Fragmento de 'Cuerpos'
Max Rojas
Número revista:
6
Se deshabita el tiempo,
pero lo informe es lo que queda
como cuerpos en ríspido estado de emergencia,
colocados en medio de abruptas consecuencias,
serias dudas,
interrogantes que pueden derivar en funestos resultados,
adversidades varias y poquísimas noticias favorables
a la navegación en los antiguos mapas,
los viejos cartapacios que señalan los cuerpos derrumbados
y, luego,
reconstruidos como cuerpos nuevos pero malamente,
como cuerpos que fueran desarmables y pudieran,
más después, reciclarse los diversos trozos,
las violentas partes furibundas por no estar donde suponen
que debieran verse bien,
estando como estaban en su hechura previa como tales cuerpos,
no completos, tal vez,
aunque sí los grandes trazos
los grandes lineamientos de sus formas contundentes,
pero endebles,
poco firmes o, en algunas ocasiones, ligeramente
contrahechos,
algo informes o poco calibrados del motor,
o que hace que caminen lentos,
sin sonidos fuertes o cantos de sirena
que seduzcan a los náufragos,
los ínclitos ahogados que bracean con todo desespero,
pero no llegan a ninguna isla
ni encuentran las botellas vacías de tequila con mensajes
que señalen rumbo,
dirección precisa para llegar adonde nadie se conmueva
con tanta imprecisión en el horario de los barcos
o tanto pasajero a bordo que no tiene ni idea
de que las cosas de color morado se arrepienten,
por regla general, de sus amores de antes.
Cuerpos sin su cuerpo, y poco contundentes,
con reciedumbre de ala o decisión definitiva de ser ave,
irse lejos,
cuerpos como en vuelo o pasión amortiguada
por las tantas ansias que no lograron enhebrarse,
se quedaron sueltas,
innombradas,
despegadas como carne no sujeta a decisiones firmes
que fluctúa entre querer y no querer entregarse
a los perpetuos goces,
las grandes calambrinas que la carne produce cuando hierve
y el tumulto de las aguas densas no deja percibir que faltan
los alambres que sostengan lo exquisito de las formas cárnicas,
lo concreto perdido entre lo abstracto de la masa cárnica,
con lo ávido extraviado en la pureza impura de la carne,
pero impuros en toda su pureza,
como agua en el delirio de ser tromba o viento
que quisiera convertirse en clarísimo horizonte
de cuerpos que no cesan de llegar,
partir,
jugar,
bailar,
cuerpos que están como en estado
de emergencia siempre,
persecución a través de los espejos hasta el lugar
donde está la dinamita abandonada en espera
de que llegue su momento y todo estalla,
laceran las estrellas la piel de los quemados
y los cuerpos huyen con la infinita seriedad
de un barco que naufraga
o la sonrisa de un fantasma tenebroso que penetra más allá
de los susurros en que los cuerpos platican cuando sueñan
o piensan en los muertos como un manual de abstemios
que antaño se embriagaban diario pero, después, se arrepintieron
y se dan golpes de pecho y juran no beber del aguarrás
que beben los amantes densos, sino licores finos, delicados,
de honesto caballero ganado a la virtud por malas artes
del Demonio vestido de mujer y que ofrecía en barata
paraísos ubicados en zaguanes muertos,
lujurias a la orden, documentos falsos
para una identidad también falseada
y sin incómodos gemelos que lo estorban todo,
se entrometen en los asuntos familiares,
asedian a los cuerpos con la indebida pretensión
de asesinar a cualquiera de los otros que también acechan
a los cuerpos y ser el único dominador de cada cuerpo
entendido como atributo personal,
y de todos los cuerpos, aunque no en lo general,
sino discriminadamente, con un rigor estético
bastante intolerante con respecto a fallas de estructura
o humor ligeramente agrio
pero sí con belleza totalmente comprobable
a simple vista y desde una gran distancia,
arduamente examinada,
con la finura de los cuerpos que se espantan y huyen
o luna que se extingue -súbita,
perpleja ante cualquier catástrofe o derrumbe de lo dado,
lo no dado, también
en tanto lo espectral pueda asumir, sin mucho riesgo,
formas hechas que fueron ya formas deshechas y rehechas,
montables/desmontables que hablan por su cuenta.
