Libro de las visiones
Julio Pazos Barrera
Número revista:
10
cómo me gustaría escribir todo al revés
los clásicos al revés
los caballos surrealistas al revés
cómo me gustaría desvivir
hacerlo de nuevo
desvivir el tiempo para colocar el fuego fuera de la cocina
caminar el tiempo al revés para asustar a la gente
cómo me gustaría caminar por los tumbados
y hablar con las autoridades al revés
y solo mirar el mar al derecho
cómo me gustaría ser feliz al revés
que mis hijos sean mis padres
que mi mujer sea yo
cómo me gustaría poner las comas
en los lugares no previstos por la gramática
y morder a los perros
y perseguir a los dictadores
recostarme al revés
finalmente morirme al revés
Figuras de pan
Preguntas cómo retornan los cuerpos a los cuerpos…
Es también costumbre hacer figuras de pan;
van al horno
niñas con cintas de colores
y palomas con alas caladas…
Y no preguntes cuánto tardan en apoderarse de nosotros
porque no hay tiempo,
para el menester de la ilusión no existe tiempo.
Pregunta, más bien, por el dorado perfil de las figuras;
es darte otras existencias para que las consumas;
es ofrecerte un espejo
y una orilla de ti mismo;
podrás mascarte.
Por obra de tus dientes
habrás encontrado tus huesos y el interior de tu carne.
Paranoia
Extiendo la noche en la plantilla de hierro y la claveteo.
Remojo la noche en jugo de limón y la ablando.
Despanzurro la noche y lavo sus vísceras con agua aromática.
Escribo la noche en la pantalla y la borro.
Arrastro la noche en el erial y la abandono a pleno sol.
Extraigo, golosamente, los dientes de la noche.
Arranco con paciencia la piel de la noche.
Ahogo a los gatos en el pozo de la noche.
Entierro, según es costumbre, el cuerpo de la noche.
Cuelgo en un cordel la frazada de la noche.
Bebo el licor más puro de la noche en una copa de oro.
Corto la oreja de la noche para moderar su locura.
Arrojo la noche sobre los agudos álamos.
Cabalgo en la noche domada.
Pinto los pómulos de la noche con jugo de mora.
Con la noche ato el cabello de la altiva cantante.
Rasgo la túnica de la noche en la paz de la alcoba.
Con el cepillo de la noche lustro las vocales.
Lanzo la noche al sinfín del abismo.
Desperdicio la noche debajo de mis pesados párpados.
Muerdo los labios de la noche hasta herirnos,
hilillos de sangre me persiguen en el bosque del alba.
El gran cuerpo
En realidad se trata de tu cuerpo y el mío, los de las imágenes
intangibles y de los que esperan algo,
se trata de la conversación que todos los días ignora
la importancia de las manos
y de los dedos más pequeños de los pies,
y del polvo de las células que se esparce en la tierra y el aire;
en realidad se trata de la comunidad
y de todos los cuerpos que secretan la inteligencia
como la seda los gusanos
como la goma de los árboles de Arabia.
El alma es una venada perdida en el bosque del cuerpo
y se forma de la esencia del lirio.
En realidad el cuerpo se asoma a la ventana del alma
y espera la generosidad de la luz.
Distanciamiento
Alguien dijo que escribo divagaciones absurdas.
Es cierto.
A la vera del volcán en acción se agitan las águilas.
¿Por qué en deseadas playas
se descomponen cadáveres de jóvenes mujeres?
Extraña es la hinchazón de la leche sometida al calor.
Insólito es el capítulo del entendimiento:
cuando más ordenadas parecen las cosas
el amor proclama su ansiedad.
Se dijo que escribo analogías incoherentes.
¿No es posible ver en el salto del felino la luna menguante?
¿Son incompatibles el perro callejero y el olvido?
Antes de inculparme se debe considerar la situación:
solo y enhiesto
ubicado en un punto de la curvatura del Planeta
desdigo la nada…
Es la imagen de hojas desprendidas
y zarandeadas por la brisa...
Ángel que habita junto al altar mayor de Cantuña, a mano derecha
Ala izquierda desplegada.
Ala derecha replegada
para mantener el equilibrio.
Ligera tensión en el torso y la cadera
para estabilizarse.
Pie derecho fijo en la cabeza del monstruo.
Pie izquierdo en actitud de paloma que levita.
Mano izquierda enarbolando
la espada flamígera.
Casco rematado con tres plumas: dos blancas y una múrice.
