Pintura - Poesía
Juan Secaira: “Quisiera volver a ser. O tal vez no”
Número revista:
5
Para este nuevo número de la Galería de Elipsis hemos invitado al poeta Juan Secaira, autor de varios libros de poesía, entre ellos No es dicha (2012), que obtuvo el Premio Nacional de Poesía Jorge Carrera Andrade. Desde 2010, Juan convive con un trastorno neurológico crónico y degenerativo. El dolor se ha tomado su cuerpo, es una constante y un abismo. Sin embargo, el color y las palabras siguen brotando de él, de su fortaleza y deseo de vivir. Su poesía, que antaño era más barroca, ahora tiende a ser el relato vivo de una carne que padece, de un padre que ama, de un cotidiano que se resquebraja y en el que resurge la esperanza. Con el brazo derecho inmóvil y el izquierdo en constante rebeldía contra el dolor, aprende a pintar, reaprende la poesía con la letra chueca de quien escribe a mano, aunque esta mano se resista.
Hoy, Juan comparte con nosotros su poesía, varias de sus pinturas y tres audios en los que narra su experiencia con el arte, su pasión por los libros, su relación orgánica con los colores y los altibajos de su dolencia. Cada verso y cada gesto en su pintura nacen independientes los unos de los otros, pero dialogan entre sí para mostrarnos al hombre, para posicionar al enfermo como un hombre que existe en la sociedad, que es un cuerpo político y poético que vibra, que no se oculta, que exige ser mirado y que mira más allá del dolor.
Texto de Paulina Simon Torres
1. Juan, tu poesía y tu pintura son recursos para la supervivencia, cuéntanos ¿cómo el acto creativo te acompaña en los días de dolor?
2. Has escrito poesía desde siempre. ¿Cómo ha cambiado tu relación con la poesía a partir de tu encuentro con la enfermedad?
3. La pintura es un universo nuevo en el que exploras. ¿Qué sientes al pintar, cómo eliges el color? ¿Qué te lleva a trasladar tu poesía a imágenes pictóricas?
Una fracción del entorno
Toda vitalidad restringida al empeño se convierte
en un futbolista sin piernas.
Inventarse un lenguaje mediante la apropiación burda
del entorno,
un morral para esconderse.
La estridencia no es necesariamente verdadera.
Heterotopía: sirve como un flash y sigue siendo un lugar,
una repetición de la barbarie.
Provocación, rasgo falso para el aplauso de reprimidos cerebros inhabitables.
Encandilarse o sentir.
Rasguñando la caída
La sangre supera al conformismo;
el acorazado, al mar.
El viaje aletarga y a la vez emociona,
la manzana no es la respuesta,
pero ayuda a disipar esa soledad.
Llegar equivale a partir nuevamente,
el mástil desgarra,
el pasado regresa como un trallazo.
Tiempo
La voz interpela, borra la línea del horizonte tan cerca de romperse.
Me quedo en el medio del disloque conteniendo el veneno
del ayer.
Comprende que:
-La enfermedad no tiene nada que ver con la voluntad.
-La voluntad es asunto de fe.
-La fe no restituye, solo cubre.
-Cubrirse es fingir un acto heroico.
Después de los venenos, después de las pastillas, las corazas; después del desastre de fingirse equilibrado; después de una cuerda atada; después de la ciénaga, del fruto, de la raíz; después de las alfombras, las almohadas, el cofre azul; después de las sustancias; después de la proliferación
de soldados; después del despojo y la desnudez:
después.
Llaves
Una cuadra,
gradas y entramos al hospital.
Voy de la mano de mi hija con la férula como respuesta, duda o resabio.
En la funda plástica una toalla celeste, dos inyecciones, la tarjeta de control.
El desayuno se va mezclando con la primera dosis de pastillas y jugo.
Después de la consulta, la terapia y la rehabilitación, mi hija dice: ¿y si la vida entera fuera un hospital? ¿Si la realidad, un gran centro de curas y males?
Superada la queja queda el campo de la disolución.
Bajamos las gradas, pienso en lo que quiero comer hoy,
en la página que he dejado postergada la noche anterior,
en los zapatos que me ajustan.
Ya casi llegamos a casa,
no hay corriente, espasmos ni conclusiones, solamente las llaves
y un quiebre tierno.
Terapias como puñales
Precisa
la incontenible
gracia
incierta fe.
Mutar en otros sentidos.
Perder lo que jamás se vio.
Revelaciones como un pliegue.
Muro de lamentos.
La madrugada es una fiesta
de vagones azules,
de estrellas lanzando indirectas.
Partes de un yo,
entre el mar y la sorda frontera,
de un lugar que se supone mejor.
O distinto.
Dios baraja cartas sin ases
para agolparse
o vivir
en su sonido.
Púrpura
El veneno se le está terminando.
Acaba de inyectar la penúltima dosis.
El pitbull,
gigante y de raza fina,
ha caído en el patio de este hospital
como si un trueno
le hubiese arrebatado
el aire en un segundo.
Los pocos perros
acompañan el trayecto de la doctora
con aullidos
que demuestran su felicidad.
Mientras tanto
los gatos esperan
en lo más alto del edificio.
Esconden a la Madre
hasta el último momento.
Una gota cae de la cánula.
Se posa en el vestido blanco de la mujer.
El enfermo deja de llorar.
En ese instante
se desata la lluvia.
El agua es púrpura.
Se huele el miedo.
Blanco variable
Releyendo a Sam Shepard,
ningún dolor
se asemeja a otro.
Ninguno hiere
más que la lástima.
Ese jamás ha sido el camino.
Un vaquero inmóvil
intentando mover,
como puede,
su mundo
desde una hoja
en blanco
variable.
Filial
Deseo contarle que me he convertido
en un animal deforme,
que es como vivir con un riesgo eterno,
con electricidad recorriendo el presente,
el pasado y el futuro.
Que se crea la validez a tientas.
Quiero decirle que me esfuerzo
para salir y caminar.
Pero no le digo nada.
Suena una canción de los Stones.
Estamos animados.