobre los niños y las niñas víctimas de la guerra. Ella le dijo que ahí había muchos, y que algunos incluso llevaban fotos de sus padres o hermanos asesinados. Una de ellas era Dora Emilse.
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¿Qué es el perdón? ¿Cómo se podrá llegar a él? ¿Qué lo hará posible?
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“Listo, ya lo perdonó, Gloria, ahora aguante” ¿Quién será Gloria? ¿Qué sería lo que perdonó? ¿A quién perdonaría? ¿Qué tendrá que aguantar ahora que ha perdonado? La frase y las preguntas todavía me siguen retumbando y me montan en el escenario de esta guerra nuestra y me obligan a hacérmelas también en el contexto del conflicto armado: ¿qué es el perdón? ¿Cómo se podrá llegar a él? ¿Qué lo hará posible? Y si se puede perdonar, ¿qué será eso que se tiene que aguantar después de hacerlo? Ojalá algún día pueda encontrar una respuesta. Ojalá algún día todos podamos encontrar una respuesta.