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Reseña Libro

Bajo el sol crucé la calle
Reseña de Del cielo y sus maravillas, de la tierra y sus miserias, de Homero Aridjis

Flor Layedra

Número revista:

4

Como es arriba, es abajo; como es adentro, es afuera

Kybalión



Hubo quienes buscaron las piedras y las telas para ocultarlas, romperlas o quemarlas. Del destino de las palabras que escaparon a otro fuego distinto del que les era propio sabemos que muchas se ocultaron bajo nombres extranjeros, lejanas pero fieles a los forjadores de cantos y a los pintores de códices. La forma del amor, ese lugar (ádyton) al que no se termina de ingresar, conserva su presencia divina en la figura humana, en la mujer cotidiana. Por el mismo pasaje secreto de memoria del tacto, algunas palabras consiguieron permanecer en música clandestina y en páginas no siempre felices. Fray Martín de Valencia y el obispo Sebastián Ramírez de Fuenleal ordenaron a fray Andrés de Olmos, en 1533, que «sacase en un libro las antigüedades de estos naturales indios, en especial de Mexico, Tetzuco y Tlaxcala».[1]Pero las tintas roja y negra de esas mujeres, de esos hombres antiguos, no dejan de correr por entre sus dedos como plenitud de poesía en las personas futuras. En la tierra inteligente el poema del ser perdura.[2] Las ruinas de las ciudades y los restos de las vasijas hablan de aquella sintonía entre el cerebro que siente y el que piensa. Cuando esto ocurre, aquel laberinto en el cráneo de los vivos envía, como los reyes de antaño, sus emisarios hasta las más ignotas regiones, fuera de sus fronteras: para encontrar el sol como un ojo que nos mira, el misterio de unas pupilas, el sueño que cierra los párpados, la luz que emana del encuentro de dos miradas,[3] el árbol que une el cielo y el infierno, sus raíces que se levantan para convertirlo en peregrino, dejándose arrebatar como Teresa de Jesús, disipándose, azul en el azul, como María de Agreda, nube,[4] fantasma de la impermanencia.[5]


En mi camino hacia la poesía de Homero Aridjis recogí una hoja amarillenta, caída de un eucalipto, y su atenuado perfume se dilató en mi pecho. Apareció el sol henchido de belleza en el horizonte: un corazón que piensa, una luz que nos hace parecer más oscuros.[6] El aire tejió el aire, como la hoja conecta al ojo con el pétalo. La primera estación de mi tránsito fue la calle y en ella me esperaba una librería cuyas puertas eran también las tapas de un libro, cuyo interior llega a la totalidad escondida en alguna parte de mí misma, desde donde puedo mirar lo que habita el afuera: esa calle que transité, ese aire que respiré.


Por un filón de luz que se borra debajo de la puerta del cuarto de un enfermo, sé que ha llegado la noche. Su interior infinito es posible como el sueño del dios dentro de mi sueño:[7] tanto cuerpo, tanta sombra, tanto eclipse para que las sombras salten de silencio en silencio. Crucé el crepúsculo carmesí, su fuego, sus nubes, la mancha de sangre en una camisa.[8] Alguien depositó una piedra negra sobre mi vientre. La toco para sentir la noche. Cierro mis párpados y comienzo a recitar su himno.


Homero: en el país de los ciegos el poeta es el rey[9] porque encuentra la totalidad en cuanto lo rodea. El ojo, ese sol personal[10] con que enciendes la tierra a la luz de la misericordia ante sus miserias. Las palabras como cables que nos conectan en un mismo latido. El tiempo dilatado más allá de sus fronteras lineales: Héctor yace tendido en el desierto de Sonora tras una balacera; Tántalo ahogado en la laguna de Términos tratando de escapar de un arresto; Fernando, de cinco años, sus ojos arrancados por su madre para salvar al mundo de un terremoto, recorre como Edipo los caminos de la tierra anunciando el fin del mundo[11]; Xochipilli con su camisa florida escondido en una camioneta negra blindada y rodeado por capos que, como águilas, comen culebras asadas[12]: en estas tierras hundidas fundaremos la historia de la traición[13] y moriremos a abrazos y balazos[14]. Fueron las palabras del poeta aquel único reflejo perpetuado a círculos concéntricos. Sobre el asfalto, un charco de agua y gasolina reflejan el arcoíris y las nubes apretadas, densas y grises como el tráfico del distrito federal.


En mi camino hacia la poesía de Homero Aridjis encontré un perro atropellado. Apenas la luz del mediodía brillaba sorda en sus ojos secos: pellejo color de sol con ojos estrellados[15] frente al tianguis indiferente, abigarrado. La primera estación de mi tránsito fue esa calle; el perro, mi único acompañante hacia el inframundo cotidiano de aquel jueves: xoloitzcuintle guía en Mictlán DF. Me llevaste a ver la poesía viva de los niños de la calle que hacen el amor bajo la lluvia[16]; oí silbar las balas que derriban los delirios del hombre de ser ave[17]; vi la cicatriz de nuestros años de incendio a los pies del árbol de la Noche Triste. Y mi llanto de conquistadora derrotada fue ahogado por los bocinazos del trancón.


Como atravesando un río hacia otra región, crucé la calle hacia una librería. Cada libro es un portal; no, el ámbito del doble: la transitoria impermanencia en el encuentro fortuito. Me descubro en la totalidad de su mirada: desde su infinito ella me miraba y desde mi infinito yo la miraba a ella[18]. Di con la totalidad en un libro: el reflejo del cielo y sus maravillas, el reflejo de la tierra y sus miserias.



[1] Ver: Miguel León-Portilla, El destino de la palabra.

[2] Cfr. Homero Aridjis, Del cielo y sus maravillas, de la tierra y sus miserias, “Letanía”.

[3] Cfr. Ibíd, “Es ésta la luz”.

[4] Cfr. Ibíd, Lady in blue: María de Agreda”.

[5] Cfr. Ibíd, “Oh, Buda”..

[6] Cfr. Ibíd, “Amo al Sol”.

[7] Cfr. Ibíd, “Sombras nada más”.

[8] Cfr. Ibíd, “Crepúsculo carmesí”.

[9] Cfr. Fernando Cazón Vera, “Homero”.

[10] Cfr. Homero Aridjis, Del cielo y sus maravillas, de la tierra y sus miserias, “El ojo”.

[11] Ibíd. “El pequeño Edipo”.

[12] Ibíd. “El Precioso, señor de las flores”.

[13] Ibíd. “La historia de la traición”.

[14] Ibíd.

[15] Ibíd. “Perro atropellado”.

[16]Ibíd. “El tiempo de los asesinos”.

[17] Ibíd. “Yo leñador del bosque de mi infancia”.

[18] Ibíd. “Los dos infinitos”.

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