Coraza de plata.
Frutilla y tomate vibran en la blusa.
Faldellín verde guarnecido con ribete de cuero.
Capa remansada en la quietud del espacio,
color carmesí.
Calzas verdes sujetas con piolas doradas.
Amo el aire
Amo el aire sin dueño y en esta fiesta me siento disminuido.
No busco lo indecible.
Hace tiempo la realidad mostró sus agresiones
y solo queda un sueño de identidad, un quejido
y la sospecha de seguir presente.
No soy porción de calcio
ni hoja seca ni orinecido fragmento de alambre.
Estoy en el paisaje de Pimampiro con su templo
y la deslumbrante nube que gobierna el lugar.
Pretendo captar el presente:
esas alas plateadas que ascienden de la hondonada.
Golpea el paisaje
y soy alguien abandonado en la inmensidad.
Anuencia del pan y el queso
Borrado el temblor que causan poemas intemporales
me ocupo del color, el sabor y la textura.
Entre el tumbado bajo y unas ventanas con marcos de madera y cristales pintados, el aire se adelgaza.
En el centro espera una mesa cubierta con mantel de hilo y flores de fajina.
Miro los anillos de la muchacha que deposita el plato con pan y queso.
Afuera se sosiegan unas campánulas de floripondio.
Soy un impulso deshilachado en el tumulto.
El mantel es el encuentro de personas ausentes.
Retorna el pretérito con su gris indumentaria.
Desesperación
Para construir este texto me sitúo en la periferia de la
conciencia.
Allí donde se tamizan frustración y euforia.
Allí donde al hablar consigo mismo aparecen escombros
una y otra vez revueltos.
Me pienso y ahogo con gritos, aullidos y ayes.
Esa gente vagando en desfiladeros
no admite segmentos líricos
ni el fulgor de moribundas fogatas.
Me reproduzco doblado en el lodo abisal.
Me veo en huesos cubiertos con hierbajos blancos.
Me observo descompuesto en la impiedad del desierto.
Registro cuerpos desguazados en voraces arenas.
En barracas de campos de concentración,
antros absolutamente infames,
la muerte deja dientes y cabellos.
Me agrede la historia del siglo con gajos sanguinolentos.
¿Quién puede con tantas masacres?
Voy de pared a pared.
Voy de cuerpo entero al abismo de los anaqueles.
Soy línea sinuosa, bosquejo apenas, delante de libros que no se
cansan de gemir.
He terminado en rigurosa oquedad.
El horror me suprime.
Y si pudiera ir de puerta en puerta hipando
como alguien que solicitase colaboración
para conducir la mole ignominiosa.
Acude el mar,
su ruido supera los ladridos de millones de perros hambrientos.
Sus lenguas en la orilla destilan salivas agónicas.
Miro el inmenso catafalco marino.
Ten piedad, agua inabarcable.
El texto es un gamo herido en la habitación.
Tráfago de imágenes atropelladas.
Ardientes hélices que perforan la percepción.
Miro los visillos blancos.
Son botes de goma zarandeados en el oleaje.
Minutos antes de la zozobra se oyen gemidos de niños.
Todos envueltos en la mortaja del agua.
No sé en dónde ubicarme.
El texto fracasa.
Ya no es texto, es un zafarrancho de escalpelos.
Ansiedad que me reduce a un envoltorio, a una especie de
monstruo palpitante.
Estoy en los alrededores de la conciencia.
Soy un molusco atrapado en la canícula.
Parezco un oso hormiguero hambriento que hoza en el baldío.
*Poemas tomados del Libro de las visiones. Antología poética (CP-PUCE, 2021)
Julio Pazos Barrera (Baños de Agua Santa, Ecuador, 1944)
Poeta y catedrático ecuatoriano. Doctor en Literatura. Ha publicado 19 poemarios, entre los cuales destacan: La ciudad de las visiones (1979, Premio Nacional de Literatura Aurelio Espinosa Pólit), Levantamiento del país con textos libres (Premio Casa de las Américas, Cuba, 1982) y Mujeres (Premio de Poesía Jorge Carrera Andrade, Municipio de Quito, en 1986). En 2010, obtuvo el Premio Nacional de Cultura Eugenio Espejo. De su autoría son también: Versos y dichos de la provincia de Tungurahua; Arte de la memoria; El sabor de la memoria. Historia de la cocina quiteña y Elogio de las cocinas tradicionales del Ecuador.