Reseña libro
De pie sobre el techo y con silicón en mano, 'La leyenda del poema', de Eduardo Milán
Francisco Muñoz
Número revista:
10
Instrucciones para leer La leyenda del poema:
Conseguir La leyenda del poema mediante alguno de los rituales transaccionales no sometidos a fiscalización.
Por más ávido que se esté (y aún en razón a eso), saltar a la imaginaria página 27 y, sin ningún contexto alguno, hundirse en las letras de Milán hasta que se termine el libro, epílogo incluido.
Retroceder con la máquina del tiempo que son las páginas, leyendo Tres momentos en la obra de Milán, el texto introductorio del título en cuestión.
Volver a sumergirse en la selección de poemas, aprovechando la uber-cognición recién adquirida con respecto a lo que el autor intenta decir en contraposición a lo que se discernió.
Intentar revertir el proceso por el cual la materia se desarrolló hace tiempo, evitando, con suerte, caer en algún otro exilio.
Intento de una aproximación no-prosaica a la poesía
De pie sobre el techo y con silicón en mano, mientras se zurce retazos falsos y veraces, alguien que lee o leía, puede encontrarse de repente con ecos y reverberaciones del tiempo redondo impreso en páginas que no habría leído de no ser porque algún alma ávida o intranquila ha compartido la esotérica sintonía que se puede hallar en algo escrito por alguien que no conoce, ni conocerá. Sintonía cuya existencia se ha manifestado, al terminar de leer el primer verso, y se ha perpetuado con la conclusión del primer poema.
En este caso, el alma ávida e intranquila soy yo, y el catalizador de este (re)ver el tiempo, el transcurrir y sus mutaciones es La leyenda del poema. Hay tantas sensaciones transmitidas en esta compilación/selección de textos de 24 libros de Eduardo Milán que es complicado decidir cuáles deshilar primero.
Como antesala, debo confesar que no soy una persona particularmente interesada por la poesía, menos de 30 de los volúmenes de mi biblioteca están dedicados al arte métrica (y no-tan-métrica), por lo que mi entusiasta aproximación a este libro puede parecer pedestre y poco informada, y en más de un sentido lo es. Pero si se me permite no-obtener el día, el vacío del que brota la palabra que Milán me insta a elucubrar con respecto a la fuga de aquello que si bien, no re-aparece, sigue siendo ostensible en el espacio al fondo de la nuca.
Desde la experiencia y desarraigo del exilio, los poemas seleccionados para esta antología se presentan como mosaicos de más de 40 años de una vida antes y después de la caída. El manejo de lo eterno, la captura de un presente que no deja de tornarse en material del pasado que muestra al tiempo como el inmisericorde usurero de sensaciones que es.
Puliendo un escarabajo a puro vaho de tiempo (y aquí parafraseo) es como el exilio no solo físico, sino también de la lengua y de los sentires develados verso a verso, tratando de encontrar el mítico estrecho de Anián que lo libere del mar de Cortés, la impermanencia de alcanzar una primavera que no es para todos y que cuando llega solo deja surcos que llenar:
“no escribo para conmemorar lo que viví
un poema no cambia nada por nada
escribo al rescate de algo esencial para mí” (p. 341)
Se lee en uno de los textos más tardíos de la antología, el estigma de la experiencia que es lo único que se puede heredar por completo, lo que aparece al invocar el otro. Hay un enunciado y existe su negación, que en oxímoron lo corrobora. Las posibilidades múltiples se transforman en existencias divisibles que nunca llegaron a experimentarse, como vivir desde dentro de una regadera observando cómo la existencia se vierte hacia fuera, hacia lo no-propio, la vuelta a la fuga tanto de los hechos como del lenguaje, el resplandor transfigurado en un mero indicio de su existencia.
