(Fragmento)
La madre que puedo ser
Paulina Simon Torres
Número revista:
8
El día que nació mi primer hijo inicié un diario para él. En realidad tengo una colección de ellos: este que escribo para él de color naranja y otro que comencé cuando nació mi segundo hijo, azul, similar aunque con entradas mucho menos frecuentes. En ellos, les cuento a ambos su vida, primero su vida física: por ejemplo, llevo un recuento de cantidad y calidad de deposiciones de los primeros días de nacidos. Apuntes sobre centímetros, pesos, perímetro del cráneo, crónica sobre los primeros movimientos, sonrisas, risas, ojos que enfocan, balbuceos. Estos diarios son muy emotivos y están escritos por una madre entregada y enternecida por sus pequeños cuerpitos, por sus estómagos redondos, el vello casi invisible que tienen sobre los hombros, el primer lunar, las comisuras de los labios cuando duermen, las narices redondas; lo graciosos que son cuando empiezan a conversar en agús, y lo inteligentes que parecen cuando dicen sus primeras palabras. He creído siempre que esta escritura está destinada para que ellos sepan quiénes son desde el momento que nacieron, para que sepan que han sido amados y deseados desde siempre. Tengo confianza en estos pequeños cuadernitos de colores porque me reflejo en ellos de verdad. He dejado que aflorara una madre dentro de mí, que desconozco, pero que tiene accesos de amor devoto por sus hijos.
En esas páginas además de ser cariñosa, soy objetiva. Es un cariño objetivo, si es que existe tal cosa. Porque los amo pero les narro tal y como sucede su vida, de a poco. Y cuando los veo más grandes y algo en su comportamiento me resulta incomprensible, regreso a los cuadernos y encuentro pistas sobre ese primer berrinche, sobre la primera decepción mutua, cuando eran tiernos y hermosos, pero de pronto se lanzaron al suelo en el supermercado sin previo aviso de que dentro de ellos existía algo más que miel, algo amargo que era parte de su desarrollo y de sus propias frustraciones que aún no habían encontrado un modo de manifestarse.
Noviembre de 2011, tres meses
Días muy complicados, lloras todo el tiempo por todo.
Me haces sentir que hicimos todo mal contigo, quieres estar solo en mis brazos, tres minutos en una silla y lloras desaforadamente. Es imposible que viajes en la silla del auto, gritas y lloras como loco. Te adoro, pero no te entiendo y a veces no te soporto y no sé qué hacer.
Creces hermoso y feliz, sonríes muchísimo, eres alegre, ya te ríes a veces con unas carcajadas graciosas.
Haces montones de gracias, pataleas, has aprendido a mover las piernas como si fueras en bicicleta, ves y enfocas muy bien y a grandes distancias.
En general eres un gran bebé feliz y simpático, pero el problema es que solo quieres que te tengamos en brazos y eso es un problema [...].
Quiero criarte yo misma, sin ayuda, con mi leche y mi tiempo, esto no lo sabía, no lo planifiqué, simplemente ha ido sucediendo de ese modo y ha sido complejo para mí. Estoy decidida, pero no por eso es fácil. Toda mi vida fui independiente y muy suelta y ahora contigo me siento atada, no puedo hacer nada sola, no puedo ser quien fui. Quiero darte todo pero es muy difícil acostumbrarme a esta vida de mamá sin socializar, sin salir, sin trabajar, sin correr de un lado a otro...
Tengo que aprender a ser una nueva mujer y no sé cómo [...]
Estos días han sido solitarios, tristes para mí. Espero poder seguir cuidándote sin romperme, sin que se me quiebre el espíritu. Seguir improvisando... me da la impresión de que lo estoy haciendo todo muy mal... Te amo, te amo, te veo feliz, sonreír con esas encías desnudas y me alegra el corazón, solo quisiera que fuera un poco más sencillo ser tu mamá.
Febrero de 2012, seis meses
Tu primer diente apareció el miércoles pasado, el 22, y el viernes 24 ¡apareció el segundo! El jueves 23 fue la primera noche que te dejamos dormir solo durante la noche en la cuna. Te despiertas igual o incluso más que antes, es un desastre [...]
Tienes 6 meses y 3 semanas y hasta hoy has comido: cereal de arroz, quinua y avena. Zanahoria blanca y amarilla, papa, zapallo, manzana, pera, banana, durazno y papaya. Tu peso es 7300 gramos y mides 66 centímetros.
Mayo de 2014, tres meses
Amado hijo,
eres la dulzura total. Tienes 11 semanas y ¡eres hermoso! Estás bien gordito, con esos pliegues perfectos y gordos por todos lados, piernas, brazos, codos, barriga, eres una golosina.
Sonríes con todo el cuerpo. A veces estás muy serio, fruncido y con la mirada analítica, pero conmigo eres sonrisa pura, tu boca se extiende por toda la cara, se te iluminan los ojos, compartes conmigo tu satisfacción plena. Me encantas. Eres un bebé descomplicado, aunque lloras bastante.
Lloras tan fuerte, como gritando, eres increíble con esa fuerza para protestar cuando algo te incomoda, pero en general la pasas bien.
