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Narrativa
Huacos familiares

Viajes

Idania Machado

Número revista:

Huacos

I

Tienes una piel tan linda. Me gustan las mujeres muy blancas, esas que parece que un vampiro las ha dejado sin sangre, le digo mientras la veo desnuda unos segundos antes de besarla. Ella se acerca y me chupa el hombro devolviéndome el halago por la mía, del color de la leche con bastante café. ¿Y los hombres? ¿Te gustan? ¿O solo las mujeres?, pregunta. Me río y le confieso, mientras más negros, mejor. En La Habana, no le perdoné la vida a cuanto negro o mulato me gustara. Pero nunca he estado con una mujer negra. Ella me mira como esperando una explicación que no tengo. Será porque en vez de matar al padre, pienso que sería como acostarme con mi madre. No sé. Quizá eso pruebe que no soy racista. Me río de manera estúpida de mi reflexión estúpida.


II

En mi casa no se hablaba mucho de colores de pieles. Mi rama materna es negrísima. Tanto que les decían los ébanos, muy negros y muy altos. “Derechiiiiiitossss”, contaba siempre mi madre. En cambio, yo nací con escoliosis y solo mido 1,57. Por supuesto, ella siempre decía que esos defectos eran por parte de mi papá. Él era mulato blanconazo. De piel lechosa y pelo malagazo o medio bueno. En Cuba se han inventado todas las denominaciones para alejarse de lo muy negro. Es todo un pantone que huye de lo oscuro: negro carbón, negro chapapote, negro teléfono, negro, negrón (si eres negro, “pero” estás bueno), mulato prieto, mulato coloraito, mulato, mulato blanconazo, mulato adelantado, jabao y trigueño oscuro. Sin embargo, a la final, siempre en una discusión te acaban diciendo negro de mierda o tenías que ser negro.


III

El viaje de los ébanos empezó en el Congo. Mi tatarabuela tenía más o menos 9 años cuando la arrancaron de su continente, como un animal en cacería furtiva, y la vendieron en una isla. Mi mamá dice que hablaba en su lengua, que la mezclaba con el español y que era hermosamente negra. Se vestía siempre de blanco coco de pies a cabeza. Su hija era de un aragonés. De él no sé mucho. No se sabe si la violó o si a ella le gustó. Solo se comentaba que, a partir de ahí, todos los ébanos tienen una parte del pelo más lacia en la parte de atrás de la cabeza. Eso se nombraba, de generación en generación, como el crespón del que nos ensució la sangre.


IV

En un hoyo del Pichincha, en Ecuador, eché las cenizas de mi madre. De su piel negrísima y bella, de su metro setenta y ocho de estatura me dieron una bolsa de apenas dos kilos. En ese hoyo, junto con ella, se fue un poco de mi abuela, de mi bisabuela y de mi tatarabuela la que arrancaron de El Congo. Del continente a la Isla, de la Isla a Sudamérica. Mi tatarabuela pensó morir en El Congo y que la enterrarían en un ritual con tambores y mucho baile. Yo le puse a mi mamá canciones de Lola Flores porque era fanática de la música española. Quizá el aragonés dejó algo más que el crespón.


V

Hoy hice arroz y me quedó desgranadito, como le gustaba a alguna de los ébanos. El caso es que cuando queda así, siempre se les pone un platico y se les dedica. Hoy se lo puse también a mi madre, que le encantaba, aunque siempre le diera hipo. Sus vidas son mi memoria. La memoria es un país cuando te arrancan del tuyo. Y yo me arranqué de la isla. Yo no voy a parir a nadie que saque el crespón. Conmigo se acaba este linaje. Solo puedo ponerles arroz desgranadito, velas, flores, tambores y coplas españolas. Las cuido, las escribo.

*Texto resultado del “Taller de escrituras familiares” de Gabriela Wiener, llevado a cabo en el Centro Cultural Benjamín Carrión , en Quito, en marzo de 2022.




Idania Machado (La Habana, Cuba, 1965)

Es licenciada en Artes Escénicas en la especialidad de actuación y magistra en Creación de guiones audiovisuales, por la Universidad Internacional de La Rioja. Fue periodista y actriz en Cuba. Emigró a Ecuador en 2007. Actualmente escribe guiones y trabaja como docente universitaria.

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