top of page
Image-empty-state_edited.jpg

Reseña libro

Dos ausencias que colapsan: ‘Uzalá & El ruido rojo de las flores’

Diana Torres Arias

Número revista:

7

Cuántas personas son tumbas que nadie visita.

(Moscoso, 46)



Acercarse al pomeario de Lucía Moscoso (Quito, 1983) es intentar descifrar la paradoja de la pérdida de información en los agujeros negros.[1] Sus poemas chocan, absorben, chupan y gravitan sin necesidad de la presencia del lector; sin embargo, quien los lee puede sentir la vibración de la colisión de su lectura. Adentrarse en este poemario, editado por Kikuyo Editorial, supone un encuentro con lo primitivo, con el cuerpo, con la palabra. Es la colisión del desplazamiento, pero no del vacío que está lejos de ser la nada.


Uzalá es geografía


Hay música ahí adentro. El lector se pierde en el horizonte visible —en expansión continua— de Uzalá: el cine, el teatro y la música terminan siendo representantes del signo: “la escritura, sí, una prótesis de ausencia.” (Moscoso, 2020, p.66), de un cuerpo que resiste o que al menos pretende sobrevivir a su propia desaparición. Sus poemas son algoritmos que se pertenecen a sí mismos —fotografías recolectadas por corresponsales de guerra—  cuando el lector es guiado a las películas, obras o canciones que encabezan cada uno de sus veintidós poemas. Su lectura me recordó a mi niñez, cuando jugaba con un viewmaster, cada fotograma era una pieza fundamental de la narrativa, pero cada uno podía contar y contener mundos enteros y posibilidades infinitas sin necesidad de continuar con la historia. La verdadera narración, que aquí se encuentra fragmentada, se pasea entre Un homme qui dort de Georges Perec y la indiferencia que disuelve los signos, el lenguaje, los símbolos; Derzú Uzalá de Akira Kurosawa basada en el libro de Vladímir Arséniev y ese “animalito de ruido / Uzalá / animalito atento” (2020, p.15); La revolución electrónica de William Burroughs y la revelación del mundo inmutablemente pandémico en el que habitamos, en donde “Las palabras pueden ser virus” (2020, p.41); o The red violin de John Corigliano, en donde “condensar el mar bajo las pestañas” (2020, p.18) es el mecanismo por el cual el dolor crea grietas internas por donde verterse.


La voz poética habla desde el dolor insuflado por las rupturas, por la fragmentación. ‘Dolor’ proviene del latín dolēre: «sufrir por ser golpeado», se deriva de dolare que es «desbastar, labrar, limar, pulir». La voz poética intuye lo que Filóstrato compuso en la Vida de Apolonio de Tiana, esta obra es la única que menciona a la piedra pentarba. Esta roca atrae a las otras piedras que se cuelgan de ella como un enjambre de abejas. De noche, brilla; de día, deslumbra. Esta roca está llena de viento e insufla a la tierra de tal manera que le produce grietas. Uzalá es el cuerpo que se ahoga bajo estas rocas: “cuentas las fisuras de la puerta / fisuras de tu pensamiento / fisuras en el aire que te obliga a respirar” (2020, p.45), y luego de agrietar la tierra, el cuerpo se quiebra y “se rompe el entendimiento con el mundo” (2020, p.33).


El cuerpo de la voz poética es la piedra pentarba en donde se escribe el “epitafio de un grito” (2020, p.21). En torno a las metáforas del cuerpo y la fotografía, Georges Didi-Huberman en El gesto fantasma menciona que todo cuerpo sumergido en sombras es un cuerpo invisible (Didi-Huberman, 2008, p.287). El cuerpo de Uzalá se ha desgastado por los excesos y el desengaño de la representación: “Si digo flor / no se marchita / si pronuncio silencio / se rompe” (Moscoso, 2020, p.13) y se ha convertido en  sombra, en pausa, en miedo, en muerte. La voz poética sabe —de ser posible—  que “el miedo tiene la edad de quien lo aloja” (2020, p.39). Los niños juegan con sus sombras aunque les teman y los adultos lidian con la sombra del miedo intentando jugar con ella.


