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Arritmia

Valeria Levoyer

Número revista:

3

Caminante


El grito la sorprendió:

Podría hacer un cuento del caminar pesado de mi madre,

que se ha ido calmando con el pasar de los años.

Podría explicar, por ejemplo, que a mis 2 años sus pasos se ponían como sobras de mis pies.

O que a mis dieciocho me esperaba dando vueltas en la cocina, lugar sagrado,

para luego hablarme sobre cómo estoy llevando mi vida.

Pero ahora van lentos. La vejez, los años,

la vida misma ha detenido esos pasos.

Ahora escucho a la leona caminando en su jaula en un vaivén.

La escucho y la casa cobra vida,

y los pasillos siguen palpitando al ritmo de su andar.

Hoy, mi vieja camina con pequeños pasos, con la espalda encorvada,

las manos siempre suaves, tomadas entre sí;

con la mirada al frente, sin mirar algo que existe en el presente.

Mi vieja sonríe y se avergüenza de su felicidad.

Mi vieja se bebe un vino –si es de hacerlo–, o se toma un puro, con recelo.

Mi vieja tiene un perfume dulce, como el olor a las flores que coloca en el centro de la mesa.

Sus pasos resuenan con fuerza cuando deben

y se vuelven como soplos de pluma cuando quiere ser discreta.

Sus pasos son el sonido de la esperanza.

Mi vieja camina lento, y tras sus pasos comprendo el pasar del tiempo.





Arritmia


La sensación del corazón ardiente cuando los pechos se vuelven espejos de montañas.

Los espejismos en medio de lágrimas que chorrean el arte.

Los laberintos convertidos en explicaciones.

La sensación del calor materno al escuchar un corazón.

La calidez de una aflicción cuando no encuentras retorno.

Las manos entumecidas.

El segundo de silencio donde todo parece tener un kairós, como dirían los viejos.

El rostro, entumecido de expresiones

El pecho, resonante al tacto del lamido

El cosquilleo, las mariposas que se desbordan.

Entre gritos, entre jadeos.

El corazón que se forma uno entre todo el cuerpo.

Los pies apenas rozando la Tierra.

Las caderas chorreadas de vibraciones.

El corazón, como cuerdas del reloj.

Los bombeos como tic tac

Tic

Tac

Tic

Tac

La respiración, dulce sincronización.

Entumecidas caderas en compás con el reloj.

Inexpresiva mirada hacia el llanto del alma.

Hormigas que corren en diferentes direcciones.

Oráculos de catástrofes.





Silencio


El silencio después del llanto: el suspiro.

O desde el nacimiento: el primer grito.

El silencio del te amo materno

cuando te besa entero de pequeño.

El silencio en tres puntos

las pausas después del crescendo melódico

las risas afónicas se vuelven normales.

Se tinturan de negro las corcheas

y se visten de santos las redondas,

Cantando un re menor

un réquiem, un lacrimosa.

Un tenor invadiendo los sentidos

hace resonar la despedida.

El silencio en un adiós que jamás fue dicho.

Silencios invadidos, corrompidos y besados.

Con placenteras espaldas arqueadas.

El ruido de cortas vocales suspiradas desde el alma,

en un inquebrantable pacto con su creador.

Silencios que se queman por recorrer montañas.

Jadeantes, oscuros, intimidantes.

Un paso.

La interrupción del pájaro en la madrugada,

cuando la eternidad se convierte

en la ínfima medida del tiempo

y el silencio desaparece por la ventana.





Chuchaqui moral


Desconocer y conocer todo;

la peor enemiga es la memoria.

La mueca muda nos da los buenos días frente al espejo.

El alterego, un Mr. Hyde para los temerosos,

un aliado descontrolado.

El inofensivo dolor de la resaca,

y el perfume que abraza las sábanas.

El ardor del agua mineral sanando las heridas internas.

Deliro con la primera imagen del día siguiente,

con el agua risueña que domina mi mente.

Dulce castigo del último nunca más,

porque bebemos la cura y la enfermedad.

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