Reseña música
Nacimos de una grieta/grito
Reseña del disco 'Odisea' de Munn
David Pinto
Número revista:
6
Odisea como el regreso, la pérdida, el sinsentido en el esfuerzo, el extravío de la memoria que concede el inminente naufragio en el mundo mítico.
Tanto el cielo como el ciclo nunca acaban, el viaje, la espiral de la serie repentina de los números, de lo oculto en los símbolos, de las numerosas combinaciones, tanto arriba como abajo el vórtice se perpetúa, el destino sella leyes que quiebran y destruyen el atisbo que tenemos de la eternidad.
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2R 1: 1-4
El lamento de la luz, la constante de un viaje que no acaba.
La luz no percibe la deriva humana del tiempo, ella marca otra temporalidad, distinta a la de la palabra o el sonido; la luz nos antecede, pese a que la escucha anteceda nuestro nacimiento. El halo en el horizonte marca una señal, una división del tiempo cronométrico.
La mirada de los antiguos frente a la devoción de los demás astros del cielo, de más soles y la inmensidad de los mundos, abraza la visión cronosófica, mientras las luces no callen, mientras la luz los rodee y alimente las hogueras en la Tierra y las huellas del tiempo.
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Odisea
Los nombres nos sobreviven después de la muerte. Las palabras convocan desde el aliento —las vocales para los cabalistas—, son símbolos que traen la incertidumbre, rasgos humanos —el sonido que crea—; los números escapan del nombrar de la palabra, de la duda del Golem.
Del número se despliega una infinidad de sentidos a pesar del vacío de la palabra.
El número está más cerca del símbolo —Tetraktys, Eneagrama, la estrella de seis puntas...— que de la palabra.
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Latido
Bajo la vorágine emerge un mundo que refleja la bóveda celeste, cada palabra se decanta en lluvia, en corrientes submarinas. Quignard habla de lo imposible del silencio en las ciudades, del ahogo en el sonido, la música naufraga en esta época; la escucha contemporánea se rige por el silencio, su duración más que su repercusión —un instante ya es un silencio, respirar ya es silencio, una gota fuera del torrente—, el silencio erige la piedra de sal que la música roe.
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Eclosión
El murmullo aparece en contados momentos de la unión íntima del canto profundo, un temblor tonal —corporal—, de una melodía que arranca paisajes psíquicos devueltos de corrientes submarinas.
Los pasos son rastros que con sigilo se abaten en la memoria más instintiva.
La armonía siembra pavor, el mundo debe permanecer sin sentido.
La palabra convoca al mundo engendro, un mundo que se despliega con los ecos tenues de respuestas que se deterioran en la atmósfera.
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Tempestades
asimilar
merecer
la cosecha de temblores
sin tiempo
las grietas en los tambores
las grietas en los nombres
nacimos de una grieta/de piel/de palabras/ de la unión asemántica en el lenguaje
nacimos de una grieta grito
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Cabal
El fuego en el horizonte deslumbra pese a lo lejano, la mirada de Odiseo se derrama, perdida en “el mar infecundo”, la inmortalidad no es suficiente, la pérdida no es suficiente.
Odiseo como la efigie del anhelo de la búsqueda.
Mármol que se enfrenta a la entropía, como un recuerdo, los surcos de agua liman las asperezas, la arena que trae el viento.
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Naufragio
El destino escapa del concilio de la cadena de las islas y del hermano del fuego.
Las melodías son pasos, senderos en los que se recogen rastros del rito que convoca esa materia hostil para la piel, vibrante y puntiaguda, abre surcos, grietas; la piel naufraga y con ella la posibilidad de hacer frente al estremecimiento; para Quignard cada sonido es un terror minúsculo, la melodía en el naufragio hunde a la epidermis en el terror del vórtice, el mar irrumpe en el cuerpo, no quedan más que marcas, ritmos en la piel que sucumbe.
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Utopía
La hojarasca es inmune al tiempo: antes fue follaje verde, con vida; después será humus, tierra, cúmulo fértil que se abre a la vida; ahora es pérdida, decaimiento, materia muerta.
Nombrar encalla los procesos del mundo; nombrar es el naufragio del sentido.
Vivimos en la utopía del nombre, de la palabra, a la vez suspendidos y detenidos en instantes que se dilatan en su propia eternidad y abandonados al naufragio constante del sentido.
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Volar
La voz nace del reflejo, la alteridad se construye en lo íntimo del aliento, la voz irrumpe en el mundo, la voz nace del impulso innato, pre-atmosférico —como diría Quignard—, el silencio no se opone a la irrupción de la voz, acompaña y anuncia la posibilidad de detenerse a escuchar; la voz solo existe en el eco herido de la respuesta.
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Azul
Azul de tierra, de pérdida constante, del despeñadero terrestre, del grito audaz de dejar correr la marea, la náusea de un tiempo, del eco sin vida de la nave encallada.
La sombra en la marejada se refleja en lo antiguo de las palabras. La superficie no calla ni rompe con la dureza del viento del Maelstrom.
La vela rasgada por el exilio no recoge ninguna voz quebrada en el viento.
Azul de grieta, de grito sofocado, de cordajes y metales hirientes; las cuerdas son garras, paisaje donde se dibuja el sendero, camisa de fuerza.
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Inercia
Crece la nube bajo los párpados y con ella la aspereza de la Tierra, la imagen evade el ciclo, el vórtice del símbolo, el vacío de la palabra, el riesgo de nombrar se derrumba en la memoria.
Reseña del album Odisea de Munn