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Reseña libro

El encanto de lo extremo y de lo extraño, 'Una chica moderna', de César Aira

Eduardo Varas

Número revista:

10

Hay un método Aira que se puede descubrir con una búsqueda sencilla, o almacenando datos que el propio autor ha prodigado en centenares de entrevistas. Y este es un método particular: escribir una página por día y llegar a un punto en el que, al estar en las 90, aproximadamente, agotarse, aburrirse y finalizar la historia de cualquier forma. A veces, en lugar de “agotar” ha usado el verbo “aburrir”. Ambos verbos son pertinentes.


Esto es suficiente para entregarnos una obra como pocas, con destellos de absurdo, surrealismo y amor por lo que hizo otro argentino, Copi, que vendría a ser una especie de anticipo de lo que ha llegado a ser César Aira, ese escritor que no nos podrá dejar impávidos al leerlo.  Esa es la fuerza que encontramos en este autor y la razón por la cual lo leemos. En 2004 apareció por primera vez Yo era una chica moderna, un libro —o “librito”, como él los llama— que con apenas 100 páginas hace de todo. Desde una especie de tratado metafísico sobre lo que significa la modernidad en medio de las privatizaciones de los años 90 en Argentina, hasta un “aborto” como venganza, que termina generando un feto ingeniero reloaded, con superpoderes. Debemos agarrarnos del asiento.


En el medio, una chica moderna sobreviviendo una noche en Buenos Aires, junto a su amiga Lila, que se encuentra en una misión en la discoteca más diminuta del mundo, al mismo tiempo que trata de sobrellevar que su novio de muchos años, Roberto, la va a dejar porque se va a casar con Ada, quien está embarazada de él. Si vamos con el tópico, estamos ante un melodrama, pero con Aira nunca se sabe. El ejercicio narrativo es llevar la trama al absurdo, incluso para descolocar. Ahí se produce algo. Ella y Lila están en medio de una extraña persecución en la que agentes policiales –en especial uno, Cipolleti—, patovicas —esa increíble forma argentina de nombrar a los “gorilas” de afuera de las discos, que deciden quién entra y quién no— y una mujer rumana que nunca va a dejar de crecer están detrás de ambas, o al menos, quieren cercarlas por lo que han cometido. O por lo que ellas representan o son. O por ese crimen que han protagonizado y que hoy es actualidad para nosotros, gracias a redes sociales y a mensajes presidenciales.


Porque ese crimen, así como impacta al leerlo, es capaz de volverse algo más y hasta de desaparecer, o de convertirse en algo más, un acto distinto. Y tener una consecuencia para nada esperada. Si el método Aira es avanzar de página en página al día, 24 horas después, la narración puede ir a cualquier sitio y hasta negar lo sucedido páginas atrás. Entonces, esta chica moderna cuenta su historia desde el día siguiente de esa noche extraña, donde no hay siquiera duda frente a lo que se ha vivido. Porque una pelea con rabinos, mediada por arañas y marmotas, es la cosa más normal. El vínculo que se establece con ese libro es el de la aceptación de una verosimilitud inexistente, pero no por eso es menos literaria. Lo que hace el autor argentino, nacido en Coronel Pringles, en 1949 —a veces pienso que ese debió ser el germen del invento, digo, porque ¿nacer en el tubo de una papa frita no es lo más Aira del mundo?—, es armar literatura desde ese absurdo e imaginación desmedida. Como si a diario se preguntara: ¿Y ahora cómo complico más esto? Y el resultado fuera cada uno de los 11 capítulos que forman parte de este libro.


Aira se permite reflexiones desde la posición de la narradora protagonista y así acrecienta este engaño majestuoso. Porque no hay necesidad de emitir juicios sobre aquello que sucede. Es con estas revisiones y análisis que las metáforas quedan en la superficie y son revelados los temas detrás de lo que quiere contar. Sin embargo, no hay un deseo de intelectualizar nada. César Aira hace un juego de doble faz. Quien narra y reflexiona lo hace en función de aquello que cuenta y, de esta manera, el terreno de las ideas es también un lugar de juego. Esa forma que tiene para explicar la idea de progreso que se tenía en los 90 —y que sigue siendo la respuesta, de acuerdo a muchos—, en un mundo de privatizaciones, es la misma que ayuda a entender la parodia detrás de esto. Las explicaciones no explican nada, profundizan el absurdo.


Porque, ¿la literatura debe dar una solución o ser una especie de maquinaria de críticas? Aira no nos dice “no”. Solo dice: no lo sé. O que no es importante.


Con Yo era una chica moderna entran en juego otras posibilidades. Hay una historia que se desarrolla y avanza, quizá no por el camino que esperábamos. Todo es extraño y, en ocasiones, extremo. En esa sintonía de lo inesperado, Aira se permite encausar un despelote hacia un lugar que quizá podemos intuir desde el arranque. Porque todo está claro desde el primer capítulo: la mujer que narra está despertando en su cama luego del caos. Cualquiera que sea el resultado, ella está entera y sigue adelante. Pero la manera en la que el autor coloca a sus personajes en un sinsentido de acciones es lo que hace que todo flote. No queremos saber cómo llegó ella a su casa, queremos saber cuál es ese trabalenguas que Aira ha intentado, para darle no solo la vuelta a la realidad, sino al mismo acto de intervenir la realidad que es la escritura. Es un espectáculo impresionante de prestidigitación: las cosas no deben ser como parecen, peor en la literatura.


Por eso, sus personajes hablan de una manera particular —“La biología sigue en vigor”, le dice Lila a la narradora, y el lector o lectora se pregunta: quién demonios habla así. Claro, los personajes de Aira—. Están conscientes del terreno literario en el que se encuentran y destrozan —“Lo habíamos ganado en contra de todas las leyes del realismo”—. Y funcionan de una manera complementaria y contradictoria, al mismo tiempo —“Creo que dije ‘qué feo’ mientras Lila decía ‘qué lindo’, y en realidad las dos queríamos decir lo mismo”—.


Entonces, ¿por qué acercarse a este libro? ¿Qué hace de Yo era una chica moderna una necesidad? El mismo hecho de su existencia. A Aira se lo recomienda así: por favor, léalo, lo necesita. Es muy poco lo que se pueda encontrar, dentro del mercado literario de novedades editoriales con espacio en medios, que se asemeje a lo que hace el argentino. Él ha conseguido trasladar una especie de periferia narrativa a un nivel de reconocimiento —en 2021, Aira ganó el Premio Formentor, por ejemplo— que ayuda a aceptar que eso que quizá no tiene que definirse, tiene su sentido y valor. En este “librito” hay una buena razón para aproximarse a este autor, si es que no se lo ha hecho antes.


Y de haberlo hecho, siga consumiendo aquello que ayuda a crecer y ser mejores lectores. Amén.




Eduardo Varas C. Guayaquil, 1979. Ha publicado Conjeturas para una tarde (2007), Los descosidos (2010), Faltas ortográficas (2017), Esas criaturas (2021) y Las tres versiones (2022).


César Aira, Coronel Pringles, 1949. Es escritor y traductor. Tiene más de cien obras publicadas, casi siempre de corta extensión. En 2021 ganó el prestigioso Premio Formentor.

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