Mundo en crisis,
paz que acaba convertida en guerra o se convierte francamente
en campo de batalla de cuerpo contra cuerpo
como enemigos que se aman.
Se destruyen
o rearman los fragmentos de manera algo distinta
a como estaban antes conformados,
con otros órdenes de prioridad en lo que toca
al desempeño del espejo en recoger los rostros
perdidos en la noche y protegerlos,
cuerpos idos que habitan la otredad en donde el Otro
se reinventa y trata de explicar la inexplicable fuga del demente
que arguye su demencia como forma de amar
hacia regiones frías donde sólo el metal suena
y conmueve a los pivotes,
escarapela las paredes y las tiñe de un púrpura sombrío,
besa cuerpos o desenfunda su dolor entre estertores verdes
o muertos que regresan a bordo de flojas mariposas.
Suenan,
porque todo suena a tañido de lúgubre campana
o golpeteo de fábricas que producen un silencio espeso,
pero a grandes gritos,
enormes ruidazales que salen del vapor
que se consume en medio del chirriar de cuerpos que batallan
como un metal sonante o tronido que transcurre en los metales
cuando quedan sordos
y los cuerpos guardan un feroz silencio porque el tiempo corre
entre neblina y humo de señoras que hablan y hablan
y no permiten que la sombra tome la palabra o tosa, tan siquiera
o emita su opinión sobre los graves temas
que afectan a los cuerpos,
que se quedan bien dudantes acerca del futuro
con ciertos resquemores que asaltan sin piedad
sus pálidas figuras,
sus formas elegantes que concluyen en algo así
como un alcohol muy desusadamente incierto
en sus efectos alcoholíferos sobre el amante que cae en la locura
sin entender las causas del desastre que ocasionan
con tanto meditar sobre el amor profundo
donde todo se vuelve andamios crujidores
o maderas estropeadas por una fiebre espiritual intensa
que convierte en aserrín los cuerpos y los torna
de un color rojizo oscuro
que los hace tambalear a la hora de subir las escaleras,
bajar al precipicio en que ejecutan los suicidas
los últimos ensayos antes de dar
El Gran Salto Final
del trampolín que va del existir al tremendal del hueco
bellamente ornamentado con que la Nada intenta
explicitar su desdén hacia las cosas más o menos llenas
y conformes en ser parte de un Todo que propende
a aniquilarse por su propio exceso.
(Todo es madera que arde y se consume
en una atroz persecución de la ceniza,
todo sucede entre metales ebrios y cascajo,
entre caidales cuerpos y derrumbe
que se escurre de un modo exasperadamente lento.)
Lo informe es lo que queda,
pero suenan cuerpos que se van pero que no se van,
retrospectivamente vistos, sino se quedan fijos
en un tiempo que tampoco se va para ninguna parte
ni se decide a no tener memoria de ninguna cosa
o encantamiento posterior al invento de los cuerpos.
Todo comienza y termina al mismo tiempo
o acaba desde antes de empezar
o nunca empieza pero sí termina
y sólo es una perpetua fuga a lo magenta
o cavilante foco que no aprende a susurrar
el nombre de las cosas sacras y el tiempo lo comprime
en sus esparadrapos viejos
y hay una luz mortuoria que se agota en su derrumbe interno.
Se industrializa el tiempo
y hay un señor desesperado que corre mucho por las calles,
pero no logra nunca darle alcance ni a su sombra
que
tampoco se alcanza
pero sí se destruye al entrar en colisión con su otra sombra
e inventa su falsa aparición en
los espejos.
que hacen de lo falso su única certeza.
(Habrá que irse,
aunque no haya razón para tener
que irse.)