No es difícil imaginarse a Milán tallando sus ojos en la página y se viene a la memoria la historia de Don Bosco contándole a su madre analfabeta lo que habría de escribir para enseñar a las masas y, de ese modo, saber que el mensaje se compartía de la manera adecuada. El rumiar de lo vivido, de la edad que se nos adhiere y hace que la vida antes de la caída se desvanezca, se convierte en un proceso que ayuda/lástima a ese compartir de la experiencia de un modo que sea cognoscible y que permita interpelar al lector para, nublando sus intenciones, plantearle la pregunta que se hace a sí mismo de diversas maneras a lo largo de los versos, un coqueteo con la intemporalidad que llega con los años (si es que no se ha nacido con él).
Otro aspecto que se hace ostensible en la placa Petri, después de una breve cromatografía del texto, es un temor apenas enunciado de que una experiencia compartida en colectivo transforme a toda sensación a posteriori en una suerte de ready-made listo para ocupar otro vacío manufacturado en masa por ciertas intervenciones que han terminado estigmatizando los símbolos del apocalipsis personal y para ser replicado ad infinitum como objeto rutilante que confirma/niega el socavón que hiende más que llena. Pero esta inquietud se ve respondida incluso antes de su formulación en palabras anteriores, encontradas entre los textos seleccionados de El camino de Ullán, escrito en el 2009.
El camino del exiliado de Milán en la huída de su natal Uruguay, se refleja con la dolencia compartida de José-Miguel Ullán, que tuvo que huir de España. La intervención sigue siendo el parásito vocativo que une esta experiencia cruzada, pero Milán la contrapone con la identificación y la empatía que va más allá de sí misma, si bien es “difícil detectar el destello entre los escombros” (p. 199), este sigue existiendo e integrando la poesía del devenir. Con la espalda llena de las flechas que ha clavado el tiempo, uno arrima la columna contra la ventana abierta y deja que, en un acto imaginario, un desconocido use las saetas como escalera heterodoxa para que supere los lares donde la vida de uno terminó de sumergirse.
“Amarga no es la sed, es el agua que suplanta la sed” (p. 316), el ruido y el silencio, la ausencia y la presencia. Contraposiciones varias se levantan como piezas de dominó, pero en lugar de tumbarse, entran en ignición, cual sobrino lejano del hombre granada de Bradbury.
El percatarse de que por más ríos subterráneos de esperanza o primaveras secretas se manifiesten, estas no son para nosotros; se han de recrear con palabras que borbotean manantiales de olvido, un olvido imposible al que se vuelve a invocar cada vez que su ausencia solo recuerda su existencia.
“no conozco un objeto que se pregunte qué es
[…]
salvo mi poema que se arma mientras se arma
una leyenda que se crea leyendo” (p. 325)
Si hay mundos que se crean y cuya existencia se perpetúa al leerlos, solo queda cierto dejo de constancia de que cada persona que con su lectura se aproxime a las letras escritas por Milán en La leyenda del poema creará su propio mundo, lleno de matices para poner sus propios colores en contraposición con los impresos y, llenar así, de a poco, una pequeña cartografía que nos ayude a catalogar los acontecimientos. Sin importar qué tan retorcidas puedan llegar a ser nuestras escalas prioritarias y qué tan lejos podamos extrapolar nuestras percepciones de lo inteligible, hay una habitación/página para nosotros en este libro.
Referencias:
Milán, E. (2021). La leyenda del poema (Antología 1975-2020). USFQ PRESS.
M. Francisco Muñoz (Quito, Ecuador, 11990 —calendario holoceno—)
Ex librero, cineasta, estudiante de Sociología y otros conocimientos inútiles.
Eduardo Milán (Rivera, Uruguay, 1952)
El corpus de su obra contiene más de 20 libros dedicados a la poesía, la crítica literaria y el ensayo. En 1979 tuvo que exiliarse a México después del encarcelamiento de su padre por parte de la dictadura cívico-militar; y es desde ahí donde ha producido la mayor parte de su obra.