No quisiera separarme de ti nunca. La sola idea de volver a trabajar me hace doler el corazón y el alma. Dejarte un minuto me duele.
Los cuadernitos de colores descansan en mi mesa de luz, me permito un estilo claro, un vocabulario redundante, un tono explicativo, pienso en ellos de adultos leyendo y comprendiendo cosas sobre sí mismos y sus relaciones originarias. Primero y por mucho tiempo, solo conmigo; luego con el padre, la abuela; más adelante con sus maestras, con los primeros amigos que harán, y así. Abrigo un deseo de minuciosidad porque tengo fe que en lo más ordinario de la vida diaria reside la esencia de las cosas.
*
Llevo otro diario en el que soy la mujer más malévola que conozco. Un pequeño cuadernito de color morado en el que me permito sin censura decir cosas horribles, esas que siento cuando me levanto después de dormir dos horas, o cuando me acuesto después de haber trapeado la casa con mi humanidad; cuando me arrepiento de haberme casado, porque no entiendo de ninguna manera que haber amado alguna vez a alguien termine convirtiéndose en este caos de ropa sucia, pisos empolvados, niños mocosos que lloran y ninguna palabra amable para decir.
Septiembre de 2011, un mes
Es difícil no encontrar un culpable para todo lo que una no es capaz de hacer sola. Con la maternidad llega de inmediato una casa que se desborda de basura, de ropa y platos sucios, mugre por todos lados.
Una esperaría recibir ayuda y al contrario, recibe protestas...
Los hombres, por amables que sean, no dejan de ser unos idiotas. Su cuerpo no alberga ni alimenta hijos, su sentido común no los acompaña y su capacidad de ayudar sin quejarse por todo es inexistente.
Esos son los impases de la maternidad, el matrimonio y el posparto. No hay forma de conciliar las necesidades de un hogar, hijo y pareja sin romper la paz y el amor de vez en cuando.
Qué fastidio.
Agosto de 2016, 5 años
Pasan los días. Unos un poco mejor, otros radicalmente malos.
La mayor parte del tiempo no tengo energía para nada, todo el tiempo me duele algo, o me duele todo. Me duelen las rodillas, la espalda, la cabeza. No sé qué me pasa. Soy cobarde. No tengo deseos de mejorar. Mejorarme de ánimo, de fortalezas, de deseos. He hecho todo lo que he tenido que hacer para aliviar mi dolor, mi pena, mi sensación de inutilidad, pero todas son soluciones precarias, a corto plazo, que no son efectivas más allá de unos pocos días.
No logro trabajar en casa correctamente. Tampoco se concretan las cosas, no logro dar pasos firmes. No tengo tiempo, todo mi tiempo lo consumen los hijos, la casa y mis dolencias. Me reconozco débil [...]
Me siento patética, diminuta, completamente sola. No tengo a quién confiarle todo este malestar y este sentir. Nadie soporta tanto dolor, nadie lo entiende, ni lo desea como parte de su vida [...] Quisiera irme lejos, irme de mi casa, lejos de los afectos y las responsabilidades, lejos de este sentir que solo sirvo para atender a todos. Lejos de mí misma, lejos de mi marido, del peso grande de su autoridad sobre mí.
No siento en este momento amor, solo pesadumbre. Solo veo borroso y tengo ganas de alejarme. Pero a la vez quisiera que alguien me encuentre, me tome con amor, se haga cargo de mi pena y me dé eso que no tengo. No sé qué es. Un amor incondicional, una atención, un cuidado, algo que me cure.
Eso no existe, una tiene que curarse sola y esa voluntad, esa fortaleza no la tengo, no la distingo, no sé de dónde proviene. Estoy peor ahora. No veo ninguna luz.
Todo duele.
Ese diario, que escondo debajo del colchón, alberga mis sentimientos oscuros. No podría decir mis sentimientos verdaderos, porque en realidad siento ambas cosas, la oscuridad del cuaderno morado y la fantasía de los cuadernitos de colores, en simultáneo. Al diario prohibido lo llevo desde que era soltera, cuando me sentía libre, pero miserable; ambiciosa pero cansada, rebelde, pero sin energía. Del mismo modo que espero que algún día mis hijos consulten sus diarios de vida, cuando leo los míos, siento un poco de desagrado por esa mujer que teniendo “todo” se sentía cansada y sin vitalidad, sin deseos de vivir con un poco más de entusiasmo. Mi yo del presente regresa y la sacude por los hombros y le dice en el oído: “No hay mejor tiempo que el presente”; pero ella no sabe escuchar. Nadie, ni yo misma, puede vivir lo que deben vivir los otros, lo que debió vivir ella; que hoy mismo no sabe que sigue repitiendo esa conducta a diario.
