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Reseña libro

Convalecer en tiempos extraños,
'El tiempo de la convalecencia', de Alberto Giordano

Sandra Araya

Número revista:

9

Los libros le llegan a una en el momento exacto, ni antes ni después, no importa qué tiempos corren en el mundo. Es una especie de máxima mística en la que creo fervientemente. Y de alguna forma, en el momento exacto y en las circunstancias precisas, llegaron a mí los libros de Alberto Giordano. Sin embargo, cosa rara en mí, que tengo una de esas memorias obscenamente buenas, no recuerdo con exactitud por qué me acerqué a la literatura de Giordano en un primer momento. Encontré El tiempo de la convalecencia (Turbina, 2017) en la librería de unos amigos, sabía que lo habían editado otros amigos en una editorial local, y nada más. Lo hojeé y algo en las primeras líneas me hizo sentir bien recibida, como cuando te encuentras luego de mucho tiempo y distancia con un amigo que fue entrañable para ti, que estuvo contigo en las buenas y en las malas, como se dice. Más que nada, te sientes cobijada por el encuentro inesperado con este amigo, porque ha sucedido en medio de tiempos extraños, hostiles, casi.


Pero, insisto, yo de Giordano, que es profesor en la UBA y crítico literario, no sabía nada. Y ahora resulta que me considero su lectora fan. Lo que de él se publica, lo compro. Así de sencillo. Por su fluidez en el lenguaje, por esas recomendaciones lectoras que no se pasan de la raya ―es decir, no suenan a imposiciones moralistas o de gusto―, porque al leer a Giordano sientes que estás conversando con un amigo que de pronto cambia de tema, incluso de humor, durante una tarde de café, pero que sigue zigzagueando en una ruta que va de la literatura a la vida, que, para mí, son la misma cosa.


Ahora soy una lectora fiel de Giordano, incluso utilicé sus textos en mi tesis de maestría. Pero todo comenzó con El tiempo de la convalecencia. Quizá porque quería yo también convalecer. ¿De qué? Vaya a saber de qué. Si todos, en algún momento, creo, necesitamos sanar y convalecer, recuperarnos, ir dando pasitos cortos luego de pasarnos en una cama física o imaginaria porque el mundo se ha mostrado más pesado de lo que pudiéramos pensar. Y para eso, nada mejor que la literatura de alguien más que se expone y, a la vez, expone nuestras cuitas, incluso las secretas, pero no de forma obscena o espectacular, sino con la discreción de quien también está sanando y cuyo pensamiento no ha parado de generar preguntas más que respuestas.


Las preguntas como vía a la convalecencia.


Las preguntas como vía a la rebelión frente a la enfermedad.


Las preguntas como una fuente inagotable de vida y literatura. Que, ya dije, son lo mismo.


Porque aquí hay algo más que resaltar en Giordano y es que es un autor inagotable, sobre todo en El tiempo de la convalecencia. Este se puede leer tantas veces como sean necesarias, entendiendo la necesidad como un deseo de encontrarse con la palabra, con el lenguaje, con la comprensión e incluso con las preguntas que tengamos que hacerle al espejo en un mundo híper moderno ―no sé si estamos en el posmodernismo, el modernismo, en la era de las cavernas con computadoras o en una época de espejismos con teléfonos más “inteligentes” que nosotros― que tiene sus bases en las redes sociales y lo virtual.


El tiempo de la convalecencia, lo dice el mismo autor, es un diario de Facebook, de hecho. Una hilación de los posts del autor en la red social, un comentario a las publicaciones de otros muros. Porque Giordano, en vez de adoptar una postura de pedantería frente al uso de las redes, prefiere incorporar sus entradas sobre libros y ocurrencias en este diario, donde también consigna pensamientos que no siempre fueron a dar a su perfil de FB. Es decir, no excluye su perfil de redes de su vida diaria, de sus pensamientos, tampoco pretende crear un personaje más atractivo que el hombre que escribe esta bitácora virtual. Sencillamente es. Y es a través de sus apuntes, del lenguaje, donde logra encontrar un áncora para flotar. Para convalecer.


Dice en las primeras páginas, en la primera entrada de este diario: «La hipótesis que me inclino a sostener, la que dictan las lecturas y la experiencia, es que sólo el sobreviviente estaría en condiciones de transmitir la verdad de la vida» (Giordano 2017, 17). Y en este punto de la historia, me pregunto si no somos todos sobrevivientes, a la pandemia, a la crisis, a la tercera guerra que no comienza aún, pero parece haberse iniciado siglos atrás. ¿No somos, pues, sobrevivientes diarios?


¿Y en qué vendría a basarse esta sobrevivencia?


Las pequeñas y grandes cosas: la vida familiar, las lecturas, los comentarios de libros, películas y música, el humor, por siempre el humor, que puede dirigir sus dardos ingeniosos hacia el resto como a uno mismo. Hay tanto en la vida de una persona que puede comentarse, y, sin embargo, no perder el atractivo. Y sin que tampoco se caiga en la arrogancia de la que supuestamente pecarían las escrituras del yo. Porque hablamos de la intimidad, no entendida como un secreto ni como una pantalla donde mostramos nuestra espectacularidad, sino como una muestra de lo imperfectos y aún atractivos que podemos ser los seres humanos. Unos más que otros, por supuesto. Incluso en los claroscuros: en la literatura de Giordano hay algo que te llama a cruzar un umbral que podría parecernos muy personal, o quizás muy construido, dado que es un diario de Facebook, pero que no deja de ser inquietante, no en un sentido peyorativo: un espejo de la normalidad, de la anormalidad también. La potencia de ser un ser humano en proceso de sanación de la enfermedad, de la depresión. De la ansiedad. De ser.


No vaya a creerse, en todo caso, que este es un libro-diario en exceso lúgubre o solemne, o que es tan frívolo como podría serlo un compendio de posteos en redes. Hay equilibrio. Hay desbordes, también. Hay un peso que se llama lenguaje cuidado y meditado, desde dentro: no se puede escribir sobre la intimidad sin pensar y repensar el lenguaje para deconstruirlo y aprehenderlo nuevamente. Hay tanto más que podría decir de El tiempo de la convalecencia, pero quizá le quitaría el brillo que tiene, la novedad, su frescura. Así que es mejor ya ir rematando este texto con un pensamiento del autor, que nos habla de los múltiples descensos a nuestros inframundos personales, de bolsillo: «... el descenso a los infiernos podría servir para que alguien se vuelva, tal vez no más sabio o más inteligente, pero sí más escéptico, capaz de experimentar, con sereno entusiasmo, la certeza de que casi nada debe tomarse demasiado en serio».


¿Qué queda después de esto? Sanar, claro, convalecer de nuestros infiernos de bolsillo. Ascender. Y leer a Giordano. Para charlar de cama a cama, como lo hacían los soldados de las guerras, tan cerca de la muerte entonces como hoy, tiempos extraños.



Referencias:

Giordano, A. (2018). El tiempo de la convalecencia. Editorial Turbina.



Sandra Araya (Quito, 1980). Estudió Comunicación y Literatura en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE). Tiene una editorial llamada Doble Rostro, que cuenta ya con varios títulos. Sus cuentos han aparecido en revistas en el país y en otros medios internacionales. También escribe novelas, como Orange, La familia del Dr. Lehman, El lobo, El espía, la carnada, el precio y Un suceso extraño. Mamá a tiempo completo. Alfa y omega de una manada de perros adoptados; perras, más que nada.

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