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Fundación de la niebla

Ernesto Carrión

Número revista:

6

1.


te he llamado tantas veces –cabeza– trepando por los ríos para saber de mí. Cabeza doblada como un plano detrás de las palabras. Respirando sin voz. Logrando un golpe. Cabeza temblando sobre valles y entre ramas ocultas de alhelíes. Rodando hacia la niebla en cripta. Bolsa de boxeo. Cabeza detrás de mi mirada como una cabra. Huyendo para saber de ti. Durmiendo para saber de ti. Buscando sobre las estrellas tu mano flotando como un caucho de pronto enrojecido. El caucho que nos vuelve óxido e invernadero. En fin: cabeza que no duerme en su cabeza para sentirse viva.





2.


tantas veces –cabeza– te encontré buscando en las estrellas tus dominios. En los cajones de arena. En las semanas que se estrechan sobre los caballos. Pero aún tú y yo no conocemos nada de este mundo: esa pata vegetal que desespera en ríos más largos que nuestro cuerpo. Ni nosotros nos conocemos. Compañeros de túnel. No hemos oído el propio llanto, visto el propio llanto o llorado como los mastodontes que vuelven sobre otras tierras y tocan  con sus hocicos los marfiles muertos. Debajo de mi edad sólo hay metal en llamas desplomando una selva virgen. Encima, por supuesto, un cielo cromado donde te arrojo –cabeza– para saber de mí. Para encontrarme un nombre.





3.


¿es un cabello un río?, ¿un río es un rasgo interminable como un hombre?, ¿un hombre es acaso este aire que se agita levemente en tu hueco como en una quena?

¿somos un hombre -cabeza?

¿qué es un hombre?





4.


ya no recuerdo el día en que empezamos a volvernos este pellejo. Lo que quiere decir un jardín. Lo que quiere decir desmesura, echándose a dormir, desconsoladamente. Una estación, dos estaciones, tres estaciones, cuatro estaciones te he apretado –cabeza– para saber de mí.  He tratado de exprimir toda esa suma de luz: imágenes y ruidos que logran empujarse hasta mis pesadillas. Más tú no quieres que te hable. ¿Qué es lo que te detiene? ¿Lo que me deja aquí esperando con tu rostro sumergido en mis propias manos? ¿Aprendes acaso a leer nuestros errores? ¿A leer a los muertos? ¿Aprendes acaso algo? ¿Qué aprendes? Y si es así, ¿por qué no lo compartes –cabeza?

yo aún no soy nadie detrás de cada flota de preguntas por las que viajo al vacío.

un río oscuro que va dejando un sopor de aves quemadas bajo sus moliendas.





5.


y tú no quieres oírme y yo no quiero escucharte respirando. Pero esta es nuestra tierra: Calandria en coma. Avanzamos a tientas sin comprender lo que hacemos. Arden nuestros pasos. Caen nuestros ojos como cometas deshilachadas entre caña brillante. Dame un poema negro. Nadie nos toma la mano. Los perros se retratan por sus orificios geométricos. Se forjan en la gula. Mira cómo se dirigen hacia la corriente. Nosotros no. Nadie toma esta mano. Dame un poema negro. No quiero levantarme, día tras día, pensando por nosotros. Dame un poema negro. He visto sobre una pantalla una mujer de cabellos tostados como pelaje de zorro. Ella ha de ser mi amor. Quien detenga algún día está forma de buscarme en ti. De hablarnos tanto. Decoloración de la piedra. Ella vive en un tiempo distinto: laguna donde la perdiz cruje despacio. Calandria en coma. Dame un poema negro. Dame un poema negro y no midas el paso.





6.


odio despertar junto a ti y odio tus sueños –cabeza–.

Soy solo feliz cuando has bebido tanto y tanto que no recuerdas mi nombre: un ataúd, que cargas en silencio, lleno de fantasmas.





7.


