Reseña libro
La desnudez de lo pequeño. 'Caballo y Arveja', de María Auxiliadora Balladares
Camila Peña
Número revista:
9
Hablo un idioma que solo conocen otros dos seres. Utilizo mucho la letra “i” en cantos modulados con movimientos particulares de la lengua. Ellos mueven sus cabezas, me lamen y, a veces, cuando tengo suerte, me responden con los sonidos más bellos que se han escuchado en este planeta: entre el habla y el aullido. Caballo y Arveja, de María Auxiliadora Balladares, es un ser vivo, se puede tocar, mirar y leer. La niña Arveja y el niño Caballo transitan el naranja, y ese movimiento es la única poesía en la que creo de verdad.
Creo en los ojos de venado.
Creo en las colas de dragón albino.
Creo en los cazadores engalanados.
Creo en los hijos del eucalipto y el capulí.
Mi memoria depende de imágenes, como dice Louise Glück, entonces he imaginado demasiadas veces el lugar en donde Caballo y Arveja viven, he visto sus juguetes, el verde que les rodea, los he visto con su dueña, he imaginado sus manos tranquilas acariciando la lana.
Roque,
eres todo lo mínimo,
dice María Auxiliadora.
Y yo pienso en cómo se mira lo pequeño. En cómo, en lo diminuto, la mirada conoce los límites más significativos de lo real. Este libro-ser muestra muy despacio objetos naranjas que pueden tocarse: los dedos pasean por una taza de la que algo cuelga, mientras una voz experimenta y dice qué es lo cotidiano y por qué en ese instante no hace falta nada más.
Caballo y Arveja no son solo ellos, sino la desnudez de un estado, conformado por materia, gestos y palabra. Creo que en la ausencia de un deseo, que cumpla una función similar a la de la niebla, la contemplación es posible. Eso me sucede a mí cuando cierro los ojos desde el desapego, tratando de entender cómo funciona la nostalgia o el frío y podría ser un criterio estético desde el cual se crea este libro: mirar, como quien no busca desde la posesión, sino desde la atención detenida.
El placer es enorme y se cristaliza en los campos semánticos que pertenecen solo a estos animales, solo a este organismo vivo: estrella, trapo, hada, arveja, orejas, helecho, mano. La circularidad de este tiempo presente es tan precisa que nada sobra, pero el poema está abierto. Es un gesto sutil y cotidiano, como los ruidos que se emiten desde el centro del pecho para hablar un idioma desconocido.
¿Cómo es un pequeño dador de alegrías raras? ¿Qué es una alegría rara? Mi cazador engalanado, mi niño Caballo es un tenor, le tiene miedo al verde y a las guitarras, y todavía le sorprende el tamaño de los niños. Mis ojos de venado, mi niña Arveja, es una soprano, le gusta el sol, los movimientos circulares en las orejas y le da miedo casi todo. Su existencia es un verdadero acontecimiento, nuestra comunicación y relación es un estado que involucra pelotas destrozadas, pájaros en su lecho de muerte y manzanas.
En la biblioteca de mi cuarto se encuentra un organismo vivo: preciso, delicado, abierto. Celebra con tan solo existir los amores definitivos de alguien más, que son también mis amores definitivos.
Y en esa desnudez de lo pequeño, de lo poético, creo y me quedo.
[1] Balladares, 2021, p. 2.
[2] 2021, p. 8.
[3] 2021, p. 16.
[4] 2021, p. 19.
[5] 2021, p. 19.
[6] 2021, p. 21.
[7] Ibid.
[8] 2021, p. 1.
Referencias:
Balladares, M.A. (2021). Caballo y Arveja. Severo Editorial.
Glück, L. (2011) Las siete edades. Editorial Pre-Textos.
Camila Peña Abril (Cuenca, Ecuador, 1995)
Máster en Estudios Artísticos, Literarios y de la Cultura. Ganadora del II Premio de Poesía Hispanoamericana Francisco Ruiz Udiel con su primer poemario Jardín transparente, publicado en Valparaíso Ediciones en el 2021. Es bailarina y sus poemas han sido publicados en varias revistas literarias.