Selección de poemas de ‘Eslabones’
Teresa Calderón
Número revista:
5
ESLABONES JUDÍOS
I LA SHOÁ
Tú fuiste mi muerte. solo te tuve a ti
cuando todo se me iba.
Paul Celan.
El cuerpo prepara su viaje
antes de entrar en la tierra final
cubierto con una vela encendida en la tierra áspera.
(Yo cavo, Tú cavas y cava también el gusano).
Lo acompaña la familia
hasta el momento
previo al transcurso
de un día y su noche
para volver a sembrarlo
en la tierra áspera.
Para regresar a otro éxodo.
Los guardianes del que abandona
no beben ni comen en su presencia.
Es la señal de respeto del pueblo elegido.
(Yo cavo, Tú cavas y cava también el gusano).
Más tarde el cuerpo es purificado
con aguas de vida.
Ya está lista la mortaja.
Los hombres bañan el cuerpo del hombre.
Mujeres bañan el cuerpo de mujeres.
Flor y música para la fiesta
y ante el triunfo de la muerte ya
nada que festejar
sino la vida y la promesa.
(Yo cavo, Tú cavas y cava también el gusano).
Fuera los espejos y cubrir todo objeto de lujo
austeridad es la consigna.
El cuerpo descansa en su lecho
de madera simple con algunos agujeros
para no interrumpir el proceso
del regreso a la tierra.
Polvo eres y al polvo volverás.
Fue largo el viaje a la Tierra Prometida,
y duro el desierto
e inmisericordes las jornadas,
los trabajos y los días:
Egipto
Belén
Auschwitz.
(Yo cavo, Tú cavas y cava también el gusano).
Los familiares lavan sus manos.
Tras el viaje
la familia prepara la comida
pan ácimo, peces y sobre todo Fe.
La vida continúa.
solo entonces, las condolencias:
(Yo cavo, Tú cavas y cava también el gusano).
Ningún libro de arena.
Previo al servicio funerari
los parientes inmediatos
reunidos con el rabino
preparan la costumbre:
el desgarro de una prenda (keryah)
el desgarro de cintas negras.
Tras la bendición
que reafirma la Fe
rasgan vestiduras
señal visible de la muerte
y las palabras definitivas.
"Se calla, se come y se bebe".
Breve y simple.
Condolencias.
Lectura de la Thorá,
Elogios y recitación de oraciones.
La piedra.
La piedra en el aire.
Y tu ojo, ciego
MI SERENA REVISITADA
Así como tu vida arruinaste aquí en este rincón
pequeño, en toda la tierra destruiste.
Kavafis.
I.
Regreso.
¿Partí, me expulsaron, regresé o nunca partí?
Es extraño el regreso, sobre todo cuando nunca partiste.
O te partieron. ¿De parto?
¿Parir como irse?
¿Volver como nacer?
Es el año 1991.
Conduzco con Tomás, quien llama a La Serena
"La Levítica"
porque así la llamaba Gabriela Mistral
libro de los castigos y los pecados jamás pecados.
Tras la última curva de la carretera
veo por fin el mar en La Herradura
como una extraña fruta agitándose y azul
partida, parida, abierta en dos al aire salino y remoto
de mi infancia.
¿Encontraré el cofre del tesoro de Sharp ahora?
¿o siempre seguirá Charqui llegando a Coquimbo?
¿Encontraré en las mismas calles
y en los mismos recuerdos
la nostalgia reiterada
esa que me habla
de lo que nunca tuve
de lo que nunca fue?
II.
Camino sin brújula por las calles de mi ciudad
y llegó sin un Norte en el Norte
al Museo Arqueológico de la ciudad.
Entro con tanto temor como respeto
como niña
y recorro las salas veo las vasijas.
En cada vitrina intento descifrar
la escritura de la arcilla
y no logro descifrarlo.
Y no me importa qué dicen las vasijas
qué me dicen en sus rasgados ecos esos antepasados
directos e indirectos:
estoy como Sthendal y su síndrome
siento que me voy a desmayar
pero bebo de la botella de agua que traigo en mi mochila
y no desfallezco, simplemente se me cae una lágrima
sin fin sin destino sin futuro
pero con tanto pasado transcurrido.
Y lloro sin llorar.
III.
Continúo caminando espacio tras espacio del museo:
y llego a las momias.
Desde un tiempo sin tiempo
demasiado atrás de mi nacimiento
muy pero muy lejos de cuando mis padres
Alfonso y Lila tuvieron ese gesto extraño
de engendrarme, las miro, las observo.
¿Qué me dicen con sus bocas en ese gesto de la Muerte?
¿En ese aparente grito como el de Munch?
¿En ese gesto congelado al momento de dejar esta tierra
del Norte de Chile?
Sé que me están hablando qué me quieren decir algo
pero ya mudas para siempre me quedo con ese gesto
detenido con sus mechones de pelo ríspido
con lo que quedó de sus dientes permanentes
y ahí permanezco mirando las momias diaguitas
y haciéndome las preguntas de siempre
esas que no tienen respuestas.
IV.
¿Dónde está Alfonso, el Sabio, mi padre, ahora?
¿Adónde se irá Lila Laura, la bella
que tarde a tarde se refractaba en las pantallas
del Cine Centenario
como la Audrey Hepburn de la Levítica?
Interrogo a las momias resecas de preguntas
pero su silencio es tan profundo como las vasijas y la arcilla
y esa escritura indescifrable que pensé leer ahora
pero como cuando niña
solo me hablaban de un pasado remoto
e inasible, siempre, antes y ahora.
Mis padres y su gesto de engendrarme.
V.
Recorro las salas del Museo Arqueológico de la Serena en la calle Cordovez. Con un silencio tan inmenso como el que guardaba cuando niña. Sigo tras las vasijas, en busca de las momias. Esos cuerpos grises inmóviles en el momento de su muerte. Ya no les pregunto nada, porque sé que su silencio es eterno, el silencio de la muerte, el silencio de sus bocas mudas, ya que nadie podrá hablar por ellas. Me detengo ante una vitrina que exhibe a una de ellas. En sus brazos hay un feto aferrado a esos pechos secos, donde alguna vez manó leche.
Y las momias permanecen en silencio. Un silencio que habla del tiempo. Un silencio que es tiempo. Un silencio que no me dice nada, solo que fui feliz en la ciudad del castigo. Y que me expulsaron. Y ahora mi regreso no es un regreso, solo una visita a un museo arqueológico.