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Las primeras palabras

René Espinosa C.

Número revista:

8

Las primeras palabras 


¿Dónde empieza mi cuerpo?

En el poder destructor de mi lengua,

en la cuerpografía

que construyo y destruyo desde la primera palabra.

Y lo primero que dije fue <<Mío>> 

          — señalando todas las cosas.

Mío, mi padre y mi madre. 

Mía, la piel donde los otros han escrito sus nombres,

donde han quemado sus labios. 

Mío, el cuerpo que se disuelve en mis manos y no es mío,

y así en mis sueños como en la carne

he sido todos y he amado a todos,

y muerdo con ansias sus ansias 

aunque seamos cosas invisibles.

No tienen nombres, 

los nombres no se pueden morder

 ni besar.

Son partes de cuerpos  

una fiesta de fantasmas exquisitos,

de piernas y caderas y pechos,

y solo por una vez recordar es ser feliz.

 

 

Pasa con los cuerpos que crecen al ser devorados,

se multiplican al ser consumidos. 

Somos un terreno abierto donde poner banderas o recuerdos.

Los cuerpos son lenguaje, 

casi siempre en tiempo pasado, 

y solo reales al encontrarse con furia,

como si quisiéramos ser pensados 

cada vez que los otros se miran en los espejos 

 

¿Y dónde estoy verdaderamente yo,

aquí o en los que se fueron con mis pedazos?

¿Piensan en mí los míos? 

¿Tiemblan sus cuerpos al encontrarme de pronto 

     en olor del calor o el abrazo del frío?

 

Si mi cuerpo existe, 

solo desaparece si no vuelve a su boca.





Los primeros recuerdos


Recuerdo ser feliz 

como si fuese alguien más.

Hay un vacío en mis ojos,

sobre todo, cuando sonrío en las fotos viejas. 

Soy yo pero no me reconozco,

                                sé que fui,

y sé que hay algo sin solución en haber existido,

que ni los dientes blancos del olvido 

pueden borrar,

    en este pedir disculpas.


Pero mis recuerdos no son tristes,

y si lo son, 

me pierdo en un juego de capas luminosas 

de lo que más quiero. 


Me protejo, tal vez, pero no me miento

porque me han abandonado,

pero en otra capa del recuerdo del cuerpo

siguen en mí y chocan conmigo,

                        como autos salvajes.

Nací, una vez más, cuando descubrí

que existían, fuera de mí,

todos los cuerpos amados. 





Las primeras heridas 


Madre,

la soledad se volvió tristeza,

la tristeza se ha vuelto angustia

y la angustia miedo.


Cómo empezar a vivir a mis 30 años,

con la locura rondando 

y esta sensación de inutilidad en el cuerpo los domingos.


La niñez se fue con los pretextos,

y no puedo llorar ahora en la calle

y culpar de mis gritos

al berrinche que hago por no ir escuela,

ya no puedo lanzarme al piso 

porque el llanto quiere que vuelva a la cama,

y mi padre aún me tiene esperando en la cola de pagar el teléfono.


Mi sonrisa es poca pero he sido feliz,

aunque un viento de incendio apagado 

me ponga la cara negra,

con la ceniza que cae después de las tragedias,

aunque encuentre al enemigo detrás de mi rostro

como los que lloran frente al espejo o los que están borrachos.


Pido decir, en un lugar tranquilo

pero mi voz se enreda 

cuando las manos me tiemblan 

y cuando antes de llorar la duda se vuelve real,

y las palabras y la realidad se vuelven incomprensibles.

Por qué herimos a los que queremos tantas veces

Por qué después de llorar todavía hay mañana

y pasado mañana y siempre. 


Hay un pequeño espacio de tiempo que no recuerdo,

aún no decía nada y era el pequeño desnudo 

                                 de las fotos que dan vergüenza.

De pronto, todo estalló.

Me recuerdo solo en la casa silenciosa, 

me digo con miedo en mitad de la nada,

busco alguien a quien cuidar para olvidarme de mí.  

Qué me diré dentro de unos años. 


Inmóvil, mi casa es la misma, 

y yo al atardecer, parado en el centro, dejo de moverme,

el recuerdo y el hoy son solo tiempos verbales.

Se detiene junto a mí un ser pequeño con cara de susto,

me atraviesa un adolescente que corre a la parada,

se arrastran varios seres con los ojos llorosos de vuelta a su cuarto,

se ríe un niño sin dientes que mira a su madre,

mi tristeza abraza el mundo. 


La tarde cayó una tarde

hace tanto. 






René Espinosa C. (Quito, Ecuador, 1988). Escritor y autor de los libros La última inocencia (2011) y Lo que no existe (2019). Magister en Estudios de la Cultura con mención en Literatura Hispanoamericana, en la Universidad Andina Simón Bolívar. Licenciado en Comunicación y Literatura en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador.

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