Poemas Taller Elipsis
Aníbal Fernando Bonilla, Mariela Cobos, Bianca Morales
Número revista:
3
El fruto de otra larga noche
Por Aníbal Fernando Bonilla
La apuesta diaria desde el génesis,
sombra en el umbral como cicatriz de lo desconocido.
Acertijo de las cosas insondables,
conjuro de vida expuesto de cuerpo entero;
orfebrería en plena aurora.
El poema como mortaja del mundo
en la cadencia del tiempo.
Los colibríes, huéspedes de honor en el amanecer fulgurante;
revelación en el escenario de la incertidumbre.
Apremio por los códigos marchitos,
desnudez del miedo que moja la pólvora,
fatiga en el reino ante el desprecio del soberano.
Anuncio de lo sagrado en el borde de lo efímero,
alusión de las aristas que queman las hendiduras del alma,
alucinación como recoveco que envuelve a la muerte.
El poema en el hermético palpitar peregrino,
huella y caricia en el corazón con armadura de celofán,
sonido de viejos acordes que retumban en la memoria de los otros,
angustia que decanta su propia sombra,
luz y senda que despierta el apetito de la luna voraz.
V
Por Mariela Cobos
Se me ha ocurrido anotarme en algunos clubes para ver si así dejo de ser una outsider.
Aquí unas opciones de búsqueda para hacer (en Google):
El club de los que a veces dormimos cuando deberíamos despertarnos.
El de los que no sabemos hacer ni recibir cumplidos.
Club de admiradores eternos del pan navideño... con frutas.
El club de los que nos gustan ciertas palabras que dicen las abuelitas.
Osos de anteojos fan club.
Asociación de buscadores de precios de pasajes de avión (sin dinero para comprarlos).
No olvidar el club de los que quisiéramos tener caparazón de armadillo.
O el club de los que inventamos diálogos súper ingeniosos para hablar con nosotros mismos.
A veces hay reuniones espontáneas de estos grupos, por ejemplo, cuando dos miembros se dan cuenta de que ambos son amigos del mismo perrito del barrio.
Con algo de suerte encuentro una de esas reuniones y voilà, de una conversación entre amigos, seguro nacen 25 clubes imaginarios más.
Con algo más de suerte quién sabe y consigo un amigo con nave espacial.
La ciudad insomne
Por Bianca Morales
La ciudad no puede conciliar el sueño.
Un pensamiento acrobático
se le escabulló por la sutura
y ha hurgado en su enigma convulso.
Esta noche, como todas las noches,
ella se acuesta boca arriba,
con los ojos bien abiertos.
Huesos le brotan del cemento de vísceras,
se extienden inútilmente con el deseo de ser
cielo de la sangre,
estrella del nervio,
luna de la médula.
La ciudad no se mira al espejo
para no encontrarse el tiempo extraviado
que deambula desquiciado por las calles
como un muchachito violento
empuñando un segundo afilado.
El insomnio le restaura
los acueductos de la nostalgia,
de cuando fue brisa,
de cuando fue tierra,
de cuando fue semilla.
La ciudad no se acopla a nada:
es la hija adoptiva del mundo.
Por eso se cubre con el ala
de un mirlo moribundo,
a la espera de un amanecer
en donde colmar su silencio hueco
de palabras labradas.
Y desde el crescendo del vaivén cotidiano
intenta arrebatar del rostro de la gente
alguna marca, alguna señal
con la cual asemejarse al mundo.