¿quién velará por nosotros cabeza empujada al mar para sentirse pedazo de este universo? ¿Quién dirá qué no fuimos, o lo que fuiste tú y jamás comprendí? Esqueletos de pequeños peces liman nuestras uñas sobre la arena entera. Aquí no habrá silencio (al menos entre nosotros nunca). Tamiz natal. No quieres soltar este excesivo equipaje de culpas que soy yo. Cuando la luz levanta sus redes con las manos del viento, y el pescador no existe, pero seguimos. Como tu bufido que se borra cuando lo pienso. Como mi voz que se borra cuando tú bufas. Dialecto marsupial. Te acuesto sobre la arena –cabeza mojada en aceites erizados–. Te aplasto sobre la arena sin saber qué soy.





8.


la nube que pasa debe ser una enfermedad porque dura una mañana completa. Me abrazo a mí mismo por largas horas. En las axilas hay un espacio para morir. En mi pecho no habita ningún mono, ningún alacrán. En mi pecho: un pilo de hojas secas, un hambre, un callejón chueco-oscuro, una floresta de mármol de una pecerita abandonada. Llegamos al día –cabeza que simulas tu entusiasmo– en que los insectos luminosos se tornan nuestros mejores letreros. Disfrútalo. Tu bufido debe durar toda una vida. Nuestro talento ha sido soltar la orina sobre cualquier cordillera. Cruzar los dedos. Yo me quiero largar. Yo no comprendo nada de lo que dices, de lo que haces. Mas no me asegura tu muerte mi piel sellada. Yo me quiero largar. Dejar de correr un día contra mí mismo.





9.


tengo miedo en las noches, en las mañanas, y me aferro al poema. Pero el poema no existe –como yo–. Pienso entonces en el rostro, confitado de cadáver, de la mujer que miré sobre una pantalla. Ella se desnuda y desaparece, provechosamente. Nuestra armonía reposa en la distancia que acumulemos como retratos. Torno a mi cabeza. A su crimen futuro encerrado en las fórmulas del piano. Un árbol busca otro árbol y corren a incrustarse, por última vez, en mis palmas abiertas. Ya nada brota de ellas, o casi nada. Un espejismo sonámbulo: el poema. Un arañazo en la piedra. Otra muerte incompleta: el poema. Se abre la posibilidad de cerrar mis palmas. Ya no pregunto nada. Ya no me interesa –cabeza– me cuentes a dónde vamos, ni por qué estamos aquí, ni lo que haremos con esta boca llena de grillos. Te sigo. Acepto el deterioro. Permito entonces tu entrada en esta escena:





10.


(voy a trazar un círculo sobre mi cuerpo para encontrar mi cuerpo Voy a trazar un círculo sobre mi cuerpo para ubicar el territorio desde el que escribo (a medias) Voy a trazar un círculo sobre mi cuerpo para saber a dónde dirigirme Voy a trazar un círculo sobre mi cuerpo para acordarme de todo lo que una vez amé Voy a trazar un círculo sobre mi cuerpo para alumbrar mi nombre Voy a trazar un círculo sobre mi cuerpo para palpar las montañas donde olvidé a mis dioses Voy a trazar un círculo sobre mi cuerpo para escarbar el sitio donde elevé mi casa Voy a trazar un círculo sobre mi cuerpo para saber de qué color es la tristeza) [1]




[1] bajo los jeroglíficos que pinta un indio sobre los cuerpos vuelve la jungla:

nadie soy yo/      nadie soy yo/         Nadie/

(esta escritura deforme no puede ser el mundo)





11.


en los nidos flota el crimen completo. Hago sombra ahora donde me da la gana. Juego con este peso de la muerte, si es que existe. Maciza soledad la de entregar unas palabras lisiadas para el placer de otros. Ya no enmaraña esta cabeza; la dejo más bien correr hacia una edad diferente donde, paraje tras paraje, su destino sea el repaso verdadero. Soplo sobre mis manos. Trepo una cuesta que brilla. Todo lo que parece reflejo creemos nuestro. ¿Es esta la vanidad o es esta la única forma de sentirnos vivos? Avanzo. Muevo el triángulo del talón. Agito la tela del cielo. Las flores parecen llamas que hunden sus narices contra los tallos. En sus raíces también anida el crimen completo. Lo sé muy bien. Pero no me detiene nada. Mi cabeza está en su puesto haciendo sombra. Girando suavemente como en una estaca. Llego hasta un arroyo a mirarme por primera vez:





12.


soy lo que queda escrito sobre papel mojado     no des la vuelta

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