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Reseña libro

Poesía monstruosamente bella, 'El ave que todo lo atropella', de Sonia Manzano

Juan Carlos Cabezas

Número revista:

10

El poema tiene 78 palabras y se llama “Espejo de Cuerpo Entero”. Ocupa la página 91 de la antología El Ave que todo lo atropella (PUCE, 2018). Es el 44 entre 96 textos que constan en esta antología de 11 libros, autoría de Sonia Manzano Vela (Guayaquil, 1947).


Cuenta con catorce oraciones divididas en tres párrafos y es parte del corpus literario de la poeta ecuatoriana más significativa de los últimos 100 años, como lo menciona el también poeta Juan Romero Vinueza (Quito, 1982). En “Espejo de Cuerpo Entero” se relata una historia. Una mujer extrae su imagen del espejo, cuando lo consigue, esa imagen se marcha, en su lugar brotan la intriga o la extrañeza por una palabra que, al parecer, abre un vórtice.


Agarro el poema por los costados y lo extiendo sobre una camilla metálica para una autopsia programada. Su ser casi transparente se me revela, poco antes de que lo diseccione como a un conejo de laboratorio. Busco el alma en el cuerpo poético, al estilo de naturalistas y doctores medievales, el alma humana que dormita en las vísceras o en la glándula pineal.


Al final de la compleja operación la bitácora está limpia, no tengo nada que anotar. Me saco los guantes de látex y dejo en el aire la pregunta, ¿dónde está la poesía?, ¿dónde se esconde ese soplo vital que reaviva la carne inanimada?


Le extiendo mi inquietud al poeta Juan Romero Vinueza, y, desde Guadalajara-México, me confirma que la poesía está allí, pero a un nivel casi molecular. Analiza, me dice Romero Vinueza, lo que sucede con los dichos populares. “Sonia Manzano crea una doble hélice similar a la de los ácidos esenciales de la vida. Una estructura compleja con la que supera el retruécano”. Manzano resignifica los dichos populares, continúa Romero Vinueza “para crear sentido”. Un ejercicio que coloca al lector frente al espejo.


“El que no pueda llorar

Que tire la primera lágrima” (pág 47).


“No hay poesía que dure 100 años

Ni cuerpo que lo resista” (pág 123).


“pero de la parra al hecho

Hay un largo trecho en el que nada ha dicho” (pág 96).


“Si todo está escrito bajo el sol

me trepo sobre el sol y escribo” (pág 193).


“Porque ojos que no ven

Corazón irremisiblemente muerto” (pág 106).


Estos son algunos ejemplos de cómo Manzano Vela recurre a los dichos populares que a pulso se vuelven pilotos poéticos y categóricos.


La belleza está en lo microscópico, como la vida en los cromosomas de las moscas de la fruta.


¿Qué ocurre si traspolo esa visión a la pluma de Manzano Vela? Defino una idea: la poeta guayaquileña hackea los ácidos primigenios del idioma, para que modificados se animen artísticamente.


Otra poeta de “doble hélice” es Wislawa Zymborska (Kornik 1923-Cracovia 2012). Zymborska y Manzano poseen un humor fino, atrevido, fundador. Extraen de la realidad los elementos hasta conseguir la levitación de sus textos en el éter.


“Los juegos de Sonia Manzano son todavía más arriesgados y complejos que los desarrollados por otras poetas, inclusive si la comparamos con otras grandes exponentes como Sara Vanegas o Catalina Sojos, por citar algunas”, dice Romero Vinueza. Y continúa: muy pocas personas que se dedican a la literatura no incluirían a Sonia Manzano dentro de sus referentes, pues esas dobles hélices alcanzan a explicar los problemas sociales que nos rodean.


Pacté una entrevista con Sonia Manzano para preguntarle su opinión sobre esta lectura. La escritora confiesa vía telefónica que el humor es un rasgo identificativo de su personalidad, “hasta en los velorios me gusta dar un puntazo de humor negro”.


Generar inquietud, alterar es parte de la ecuación creativa, al igual que el desgarramiento. “Me decía Euler Granda que soy una extraterrestre y que llegué en una nave”.


Granda (Riobamba, 1935) fue su tutor estilístico, aunque también reconoce el aporte de Carlos Eduardo Jaramillo, Ileana Espinel, Ana María Iza, Sara Nelly de Lamas, Medardo Ángel Silva, Manuel Acuña, Pablo Neruda, Jaime Sabines y José Emilio Pacheco.


Sobre los dichos populares asegura que a través de ellos se llega a la poesía. Los escuchó por primera vez en la voz de su abuela Clara Mía Macías, “una emperatriz que desde su cama interpretaba el mundo”.


Carmen Vela de Manzano, su madre, fue una selenita ecuatorial. “Siempre vivió en la luna, casi flotando, mis pies, en cambio, son más híbridos”.


Luego avienta una verdad: “para mí la poesía es como hacer el amor. Necesito reconocer mi cuerpo para luego revolcarme en ese otro cuerpo que es el lenguaje”.


Su creación es un caballito de ajedrez saltando loco sobre el papel.  A esta artista (toca el piano maravillosamente) que lleva la poesía en los poros, explicar el origen de su magia en los hechos cotidianos de su vida no le es fácil. Como toda artista no puede, no quiere o no debe dar mayores explicaciones.


Hay otra premisa fundamental adicional en sus textos y es la intención de dotar de atributos humanos a los elementos.


“Este mar tragándose a sí mismo

Para que nadie a 100 metros le perciba

su aliento alcoholizado de geranios” (pág 97).


“Ni que yo fuera Jericó

Para que usted trate de demolerme

Con el brillo estridente de sus trompetas” (pág 100).


“Llovía virutas de ángeles

Cadáveres de bicicletas

Manubrios retorcidos y

Torsos despostillados” (pág 107).


“Oye lluvia, si vuelves,

Vuelve con la poesía de antes,

No caigas por caer,

No mojes por mojar,

No resfríes impunemente a la tarde” (pág 109).


En estos textos, sillas, camas, puertas y pilares tienen manos, costillas y talones. Gólems modernos a los que la palabra escrita se les enreda en las coyunturas. Para Manzano todo es cuerpo caótico, por ende, apenas es abarcable desde el arte.


Con esta reflexión es momento de guardar las herramientas de la autopsia.  Dejo en paz al poema 44 y vuelvo al arte vivo de Zymborska, de Sojos, de Iza y otras grandes de esta generación como de otras. Ha sido un viaje de experiencias microscópicas y cuerpos monstruosamente bellos.


Cierro este museo friki con algunas líneas en la bitácora: un testimonio que relata mi absoluta entrega al hechizo creativo de Manzano Vela.





Referencias:

Sonia Manzano. (2018). El ave que todo lo atropella. Quito: Centro de Publicaciones PUCE.



Juan Carlos Cabezas Aguilar (Quito, Ecuador, 1971)

Escritor y periodista. Ha publicado el libro de cuentos Formas de incendiar el día (Editorial La Caída, 2019) y la crónica ilustrada Bienvenido Número Nueve (Editorial Radio La Calle, 2021). Ha sido parte de varias antologías de cuento y crónica a nivel nacional e internacional.


Sonia Manzano (Guayaquil, Ecuador, 1944)

Pianista, cuentista, novelista y poeta ecuatoriana. Ha ganado el Premio Joaquín Gallegos Lara, 1999, el Primer Premio Bienal de Novela, 1993, y el Premio único de ensayo José Joaquín Pino de Icaza, 1984, entre otros homenajes y reconocimientos.

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