*
Y, para equilibrar, llevo un cuarto cuaderno que en la portada tiene la pintura El beso de Gustav Klimt. Este es el unicornio de los diarios, porque contiene a la vez toda la información que he recibido en cada curso de disciplina positiva, de crianza con apego, de alimentación complementaria, de primeros auxilios, de nutrición saludable, de recetas para preparar loncheras, así como mis mejores deseos, mis planes, mis ilusiones para el futuro. Las palabras en este diario son optimistas, por no decir cursis. Son frases hechas escritas con mi mejor caligrafía. Un organigrama para la semana que incluye manualidades, minichef, plastilinas hechas en casa, gimnasia, yoga para niños. Buenos deseos, buenos deseos, buenos deseos albergados a lo largo de siete años y que cuando leo me deprimen. Me resultan casi tan irreales como los deseos de muerte y fuga del diario morado.
Agosto de 2015, 4 años
Soy una mujer afortunada.
No tengo miedo. No debo temer. Todo lo bueno sale a encontrarme en el camino.
No permito que mis planes, ideas, emociones, necesidades se trunquen por falta de fe.
Creo en mí. Creo en mi fortaleza. Creo en mis habilidades. Creo en mi capacidad de cambiar, de mejorar, de crecer.
Rechazo pensamientos negativos, rechazo el miedo y la culpa. No me permito caer en el juego de otros que no me hacen bien.
Necesito creer en estas palabras y creer en mí.
Octubre de 2016, 5 años
Cuidar al niño interior.
Debo pensar en mí como una niña y regresar al momento más feliz y de mayor bienestar. Debo recuperar ese momento y hacerlo mío, volver a ese tiempo ideal y lograr que todo mi corazón se sitúe donde fue feliz originalmente.
Al volver a mi niño interior encontraré en él a mis hijos y sabré mirarlos a los ojos y decirles cuánto los amo y cuánto espero que nadie nunca les haga daño y que espero no hacerles daño yo con mi inocencia perdida... ¿Qué es lo real en la maternidad? Me leo y siento que mi humanidad se ha dividido en varias formas de ser, en varios estados mentales, en cuatro corazones, cuatro cuadernos, con su propio color, con su propio ritmo. Cuando me han preguntado “¿qué significa para ti ser madre?”, solo he atinado a responder una cosa: “Es el trabajo más difícil del mundo”.
¿Es en realidad un trabajo? Cuando releo los pequeños diarios de mis hijos, el naranja y el azul, más que trabajo parece una afición, parece un regalo, parece la aventura de una persona que explora el mundo por primera vez sola y descubre cada detalle maravillada. Cuando leo el cuaderno morado, más que un trabajo, parece el servicio militar, parece que he sido reclutada contra mi voluntad y que llevo los ojos vendados y las manos atadas. En el cuarto cuaderno parece que estoy reviviendo una película musical de Disney, tres bellos actos sincronizados a la perfección en los que el peor problema es un monstruo gigante de nieve al que vamos a derretir con el amor de nuestros corazones.
Lo que no ha sido escrito ha sido filmado. Cuando no ha funcionado el video, he grabado audios. ¿Qué he aprendido de mi obsesión por registrarlo todo? Siento que he querido, ante todo, dejar constancia, tener testigos, protegerme del presente porque cada emoción procesada me permite alejarla un poco de mí, ponerla en perspectiva. Lo mismo que el álbum familiar que nos sentamos a ver con devoción y en el que encontramos pequeños mechones de cabello que nos enternecen y nos ayudan a olvidar por un segundo que hoy mismo lidiamos con mechones repletos de piojos que vinieron desde la escuela para armar la tercera guerra mundial —y reproducirse— en nuestra casa.
El tiempo no se detiene. Entre el primer alarido del parto hasta el grito de “¡Llegamos tarde!” de esta mañana antes de ir al colegio, los hijos han crecido. Han sobrevivido a cada moretón, a cada golpe que se dieron en la frente, sorteando las esquinas de las mesas cuando aprendían a caminar, a cada “No” dicho con autoritarismo, a cada jornada en la que su madre ha debido trabajar fuera de casa o en casa con ambos niños subidos encima de la silla frente a la computadora exigiendo ver videos; a cada mañana deportiva y a los padres y madres de otros niños, y a otros niños, desde que tienen dos años. Sin darnos cuenta nos hemos vuelto una familia. En la cotidianidad, este detalle se me pasa por alto.
Sigo empecinada en temer por el futuro, cuando ya vivo en él; uno que no había imaginado, pero que me hace sentir grande, incluso fuerte muchas veces.
*Fragmento del capítulo “Los niños crecen. Yo he crecido”, del libro La madre que puedo ser, de Paulina Simon Torres.
Paulina Simon Torres (Latacunga, Ecuador, 1981)
Licenciada en Comunicación y Literatura por la Universidad Católica del Ecuador. Tiene una maestría en Literatura Infantil y Juvenil por la Universidad de Loja, y otra en Escritura de Guión Audiovisual, por la Universidad de La Rioja. Se ha desempeñado como periodista cultural y crítica de cine para varios medios. Fue directora de comunicación en cuatro festivales de cine del Ecuador. Programó las salas de cine públicas de la Cinemateca Nacional y FlacsoCine. Escribe periódicamente para la Revista Mundo Diners. Desde 2009 es docente de las cátedras de Apreciación e historia del Cine y de cine documental. En 2019 publicó el libro La madre que puedo ser con editorial Paidós.