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Reseña libro

'Héctor' o el ojo del mundo
Reseña del relato de Marcela Ribadeneira

Pablo Echeverría

Número revista:

6

Cuando uno despierta no se tiene ante sí un mundo legible, no se ven luces, colores o formas racionales. Cuando uno despierta, todo es borroso, apenas y se distinguen siluetas; se escuchan sonidos rebotando contra las paredes; se aprende el sabor de la leche o el olor de un cuerpo manchado de sangre. Esas capacidades de reconocer el mundo son aptitudes cognitivas que desarrollamos en los primeros meses después del nacimiento y que serán traducidas en la sustancia y el sentido de nuestra vida. Quien no es capaz de mirar la realidad con el conjunto de sus sentidos es más vulnerable a perder el mundo que le rodea.


Somos llamados por la luz del día y respondemos a través de la luz de la mente: imágenes, recuerdos, deseos o expectativas donde se asientan los relatos de nuestra verdad y las características que nos definen como cultura. Prometeo, por ejemplo, al ver el desamparo del hombre robó a Zeus el don del fuego y se lo llevó a la humanidad en un gigantesco tallo de hinojo. En África, los héroes y dioses que robaron el fuego incendiaron el mundo para hallar siempre una luz en el horizonte. En América del Sur, las aves llevan el fuego en sus alas, en sus plumas, en sus colas, perdiendo el color para siempre, pero haciendo visible la esperanza. De luz están hechas esas historias, de la luz, guía de la imaginación. Para entenderlo es necesario primero abrir los ojos y luego dejarse consumir entero por las llamas.


Héctor, primer relato de la colección Animalia, editada por Doble Rostro, es un ejercicio de la mirada. En él, Marcela Ribadeneira abre un ojo al cosmos imaginado de Lidia y explora el proceso dual de la vista, en donde los objetos que percibimos, golpeados por la luz, arrastran una larga y misteriosa sombra.


La pequeña Lidia se pregunta por el inmenso vacío que a la humanidad le resta explorar, no porque nos hagan falta ojos para ver el universo, sino porque este es esquivo y la sombra que lo contiene es mucho más densa de lo que imaginamos. Hay una sombra similar que nos cubre día a día, que no podemos ver hasta que es demasiado tarde y tenemos la visita inesperada de un hombre desconocido, enorme y maloliente, con las uñas repletas de mugre verdosa. Es la sombra de nuestra vileza, de nuestra más profunda humanidad, la misma sombra que ronda en Héctor y viste a la madre de Lidia o arrulla a los gatitos polidactilares de Wasabi en el fondo del pozo.


En ella se forma una larga pregunta, ¿qué nos resta conocer de nuestros cuerpos?, ¿qué, de los espacios recónditos en donde se aloja nuestro verdadero ser?, ¿qué, de la cara oculta que nos forma, la que no podemos ver?, pues en la luz somos menos “nosotros” y  más propensos a construir nuestra imagen sobre una mentira.


Para responder es necesario llevar el cuerpo hasta el límite, consumirlo con las palabras, dejando en su ceniza la experiencia humana del dolor, la violencia y la vulnerabilidad. Una escritura que explora las dimensiones del cuerpo, de los sentidos y de la realidad es luz necesaria, luz guía, luz personal; la luz de la consciencia y sus palabras prepararán el camino de todos los incendios futuros.


La colección Animalia refleja un acto de sobrevivencia ante la pandemia y Doble Rostro demuestra que las editoriales independientes todavía luchan por llevar esa luz en las palabras y así construir mundos con algo de claridad, a pesar que el nuestro se nos ha negado por un virus, a pesar de saber que habitamos la sombra de la normalidad, su parte más oscura: nuestras soledades, nuestros fracasos, nuestros cuerpos cansados y nuestros temores. Todo, de la peor manera, solos.

Libro reseñado: Héctor de Marcela Ribadeneira. Doble Rostro, Ecuador, 2020.

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