Este miedo puede llegar al desastre (palabra elegida por Goya para mostrar la guerra en toda su negra luz). El miedo se debe a que la sombra nos coloca en una condición particular frente a la muerte, nos empuja al movimiento “por el camino herido de la luz / dentro del cuerpo / baila” (2020, p.47). El cuerpo solo comienza a soltar su contenido traumático —en un intento por protegerse— cuando es pensado largamente, trabajado, hiperelaborado en un acto de paciencia inseparable entre el robar, copiar e imaginar, ya que “El humano imagina / para defenderse de la muerte” y a raíz de esto la voz poética manifiesta que “crear un dios fue cubrir el cielo con espejos / y vivir con miedo de la imagen reflejada” (2020, p.15); sin embargo, la copia empuja al ego a mirar hacia dentro, hacia el vacío y reconocer que: “¿A qué dios te refieres /si todo es una copia / de una copia / de una copia…” (2020, p.28); de forma sutil, la voz poética reconoce la falsedad de la ilusión “porque una canción, Dylan, / también está encadenada al cielo” (2020, p.32). Porque amamos a lo que le tememos de forma compulsiva.


La geografía de Uzalá va más allá de lo que se nos permite divisar en el horizonte alegórico del cuerpo. Va más allá del “trazar líneas invisibles y fundar territorios” y “creer que algo de todo esto nos pertenece” (2020, p.16), ya que eso sería creer que el cuerpo y las palabras también nos corresponden. Cuando el sujeto lírico enuncia: “dentro de la palabra vértigo está el origen / y en el origen nada el delirio colectivo” (2020, p. 29), implica la existencia de un «somos» que sufre también de correspondencia, ya que “lo que tiembla cuando hay exceso del yo / es un nosotros dividido” (2020, p. 18). El verso: “la edad es un error para quienes nacen extranjeros” (2020, p. 53) da cuenta de los cuerpos sin sombra, sin miedo, cuerpos en donde “el antojo de ser despojado / grita en la enfermedad” (2020, p. 30). Nos pone enfrente de un cuerpo aquejado en donde vive la ausencia.


El ruido rojo de las flores es cartografía de una anatomía erosionada


El mundo de El ruido necesita del vacío, del silencio para desfigurar la geografía de Uzalá y graficarla sobre la piel que contiene al mundo. Dice María Zambrano, en su ensayo “Por qué se escribe”, que la palabra vence al momento y luego nosotros somos vencidos por él, por su sucesión. Este acto es una continua victoria que transmuta en derrota (Zambrano, 1934, p. 318), y que deviene en muerte y “el muerto es también una piedra de fundación” (Moscoso, 2020, p.71). Es la roca pentarba de Filóstrato; sin embargo, la voz poética la ha triturado de forma feroz: “violento también / es creer en el silencio” (2020, p.75) —y falso—; y dolorosa “dolor y duelo vienen de lo mismo / un golpe seco en el tiempo” (2020, p.74). Este golpe, el enfermar, es lo que le da la capacidad de saber, a la voz poética, que se ha perdido y que carga a cuestas un muerto —lo que era—.


La narración se ha interrumpido, la música ha cesado, ya no hay mentiras ni capacidad de imaginar falsos dioses, ni cielo al que mirar: “cuántas veces / la palabra cielo / encogió nuestros ojos.” (2020, p.78). Ya no hay secreto que fije límites, ni verdad que necesite producirse o imaginarse. Solo quedan tumbas y soledad para quienes están cerca de la muerte: “puedes hablar con las piedras y los muertos / y puedes perder la vida en la orilla de un río / si tu sombra toca el agua” (2020, p.71); y escasez, necesidad de afecto a la distancia.


La voz poética construye y destruye su propia carne que, por sus necesidades y nostalgias, la arrastran al miedo, al vacío del cual fue enajenada. El ruido, sabe que “amar por amar es miedo” (2020, p.83) y la única forma en la que un muerto/enfermo puede hacerlo es cuando se para en el dintel de lo que era y lo que es en la memoria. Un agujero que ha perdido todo tipo de información.


Uzalá & El ruido rojo de las flores son dos ausencias que chocan entre sí, que consumen y destruyen todo a su alrededor. Sin embargo, me queda un recuerdo, una esquirla, algo ínfimo que permanece a través de este libro que se disuelve en el dolor que se esfuma en nuestros días: “el vacío es para quien se encuentra / y no se entiende” (2020, p.74).


[1] Esta paradoja pone en disputa a los dos pilares de la física contemporánea: la relatividad general y la mecánica cuántica; fue planteada en 1974 por Stephen Hawking.



Referencias:


Didi-Huberman, G. (2008). El gesto fantasma. Revista de Pensamiento Artístico Contemporáneo.

Filóstrato. (1992). Vida de Apolonio de Tiana (A. Bernabé, Trad). Editorial Gredos. (Documento original publicado ca. 217)

Moscoso, L. (2020). Uzalá & El ruido rojo de las flores. Kikuyo Editorial.

Zambrano, M. (1934).Por qué se escribe. Revista de Occidente.

bottom of page