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Reseña libro

Un aprendiz muy lento, de Thomas Pynchon

Sebastián Zumárraga

Número revista:

8

«No sé de dónde había sacado la idea
de que la vida personal del escritor no tiene
nada que ver con su ficción, cuando lo cierto,
como todo el mundo sabe, es casi todo lo contrario»

Pynchon



Había llegado a Pynchon a través de su novela más famosa: El arcoíris de gravedad. La lectura de Un lento aprendizaje (1984) ocurrió luego y, aunque menos impactante que la primera, quizá fue mucho más iluminadora. Son cinco relatos y un prólogo. Solo una de las historias corresponde a la época en que Pynchon había alcanzado cierta madurez en la escritura. Las otras son bastante flojas, aunque, a ratos, hay destellos del que será uno de los escritores más impresionantes de su tiempo.


Acaso si existiese el prólogo como género literario y si aquel no fuese simplemente una excusa o disculpa por los otros textos que se han escrito, uno podría acercarse a este tipo de libros y leerlos simplemente por la experiencia aislada de aquel prólogo. Como no es el caso, por supuesto, y para que aquello que nos dice Pynchon tenga sentido, necesitamos de los relatos, de la experiencia anunciada sobre el aprendizaje del escritor:


«...y ahora creo que he llegado a ver con claridad cómo era el joven escritor y a entenderme con él. Por otro lado, si gracias a una tecnología aún por inventar me topara hoy con él, ¿estaría dispuesto sin recelos a prestarle dinero o siquiera a ir calle abajo con él para tomar una cerveza y charlar de los viejos tiempos?» (Pynchon, 1992, p. 9)


¿De qué otra forma podríamos dar cuenta del tiempo transcurrido? Si el libro nos da cierta idea del crecimiento, aquello tiene que ver con el enfrentamiento que promueve: lo que uno fue alguna vez y las sucesivas marchas o muertes que se han sufrido en el medio. De allí proviene la obra, cualquier obra.


Proust escribió una de las novelas más extensas de toda la literatura con el fin de acercarse a los cambios que se producen allí en medio: entre la vida y la obra. Para que la obra surja, uno ha de ser capaz de vivir de cualquier forma que le corresponda y, finalmente, ver más allá de lo vivido. Solo por medio de esto, nuestra vida es capaz de comunicar algo más, solo de allí hemos de ser capaces de extraer el significado de todos los años transcurridos. Aquel proceso, como ya lo anunciaba Proust, es siempre lento: todo nuestro aprendizaje ha de ser necesariamente de ese tipo.


Vuelvo con cierta frecuencia al prólogo de Pynchon, pues es el único instante de su obra en el que parece hablarnos directamente. También por las lecciones que están detrás. ¿Qué parte de la escritura de alguien nos revela su crecimiento? ¿Qué ha cambiado y por qué lo ha hecho? ¿No es acaso el tiempo el único medio que nos provee de lo necesario para que esto ocurra? Para que la obra aparezca hemos de ser capaces de experimentar la vida y, si entonces somos lo suficientemente hábiles, la escritura podrá comunicarla. De allí lo valioso de este libro. No hay grandes relatos, pero sí historias que hablan del enfrentamiento, de las formas distorsionadas que caen sobre nosotros a través de la escritura. El descubrimiento que está allí no tiene nada de sorprendente, especialmente, porque viene de la voz de un hombre que lo ha eludido todo menos los libros. Pero la lentitud de las cosas, cómo estas pasan sobre nosotros y cómo alcanzamos ineludiblemente el recuerdo de quiénes fuimos, es lo más importante: «Al fin y al cabo, lo más atractivo de los jóvenes son los cambios, no la foto fija del personaje terminado sino la película, el flujo del alma» (Pynchon, 1992, p. 29). Acaso aquel sea nuestro aprendizaje más valioso.



Referencias

Pynchon, T. (1992). Un lento aprendizaje. Tusquets.




Biografía:

Sebastián Zumárraga (1995). Licenciado en Comunicación con mención en Literatura por la PUCE. Editor y corrector de textos.

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