Reseña libro
El «X sin X», El Neutro, en Thomas el oscuro de Maurice Blanchot
Fernando Albán
Número revista:
8
Al borde del mar, en la recepción del murmullo interminable de las olas que se baten las unas contra las otras, comienza el relato: Thomas el oscuro. Inmóvil, Thomas sigue los movimientos de los nadadores. Luego, sujeto a la atracción de las olas, se desliza en el vacío, se dispersa en el pensamiento del agua. Abandonado a una especie de ensueño, junto y distante de los otros cuerpos que flotan con dificultad, Thomas se confunde con su inexorable marcha: «había sin duda algo de insoportable en nadar así, a la aventura, con un cuerpo que le servía únicamente para pensar que nadaba, pero experimentaba también un alivio, como si por fin hubiese descubierto la clave de la situación y no tuviese más que continuar, con una ausencia de organismo en una ausencia de mar, su inevitable viaje». Hay ruido de mar en la periferia del texto, del cual el relato debe sustraerse para prorrumpir su marcha silenciosa, llenando el vacío producido por el desprendimiento con los ecos del murmullo inextinguible.
¿Qué es lo que cuenta Thomas el oscuro? ¿Acaso una historia? «Era una historia vacía de acontecimientos, vacía hasta el punto de que todo recuerdo y toda perspectiva eran suprimidos, y que, sin embargo, extraían de esta ausencia su curso inflexible que parecía arrastrarlo todo con un irresistible movimiento hacia una catástrofe inminente». La historia vana, carente de acontecimientos, precipita todo hacia el fin que no cesa de llegar. Es la pura inminencia del fin, la certeza absoluta de la muerte que, sin embargo, no podrá ser predicha, controlada, calculada. Es la certeza de lo incierto. Y, no obstante, la catástrofe ya ha tenido lugar innumerables veces, sin que nada haya ocurrido. La catástrofe se repite y la repetición la vuelve vacía, espectral. Inminencia de la muerte sin muerte: «En lo sucesivo, en todas las sepulturas donde hubiera podido encontrar un sitio, en todos los sentimientos que son también tumbas para los muertos, en aquel aniquilamiento por el que moría sin dejar que se le creyera muerto, había otro muerto que le había precedido y que, idéntico a él, hacía intolerable la ambigüedad de la muerte y de la vida de Thomas». «El “sin” del “X sin X” significa la necesidad espectral que desborda la oposición de la realidad y la ficción (Derrida, Demuere Maurice Blanchot). En el « X sin X» se anula toda posibilidad de que la proposición llegue a su cumplimiento, al cierre totalizador inherente a la regularidad lógica; en la fractura, que introduce la discontinuidad en el corazón mismo de la proposición, se anuncia la labor silenciosa y nula del neutro. Esta necesidad espectral, inherente a la nulidad de la ficción, hace que el acontecimiento se despliegue sin que nada acontezca. En la experiencia que atrae hacía sí la pasión del neutro, matriz del cuerpo textual blanchotiano, en el ni-ni de la muerte sin muerte, de la vida sin vida —ni vida ni muerte— se anuncia y se confirma la finitud.
Thomas «caminaba como una momia pintarrajeada; miraba el sol que se esforzaba en transformar su rostro ausente en un rostro sonriente y vivo. Camina, único Lázaro verdadero cuya muerte misma había resucitado. Avanzaba a través de las últimas sombras de la noche, sin perder nada de su gloria, cubierto de hierbas y de tierra, andando, bajo la caída de las estrellas, con un paso mesurado, con el mismo paso que, en los hombres que no están envueltos en un sudario, marca la ascensión hacía el punto más precioso de la vida». Lázaro, el verdadero, no aquel que ha dejado la muerte luego de haber resucitado, sino aquel Lázaro que no ha abandonado el fondo oscuro del sepulcro, el que vive sin vida, el que muere sin muerte, es el que camina infatigable y negligentemente por las páginas de los libros de Blanchot. El sepulcro de la palabra recibe, en el vacío que la constituye, la ausencia que la colma y que la destina a vivir del muerto que retiene en su seno. Es palabra de arena, apenas un puñado de polvo entre las manos, lo suficiente para cubrir la tumba en la cual los cuerpos se abisman para nacer a la vida privada de vida. «Por séptima vez, abría lentamente, dejando en el suelo las huellas de sus manos, un enorme agujero que agrandaba a su medida. Y mientras cavaba, el vacío, como si hubiera estado lleno de docena de manos, de brazos después, y por fin del cuerpo entero, oponía a su trabajo una resistencia que pronto no pudo ya vencer. La tumba estaba llena de la ausencia del ser que absorbía. Un cadáver indesalojable se hundía en ella, encontrando en aquella ausencia de forma la forma perfecta de su presencia».
Solo por obra de la muerte, el hombre accede a la existencia, que es finitud; solo siendo mortal, el hombre puede vivir y ascender hacia el punto más precioso de la vida. Esta es la verdad que, según Klossowski, el lenguaje ha revelado a Blanchot: la vida del ser a partir de su mise à morte por la palabra.
Fernando Albán estudió Literatura en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador; Filosofía en la Universidad de Lyon y Lingüística en la Universidad París, en Francia. Es autor de varios libros, entre ellos: ‘El sujeto y la ley’, ‘Pasos de frontera’, ‘La mirada animal’ y el poemario ‘Iris negro’. Actualmente es catedrático en la Facultad de Comunicación, Lingüística y Literatura de la PUCE.